EL ONCE FANTASMA

Pedro Escartín bautizó al Granada CF (el Recreativo Granada) con el apodo de "Once Fantasma" cuando este club era un recién llegado a la competición pero ya andaba codeándose con equipos de solera y aspiraba a lo máximo.
En este libro se narran las vicisitudes por las que atravesó el Recreativo en sus cinco primeros años de existencia y también se recogen los sucedidos ciudadanos más impactantes de aquella época revuelta que fue la de la II República.
En la foto de cabecera se ve al Recreativo que se enfrentó al Gimnástico de Valencia en el campo madrileño de El Parral, 21 de febrero de 1934. De pie: Sosa, Tomé, Calderón, Luque, Itarte, Carrera, Victorio y Tabales; agachados: Gomar, Morales y Herranz.
Para adquirir un ejemplar firmado y dedicado por el autor (20 €), dirigirse a
jlramostorres@gmail.com


Historia del Granada CF



domingo, 8 de junio de 2008

UN TEMPLO



Esto es un templo. Y en el momento de la foto está en el meollo de sus ritos. El Real Madrid ha congregado al culto a todos los futboleros locales y a bastantes foráneos. No cabe literalmente un alfiler. No ha faltado ni el Diamante Rubio en la primaveral tarde de marzo de 1969, cuando este santuario había ya alcanzado el que fue su aspecto definitivo.

No era la misma su cara cuando treinta y cinco años antes fue el estreno de Los Cármenes (que todavía no era conocido por ese bonito nombre): el 23 de diciembre de 1934, cuarta jornada del calendario de la 34-35. Ese estreno casi coincidió con otro, el de la categoría de plata del por entonces club blanquiazul. Un Recreativo Granada presidido por Matías Fernández-Fígares y dirigido desde el banquillo por Antonio Rey, vestido de blanco entero compareció sobre el nuevo y flamante césped de una instalación que, según Ideal, era de las mejores de Andalucía. Formaron aquel día en el “equipo fantasma”: Tabales; Carreras, Luisón; Torquemada, Itarte, Basterrechea; Victorio, Gomar, Calderón, Mitge y Luque; el único granadino que fue titular en la temporada, Bombillar, estaba lesionado y por eso no jugó. El estadio estaba todavía a medio terminar. Sólo había cemento en los escalones de tribuna mientras que las preferencias y la general eran terraplenes, pero el campo se llenó (ocho mil aficionados aproximadamente). Calderón, con su pañuelo anudado a la cabeza, quedó para la historia como el que inauguró las redes con el primer gol que a los veinte minutos abría el camino del triunfo final (2-1) sobre el ya por entonces eterno rival, el Malacitano (después CD Málaga), también debutante en Segunda División. Ambos equipos habían accedido a la categoría apenas un mes antes y se les encuadró en el grupo quinto, formado por ocho equipos de los que los dos rivales aquella tarde eran los únicos andaluces, siendo los otros valencianos y murcianos. Con esa victoria inauguraba el Recreativo su cuenta de puntos en el campeonato pues los tres partidos anteriores fueron derrotas.

Como sabemos, no es Los Cármenes el primer terreno de juego con el que contó el Granada. Casi tres años justos antes de la fecha más arriba señalada, el 20 de diciembre de 1931, el club, con apenas ocho meses de existencia, ya había estrenado un campo de fútbol en su debut ante su hinchada en el deporte de competición, en categoría tercera regional (el quinto nivel del fútbol español). El primer presidente de la historia del Granada, Julio López, que entendía de la cosa por ser carpintero de profesión, costeó parte de la compra de una chopera de la que salieron los tablones que sirvieron para hacer la cerca que obligara al que quisiera ver fútbol a pasar por taquilla. De tablones fue la valla y de tablones los precarios asientos de las no menos precarias gradas en las que se acomodaron los cuatro mil espectadores que abarrotaron el nuevo recinto y asistieron a la victoria del Recreativo sobre el Andujar por 1-0, con gol de Juanele. El nombre del campo no hubo que pensarlo mucho: «de las tablas» (o “cajilla de pasas”, para los guasones), si bien no está muy claro si llegó a ser ésa su denominación oficial.

