EL ONCE FANTASMA

Pedro Escartín bautizó al Granada CF (el Recreativo Granada) con el apodo de "Once Fantasma" cuando este club era un recién llegado a la competición pero ya andaba codeándose con equipos de solera y aspiraba a lo máximo.
En este libro se narran las vicisitudes por las que atravesó el Recreativo en sus cinco primeros años de existencia y también se recogen los sucedidos ciudadanos más impactantes de aquella época revuelta que fue la de la II República.
En la foto de cabecera se ve al Recreativo que se enfrentó al Gimnástico de Valencia en el campo madrileño de El Parral, 21 de febrero de 1934. De pie: Sosa, Tomé, Calderón, Luque, Itarte, Carrera, Victorio y Tabales; agachados: Gomar, Morales y Herranz.
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Historia del Granada CF



domingo, 22 de febrero de 2015

EL ONCE FANTASMA



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                Los primeros pasos del Granada CF se cuentan en este trabajo, en el que se contienen los avatares por los que atravesó la entidad entre 1931 y 1936, y como telón de fondo los acontecimientos ciudadanos ocurridos en Granada en unos años especialmente revueltos como son los de la II República Española.

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viernes, 20 de febrero de 2015

GRANADA-MÁLAGA, UNA CORDIAL RIVALIDAD


Chiste de Miranda sobre el Malacitano 1 Recreativo 2 de 10/12/33
 

            Granada y Málaga, como corresponde a vecinos bien avenidos, siempre fueron cordiales rivales, y no sólo en lo estrictamente deportivo. Ahora mismo la rivalidad granadino-malagueña ya poco se parece a lo que fue. Los tiempos son muy distintos, también las mentalidades y la urbanidad. Pero en los anales históricos del Granada y del Málaga hay abundante material de donde extraer sabrosos relatos de enfrentamientos (usado aquí el término con bastante propiedad) entre los equipos representativos de ambas ciudades que a la vez pueden servir para retratar la realidad de la sociedad del momento en que ocurrieron.

 

            Así, acudiendo a las hemerotecas, constatamos que el denominador común de los primeros partidos entre granadinos y malagueños de la historia es la abundancia de incidentes que se ocasionaban, dentro y fuera de los terrenos de juego, de modo que muchas veces las reseñas de aquellos partidos están a caballo entre la crónica deportiva y la de sucesos. Es este un fenómeno que se da en prácticamente todos los choques (vuelve aquí a emplearse con propiedad el término) granadino-malacitanos de los años treinta. Posteriormente, conforme avanzamos en el tiempo y va evolucionando la sociedad española, van también descargándose de ferocidades los partidos entre unos y otros hasta llegar a la paz total y a la cordialidad (casi fraternidad, se podría decir) de los tiempos actuales.

 

            Cronológicamente, los primeros escarceos entre granadinos y malagueños con un balón redondo por enmedio ocurrieron en los años veinte del siglo pasado. Por aquellos años en Granada la rivalidad futbolera no traspasaba los límites de la ciudad. Era una fiera rivalidad de andar por casa que ejercían dos clubes locales que respondían a los nombres de Real España y Real Español. El primero de ellos tiene cierta significación en la historia del fútbol malagueño puesto que junto al Málaga FC estrenó el que por muchos años fue el principal recinto deportivo malacitano, el campo de los Baños del Carmen. El 23 de agosto de 1922 Málaga FC y Real España inauguraron oficialmente este campo situado casi sobre la misma playa, que fue el mejor con el que contó Málaga hasta la construcción en 1941 de La Rosaleda. En tremendo palizón (escardón decimos en Graná), 11-1 a favor de los locales, acabó aquel partido inaugural. Por su parte, el otro equipo granadino con significación en la década de los veinte, el Real Español, tras proclamarse campeón granadino frente a su rival España, participó a finales de 1924 en el que se llamó torneo de tercera categoría, lo que le llevó a enfrentarse con clubes de otras provincias, entre ellos el Málaga FC y el CD Malagueño.

 
Formación del Recreativo que venció 2-0 en Los Cármenes al Malacitano el 27/10/35
 


            Los dos clubs granadinos de los felices veinte no sobrevivieron a la década. Su lugar en las preferencias deportivas vino a ocuparlo a partir de 1931 el Granada CF, que fue fundado en ese año con el nombre de Recreativo Granada e inscrito en el campeonato de liga instituido tres años antes, en donde empezó a competir en la categoría 3ª Regional, el quinto y más bajo nivel por entonces. Al nuevo club le fue muy bien desde el principio y sólo dos temporadas después ya militaba en categoría nacional, Tercera División.

