Ipiña y González, como capitanes de R. Madrid y Granada, se saludan en los prolegómenos del partido que el 28 de marzo de 1943, jornada veinticinco y penúltima del calendario de la temporada 42-43, los enfrentará en tan sólo unos minutos.
Un Real Madrid de posguerra, todavía lejos de el de las cinco copas de Europa, sólo consiguió eludir la promoción muy al final esta temporada, y no sin sufrimiento. El que no consiguió eludirla es el club de nuestros amores que, pese a traerse de la capital un empate a dos, a la jornada siguiente, última de la liga, y tras perder en Los Cármenes 2-3 con el Barcelona, se vio condenado a jugarse la división de honor a una carta frente al aspirante al ascenso, el Valladolid.
«El domingo en Chamartín.2-2 El Madrid y el Granada empataron, y sigue para los dos el peligro de un puesto en la promoción». Es el titular de la portada del suplemento gráfico de los martes de Marca de 30 de marzo de 1943.
La promoción era el resultado, temido pero barruntado casi todo el año, de una temporada que comenzaba mal, sobre todo por la ausencia en el recitado de una alineación (y, lo que es peor, en la alineación misma), que es casi himno para todo buen hincha granadinista que se precie, de sus tres últimas palabras mágicas: César, Bachiller y Liz, las cuales constituyen un colofón que puede sonar por lo menos tan poético como el inicio de la misma alineación, la que empieza con Floro, Millán, González; recitado que los aficionados granadinistas de entonces se sabían de carrerilla y que contiene los nombres de los héroes de una formación granadina que dos años antes había llevado al club por primera vez a Primera División y que en su debut primerdivisionista, la temporada anterior, había logrado la permanencia de forma brillante. Esas tres bajas en la plantilla más la retirada de Cholín hicieron que se resintiera bastante el equipo, especialmente en vanguardia. Con el que había sido seleccionador español, Paco Bru, en el banquillo toda la campaña a pesar de los malos resultados, en la primera jornada perdíamos en Granada ante el Coruña, con el show de Uría, “el olvidadizo”, y ya toda la temporada se andaba rondando los puestos bajos para culminar, con cuatro negativos, en el puesto doce, de catorce clubes, el cual se ocupó ininterrumpidamente desde la jornada nueve.
Afortunadamente los dos goles del ariete Nicola por ninguno en contra, en partido único de promoción disputado en Barcelona, según unos en Montjuic y según otros en Les Corts, salvaron la categoría y aseguraron un ejercicio más entre los grandes, magnífico bálsamo con el que los granadinos podían olvidarse, aunque fuera sólo por dos horas cada catorce días, de la realidad gris que era el paisaje y la cotidianeidad de un «tiempo de silencio», de nacional-catolicismo –prietaslasfilasporelimperiohaciadios-, de piojo verde y de hambres.
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