EL ONCE FANTASMA

Pedro Escartín bautizó al Granada CF (el Recreativo Granada) con el apodo de "Once Fantasma" cuando este club era un recién llegado a la competición pero ya andaba codeándose con equipos de solera y aspiraba a lo máximo.
En este libro se narran las vicisitudes por las que atravesó el Recreativo en sus cinco primeros años de existencia y también se recogen los sucedidos ciudadanos más impactantes de aquella época revuelta que fue la de la II República.
En la foto de cabecera se ve al Recreativo que se enfrentó al Gimnástico de Valencia en el campo madrileño de El Parral, 21 de febrero de 1934. De pie: Sosa, Tomé, Calderón, Luque, Itarte, Carrera, Victorio y Tabales; agachados: Gomar, Morales y Herranz.
Para adquirir un ejemplar firmado y dedicado por el autor (20 €), dirigirse a
jlramostorres@gmail.com


Historia del Granada CF



miércoles, 4 de septiembre de 2013

EL CONTRACHISTE


Hasta finales de la década de los sesenta, cuando se abrió el actual acceso siguiendo el curso del río Guadalmedina, para viajar de Granada a Málaga o viceversa el mejor camino era a través de los Montes de Málaga, y paso obligado era la llamada cuesta de la Reina, una interminable sucesión de curvas por una calzada estrecha que sólo acababan al llegar a la capital de la Costa del Sol. Algo parecido a la carretera de Almuñécar por la Cabra.
 
El chiste de Miranda, uno de los más famosos de los miles que publicó, al menos de los de tema futbolero, tiene fecha de 24 de mayo de 1966 y viene a celebrar el que es el tercer ascenso a Primera de la historia del Granada, el que consiguió en la Rosaleda malagueña al empatar a un gol (2-1 de la ida) y vencer en promoción al CD Málaga.
 
Sólo cinco años había tardado nuestro club en recuperar la máxima categoría y el reencuentro con la Primera División empezó francamente bien, empatando en el Insular frente al Las Palmas, por entonces un club puntero de Primera y atravesando los mejores años de su historia, cuando alineaba a jugadores como Martín Marrero, Tonono, Castellano, Guedes o Germán, todos ellos internacionales A. Un buen comienzo continuado con un escardón en la segunda jornada a todo un Zaragoza, vigente campeón de Copa y disputando en esos mismos momentos la final de la Copa de Ferias (después UEFA y ahora Europa League), el Zaragoza de los míticos “cinco magníficos”, también el mejor de su historia. La euforia que se desató cuando el ascenso de Málaga, en mayo, ha aumentado de tono en septiembre y anda la hinchada granadinista toda oronda.
 
Pero las estancias del Granada en Primera División fueron siempre en precario salvo en contadas ocasiones. La cruda realidad no tarda demasiado en manifestarse y sólo dos meses después de vapulear al Zaragoza pintan bastos y la euforia se ha evaporado dando paso al pesimismo. En ese periodo ya sólo han sido capaces los nuestros de ganar un partido más.


Las buenas vibraciones de aquel Granada se dieron sólo al comienzo porque enseguida empezaron a llegar los malos resultados y con ellos la pérdida de puestos en la clasificación. Así, en noviembre, cuando ya se han jugado diez jornadas y el Granada acaba de empatar en Los Cármenes con el Córdoba, vicecolista, su posición en la tabla es la 14ª o lo que es lo mismo, tercero por la cola, con 8 puntos y dos negativos, que es el mismo puesto que ocupará cuando termine la liga allá por finales de abril, puesto de promoción que le obligará a jugarse la permanencia frente a un Betis de mucho mejores argumentos y que pondrá fin a la más corta estancia del Granada en Primera División. Esa mala clasificación hace que Miranda pergeñe un “contrachiste” y publique éste que aquí vemos, en la misma página de Ideal en que se inserta la crónica del partido entre granadinos y cordobeses.


PELIAGUDA CUESTIÓN


¡Cincuenta mil duros devueltos de Puente Genil!, pregona el lotero versión Miranda en Ideal de 29 de mayo de 1957.
 
Acababa de celebrarse en Granada el grandísimo acontecimiento ciudadano que fue el IV Congreso Eucarístico Nacional, con el gran bullicio que produjo durante una semana y la vida que aportó a los negocios locales. Fundamentalmente consistió en la celebración de masivos actos religiosos en honor de “Cristo-Hostia” ([sic], Ideal de 21/05/57), como una comunión a la que acudieron veinte mil niños y que se celebró en el estadio de Los Cármenes.
 
La ciudad recibió en una semana la visita de más de trescientas mil personas, según la prensa, entre ellas, el cardenal Primado de España y Legado Pontificio, Pla y Deniel, y hasta el mismísimo Franco y esposa, en persona y Rols-Royce, asistieron a la clausura del magno evento, que consistió en una multitudinaria misa concelebrada en donde hoy están los jardines del Triunfo y a la que no quiso faltar una inmensa nube de pegajosos e irreverentes mosquitos que revoloteando persistentemente calvas y cogotes quitó solemnidad a la función y convirtió el acto en un incesante y poco santo manoteo de la concurrencia.

 
 
Por las aguas de Granada sólo reman los suspiros, según la famosa baladilla lorquiana. Sin embargo, a ciento cincuenta kilómetros, ese riachuelo tan granadino que es el Genil, cuando está en tierras cordobesas poco se parece al que corre por la Bomba y el Salón, y ya se ha convertido en el segundo río de Andalucía, y allí se puede remar a modo y no se hace pie. Mire usted por dónde, en el Genil con todo el equipo faltó poco para que acabara la expedición granadinista la tarde del domingo 26 de mayo de 1957.
 
Al domingo siguiente de clausurarse el gran certamen del nacional-catolicismo militante, un presunto y chapucero intento de compra del partido por parte de alguien del Granada CF tuvo la culpa de que en la localidad cordobesa de Puente-Genil se recibiera a nuestro equipo con rayos y centellas y de que más de uno temiera por su integridad ante las bravatas y los gruesos insultos de los de la carne de membrillo. Las 250.000 ptas. (un dineral en 1957) que presuntamente el presidente Bailón había destinado a sobornar al portero y un defensa del Puente-Genil para que se dejaran ganar por el Granada, vinieron devueltas porque el pastel se descubrió antes de jugarse el partido e intervino la autoridad. Pero con intento de soborno o sin él, lo cierto es que el Granada ganó con todas las de la ley en el minúsculo y embarrado campo de tierra donde el equipo cordobés jugaba sus partidos en su única aparición en el fútbol profesional.  
 
 
Las autoridades fueron benévolas con nuestro equipo y sólo impusieron sanciones administrativas a algunos de los protagonistas de esta historia, pero la cosa pudo traer gravísimas consecuencias para el Granada CF, y pudo resultar anulado un ascenso que se ganó en los terrenos de juego.

En Puente-Genil hubo palos dentro y fuera del terreno de juego, pero de allí se volvieron los nuestros con el liderato del segundo grupo de Segunda y con un pie en Primera División a falta de ya sólo tres jornadas por disputarse.



PRIMERA GRAN CELEBRACIÓN DEPORTIVA


Don Ricardo Martín Campos -el camarada Martín Campos, según la prensa de una época todavía demasiado azul mahón- viene todo rebolondo por mitad de la calle y a punto de estallar de satisfacción después de haber dirigido unas palabras de salutación y alegría a través de la megafonía instalada en la plaza del Carmen a los varios miles de hinchas allí concentrados, que han seguido con emoción la retransmisión del decisivo partido que jugaba el Granada en Castellón y que han visto recompensada su ansiedad con el triunfo final alcanzado.

No es para menos la orondez de Martín Campos. El club que preside, que es el nuestro, el Granada CF, acaba de ascender matemáticamente a Primera División proclamándose a falta de un partido campeón de campeones de la liguilla de ascenso que disputa frente a R. Sociedad, Coruña y Castellón. Miranda así lo ve en la edición de Ideal de 8 de abril de 1941, dos días después de la hazaña conseguida en La Plana.
 
El Domingo de Ramos, 6 de abril de 1941, casi simultáneamente a la salida en procesión de la cofradía de la Santa Cena presidida por el conde del Alcázar de Toledo y jefe de las milicias de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, el laureado general Moscardó, a los diez años justos de su fundación, el Granada en un partido dramático en el que jugó en clara inferioridad gran parte de los noventa minutos, con sólo ocho efectivos frente a once por expulsión de Liz y lesión de Martínez y Mesa, convertidos en lo que se llamaba “figura decorativa”, supo aguantar y traerse la victoria, la cuarta de los cinco partidos disputados, que aseguraba el primer ascenso de su historia a máxima categoría, 0-1 en el Sequiol de Castellón, con el primero de los muchos goles que como granadinista realizará el recién incorporado César,cedido del Barcelona.
 