 

            De esta forma, en la jornada segunda de la temporada 1933-34 del grupo 6º de tercera, subdivisión B (integrado únicamente por Recreativo, Malacitano y Jerez, por renuncia del Ath. Almería, que pasó a jugar en el grupo levantino), asistimos al nacimiento oficial de la larga rivalidad Granada-Málaga. Esto ocurrió el domingo 10 de diciembre de 1933. Ese día, sobre el césped del desaparecido campo de los Baños del Carmen, se enfrentaban el recién constituido CD Malacitano (por fusión de Málaga y Malagueño) y el Recreativo Granada. Albarracín; Otilio, Gamero; Chales, Adorna, Cueto; Meri, Tomasín, Casero, Villanueva y Berruezo jugaron de blanco entero por el Malacitano. Tabales; Tomé Carrera; Morales, Itarte, Herranz; Juanele, Gomar, Calderón, Luque y Aguileño, formaban para el Recreativo, con su uniforme de camiseta azul y blanca a rayas verticales (sus colores oficiales) y pantalón azul. Era la primera vez en la historia que Recreativo y Malacitano se enfrentaban, no existía ni siquiera el precedente de un amistoso. Fue un estreno que trajo cola.

 

            El partido lo ganó el Recreativo 1-2, ambos tantos forasteros conseguidos por su estrella, el centro delantero muy goleador Calderón (que después de la Guerra Civil fue malacitanista). Pero este partido tiene mucha más historia por lo que ocurrió, dentro y fuera del terreno de juego, que por la exquisitez futbolera que pudo verse. Las crónicas de los diarios granadinos coinciden en que aquello fue más una batalla que un match deportivo. Según esas crónicas, todo iba bien y sin incidentes hasta que el Recreativo consiguió el 0-2, a algo más de veinte minutos para el final. A partir de ese momento se desataron las hostilidades hacia todo lo granadino, y lo más gordo ocurrió cuando los locales consiguieron su gol, un tanto que el colegiado sevillano Gutiérrez no señaló en primera instancia pero que se vio obligado a conceder ante el tremendo follón que se organizó, con invasión masiva del terreno de juego y agresión al trencilla, que quedó del todo maltrecho y sangrante. En medio de la refriega, el más perjudicado fue el directivo recreativista y delegado Paco Cristiiá, materialmente linchado a paraguazos y bofetadas por una multitud de beniurriagueles descontrolados y ante los que muy poco podía hacer la pareja de números de la Benemérita que como toda seguridad allí estaba presente, que también recibieron lo suyo hasta que fuerzas de Asalto comenzaron a llegar y se pudo restablecer el orden y terminar de jugarse los pocos minutos que quedaban.

 

            Los años de la II República española, los pocos años que alcanzó a imperar aquel régimen democrático, casi nunca fueron lo que se dice pacíficos, tampoco lo eran en la fecha en la que se jugó este partido que inaugura la rivalidad granadino-malagueña. Así, los graves incidentes ocurridos en Baños del Carmen estuvieron en realidad en consonancia con la situación que en gran parte de España se vivía en aquellos precisos momentos, ya que la victoria de las derechas en las elecciones de mediados de noviembre de 1933, que da inicio al llamado Bienio Negro, motivó que a partir del 9 de diciembre se convocara por los sindicatos anarquistas una huelga revolucionaria en gran parte del territorio nacional y volvieran a arder conventos e iglesias por toda la piel de toro, como había ocurrido dos años antes. Concretamente en Granada fueron incendiados varios templos albaicineros.

 

            Menos de un mes después de este partido, el 31 de diciembre, volvieron a verse las caras los dos contendientes en la jornada cuarta y última de aquella cortísima liga, ahora en Granada, en el destartalado y minúsculo campo de tierra que se conoció con el nombre de las Tablas, por estar construido entero en madera de chopo, que fue el primer campo del Recreativo Granada, antes de levantarse Los Cármenes. El Recreativo volvió a imponerse a su rival (3-1) y quedó campeón de grupo, accediendo a fase de ascenso a Segunda División en la que no tuvo suerte. Las crónicas de que disponemos de aquel evento no reseñan incidentes de gravedad. Sí que los hubo a la temporada siguiente, en la fase previa de ascenso en que tomaron parte granadinos y malagueños, tanto a la ida en Málaga como a la vuelta en Granada.

