A propósito del enfrentamiento de los dos clubs de fútbol más representativos de la capital, uno, reincidiendo una vez más en el pecado de la nostalgia por un tiempo pasado que -en materia futbolera granadina no cabe ninguna duda- fue mejor, rememora aquellos partidos del Granada con el que siempre fue considerado eterno rival. En aquellos años de más prosapia para todo lo granadino, no sólo refiriéndonos a lo estrictamente futbolístico, efectivamente el Granada tenía un digno rival que era el equipo de la capital vecina, el Málaga, y cuando se enfrentaban los dos normalmente se podía asistir a choques apasionantes que trascendían a lo que se dirimía en el rectángulo de juego. Por desgracia en la actualidad los partidos de rivalidad se han convertido en enfrentamientos de mucho menos calibre, con rivales de la provincia o de la propia capital. A mí no me parecen mal estos choques fratricidas, sólo que me gustaría que tuvieran lugar jugando los dos clubs de la capital en una categoría superior o, lo que ya parece pedir la luna ante el negro panorama actual, que algún club granadino pudiera ser considerado por algún otro equipo de cierto empaque, de la región, como un rival a batir.
Los que tenemos ya unos cuantos tacos de almanaque a nuestras espaldas tuvimos la suerte de vivir de cerca allá por los años sesenta y setenta los mejores momentos de las respectivas historias de granadinos y malagueños. Aquélla sí que era una rivalidad sana, la de los Málaga-Granada de Primera División. Sana y productiva para los dos equipos, que solían ver sus respectivos campos llenos cuando jugaba el rival y las recaudaciones eran siempre millonarias. Rivalidad sana se le podía llamar, pero lo cierto es que en más de una ocasión acabó algo enfermiza, y así las crónicas hablan de algún apedreamiento de autobuses de hinchas a la salida de una u otra ciudad y de más de una pelea, verbal y de las otras, entre aficionados.
El doble enfrentamiento de 1966 no es de primera, pero en él estaba
El primer enfrentamiento de promoción se jugó en Granada. Yo recuerdo la mañana de aquel 15 de mayo como la de una ciudad rebosante de forasteros con pancartas y banderas y gorras blanquiazules. En número de más de cinco mil malagueños desembarcaron en nuestra ciudad de los casi ciento cincuenta autocares que desde la ciudad vecina se desplazaron y ocuparon la práctica totalidad de la superficie del paseo del Violón. Los «boquerones» (dicho sea sin ánimo peyorativo) se desparramaron por toda la capital y animaron la mañana como si de una fiesta se tratara a la vez que convertían los bares y restaurantes en sitios en los que casi había que pedir número para poder entrar.
Eran también momentos propicios para dar salida al ingenio y a la ocurrencia. En Granada contábamos para eso con un personaje, ya desaparecido, especialista en dar colorido y animar al público para que éste a su vez animara a los jugadores, me refiero al «Diamante Rubio», que, para estas ocasiones, solía vestir atuendo rojiblanco y se tocaba con una montera torera; para los granadinistas más jóvenes hay que explicar que este «jefe de claque futbolero» (oficio que también desempeñó en los cosos taurinos) era una especie de bufón local que contrataba la directiva del Granada y que hizo de su vida un constante ejercicio de humor. Uno de mis primeros recuerdos del viejo Los Cármenes pertenece a este personaje, precisamente en un partido contra el Málaga, con sus inseparables gafas sin cristales y su gorra, y su oronda barriga, la cual mostraba a los seguidores del equipo visitante que lo increpaban. Pero para ocurrencia la de aquel par de aficionados malacitanos que cargaban una inmensa olla en la que perfectamente podría caber una persona (como en los chistes en que un blanco cae en poder de unos caníbales) en la que habían pintado la palabra Granada. O como la de aquellos granadinos, según refieren las crónicas del partido de vuelta, que la mañana del encuentro por las calles de Málaga vistieron a un gato de rojiblanco al que abastecían de boquerones que el minino devoraba en un santiamén.
Como sabemos, de aquel doble enfrentamiento salió un Granada de Primera División en el que supone el tercer ascenso a primera gracias al gol en
El primer partido en división de honor de ambos clubs tuvo lugar en la temporada 68-69, concretamente el 24 de noviembre de 1968, fecha señalada en la historia rojiblanca no sólo por el hecho de significar la primera vez en que ambos equipos se enfrentaban en la máxima categoría, sino también porque ese día se inauguró oficialmente la tribuna alta del viejo Los Cármenes. La muchachada rojiblanca se impuso 2-
El último tuvo lugar en la temporada 74-75, el 1 de mayo de 1975, cuando el Granada, con gol del vallisoletano Lorenzo, se trajo un empate a uno de
El balance de los doce enfrentamientos Granada-Málaga de primera arroja un saldo levemente favorable a los rojiblancos: cuatro victorias, cinco empates y tres derrotas; diez goles a favor por ocho en contra. Pero los números, con ser exactos, no recogen algo que hay que tener en cuenta, y es que en la temporada 68-69 el empate a cero del Granada en
La rivalidad malagueño-granadina venía de bastante atrás como es frecuente entre vecinos, desde prácticamente los primeros enfrentamientos entre uno y otro club, cuando respondían a los nombres de Malacitano y Recreativo respectivamente. Es una rivalidad que trasciende lo exclusivamente futbolístico y da entrada a sentimientos de primacía de una ciudad sobre otra y ha conocido momentos de más o menos encarnizamiento, sobre todo en los años sesenta y setenta, que es cuando se produce el mayor número de partidos entre malagueños y granadinos por la simple razón de que por entonces el Granada todavía figuraba entre los clubs que cuentan algo en el fútbol. Por aquellos entonces eran usuales comentarios como el que siempre repetía mi amigo Perea: «yo no como pescao por si es de Málaga», viniera o no a cuento la frasesilla. En este contexto habría que ver la cara que se les pondría a quienes el 29 de abril de 1961 abarrotaban la plaza del Carmen para recibir al General Franco, en visita oficial a Granada, el cual desde el balcón principal del Ayuntamiento tuvo un lapsus memorable al comenzar su discurso de saludo a los granadinos con la frase: «Malagueños y españoles todos...».
Así que, para concluir, se puede decir que el Granada tenía (es una pena tener que decirlo en pasado) un digno rival en el boquerón, con el añadido de que encima podíamos los granadinos sacar pecho y, como suele ocurrir entre hermanos bien avenidos, mojar la oreja del «aborrecido rival» restregándole por las narices que hasta en dos ocasiones y media los habíamos mandado a segunda. En la actualidad más nos vale a los granadinos futboleros no ufanarnos y desde la humildad, con el trabajo y el apoyo de todos, tratar de que puedan volver días como aquellos y no malgastar energías en pelearnos unos con otros.
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