Martín Campos ha aprovechado su intervención a través de la megafonía instalada por la agencia de publicidad Alas Azules y patrocinada por el diario Patria, para solicitar de la hinchada y de toda la ciudad que acuda en masa tres días después a recibir como se merecen a los equipiers rojiblancos. Así, el 9 de abril, Miércoles Santo, con el comercio cerrado para la ocasión, toda Granada ocupa por completo Gran Vía y Reyes Católicos, desde el Triunfo hasta el Ayuntamiento. Y a esa celebración no puede faltar el hincha más popular del momento, Maolico, que hasta ha renunciado al luto que venía luciendo en sus viñetas anteriores en Ideal, y se ha tocado con bombín y armado de bombo y platillo marcha al frente de la banda municipal que no para de tocar el Campeón de Luis Mejías, muy recientemente modificado en sus versos para adaptarlo a la nueva denominación del club (ha desaparecido de su letra aquello de «Recreativo de Granada campeón…», sustituido por lo de «Noble equipo de Granada campeón…»).


Decenas de miles de personas se suman a la que se puede considerar primera gran celebración deportiva que se vive en nuestra ciudad y aclaman a los héroes rojiblancos que vienen a bordo del viejo ómnibus matrícula de Cuenca que desde Córdoba los ha traído a Granada previas escalas en Cabra, Rute, Loja y Santa Fe, y que lleva en el tope de su largo morro una granada confeccionada con flores y en la baca, en grandes letras, la palabra CAMPEONES.
 
En un país devastado y en el que faltan las más elementales cosas, las hambres y escaseces de todo tipo que sufre la población no le han hecho retraerse y aprovecha que casi por primera vez en años haya algo que celebrar para ocupar con alegría las calles granadinas.

DEBUT Y APOTEOSIS


El 30 de diciembre de 1970 incluía Ideal, como casi a diario desde su primer número allá por mayo de 1932, este chiste de Miranda que es uno de los últimos que publicó, posiblemente su penúltima nota de humor. Este no es de tema futbolero como tantos otros de los suyos, es más bien de tema personal, es una premonición. El humorista se sabía condenado, de ahí lo de «…el nuevo año que termina con uno». Efectiva y trágicamente, apenas un mes después moría a los 65 años el popular José María Miranda, un granadinista que desde sus primeros dibujos había plasmado en clave de humor las alegrías y desgracias (más de éstas, claro) de nuestro Granada CF.
 
Dos semanas antes nos había dejado también otro popular granadinista, un “furibundo seguidor del Granada”, según lo define Ideal, Antoñico, José Antonio Fernández González, aunque éste era bastante más joven, sólo 36 años. De él dice Ideal en su necrológica que «Se conocía todas las alineaciones del Granada, de muchos años atrás y, dentro de su pobreza y ser minusválido, fue hombre de dignidad»… «Ya no animará más en las gradas de Los Cármenes, su figura no volverá a ejecutar fintas y goles imaginarios sobre el césped ni volverá a recorrer a pie kilómetros y kilómetros hasta que alguien le recogía para ir a ver al Granada de sus amores fuera de aquí». A su entierro acudió el presidente Candi y algunos directivos, y el club costeó una corona.

Ambos habían vivido el mayor hito histórico del Granada CF, la final de Copa de 1959, pero fueron a perderse los mejores momentos en Primera División de la historia del Granada CF, que estaban a punto de llegar.

El vacío dejado por Miranda lo ocupó Martinmorales, aunque ya venía publicando sus monos en Ideal desde hacía algo más de un año, y también, los martes, esta especie de retablo caricaturesco posterior a los partidos del Granada. El que aquí va se refiere al Granada 0 Sevilla 0, de 31 de enero de 1971, un mes después del premonitorio chiste de Miranda, el partido del debut en Granada del muy polémico árbitro que fue Emilio Guruceta Muro.



Debut y casi despedida, se podría decir, porque fue tan enorme el follaero que se formó cuando Guruceta anuló un gol al Granada a poco del final que nuestro club lo recusó y ya sólo volvería a arbitrar al Granada en Zaragoza más de cinco años después, en el último partido de la 75-76, último partido también del Granada en máxima categoría hasta 35 años después, y por Los Cármenes sólo aparecería nuevamente en una ocasión, después de más de diez años desde el gran follón de finales de enero de 1971, el 5 de mayo de 1981, en el partido de Copa por el que el Granada caería eliminado en VIII por el primera Salamanca (0-1 en la vuelta en Granada por 1-0 en la ida).
 
Guruceta, especialista en provocar altercados de orden público, es el árbitro de todos los que en la historia han sido que ostenta más récords arbitrales absolutos, muchos de ellos muy difíciles de batir: el que más motines forofísticos incitó; el que más veces salió de un terreno de juego protegido por guardias de la porra; el que más bombardeos de todo tipo de objetos arrojadizos cosechó; el que más veces fue recusado; el que más estadios tenía vetados; el que más modernamente consiguió que su apellido se coreara por toda la geografía nacional como sinónimo de insulto.

DESPUÉS DE LA BATALLA DE MÁLAGA


El chiste de Miranda (todavía sin mosca ni gato), publicado en Ideal de 12 de diciembre de 1933, se refiere al partido que dos días antes se jugó en Málaga. En la jornada dos del cortísimo calendario del grupo 6º de tercera división, subdivisión B (formado sólo por Recreativo, Malacitano y Jerez por renuncia del Ath. Almería, que se pasó al grupo levantino), el Recreativo se impuso 1-2 al Malacitano con dos goles de Calderón en un partido que inauguraba la larga rivalidad de nuestro equipo con el de la vecina ciudad y que, a tono con el tiempo en que se disputó, estuvo plagado de incidentes y acciones violentas.
 
Un día antes, el 9 de diciembre, había comenzado en gran parte del país una huelga revolucionaria en protesta por la victoria electoral de las derechas a mediados de noviembre, y en ese contexto ocurrieron en Granada unos gravísimos sucesos que se tradujeron en la quema del convento de las Tomasas y de la iglesia de San Luis (de ésta quedaron sólo las paredes), y la voladura por bomba del canal de la central eléctrica de Pinos-Genil, además de tiroteos con la fuerza pública por todo el barrio del Albaicín y explosión de petardos con daños menores a otros templos y a viviendas.

En el campo de los Baños del Carmen no hubo incendios ni bombas, pero sí que hubo bofetadas y paraguazos a discreción para los granadinos presentes y también para el árbitro sevillano Gutiérrez, y el más perjudicado fue el directivo-contador y delegado recreativista, Paco Cristiá, que estuvo a punto de ser linchado por una horda de beniurriagueles malacitanos y encima, previo paso por la casa de socorro donde fue atendido de numerosas magulladuras, fue detenido y conducido a comisaría como instigador de lo ocurrido.

La rivalidad malagueño-granadina era un hecho desde varios años antes, al menos desde que a mediados de la década de los veinte se enfrentara el club granadino R. Español al Malagueño y al Málaga FC en disputa de un trofeo menor de carácter regional, antes de la creación del Campeonato Nacional de Liga en 1928. La fusión de Malagueño y Málaga en 1933, apenas dos meses antes de este partido, dio lugar a la fundación del Malacitano (después CD Málaga), por lo que ésta era la primera vez en la historia en que se enfrentaba a nuestro Recreativo. A la vez, este encuentro inaugura la tradición de los Málaga-Granada guerreros, que abundarán en años posteriores.

De cualquier manera, es afortunado el debut del Recreativo en la inauguración de los derbis frente a su rival por excelencia. Con los dos puntos más los de su victoria anterior sobre el Jerez era en ese momento líder de su grupo, posición en la que terminaría dos jornadas después, en el campeonato de liga más corto de su historia, ganándose el derecho a luchar por el ascenso a Segunda. Es un Recreativo en el que jugaron tres granadinos (Herranz, Juanele Castillo y Aguileño) del total de ya sólo seis que quedaban en su plantilla (estaban también Bombillar y los dos hermanos Carmona, Pepe y Paquito) y en el que debutaba el fichaje del importante refuerzo que fue “Telera” Luque, que a partir de ese momento será fijo en las alineaciones recreativistas en ésta y en las dos siguientes temporadas.

En su tercer año de vida, el Recreativo ya poco se parece al que en 1931 se fundó modestamente. En dos años ha vivido dos ascensos y milita por primera vez en categoría nacional. El entrenador que dirige desde el banquillo sus partidos, el sevillano Antonio Rey, ha sevillanizado bastante el equipo con el fichaje de Telera y antes los de Carrera, Gomar y sobre todo el meta Tabales, uno de los triunfadores de Málaga. La directiva que preside Gabriel Morcillo está decidida a llevar al Recreativo cuanto antes a las máximas cotas.

De las hemerotecas extraemos con frecuencia noticias a caballo entre lo deportivo y la crónica de sucesos cuando reseñan los partidos del Recreativo (del Granada CF) en sus primeros años de existencia. Con el telón de fondo de los mil actos revolucionarios e intentonas militares contra la República que nació simultáneamente a nuestro club, puesta la convivencia contra las cuerdas tanto por la derecha como por la izquierda, a tono con el contexto histórico en que se dan, abundan los partidos recreativistas que acabaron como el rosario de la aurora y con la intervención de la fuerza pública repartiendo mamporros a diestro y siniestro. En el partido del Recreativo en los Baños del Carmen, la “batalla de Málaga”, hubo estacazos por doquier, pero no más ni más graves que otros varios de los que jugó el Recreativo Granada en sus primeros y republicanos años de existencia. Y es que esta época es pródiga en lo que hemos dado en llamar “matchs bélicos”, como los de temporadas anteriores frente a Accitana, Linares o Antequera, o los que se avecinan frente al propio Malacitano, o los de Jerez, Gimnástico de Valencia y Murcia.