 

            La rivalidad Granada-Málaga, como queda dicho, existió desde el mismo momento en que ambos clubes se vieron las caras. Pero otra constante es que, para acentuar aún más esa rivalidad, sus destinos parecieron ir de la mano también desde ese primer momento, de modo que el primer ascenso a Segunda División de sus respectivas historias tiene la misma fecha: 18 de noviembre de 1934, en el campo de las Tablas, en el partido que cerraba la fase de ascenso con que se inició la temporada 1934-35 y que disputaron nuestros dos protagonistas en unión de Jerez y Onuba. Ganó el Recreativo 2-1, pero tanto los locales como los visitantes ascendieron esa misma tarde como primero y segundo clasificados, dándose la curiosidad de que los dos terminaron empatados en todo, tanto en puntos como en golaveraje particular como en número de goles a favor y en contra, aunque el Malacitano fue el campeón por los resultados de sus partidos contra otros equipos. A pesar de la celebración deportiva, a la terminación de aquel partido, con Granada en gran parte cubierta de nieve, hubo pedradas por doquier, lesionados camino de la casa de socorro y abundantes carreras delante de guardias de Asalto.

 

 

martes, 10 de febrero de 2015

LA CÓLERA DE AGUIRRE




            Dicen de él que era la encarnación del mal sobre el terreno de juego, que no tenía piedad con los contrarios y que para simplemente hablar con él o cruzárselo por la calle había que ir prevenido con canilleras. Una ilustre pluma de la cosa futbolera le atribuye incluso la responsabilidad última del episodio de conflictividad que experimentó el fútbol español a principios de los años setenta, y dice de él que su aterrizaje en la piel de toro  fue la causa principal de que algunos “angelitos” defensas de por entonces se asilvestraran y así diera comienzo una etapa de excesiva dureza en el balompié patrio. Hay hasta una web que lo define como el prototipo del jugador violento, y añade que tenía dos apellidos y pegaba en proporción por cada uno. Esa misma web realizó hace algún tiempo una encuesta para establecer una clasificación de jugadores argentinos de todas las épocas que se hubieran destacado por su dureza, con el resultado de que quien ocupó el primer puesto del ranking de raspadores, a mucha distancia del siguiente, fue quien nos ocupa, Ramón Alberto Aguirre Suárez (Ceballos, provincia de Tucumán, 18/10/1944-La Plata, 29/05/2013).

             Exageraciones aparte, hay que decir que esa no precisamente ejemplar fama de Aguirre Suárez es merecida y fue ganada a pulso. Primero en su tierra, en el club Estudiantes de la Plata, con el que formando parte de una quinta irrepetible de futbolistas, “La tercera que mata” (de la que también formaban parte Bilardo y Verón entre otros) y de la mano de Osvaldo Zubeldia, ganó tres copas Libertadores y una Intercontinental, y a la vez se convirtió en más de una ocasión en huésped de Villa Devoto, destino previsto por el presidente de facto de la República Argentina, general Onganía, para los deportistas contumaces que se distinguieran por su juego recio. En la lóbrega gayola de Devoto, que ya había visitado Aguirre Suárez en ocasiones anteriores, en unión de algunos de sus conmilitones purgó durante treinta días los excesos cometidos sobre el césped de la Bombonera bonaerense en el partido de vuelta de la final Intercontinental de 1969, frente al Milán, legendario (pero no en el buen sentido de la palabra) partido aquel sobre el que han corrido auténticos ríos de tinta y al que corresponde una foto que explica y resume lo que allí pasó y que ha dado varias veces la vuelta al mundo, la del delantero franco-argentino del Milán Combin, deshecho, ensangrentado, literalmente para el arrastre tras experimentar en carnes propias las “carantoñas” de Aguirre Suárez y compañía.
 
 

En 1971 el Granada pagó siete millones al equipo pincharrata por la ficha de este defensa ya convertido en leyenda, y a su primer entrenamiento en Los Cármenes acudieron varios miles de hinchas. Eran tiempos de ley seca en el que estaban prohibidos los futbolistas extranjeros, por lo que su ingreso en el fútbol español lo fue por la puerta falsa de la oriundez, con una documentación postiza de hijo de emigrantes navarros (más concretamente de “Osasuna”) y nacionalidad paraguaya, aunque compañeros de equipo de por entonces llegaron a verle exhibir hasta cinco pasaportes diferentes, según cuenta Ramón Ramos. Aquel tipo de regular estatura, morocho y con rasgos mestizos, que afirmaba contar veinticinco primaveras si bien a simple vista se le apreciaban algunas más, se convirtió inmediatamente y durante tres años en insustituible en el Granada CF, en su puesto de líbero o defensa de cierre, último defensor por detrás de la línea de tres y que no marcaba a nadie en concreto, posición de apagafuegos hoy en desuso pero que en aquellos años era de las más importantes en cada equipo.

