EL ONCE FANTASMA

Pedro Escartín bautizó al Granada CF (el Recreativo Granada) con el apodo de "Once Fantasma" cuando este club era un recién llegado a la competición pero ya andaba codeándose con equipos de solera y aspiraba a lo máximo.
En este libro se narran las vicisitudes por las que atravesó el Recreativo en sus cinco primeros años de existencia y también se recogen los sucedidos ciudadanos más impactantes de aquella época revuelta que fue la de la II República.
En la foto de cabecera se ve al Recreativo que se enfrentó al Gimnástico de Valencia en el campo madrileño de El Parral, 21 de febrero de 1934. De pie: Sosa, Tomé, Calderón, Luque, Itarte, Carrera, Victorio y Tabales; agachados: Gomar, Morales y Herranz.
Para adquirir un ejemplar firmado y dedicado por el autor (20 €), dirigirse a
jlramostorres@gmail.com


Historia del Granada CF



martes, 10 de junio de 2008

¡QUÉ TARDE LA DE AQUEL DÍA!


Qué tarde granadina aquella del día 26 de marzo de 1972. De esos marzos, no demasiado abundantes en nuestro sufrido clima iliberritano en que la primavera resplandece, templa el ambiente y le da a las cosas unos tonos luminosos como sólo pueden darse a los pies del Veleta. Y si brillante fue la tarde en lo meteorológico no lo fue menos en lo balompédico, que ofreció una jornada de gloria rojiblanca digna de ser evocada por los cinco balones que aquellos tipos de largas patillas, vestidos a rayas coloradas y blancas verticales hicieron entrar en la portería del cancerbero titular de la selección española casi a la vez que empezaban a salir los primeros tronos y pasos que la Semana Santa ponía en la calle.

Tarde de diversión y mucho colorido en aquellas gradas abarrotadas con las más de veinte mil almas que se dieron cita en el viejo Los Cármenes, donde era posible ver a bastantes personas venidas de provincias cercanas para animar a los leones (“vascos de Torreblascopedro”, como se refería a ellos un vecino de localidad). Ya en los prolegómenos empezó la fiesta rojiblanca, cuando los nombres de los protagonistas enumerados por megafonía eran contestados por la parroquia, «¡oha!», para los contrarios, y «¡bien!» para los nuestros. En cuestiones musicales siempre fue el viejo Los Cármenes bastante cantarín. Y eran cánticos de aquella época, hoy pasados de moda y caídos en desuso, aquel tan popular de «alabín alabán, Granada, Granada y nadie más»; o el «míralo, míralo, ya sa’ mosqueao», cuando el contrario iba perdiendo y mostraba mal talante por la derrota; y, cómo no, aquel «¡Poooortaaaa!» para saludar los goles del único Pichichi granadino de su historia (con la misma entonación y alargamiento de las vocales se usaba también el «¡ooooohaaaaa!», cuando el resultado favorable estaba ya asegurado y como modo de manifestar la grada su alegría). Mi preferido era aquel otro bastante menos habitual de: «todos queremos maaaás, todos queremos maaaás, todos queremos más y más y más y muchos más...» para las escasas ocasiones en que el equipo local goleaba a su oponente. Todos los coros reservados para los momentos en que la hinchada se sentía más identificada con sus colores tuvieron ocasión de oírse en la mágica tarde. Otros corillos había además en aquellos tiempos en el arsenal forofístico de la hinchada granadina, hoy también olvidados, pero eran de los que se usaban para acordarse de la progenie del de negro, y en esta ocasión no hubo lugar a nada que aguara una fiesta que fue plena desde cualquier punto de vista.

No jugaba el once más clásico de aquella gran temporada, faltaban Aguirre Suárez y Lasa, pero sus sustitutos, Barrenechea y Chirri, estuvieron también a buena altura, incluso el segundo fue el que abrió el camino del triunfo a poco de pasada la media hora de juego, al cazar un balón suelto en el área tras saque de un libre indirecto, único gol que ofrecieron los primeros cuarenta y cinco minutos. Nada más empezar la segunda parte llegó el 2-0, convertido de penalti por Vicente, jugador que -tras acortar distancias los vascos por medio del delantero centro internacional, Arieta- anotó el segundo de su cuenta con uno de esos goles para la antología del fútbol espectáculo que aquel portento de clase futbolera que fue Vicente González Sosa nos dejó, con un remate de bolea a dejada de Barrios que Iríbar seguramente está todavía buscando.

En aquel derroche de color que propició la tarde hubo incluso algo que sí que es poco habitual en un campo de fútbol, y es que con cada gol se podía ver en los primeros escalones de la preferencia de la Cárcel un alegre revoloteo de hábitos de penitente color azul -lo forofo no quita lo cofrade- que correspondían a los saltos eufóricos de dos aficionados, vestidura talar con fajín blanco y capirote al hombro, que tras cumplir con su devoción futbolera tenían una cita en la cercana iglesia de San Andrés para cumplir con otra devoción, la semanosantera, y acompañar a La Borriquilla en su paseo por Granada.

Con el tres a uno nos dábamos los granadinistas por más que satisfechos. Pero quedaba la apoteosis de aquella inolvidable función, y ésta vino en los últimos cinco minutos con dos goles más casi calcados, los dos con la firma del goleador granadino por excelencia, Porta, lanzado ya a por el Pichichi, rematando casi a placer desde muy cerca; ambos nacieron por la banda derecha tras sendos balones en profundidad, pero en el primero quien sirvió fue De la Cruz (que ya había fichado por el Barcelona) y la galopada y el servicio del segundo fueron de Garre. Total, “escardón”, 5-1.

En cuestiones futboleras granadinas, obvio es decirlo, cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero el tiempo a que nos referimos, la 71-72, es precisamente la efeméride dorada del modesto palmarés del club cuyas bodas de platino conmemoramos. A uno le gustaría saber comunicar lo que supuso para un forofo adolescente de por entonces, de flequillo y pantalón de pata de elefante (y en el calcetín un paquete de Winston, resto de un reciente santo), asistir a uno de esos momentos que quedan para la historia de su equipo más merecedora de recordar. Ver a sus ídolos golear a todo un Atlético de Bilbao, con “el Chopo” al frente, es una de esas pocas satisfacciones con las que el hincha de un pequeño puede solazarse. ¡Qué tarde la de aquel día!

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