RAFA, CIENTO Y UN GOLES


El máximo goleador de la historia del Granada CF, el único que supera la cifra de cien goles en rojiblanco, no es de ninguna de las épocas doradas de máxima categoría, ni es un “crack” proveniente del otro lado del charco o de Europa y fichado a golpe de millones, no. Al contrario, era un granadino del humilde barrio de San Lázaro que se inició en el Alhambra, uno de aquellos numerosos y populares equipos modestos de barrio que existieron en Granada y de los que a nuestros días ha llegado sólo el CD Numancia, que es precisamente el decano de los clubs de fútbol de la provincia.
 
Hablamos de Rafa, Rafael Delgado González (Granada 1931-1996). Del club Alhambra, por entonces también filial rojiblanco, pasó al Recreativo en la temporada 51-52, de Tercera (una Tercera equiparable a la actual 2ªB y en la que militaban equipos como Betis, Huelva, Cádiz, Jerez, Ceuta o Almería), en donde se distinguió como goleador por lo que a la temporada siguiente pasó al primer equipo, de Segunda, en unión de otros canteranos como Cuerva, Guerrero y Vicente.

Sus características de delantero goleador, pequeño de estatura como era, lo alejan del prototipo de ariete rompedor y lo sitúan más cerca de la clase de delantero que fue años después Porta, habilidoso y sutil, con gran facilidad para el desmarque y muy oportunista. Así, en su primer año en el Granada consiguió entre liga y copa 21 goles y fue el máximo goleador rojiblanco, para seguir en años posteriores marcando con facilidad hasta llegar a la temporada 55-56, su gran año, en que con 27 goles, todos en liga, fue Pichichi de Segunda y el Atlético de Madrid pagó por él la magnífica suma (para la época) de 650.000 ptas. más un amistoso, además de conseguir convertirse al poco en el segundo granadino desde Millán que se enfundaba la roja de nuestra selección, aunque en el caso de Rafa fue la “B”. El dinero que pagó el Atlético más lo recaudado en el amistoso posterior dio al Granada la liquidez necesaria para armar el potente equipo que a la temporada siguiente le llevó al segundo ascenso a Primera.

En Madrid se estrenó con muy buen pie, en un amistoso ante el Newcastle, haciendo tres de los cuatro goles de su equipo, y en su primera temporada colchonera, con Antonio Barrios de entrenador, le siguió yendo bien pues fue titular y se proclamó segundo máximo goleador del equipo, por detrás de Peiró. En sus dos siguientes temporadas como atlético, ante la competencia en punta de lanza de delanteros como Vavá y Mendonça, el nuevo técnico, Fernando Daucik, retrasó su posición sobre el campo, haciéndolo jugar primero de interior y después de medio, y además por la derecha, zurdo cerrado como era Rafa, con lo que sus registros goleadores bajaron bastante y con ellos su presencia en las alineaciones. Así, tras un año de cesión en el Coruña, en la 59-60, en Segunda, volvió al Granada para la 60-61, cuando ya se llevaban disputadas ocho jornadas, y en aquella horrible temporada volvió a ser el máximo goleador rojiblanco en su única presencia en un Granada de Primera. Un año más en el que nuevamente volvió a destacar como goleador, en el Granada del que había sido su compañero en el At. Madrid, HH 2º, al que poco le faltó para volver a máxima categoría, supuso su adiós definitivo al fútbol.

Rafa, a quien el presidente José Bailón le impuso la insignia de oro del club, con 101 goles de rojiblanco en seis temporadas y 159 partidos, es el máximo goleador de la historia del Granada CF en una clasificación en la que el segundo, Trompi, se queda en 77, y ostentó desde 1956 hasta 1987 el récord (batido con 31 por Manolo) de ser con 27 el granadinista que más goles consiguió en una sola temporada. Su nombre quedó inscrito en las listas de pichichis de la segunda categoría (donde, por cierto, es frecuente que aparezca con la denominación de “González”), una nómina en la que también figuran otros granadinistas como Chaves, José Luis Vara, Mel y Puche II, pero ninguno consiguió esa proeza mientras pertenecía al Granada.

IZCOA, SOBRIO Y SEGURO


El gran Granada de los setenta basaba sus éxitos en la calidad de sus hombres de medio campo y en el poder goleador de los de arriba, pero sobre todo, lo que más le hacía brillar era la línea de cobertura, con una defensa a la que no era fácil superar y con un portero que era todo un seguro, Francisco Javier Izcoa Buruaga (1946 Guecho, Vizcaya).
 
A Granada llegó Izcoa en 1971 procedente del Zaragoza y su primer cometido fue ver los partidos de sus compañeros desde el banquillo e intervenir en algún partido de la Copa de Andalucía de suplentes, porque por entonces tenía cerrándole el paso al que parecía insustituible Ñito. Así hasta el mismo ecuador de la liga en la que Joseíto le dio la titularidad y el vasco se instaló en ella para dejarla a partir de ese momento sólo cuando las lesiones le impedían rendir. En sus muchos años granadinistas, todos los entrenadores que tuvo le hicieron encabezar las alineaciones rojiblancas, prefiriendo al vasco incluso antes que a alguien de la talla de Mazurkiewicz, a quien dejó casi inédito en su aventura española. Todos los técnicos excepto Muñoz, quien caprichosamente dejó de confiar en él con el nefasto resultado que el experimento produjo.

Su estilo era todo lo contrario al de Ñito, a quien tuvo que sustituir y hacer olvidar, cosa nada fácil. El canario, siendo también un magnífico cancerbero, era un manojo de nervios y gustaba de adornarse y dar espectáculo; futbolista de gran calidad jugando con el pie, famosas eran sus “locuras”, sus salidas fuera de su área regateando contrarios que a más de un míster granadinista por poco le cuesta un infarto. Sin embargo Izcoa, de escuela vasca, era distinto por completo, era la sobriedad en persona y siempre se le veía sereno bajo los palos; jugar con el pie estaba claro que no era su fuerte y jamás se adornaba en sus intervenciones, pero a cambio ofrecía una gran seguridad y una regularidad excepcionales. Al principio, acostumbrados como estábamos a Ñito y sus shows, tanta seriedad era poco apreciada por algunos sectores de aficionados (mi compañero de asiento en la Preferencia del viejo Los Cármenes llamaba a Izcoa “la pava”), pero finalmente acabó el vasco convenciendo a todos los remisos para llegar a convertirse en un jugador muy querido del granadinismo.

Once temporadas perteneció al Granada CF (de la 71-72 a la 81-82) y jugó tanto en Primera como en Segunda y Segunda B, si bien su único partido en esta última categoría, ante el Ceuta en La Rosaleda, donde el Granada actuaba como local por estar clausurado Los Cármenes, acabó no valiendo y hubo de repetirse ya sin Izcoa en la puerta, porque en ese partido anulado sufrió una grave lesión que le hizo retirarse definitivamente del fútbol a los 35. Once temporadas en las que le dio tiempo a jugar un total de 312 partidos que le convierten en el cuarto granadinista por número de encuentros jugados -sólo superado por Lina, Millán y González- y en el primer portero de esa lista, en la que para encontrar a los siguientes guardametas hay que bajar hasta los puestos 21 (que ocupa Notario con 205) y 22 (Candi, con 198).

PORTA, EL GOL


Trescientas cincuenta mil pesetas de 1968 pagó Candi por él al Huesca. Los 34 goles conseguidos en el grupo aragonés de Tercera parecían justificar el gasto. Cuatro años después su cotización se había multiplicado por 57. En 1972, el que quisiera quitárselo al Granada estaría obligado a desembolsar 20 millones, es decir, a millón el gol, pues esa fue la cantidad de veces que Enrique Porta Guíu (Villanueva de Gállego, Zaragoza, 1944) perforó en la liga 1971-72 las metas contrarias. Y eso que la tasación de Candi no tuvo en cuenta los cinco que consiguió en Copa ni los siete que obtuvo en la liga andaluza de reservas esa misma temporada.
 
Veinte kilos de verdes billetes de mil era un dineral para la época y nadie estuvo dispuesto a desembolsarlos por un jugador ya en los veintiocho o a punto de cumplirlos. Pero lo más gracioso es que sólo un año antes al Jerez le pareció demasiado pagar por él algo menos de medio millón. Y es que a pesar de -con goles- haberse convertido en el jugador más cotizado de la historia del Granada, llegar a serlo no le resultó nada fácil. Marcel Domingo rara vez contó con él y llegó a probarlo en labores de contención, Pipo Rossi lo descartó, y Joseíto tuvo que convencerse a regañadientes de que era un jugador válido después de que desde las gradas se pidiera insistentemente su alineación.
 