 Tecleando en Google las palabras Ramón Alberto Aguirre Suárez obtenemos 1.740.000 resultados. Y es que estamos ante un futbolista de fama mundial aunque, claro, esa nombradía la ganó más por sus facetas negativas que por sus virtudes futboleras. Que también las tenía. De eso podemos dar fe los hinchas granadinistas que tuvimos la suerte de verlo vestir la rojiblanca durante tres temporadas, entre 1971 y 1974, que coinciden (71-72 y 73-74, sexto en Primera División) con las mejores clasificaciones históricas del Granada CF hasta el momento.     

 En el fútbol español acrecentó su fama leñadora, principalmente tras sus actuaciones frente al Valencia y frente al Madrid. El valencianista Forment y el madridista Santillana podrían asegurar que la leyenda no era ni mucho menos inventada ni estaba magnificada. Y esa funesta fama se hizo extensiva a todo el equipo del Granada CF de los primeros setenta, recordado también de forma injusta más por los affaires que ocasionaron algunos de sus integrantes que por el buen juego que realizaba. En España Aguirre Suárez volvió a dar que hablar bastante más por “sus cosas” que por su buen hacer, olvidando que también abundaron las tardes de juego elegante y con toque de clase del argentino, que defendía con contundencia en unión de su más famosa pareja, el paraguayo Pedro Fernández, pero que también sacaba desde atrás muy bien jugado el balón para que entre el cordobés Rafa Jaén y el canario sabio Vicente construyeran grandísimas jugadas de ataque aprovechando las subidas por la derecha del lateral De la Cruz, el segundo internacional A de toda la historia del Granada (desde Millán en 1945), y la gran velocidad de Lasa y la pillería de Porta para hacer goles a pares, aprovechando la pelea con los defensas de Barrios. Con Joseíto en el banquillo el Granada quedó sexto en la 71-72, su mejor clasificación histórica (repetida dos años después), y ganó en Los Cármenes a todos los grandes.

            Recientemente ha fallecido este mito del fútbol mundial. Poco antes de su muerte la revista As Color publicó un excelente y conmovedor reportaje donde podemos ver a un descangallado y fané Aguirre Suárez campaneando la vejez, enfundado en una camiseta negra en la que destaca la silueta azul de un toro y debajo se lee Granada, a la que añora y quiere volver de visita. Los últimos años de su existencia fueron un calvario para el argentino, años de soledad y de penurias físicas y también económicas. Un accidente cerebrovascular sufrido hace siete años le obligó a cerrar su negocio, el bar Granada, en la esquina de las calles 6 y 48 de La Plata, y lo recluyó en su domicilio al paralizarle su mitad derecha. En el momento de la entrevista apenas puede valerse con la ayuda de un bastón y ni siquiera puede hablar con los autores del reportaje.

            El denominador común de las muchísimas necrológicas que se le han dedicado ha sido que todas han resaltado su fama de killer, de terror de los delanteros contrarios, y han abundado los calificativos en esa línea, sobre todo los que lo han definido como un futbolista excesivamente rudo, y sobre esto al menos los granadinistas tenemos algo que decir.

            Los granadinistas nos orgullecemos de la importante parte de nuestra historia que llena Aguirre Suárez y siempre le estaremos agradecidos por su entrega en defensa de nuestros colores y por hacernos ver un Granada ganador, independientemente de los métodos que usara, que tampoco él los inventó ni era el único que los practicaba. El propio Aguirre podría haber hecho suya aquella letra del viejo tango: Se dice de mí que soy fiera, que camino a lo malevo, que soy chueca y que me muevo con un aire compadrón… Pero lo que nadie podrá decir de Aguirre Suárez, al menos mientras jugó en el Granada, es que fuera un defensa rudo. Rudo no era. Aguirre Suárez podría ser sucio, incluso violento, y abusar del que se llama juego subterráneo, el que casi ve sólo el que lo sufre, especialmente si, como pasaba, no había veinte cámaras de televisión en cada partido, pero no era ni mucho menos un defensa tosco.