04/01/08
Cómo es el fútbol. Cuántas cosas dependen en él de la suerte loca. La dichosa bola va y viene a su capricho y, redonda como es, unas veces rueda a favor (dicen) y otras en contra. Sus caprichos hacen que lo que parecía sólido y bien estructurado, y además había costado sus no pocos sudores y capitales y meses de trabajo, se esfume en un santiamén. Y capricho por capricho, démosle la vuelta y preguntémonos ¿qué hubiera pasado si Jubera, que no era ningún tuercebotas, hubiera colocado su empeine derecho sólo una diezmilésima de grado menos de lo que lo hizo y, en consecuencia, aquel balón hubiera salido sólo un par de milímetros menos alto de lo que resultó? Con esa única e ínfima variante de los acontecimientos de aquella tórrida tarde para olvidar, lo más probable es que todo el panorama futbolero actual tuviera un colorido completamente distinto.
Nunca se sabe pero no hay que echar demasiado a volar la imaginación para suponer que sin el polvo que levantó del larguero el balonazo de Jubera nos hubiéramos ahorrado los espesos lodos que produjo y las angustias de ver al Granada a punto de ser engullido. Si la dichosa bola hubiera acabado en la red, de entrada, la huída hacia delante que hubiera supuesto el ascenso hubiera hecho que la figura del presidente Jimena, en lugar de ir asociada a un mal recuerdo (en algunos ámbitos futboleros su nombre está proscrito), habría pasado a la historia del club como el que consiguió devolver al equipo a la categoría de plata después de doce años de abstinencia, y merecería un lugar destacado en los anales rojiblancos. Si hubiera ido dentro seguramente no habríamos tenido que vivir la época más negra del club que son los cuatro años de Tercera ni habríamos conocido a determinados personajes. Si no se hubiera interpuesto el palo seguramente a nadie se le habría ocurrido que en Granada hacía falta crear otro club de fútbol. Incluso, ya rizando el rizo, seguramente tampoco se le habría ocurrido a Marsá comprar un club de otra provincia y trasladarlo a Granada, aunque esto último quizás sea demasiado aventurado suponerlo porque para ello antes habría sido necesaria la consolidación del club rojiblanco en categoría profesional, y que Marsá no fuera Marsá.
Los insondables designios del azar han venido hoy a configurar un triángulo de clubs pugnando en discordia por hacerse con la primacía del balompié local. Ante esto, lo deseable sería que en vez de que cada uno haga la guerra por su cuenta -que esto no es Madrid, ni si quiera Sevilla- que hubiera cordura y se guardaran las peleas para con los de fuera, salvo que lo que se propongan es que esto se parezca cada vez más a la olvidada aldea en que determinadas políticas acabarán convirtiendo a una ciudad que conoció tiempos de más prosapia. Que se buscara la unión en un proyecto único en el que tuvieran todos cabida, o, alternativamente, un matrimonio –aun de conveniencia- entre catetos (sin ánimo de ofender), y si no, del “castroha” mayor con la hipotenusa, que es moza de muy buen ver. ¿Qué impide el casorio? No lo sé ni en realidad me importa; algo intuyo, pero no creo que sea tan gordo que resulte imposible de solucionar. El Granada cuenta con el mayoritario apoyo social, pero nadie piense que éste va a ser eterno, todo dependerá de la buena o mala salud deportiva, de la propia y de la ajena, que es lo mismo que decir que dependerá del azar. El Granada Atlético se ha dotado de una buena estructura de club, solvente y saneada, y por ahora no ha renunciado a nada a pesar de sus dos fracasos. Y el Granada 74, hoy por hoy, es el único representante granadino en el fútbol que cuenta algo. No parecen malos ingredientes para que de su ayuntamiento pueda salir algo sabroso que podría por fin hacer que Granada vuelva a figurar al menos en el mapa balompédico, que en los otros mapas cada vez es más difícil encontrar su nombre. Nunca se pueden amarrar en el fútbol, como juego que es, todos los factores que pueden desestabilizar, pero con una base consistente siempre se podrá procurar que los imprevisibles azares puedan afectar de manera menos determinante de cara al futuro.
Ya estoy oyendo unas voces llamándome de todo por decir lo que va delante. Por favor, no se me enfaden los que, en aras de preservar unas muy subjetivas “esencias” rojiblancas, no pasan ni media: aquí un servidor no es periodista (¡vade retro!), ni mandatario, ni potentado, ni fuerza viva, ni cofrade ni aspirante a ninguna de esas cosas, ni tiene perrito que le ladre. Un gato sí, pero sólo araña. Y puestos a ser algo, ser, lo que se dice ser, no creo que uno pase de la condición de iluso, por lo que lo dicho no debería importar, me parece a mí. Sólo obedece un servidor a su propio forofismo y no recibe más gratificación que un sueldecillo con el que hacer virguerías para llegar a fin de mes, y quien me lo paga no es ninguna de las cosas anteriores, por tanto, tampoco participa uno ni ha participado en ninguno de los mil y un complotes (¿se dice así?) antirrojiblancos que se empeñan en ver hasta debajo de las piedras. Por otra parte, ya estaba uno de antes apuntado en alguna o en varias de las larguísimas listas negras (o carpetas azules) que unos ajustadores de cuentas vocacionales guardan para cuando llegue el momento de su vendetta poder darnos en las narices (hombre, siempre que sea en las narices...) a los díscolos, así que tampoco les tengo que dar ese trabajo ni ese gasto de tinta.
Ni me siento excomulgado sólo porque lo digan unos pocos, ni me parece que lo aquí expuesto sea una herejía. Me consta que en la fe granadinista los “muysulmanes” son minoría, que la mayoría somos “mahomenos”, y que en Granada hay miles de futboleros que no tendrían ni el menor problema de conciencia por ser hinchas de un hipotético Granada CF-At-74 UD SAD en categoría profesional, o lo que saliera de un no menos hipotético proceso de unión-refundación-asimilación-absorción-fusión o cuantas más “ones” se puedan elucubrar y vengan a cuento, a dos o a tres bandas. Ahora, eso sí, por la nunca despreciable carga sentimental que la operación supondría, lo suyo es que en lo resultante predominaran
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