En palabras del propio Porta, no iba bien por alto, no tenía un potente chut, la izquierda le servía solamente para no ser cojo, y sus condiciones físicas eran muy limitadas. Sin embargo al mañico le hemos visto hacer goles rojiblancos a porrillo y para todos los gustos, incluido el más espectacular que yo he visto nunca, de chilena, sobre el saque con la mano del portero contrario, que fue injustamente anulado por un árbitro de mal recuerdo. Porta era un futbolista de escasas carnes y de altura mediana, por lo que no podía ser el típico ariete que se pelea con las defensas contrarias. Pero a cambio era escurridizo y listo como nadie para colocarse y aprovechar la menor oportunidad que se le presentara. En su mejor temporada, la 71-72, con Vicente sirviendo balones de oro y con Barrios a su lado abriendo defensas, supo explotar sus cualidades y conseguir el único Pichichi de la historia granadinista.
 
¡Poooortaaaaa! ¡Pooooortaaaaa! cantaba a coro Los Cármenes cada vez que este fino aragonés conseguía alguno de sus goles.
 
Finalmente fue a dejar el Granada en 1975 con la carta de libertad en el bolsillo. Aquellos veinte millones de tres años atrás quedaron en cero. Porta tenía entonces treinta y un años y a Miguel Muñoz le parecían demasiados. A su tierra se fue y en el Zaragoza siguió marcando goles todavía dos temporadas más mientras que los aires europeos que parecían soplar por estas tierras lo que trajeron fue la Segunda división.



MANOLO MÉNDEZ, EL CANTERANO



Hay quien dice que en Granada no hay cantera. Que ni la ha habido ni la habrá. Pero para desmentir esa afirmación podemos fijarnos en una época en la que el Granada CF se surtió abundantemente de granadinos. Y no es precisamente esa época de las peores de su historia puesto que toda ella transcurre entre Segunda y Primera. Nos referimos a la etapa que va de finales de los cuarenta a mediados de los sesenta. De entre los numerosos futbolistas granadinos que pasaron del filial al primer equipo y fueron básicos en al menos dos ascensos y una final de Copa, nos hemos fijado en Méndez, que es el que quizás pueda representar mejor que nadie esa cantera y esa época.
 
Manuel Méndez Cuadrado (Madrid 1930-Granada 1989) se inició en el renacido Recreativo de Manolo Ibáñez de la 47-48. Con apenas 18 años debutó en el primer equipo, por entonces en Segunda. A partir de la 49-50 se convierte en fijo en el centro de la zaga granadinista, en la que destaca como un central fino que sabe sacar el balón jugado y que nunca da una patada al contrario. Hasta que en 1951 el Málaga se aprovecha de la desorganización del club y se lo lleva sin tener que pagar por el ni una peseta puesto que a esas alturas todavía nadie del Granada se había acordado de hacerle ficha profesional. Con el Málaga pronto alcanza la máxima categoría y sigue destacando, lo que le vale para ser traspasado al At. de Madrid, donde permanece dos temporadas más.
 
El retorno del Granada a Primera en 1957 es también el retorno de Méndez al club, en el que va a permanecer cuatro temporadas más, siempre como titular. Pero no pudo estar en la más alta ocasión del palmarés rojiblanco, lo que siempre se ha señalado como causa fundamental de la facilidad goleadora que encontró el Barça en aquel 21 de junio de 1959. Finalmente el descenso de 1961 y la estricta disciplina del míster Heriberto Herrera le hacen dejar el Granada para enrolarse en el Jaén donde definitivamente se retirará del fútbol.
 
Por aquellos años ya existían los ojeadores a la caza del joven talento, pero normalmente los fichajes eran de futbolistas ya rodados y una vez que habían rebasado la veintena. Lo que entonces habría sonado a broma es algo que hoy sin embargo es muy habitual, que es el fichaje de futbolistas en ciernes, cuando todavía están en edad infantil. Por ese camino han probado suerte en las secciones inferiores del Madrid o del Barça y, últimamente, también en el Villarreal, no pocos niños granadinos que como quien dice acababan de dejar el chupete. Como digo, no era esa la tónica en los cuarenta y cincuenta, afortunadamente para los hinchas del Granada pues de esa forma no se fugaron unos cuantos cerebros balompédicos y pudimos verlos defendiendo la rojiblanca.
 
También hay que decir que eran otros tiempos y entonces el Granada no estaba hundido en la mediocridad, por lo que muchos chaveas que empezaban sólo soñaban con jugar algún día de rojiblanco.
 
En la persona de Manolo Méndez hemos querido subrayar cómo una cantera bien trabajada y cuidada puede dar sus frutos. Y si eso funcionó una vez puede volver a hacerlo.

ALBERTY, LA LEYENDA


Dicen de él que cuando tenía que intentar parar un penalti se subía a su larguero para desde allí lanzarse a por el balón.
 
Julio Alberty Kiszel (Debrecen, Hungría, 1911-Granada, 1942) puede simbolizar como nadie el fútbol de la España de pre y posguerra. Un deporte en blanco y negro pero que ya era plenamente profesional en una España también en blanco y negro. Es el periodo que transcurre entre la dictadura del general Primo de Rivera y la del general Franco, pasando por una república y una guerra civil y con toda una guerra mundial como telón de fondo. Tiempos en los que predominaba un juego de bastantes menos precauciones defensivas y en el que los guardametas solían ser cañoneados a placer y, por eso, tenían más ocasiones de demostrar su valía. Tiempos en los que los a los futbolistas con problemas de alopecia no les importaba jugar cubriéndose sus vergüenzas capilares con la castiza boina.

Y también es Alberty el símbolo granadino del futbolista de leyenda, porque en Granada tenemos también una leyenda con un portero húngaro como víctima del infortunio. Es una fábula de andar por casa y no es muy conocida fuera de nuestra ciudad. Pero tiene las resonancias líricas de las desventuras de otro portero húngaro, Platko, el de la oda de otro Alberti, Rafael.

Unos dicen que lo mató el piojo verde, otros que fue un balonazo o una dura entrada del “stuka” Campanal. Otra versión dice que fue una pulmonía, que lo agarró mientras deliraba de fiebre en un pasillo de hospital, en unos tiempos anteriores a la penicilina.

Sólo estuvo entre nosotros seis meses y sólo catorce partidos defendió la portería rojiblanca, pero le bastaron para ser muy querido de la afición. Los pocos que quedan que lo vieron jugar lo recuerdan como un porterazo, volando y atajando balones imposibles o saliendo de su marco con mucha seguridad y valentía. A los treinta años de edad se quedó para siempre en Granada este húngaro que se nutría de zumo de naranja entre jugada y jugada.

El 9 de abril de 1942, a la vez que 200.000 japoneses ocupaban las islas Batán, en Filipinas, moría tras un mes de enfermedad en el sanatorio de la Purísima, acompañado de familiares y de José Manuel González y Paco Bru. Dos días después el Granada cerraba el fichaje del llamado a ser su sustituto, el portero canario internacional del Hércules (por entonces, Alicante) Pérez, que en ningún momento hizo olvidar al húngaro.

Casi setenta años después, Alberty sigue vivo en la memoria del granadinismo como uno de los mejores porteros que tuvo el Granada en toda su historia.



LINA, EL RÉCORD

 
 
Manuel Molina García (Granada, 1962), “Lina” para el fútbol, es el jugador que más partidos oficiales ha disputado con la elástica rojiblanca. Nada menos que 382. Para alcanzar esa cifra tuvo la suerte de estar en el momento y el sitio oportuno y así verse favorecido por una norma un tanto absurda, la que obligaba a los clubes de Segunda y Segunda B a alinear en cada partido a dos jugadores menores de veinte años. De esa forma pudo iniciarse muy joven en el fútbol profesional, con 17 años. Pero esto no le resta mérito alguno pues, no hace falta decirlo, si no hubiera valido para el balompìé no habría seguido año tras año hasta completar doce temporadas de rojiblanco, de las cuales todas menos una fue siempre titular. El nuevo récord de Lina, establecido en 1990, tritura el de 374 que ostentaba Millán desde 1955. Y ese récord de Lina podía haber sido todavía mucho mayor, porque si empezó muy joven también se retiró muy joven, antes de cumplir los treinta.
 
Lina se inició en la cantera del Granada 74, de la que en edad cadete pasó al Granada CF. En sus comienzos era alineado en la zona ancha, en labores de contención. Pero pronto pasó al puesto de defensa central que fue donde desarrolló el resto de su carrera.
 
Sus características eran las de un defensa muy limpio, muy bien posicionado y que sabía anticiparse a los delanteros contrarios. En ese sentido es de destacar su papel en el marcaje de alguien de la talla de Julio Salinas, a quien literalmente secó y aburrió hasta dejarlo inédito. Y todo sin la menor brusquedad, pues a Lina no se le recuerda ni una sola acción violenta sobre un terreno de juego. Fue la tarde del 29 de enero de 1984, jornada 21, en Los Cármenes, en un partido que ganó el Granada de Mesones 2-0 al filial bilbaíno, que se presentaba como líder de la Segunda división.
 
En la persona de Lina podemos ver al penúltimo representante de una saga de grandes defensas granadinos cuyo iniciador sería el mismísimo Pepe Millán. Nuestra cantera ha dado sus mejores y más numerosos frutos en futbolistas de la parte de atrás. Casi todos ellos tenían como principales virtudes la nobleza y la elegancia, y también la regularidad; sólo las lesiones les apartaban de la titularidad. Todas esas características se daban en Lina.
 

MARCEL DOMINGO, DISCIPLINA Y RENDIMIENTO



Marcel Domingo Algarra, hijo de españoles aunque de nacionalidad francesa (Arles, Francia, 1924-2010) fue en sus tiempos un magnífico guardameta internacional por Francia que en España jugó en el At. Madrid y en el Español a caballo entre los cuarenta y los cincuenta y consiguió en dos ocasiones ser el portero menos goleado de Primera, además de ganar dos ligas con el conjunto colchonero. Aparte de por su calidad y elegancia como guardameta, también fue un innovador y se hizo famoso por sus llamativos jerseys de colores vivos que, según el propio Domingo, distraían a los delanteros.
 
Su mayor fama la ganó como entrenador, primero de equipos modestos con los que consiguió hacerse un nombre, y posteriormente de equipos punteros, convirtiéndose en un técnico de alto caché. Al Granada llegó en 1968 después de conseguir dos buenas clasificaciones con el Córdoba, de Primera, y a pesar de estar entre nosotros sólo la 68-69, fue tan bueno su trabajo que a la siguiente temporada pasó a dirigir al At. Madrid, con el que ganó la liga 69-70.

La 68-69 fue la primera de las ocho temporadas consecutivas del Granada en máxima categoría. Candi no renovó a Joseíto a pesar del brillante ascenso conseguido y se decantó por el técnico francés. Domingo tuvo que enfrentarse a la difícil papeleta de encarar una temporada en Primera con una plantilla muy modesta y sin apenas refuerzos con los que desenvolverse en la nueva categoría. Pero el partido que supo sacarle a esa limitada plantilla fue notable ya que consiguió igualar la mejor clasificación histórica del Granada, octavo en Primera, que tenía desde la 43-44, con Platko, y que todavía duró hasta que en 1972 fuera batida por Joseíto, con un sexto puesto. Además de ese importante logro también supo conducir al equipo rojiblanco a disputar por tercera vez (y hasta el momento última) unas semifinales de Copa.

Sus comienzos no fueron nada buenos. En la cuarta jornada el Granada era colista, pero a partir de la quinta, con victoria en Los Cármenes ante el Barcelona, fue poco a poco remontando posiciones para llegar al final de la liga en la que una racha de siete partidos sin perder dejó al equipo en la mitad primera de la clasificación.

Sus métodos de entrenamiento eran muy duros, buscando fundamentalmente conseguir un bloque compacto y disciplinado, pero su labor iba más allá de la preparación física y táctica, y mientras estuvo en Granada promovió un cursillo, dirigido a sus jugadores e impartido por árbitros locales, de explicación, análisis y comentario del reglamento futbolero, para que «los jugadores se empapen de las normas y así evitar el espectáculo de la discusión de las decisiones arbitrales por la sencilla razón de que no se conoce debidamente el reglamento», en palabras del propio Domingo.

Sólo treinta y siete partidos dirigió a los rojiblancos (treinta de liga y siete de copa), pero dejó acreditada su condición de técnico de primer nivel por lo que Candi le propuso la renovación, pero ya andaban tras él varios clubs ofreciendo mucho más de lo que podía el Granada. Al At. Madrid se fue y allí logró su mejor marca, campeón de liga 69-70.

GONZÁLEZ, FURIA GRANADINA DE MADRID


El tercero del eterno recitado granadinista de los cuarenta es también el tercer futbolista que más partidos ha jugado de rojiblanco, José Manuel González López (Madrid 1916-Granada 1990), defensa izquierdo que con Millán formó una pareja considerada en su tiempo entre las mejores de España. Padre de futbolista de primera (su hijo con el mismo nombre, José Manuel González López, granadino y salido de nuestra cantera, jugó once años en el Zaragoza) y abuelo de entrenador de primera (Lucas Alcaraz González), llegó al Granada en 1939 como componente de la inolvidable quinta del Trompi que pronto daría a nuestro club años de gloria.
 
En los cuarenta, cada verano sonaba la pareja Millán-González como refuerzo para los llamados grandes. Pero ninguno de los dos finalmente acababa dejando nuestro equipo para fichar por un club de “campanillas”. Año tras año seguían aportando seguridad atrás sin que el descenso de 1945 les hiciera emigrar. Sin embargo, bastantes años después, en la 51-52, sí que consiguió González militar en un grande, el Real Madrid nada más y nada menos, y lo hizo además a punto de cumplir los 35. Evidentemente ya no era el mismo de diez años atrás y por eso sólo consiguió jugar un partido oficial con el club merengue. Fue en Atocha, donde el R. Madrid perdió 3-1 y a la vez muchas de sus posibilidades de ganar la liga, cosa que no conseguía desde los tiempos de la República. No estuvo González muy afortunado en su único partido de blanco (la crónica de ABC dice que desentonó del resto aunque puso voluntad) y para colmo, el tercer gol donostiarra llegó de penalti cometido por el propio González.

A la temporada siguiente tenía contrato en vigor con el club merengue, pero se volvió a Granada («Porque yo a Granada la quiero más que nadie. Más que los granadinos. Para mí es la mejor capital de España» declararía años después en entrevista a José Luis Entrala), de donde se había marchado cuatro años atrás para jugar, antes de su aventura madridista, tres temporadas en el Málaga y vivir también con el eterno rival su primer ascenso a Primera.

Con la vuelta de González más la de Millán y Candi, más la gran promoción de canteranos que pasaron desde el Recreativo de la mano de Manolo Ibáñez, pudo el Granada olvidar el mal trago de 1952, cuando por una vez tuvo suerte nuestro equipo y una decisión federativa lo libró de un descenso a Tercera consumado.

«Como se acerque alguien lo mato», dicen que gritaba González a los rivales malacitanos en el estadio de La Rosaleda la tarde de abril de 1954 en la que el Granada arrancó una importante victoria (1-2) que le colocaba a dos puntos del ascenso directo a máxima categoría cuando faltaban por disputarse sólo tres jornadas. Por entonces si algún futbolista se lesionaba no podía ser sustituido, y González, con un dedo del pie fracturado desde casi los primeros compases, aguantó todo el partido y a base de furia fue básico para la consecución de la importante victoria. Lo malo es que ya no se pudo contar con él en los tres envites que faltaban y al final se perdió el ascenso en Badajoz.

Todavía perteneció dos temporadas más al Granada y consiguió en 1955, con Candi en la portería, Millán en el centro de la zaga y Vicente en el lateral derecho, que nuestro equipo fuera el menos goleado de las dos primeras categorías del fútbol español y jugara liguilla de ascenso a Primera, aunque sin resultado. En 1956, a punto de cumplir los cuarenta recibió la baja, pero todavía jugó un año más en el Baza.

González por la izquierda, todo pundonor y furia, era el complemento perfecto del diestro Millán. El granadino rara vez salió expulsado de un terreno de juego y no se le recuerdan acciones violentas sobre los rivales. González era todo lo contrario. Pero tanto uno como el otro (sin olvidar a Floro, primero del recitado) empezaron a escribir la mejor historia del Granada CF.

MILLÁN, FUTBOLISTA GRANADINO

 

José Millán González (Granada 1919-Almuñécar 2008) puede ser considerado como el prototipo del canterano granadino. Nuestra cantera nunca fue muy prolífica y, de siempre, sus mejores productos fueron jugadores de cobertura. Y nadie como Millán para dar seguridad atrás a un Granada (todavía denominado por muchos con su antiguo nombre de Recreativo) que pronto iba a contarse entre los grandes en los años primeros de la larga posguerra.
 
Valorado en su época como uno de los mejores defensas de España, cada pretemporada se hablaba de que podía ficharlo el Madrid u otro grande, sin embargo no se movió de su tierra hasta que ya con treinta, después de once años consecutivos y de haber dado lo mejor por el club rojiblanco, obtuvo la libertad gratis, por aclamación de la asamblea de socios, para fichar por el Coruña. En tierras gallegas ganó en dos temporadas más que en las otras once, pero su queridísima tierra le tiraba bastante por lo que a Granada volvió para seguir todavía tres años más de rojiblanco. Hasta que en 1955 el fracaso en la liguilla de ascenso a Primera decide a la directiva a darle la baja, a pesar de que el Granada fue el equipo menos goleado de las dos primeras categorías. Pero a sus treinta y seis todavía le quedaba cuerda, y de la buena, de lo que se benefició el Jaén, que ascendió esa misma temporada a Primera con Millán como insustituible.
 
Floro, Millán, González es el eterno recitado que llena la práctica totalidad de los cuarenta granadinistas, recitado que tiene continuación en la primera mitad de los cincuenta con el de Candi, Vicente, Millán, González. Sus catorce temporadas en rojiblanco y sus 374 partidos le hacen ser el segundo futbolista que más se ha alineado en el Granada CF, sólo superado por Lina. Pero es que además es el único granadino que alcanzó la internacionalidad absoluta militando en el Granada. Fue el 11 de marzo de 1945, en Lisboa, en un partido amistoso que España empató a dos con Portugal. La mala suerte hizo que se lesionara de cierta importancia. Mala suerte para Millán y también para el Granada, que sin su importante presencia en la zaga no pudo evitar el primer descenso de la historia rojiblanca al finalizar la 44-45.
 
Millán es de ese tipo de futbolistas que conectan en seguida con la grada, que en muchas ocasiones lo reclamaba, al grito de ¡Pepe, Pepe!, para que subiera a rematar cuando las cosas no iban bien y faltaba poco para el final, porque otra de las facetas de este gran futbolista es que iba muy bien en el juego aéreo, hasta el punto de que el míster Valderrama y su sustituto, Cholín, en la 47-48 lo alinearon de delantero centro en numerosas ocasiones. Aquella temporada acabó cuarto máximo goleador, con siete tantos.
 
Pepe Millán (o Pepe, a secas) es el máximo exponente del futbolista granadino y el iniciador de una saga en la que podríamos inscribir algún que otro continuador (Méndez, Vicente, González (hijo), Barrachina, Aguilera, Lina, Lucena…), defensas sobre todo muy limpios, pundonorosos, sin poses y no exentos de clase futbolera.

FLORO, EL QUINTO DE LA QUINTA


«En el principio fue Floro». Es el título con el que el gran Ramón abre su serie de semblanzas de granadinistas que dejaron huella entre la hinchada. Floro encabeza el Devocionario Rojiblanco del mismo modo que encabezó las alineaciones granadinistas a lo largo de nueve temporadas y 120 partidos, y del mismo modo que encabeza para siempre ese verso heptasílabo en los oídos del forofo, aquel de Floro, Millán, González….
 
En la historia casi octogenaria del Granada CF ha habido varios lotes que muy poco han aportado. Por lo que siempre se llamó “lote” entendemos un grupo de futbolistas que llegaban de la mano, todos a la vez, normalmente procedentes de un mismo equipo. Así, a modo de ejemplo, recuerda uno el lote de cuatro seminulidades que nos colocó el Valencia en la 69-70, como parte del pago por el traspaso del canterano Fernando Barrachina. También hubo, pero en los cincuenta, otro lote de cuatro valencianistas desembarcados simultáneamente y de los que se puede decir otro tanto, o sea, que de poco sirvieron.

Pero no es ni mucho menos el caso de los cinco que de los madriles y de una tacada se trajeron en 1939 los “camaradas” Martín Campos y Cristiá, siguiendo las recomendaciones de Manolo Valderrama. Un lote de cinco que es sin duda el mejor y más rentable de toda la historia granadinista: Trompi, Santos, Maside, González… y Floro, la “quinta del Trompi”, según el término acuñado por el maestro Entrala.

Florentino Buey Portillo (Ablaño, Asturias, 1913-Madrid 1997), Floro para el fútbol, era el quinto componente de ese grupo de cinco y el llamado a evitar goles en contra en sustitución de los porteros (Martínez, Corona y Valencia) con los que contaba aquel Recreativo improvisado en el verano inmediato a la finalización de la guerra, y que en el campeonato andaluz habían demostrado que no ofrecían garantías para la liga de Segunda a punto de empezar.

Lo más curioso es que frente a los otros cuatro, que sí tenían experiencia en el fútbol profesional, Floro, a sus 26 años sólo había jugado por diversión y procedía de un equipo que se llamaba “Peña Paco”.

«Yo iba a jugar a un terreno que estaba al lado de la Basílica (de El Escorial). Un día llegó un señor y me dijo ¿Chaval y tú qué? Pues aquí jugando al fútbol y tal. ¿Oye, puedes venirte al Granada y tal? ¿A Granada? Pues sí, pero yo para ir necesito dinero y tal. Pues de acuerdo. ¡Y me dieron 2.000 pesetas, me pagaron el viaje en tren y la pensión en la plaza de los Lobos!». Es un fragmento de la entrevista que para Ideal realizara José Luis Entrala en 1987.
 
Floro, Florito para sus innumerables amigos, escaso de centímetros (apenas 170) y de carnes, pero fuerte y felino, fue pilar fundamental en el buen papel desarrollado por el todavía llamado Recreativo Granada de la temporada inmediata posterior a la Guerra Civil y para el histórico ascenso de la siguiente. Ya en máxima categoría no le fueron tan bien las cosas, de ahí la venida del húngaro Alberty y después del canario Pérez. Con todo, en el Granada permaneció hasta 1947, completando un total de 120 partidos bajo los palos granadinistas.
 
La merecida insignia de oro y brillantes del club le fue impuesta por Candi en septiembre de 1972, cuando visitó Granada e hizo el saque de honor en aquel partido Granada-Valencia de diplomático prólogo y de epílogo bélico, cuando Aguirre Suárez inutilizó para el fútbol a Forment. Floro lloró de emoción en aquella visita en la que pudo comprobar el gran cariño con que los granadinos lo recordaban. Lágrimas que volvieron a aflorar a raudales en la emotiva entrevista de 1987 en la que Entrala dice de Floro que fue un hombre sentimental y bueno. Lágrimas de añoranza por Granada y por su “morenita”, su mujer, que lo dejó viudo en 1941 y con la que, por expreso deseo de Florito, fue a reunirse en 1997 en el cementerio de San José.

JOSEÍTO, EL MÍSTER

 

José Iglesias Fernández (Zamora, 1927-Granada, 2007), Joseíto para el balompié, era un pequeño y gran extremo derecho del mejor R. Madrid de los cincuenta, el que ganaba copas de Europa como si nada. La última vez que se enfrentó al Granada fue en enero de 1958, en el Bernabéu, donde le marcó dos goles a Candi de los cuatro que se llevaron los rojiblancos. Cuando le quedaba poco para la retirada estuvo a punto de venir como fichaje para la 58-59, pero se subió a una parra monetaria demasiado alta para lo que Luis Rivas estaba dispuesto.
 
Cuando sí que vino fue nueve años después. No para vestir de rojiblanco sino para ocupar el banquillo de un Granada recién descendido de Primera pero de paso fugaz por el segundo nivel, porque con la escalera “joseitiana” en seguida se recuperó la máxima categoría para iniciar la época más gloriosa del Granada CF.
 
Joséito no era alto y apuesto y su cavidad craneal era notoria. No era dicharachero ni chistoso ni mínimamente amable con la prensa. No era lo que se dice un tío simpático, no. Pero sí que era un grandísimo entrenador. Un hombre con criterio propio que sabía imponer su personalidad en el vestuario e insuflarle su espíritu guerrero. Más de una y de dos veces tuvo que encajar los “piropos” que desde la grada le lanzaban los hinchas, alusivos al tamaño y dureza de su mollera. Pero, números cantan, es el mejor entrenador de cuantos ocuparon alguna vez el banquillo rojiblanco.
 
Candi lo tuvo claro y siempre supo que Joseíto era el técnico que necesitaba el mejor Granada, hasta el punto de ser capaz de pagar un traspaso para traerse al zamorano. Con Joseíto dirigiendo desde la banda y con una plantilla granadinista irrepetible pudimos los futboleros vivir los mejores momentos de la historia rojiblanca, viendo caer en Los Cármenes a todos los grandes sin excepción y rozando por dos veces la clasificación para Europa.
 
Cuando le llegó la jubilación decidió ser un granadino más porque, en palabras suyas, Granada le encantaba «a pesar de ser el sitio donde peor me han tratado». Atrás dejó una trayectoria al frente del Granada muy difícil de igualar: seis temporadas y 206 encuentros oficiales dirigidos (sirva el dato de que el siguiente en la lista de entrenadores que más veces han dirigido al Granada, Peiró, está a casi cien partidos menos), además de dos sextos puestos en Primera.

CANDI, EL PRESIDENTE


Cándido Gómez Álvarez (Porriño, Pontevedra, 1928) es la persona que más tiempo ha ocupado el sillón presidencial rojiblanco. Son quince los años que permaneció al frente del club, distribuidos en cuatro épocas distintas, que tienen su inicio en 1967 y llegan hasta 1996, es decir, casi tres décadas en las que con intervalos más o menos prolongados su figura llena la historia del Granada CF.
 
Tres décadas a las que habría que sumar una y pico más, que es el periodo comprendido entre 1948 y 1961, de cuando no era D. Cándido sino Candi a secas, de cuando era un ágil y buen portero que defendió el arco del Granada CF durante diez temporadas.
 
Como presidente puede presentar en su currículo un ascenso a Primera, ocho temporadas consecutivas en máxima categoría y otro ascenso a Segunda, además de las dos mejores clasificaciones históricas del Granada. Pero sin olvidar que esa notable hoja de servicios también presenta el chafarrinón de un descenso a Segunda y otro a 2ª B.
 
Como máximo dirigente rojiblanco, Candi simboliza los años dorados del Granada CF, pues es el que supo darle su época más prolongada entre los grandes y es el responsable de que el Granada fuera un club con el que había que contar, en los terrenos de juego, pero también en los despachos. Con sus métodos personalistas y su carácter dictatorial convirtió al Granada en casi un clásico de Primera.
 
Eran los tiempos en que se hizo familiar en los mejores hoteles de la geografía nacional el grupo de jóvenes melenudos y patilludos de chaqueta blazier, corbata rojiblanca y pantalón pata de elefante. También eran tiempos en que prácticamente cada día nos desayunábamos con la noticia de un nuevo fichaje proveniente de las Indias. Pero sobre todo eran tiempos en que en las mejores plantillas de primera tenían motivo de preocupación cuando se avecinaba un partido contra el equipo rojiblanco que él convirtió en horizontal.
 
Quiso D. Cándido que por fin esos símbolos y esos colores fueran también conocidos fuera de nuestras fronteras, pero la jugada le salió mal y el sueño europeo devino en el amargo despertar del descenso. Desde entonces ya nada fue lo que había sido.
 
Su último -por ahora- capítulo en rojiblanco fue demasiado breve. Sin embargo la cola que trajo fue demasiado larga, una cola de catorce años, lo que tardó la Justicia en decidir que en la venta del viejo Los Cármenes no hubo nada antijurídico. La retirada (o más bien “espantá”) de Candi en cuanto la operación de venta estuvo finiquitada no quiere uno calificarla de salida por la puerta falsa. Sea como fuere, casi medio siglo de historia granadinista se personifican en la figura de este gallego que en Granada echó raíces.



CARRANZA, EL ARIETE



Su hija Marcela es granadina. Nació casi a la vez que un buen puñado de hinchas granadinistas pedían a voz en grito en plena calle Reyes Católicos su no traspaso al Barcelona. Jiménez Blanco desplegó en el balcón una pancarta en la que comunicaba su decisión de no traspasarlo y aquella misma tarde gracias a él pudo el Granada estrenarse en la 59-60 con un triunfo ante el Español. El partido, según las crónicas, fue malo y aparte de que los catalanes tiraron fuera un penalti, lo mejor fue el único gol, obra de Carranza, a su estilo, sacándole el balón al defensa contrario y abriéndose paso para lanzar un cañonazo que doblaba las manos del portero. Gol puro Carranza que valió los dos puntos.
 
Andaba desde tres meses atrás el granadinismo en el nirvana de la final de Copa, y la noticia de que HH estaba a punto de llevarse al Barça a su ídolo, Ramón Sergio Carranza Semprini (Los Surgentes, Rosario, Argentina, 1931), congregó ante la sede del club a varios cientos de aficionados empeñados en impedirlo. Cuatro millones y medio y dos jugadores (o seis kilos, según otras fuentes) era poco para un jugador que, según Hoja del Lunes, «hace jugadas de diez millones». Carranza era entonces venerado como pocos futbolistas lo han sido en toda la historia granadinista.

Ariete rompedor, impetuoso, era el complemento perfecto para el juego de ataque con el que el Granada de Kalmar supo plantarse en toda una final de Copa, aprovechando como nadie los medidos pases de gol de su compadre, el «gallego» Benavídez, y los precisos centros desde las bandas de Vázquez y Arsenio.

Carranza se quedó todavía dos años más, hasta que acabó la segunda aventura primerdivisionista rojiblanca, en 1961. Y aunque su juego y sus goles fueron disminuyendo, como el tono general del equipo y la ilusión de la parroquia, todavía pudo el club sacarle al Español unas pesetillas por él.

Tres años en el Español, donde volvió a vivir un descenso a Segunda, y un año incompleto en el Europa lo devolvieron a Argentina para dedicarse a su negocio de coches.

Cuando en los vestuarios, recién acabado el primer partido de la 59-60, no quiso hacer declaraciones a la prensa, que lo asediaba a preguntas ya que fue el mejor de la tarde, quedó claro que la decisión de no traspasarlo al Barcelona no le había gustado. Es fácil comprenderlo. Pero para siempre quedó en el recuerdo y en el corazón del granadinismo este pundonoroso “centrofoguar” que abría defensas como nadie y marcaba goles de dos en dos.

KALMAR, EL PRESTIGIO HÚNGARO



El fútbol húngaro fue buena parte del siglo XX uno de los mejores de todo el mundo. Especialmente en la década de los cincuenta, con aquel Honved de Budapest y con aquellos “mágicos magiares” de la selección húngara que perdieron de forma inexplicable el título mundial en Suiza 1954. Posteriormente el fútbol magiar cayó en la mediocridad y en ella continúa inmerso, hasta el punto de que desde Méjico 86 no ha estado en una fase final de un campeonato mundial.
 
Hasta los sesenta son numerosos los nombres de jugadores y entrenadores magiares que se vinieron a España y nos aportaron muchas cosas positivas y mucho buen fútbol. Casi todos ellos conquistaron un sitio de honor en las páginas de historia de este deporte en España.
 
En el Granada también tuvimos nuestros húngaros. Empezando por Lipo Hertza, míster que dio al Madrid su primera liga. Le sigue Bukzzasy. Continuamos con todo un mito, Alberty. Al poco vino Esteban Platko para dirigir al equipo, consiguiendo la que por muchos años fue la mejor clasificación histórica. También vinieron otros bastante menos conocidos pues no destacaron mucho: a principios de los años cincuenta vino una pareja de húngaros, Licker y Otto, de los que sólo el primero valía, pero se fue muy pronto. También de los cincuenta, pero de finales es Szabo, que jugó muy poco en la 59 60, temporada en la que el banquillo lo ocupaba el ilustre entre los ilustres Jeno Kalmar, de quien Kubala dijo que fue el mejor técnico de Europa.
 
Eugenio (españolizado) o Jeno (bien dicho) o Janos (mal dicho) Kalmar (Hungría 1908-Málaga 1990) es el entrenador de más prestigio que ha ocupado el banquillo granadino en sus casi ochenta años.
 
La revolución húngara anti estalinista le hizo dejar su empleo de coronel del ejército que ostentaba a la par que el de trainer del famosísimo Honved. Después de dos años en Austria aterrizó en Sevilla y meses después, un día que hacía turismo en Granada, le ofrecieron sustituir al argentino Scopelli y aceptó. Sus sabios retoques y su gran profesionalidad hicieron posible que el modesto Granada CF casi inscribiera para siempre su nombre entre los grandes. Jeno Kalmar no sabía ni dos palabras en español, pero el lenguaje del balompié es universal y en sólo dos meses convirtió al Granada de equipo llamado a perder la máxima categoría en todo un subcampeón de Copa.
 
Nacionalizado español, en Málaga pasó sus últimos años de gatos y estrecheces y en Málaga están las cenizas del famoso Kalmar. En esta serie de granadinistas insignes no podía faltar el que condujo al Granada a lo más alto y también a un ascenso a Primera.



AGUIRRE SUÁREZ, EL CIRUJANO



En el fútbol argentino, de siempre han abundado los defensas duros o leñeros. En un portal de Internet recientemente han elaborado un ranking de futbolistas argentinos que contiene veinticinco nombres de todas las épocas, con fama de “raspadores”. Pues bien, el “ganador” destacado no es otro que el que fuera defensa del Estudiantes de La Plata, Ramón Alberto Aguirre Suárez (Tucumán, Argentina, 1944), del que dice: «Es el prototipo del jugador violento…» …«Tenía dos apellidos y pegaba en proporción por cada uno».
 
Independientemente de que ese dudoso honor le corresponda plenamente o de que la cuestión pueda admitir muchos “segúnes” y muchos “cómos” y “cuándos”, lo cierto es que su fama de killer se la ganó a pulso. El delantero franco-argentino Combin, del Milán, tras el partido de vuelta de la final de la Copa Intercontinental 1969, en Buenos Aires, podría aclarar algo al respecto. Consecuencia directa de la actuación de Aguirre Suárez en esa final es su estancia por un mes en Devoto.

En septiembre de 1971, como falso oriundo paraguayo y quitándose algunos años, se incorporó al Granada, convocando a varios miles de hinchas en su primer entrenamiento. Desde ese momento fue fijo en su puesto de defensa libre. Muy poco tiempo después nacía la leyenda negra rojiblanca que iba a acompañar a los nuestros durante tres temporadas. Ya saben, la de un equipo violento que basaba sus éxitos en todo tipo de marrullerías y acciones antideportivas.

No negaremos ni intentaremos justificar la malhadada leyenda. Sólo diremos que convendría matizar y huir de exageraciones. Porque, de acuerdo, sí, Aguirre y su compadre Fernández se extralimitaron en más de una y de dos ocasiones, y eran una “pareja quirúrgica”. Pero no eran ni mucho menos los únicos que hacían lo que hacían en un fútbol como el de la época, de defensivas a ultranza (y sin cámaras de televisión por doquier), sino que también había otros -en los modestos y en los grandes- que no alcanzaron tanta fama pero que muy bien podrían disputarles el título de “cirujanos”.

Tres temporadas perteneció al Granada, las que transcurren entre 1971 y 1974. La de en medio fue mediocre pero las otras dos son precisamente las mejores de la historia del Granada CF. En esas tres temporadas pudimos ver a un defensa que tenía sus cosillas y de vez en cuando sacaba el hacha. Pero, sobre todo, pudimos ver a un gran futbolista con mucha clase que jugando en su puesto –ya en desuso- de libero por detrás de la línea de zagueros, sabía sacar el balón jugado (aseado, se dice) y no con despejes a la buena de Dios. La gran seguridad que daba en la parte de atrás fue básica para que el Granada se convirtiera en un equipo puntero.

VICENTE, LA CLASE



En la antología de grandes partidos en Los Cármenes siempre merecerá un sitio de honor el que se disputó el 25 de octubre de 1970. Era la jornada siete y el visitante, R. Sociedad, comparecía imbatido; su guardameta, Esnaola, no había encajado en los seis encuentros anteriores ni un solo gol. Pero en una sensacional tarde del Granada se rompió la doble racha de los donostiarras, que cayeron derrotados 2-0.
 
Esa tarde alguien sobresalió sobre el resto, y fue el 11 del Granada, Vicente González Sosa (Agate, Las Palmas, 1941), que, prototipo como era del pasador de clase, sin embargo marcó los dos goles, dos inmensos golazos, al más puro estilo de gran rematador, tras sendas buenas jugadas de Juárez y Lasa.

Era el germen del sensacional Granada de la temporada siguiente. Con Lasa y De la Cruz, recién fichados del Valladolid, y con Joseíto iniciando su segunda etapa en el banquillo granadinista, ya empezaba a ofrecer magníficas tardes de fútbol.

En aquel buenísimo Granada la clave del éxito era sin duda el haber sabido conjuntar una muy equilibrada mezcla de juventud y veteranía. Estaban los dos grandes fichajes ya citados más Barrios y Jaén (aunque, lesionado, casi no jugó), todos por debajo de los veintitrés, pero también Fernández, Ñito, Barrenechea, Santos y Fontenla. Y, sobre todo, el gran Vicente. El magnífico jugador con un guante en su pie izquierdo para servir balones de oro. Para los que saben de la historia del casi octogenario Granada CF, Vicente sigue siendo uno de los mejores futbolistas que pasó por aquí.

Su gran calidad le había llevado al Barcelona siendo muy joven, equipo desde el que lo fichó el Granada cuando rondaba los veinticinco. Pero sólo unos meses después de su llegada se marchó nada menos que al Peñarol. Por suerte para nosotros volvió al poco y aquí se quedó seis años más. Yo, que tuve la suerte de verlo en acción durante las siete temporadas que fue rojiblanco, me acostumbré a saber ya a los diez minutos de cada partido si éste iba a ser bueno o no tanto. Si en esos minutos habíamos podido ver sólo un par de detalles de la inmensa clase que atesoraba Vicente, no había duda, veríamos seguro un buen partido y una victoria del Granada. Porque si Vicente estaba inspirado y con ganas, el resultado inmediato es que todo el equipo funcionaba.

Siempre jugaba de once, pero no se pegaba a la cal, y sus arrancadas, aunque partían de la izquierda, tendían a irse en vertical a la portería contraria y no a la línea de fondo. También, como sucede a menudo con los futbolistas de excepcional calidad, de vez en cuando no andaba fino o no parecía estar para muchos trotes. Seguramente fue este defecto el que le impidió haber llegado a cotas más altas en su palmarés personal. Pero mientras estuvo en Granada, al menos en los partidos de casa, esas tardes de apatía fueron las menos.

En sus siete temporadas de rojiblanco nos ofreció jugadas y goles de antología, con su gran clase para conducir el balón y servirlo medido al mejor situado. Sus compañeros a lo largo de sus siete temporadas: Miguel, Ureña, Barrios y, sobre todo, Porta, supieron sacar partido de las tardes inspiradas de este canario genial, que vive en Méjico pero siempre recuerda Granada y a los granadinos.

VALDERRAMA Y LA QUINTA DEL TROMPI

 

Casa Valderrama, en la madrileña calle de Alcalá, era taberna castiza y lugar de reunión de taurinos e intelectuales de la primera mitad del siglo pasado. Allí podía agasajarse, por diez céntimos, con un chato acompañado de una torrija. Y al frente del establecimiento figuraba Manuel Fernández Valderrama, conocido para el deporte por su segundo apellido.

Era éste uno de los varios negocios que –decía- tenía abandonados en los madriles y que le impedían quedarse en Granada a pesar de la magnífica temporada 39-40 recién terminada en la que muy poco faltó para que el todavía Recreativo, con Valderrama de míster, se hubiese proclamado campeón del grupo V de Segunda división.

Valderrama había sido un cotizado medio de técnica notable antes de sentarse en un banquillo. Sus equipos fueron siempre madrileños: Rácing, Real, Atlético y Ferroviaria, todos de antes de la guerra, y sus buenos años son los veinte, concretamente 1927, en que conoce la internacionalidad absoluta, aunque en un único encuentro. También fue futbolista por el breve periodo de un mes del Recreativo de la 32-33 y con sus únicos cuatro partidos y un gol colaboró al ascenso a Tercera de los nuestros, a pesar de que cuando vino sus facultades estaban muy mermadas por sucesivas lesiones.

Su principal vinculación con el Granada es como entrenador. Los camaradas Ricardo Martín Campos y Paco Cristiá viajaron a Madrid en noviembre de 1939 y como no encontraban nada en azul y blanco se trajeron otras equipaciones y al mismo tiempo convencieron al amigo y ex recreativista Valderrama para que dejara sus negocios madrileños y cambiara el banquillo del Ferroviaria por el del Recreativo, y de camino se trajera el repóquer de ases al que Entrala llama “la Quinta del Trompi” (Trompi, Maside, Santos, González y Floro). Con Valderrama y sus recomendados más los que se incorporaron después, como el mago Gaspar Rubio, el equipo ya rojiblanco pero todavía Recreativo de la 39-40 ofreció a una afición sedienta de fútbol una temporada memorable y muy emocionante por la estrecha lucha que se vivió con el Cádiz. Sólo una derrota en las catorce jornadas, en el campo del Malacitano, acabó apartando a los nuestros del título de campeón y de la lucha en liguilla por el ascenso a Primera. De todas formas había quedado sembrada la semilla que un año después fructificaría, esta vez sí, en el salto a máxima categoría.

Valderrama nada más terminar la liga se fue pitando a Madrid, reclamado por sus negocios, pero dejó de su puño y letra una despedida a la afición: «Por mediación del diario Patria, envío mis saludos de despedida y cariñosos recuerdos a la noble afición de esta sin par Granada, que todo se lo merece. ¡¡Viva el Recreativo!! Manolo Valderrama. 9-3-40».

Después fue entrenador de cierto caché de distintos equipos españoles e hispanoamericanos. Y en 1947 hay un segundo (tercero) capítulo granadinista de Valderrama, en la tercera temporada después del descenso, la 47-48. Pero esta nueva aventura granadina resultó todo lo contrario que las anteriores y tuvo que ser despedido cuando faltaban diez jornadas y el Granada era farolillo rojo del grupo único de Segunda. Cholín acabó la temporada dejando al equipo octavo de catorce.



ÁLVAREZ, EL CABALLERO

 

Al Granada llegó con una edad a la que muchos futbolistas profesionales llevan varias temporadas retirados. Los treinta y seis cumplidos no son la mejor edad para un fichaje. Pero esos son los que tenía Antonio Álvarez Giráldez (Marchena, Sevilla, 1955) cuando en 1991 se enroló en el Granada. Venía de jugar catorce temporadas en Primera (doce en su club de siempre, el Sevilla, y dos en el Málaga) y de haber estado a punto de ser internacional absoluto. Su currículo, como se ve, era inmejorable, pero su excesiva veteranía hacía dudar mucho de que su rendimiento fuera el adecuado para un Granada de 2ª B en el que, tras la desbandada de Murado y el solar que dejó en herencia, la directiva de Aragón trabajaba contra reloj para confeccionar una plantilla que fuera mínimamente competitiva.
 
Pero cualquier duda que pudieran tener los reticentes quedó muy pronto despejada y los escépticos se convirtieron rápidamente en fans de este gran futbolista de 1,86, prototipo del defensa elegante y noble y de rendimiento más que notable. Álvarez fue sin duda alguna la mejor incorporación que tuvo la plantilla en la 91-92, aunque esa temporada no la llegó a terminar de rojiblanco ya que en la recta final jugó cedido en el CD Málaga los últimos partidos de la existencia del histórico vecino, que luchaba por huir del descenso a 2ª B, cosa que no pudo evitar y que supuso su defunción.

Al Granada volvió para quedarse tres temporadas más y ser siempre insustituible. Especial mención merece su papel en el buen Granada de Yosu de la 92-93, que con su gran remontada volvió a llenar Los Cármenes como en los ya lejanos tiempos de Primera. En esa temporada el Granada batió el récord de partidos disputados en un solo ejercicio: cincuenta (38 de liga, 6 de copa y 6 de liguilla de ascenso), lo que ocurre es que se quedaron en 48 porque se anularon los dos disputados al Portuense, que se retiró. Pues bien, Álvarez sólo se perdió un encuentro y fue por cumplir el ciclo de cinco tarjetas y entrar limpio en liguilla de ascenso, de modo que Antonio Álvarez es poseedor (en unión de Queco, esa misma temporada) de un record en la historia del Granada, el de ser, con 47 (en realidad 49), el jugador que más partidos de rojiblanco ha jugado en una sola temporada, y eso lo hizo ya con los treinta y ocho cumplidos.

Después de la 94-95, a los cuarenta, se despidió de Granada este futbolista ejemplar, dejando un gratísimo recuerdo y un gran número de amigos, pues tan caballero era dentro como fuera de los terrenos de juego.