Aquello tenía poco de estadio y mucho de haza vallada. En las escasas fotos del evento podemos intuir su poco ideal aspecto, con su apenas llano terreno de juego en el que el único verde lo pondrían los rastros de no demasiado lejanas faenas agrícolas y con sus zigzagueantes líneas de cal. Para un equipo que jugaba en categoría regional bien podía valer, pero como afortunadamente muy pronto llegaron los triunfos y los ascensos, se vio la necesidad de contar con unas instalaciones propias, modernas y adecuadas para un club disparado hacia lo más alto. Y es que el Recreativo nació con buena estrella y en un tiempo récord –en tres años, a ascenso por temporada- vino a colocarse en la categoría de plata y ganarse el apelativo de “equipo fantasma” que por simpatía hacia los nuestros y su meteórica carrera le dedicó el maestro de árbitros, periodistas y futboleros en general que fue Pedro Escartín. Y esa fortuna le siguió acompañando porque en sólo diez años –siete en realidad- ya sabía lo que era contarse entre los grandes. ¡Si hasta eran capaces por entonces los nuestros de ganar liguillas de ascenso!

Matías Fernández-Fígares, a la sazón presidente, fue el hombre providencial para que el club rojiblanco se hiciera con un auténtico salvavidas que tanto aliento dio al club y aún hoy -y eso que ya no existe- sigue aportando oxígeno. La deuda por los buenos dineros que salidos del bolsillo de D. Matías hicieron posible el templo del granadinismo, que nunca se le llegó a liquidar por completo, hay que entenderla ya prescrita después de tantos años transcurridos. La que nunca podrá prescribir es la de gratitud que todo granadinista debe guardar a la memoria del arquitecto (a propósito, ¿qué fue de aquel foro que con el nombre del prócer organizaba charlas y otros interesantes actos?).


En el fútbol la mala salud deportiva trae enseguida la mala salud económica. Por eso mismo fue a perder el club su patrimonio a mediados de los noventa. La foto no es de esa época ni es de un partido de fútbol, a la vista está, es de muchos años antes, pero poco difiere del aspecto real de Los Cármenes pocos minutos antes del inicio de alguno de los partidos que allí se disputaron en su último año de existencia como templo futbolero, justo antes de quedar desamortizado y convertido en garaje. Los partidos contra Manchego, San Roque, Macael, Cacereño u otras “perlas” que completaban el menú por entonces, la verdad, apenas congregaban a un puñado de almas en aquella gris temporada. Porque, claro, no se puede esperar que el fervor hacia unos colores siga contándose en miles cuando el alimento es tan insípido. El campo completamente vacío puede servir para ilustrar las horas bajas del propietario de este templo mientras todavía lo era.

Si para hablar de los primeros años del Granada CF me es preciso acudir a los excelentes trabajos de José Luis Entrala y otros historiadores, para referirme al último suspiro del santuario rojiblanco puedo echar mano de mi memoria pues yo era uno de los menos de mil hinchas que nos dimos cita aquel 21 de mayo de 1995 en el que: Carlos Gomes (evidentemente, hijo); Santi, Paquito, Almeida, Guti, Víctor Platero, Rai (Ángel), Molina, Nando (Mel), Ricardo y Roberto Valverde, empataron a uno con el Sevilla B y echaron el cierre al viejo estadio. Roberto Valverde hizo el último gol granadinista, siendo el sevillista Cobos el que empató de penalti a poco del final, última vez que un balón perforaba una portería en aquel coliseo, razón última -el gol- del culto que se profesa en cualquier templo balompédico.

Con ese partido se cerraba una temporada mala en la que alguna vez rondó el fantasma del descenso y caracterizada porque hubo bastantes idas y venidas de personal en el club, empezando por el presidente, José Aragón, que dimitió y fue sustituido por Jaime Marti. Siguiendo por el entrenador, José Antonio Barrios, que duró hasta que en la jornada dieciséis el Córdoba se llevó los dos positivos que tenía el equipo, lo que le costó el cargo y su sustitución por José Víctor Rodríguez, que finalizó la temporada clasificando al equipo en la decimotercera posición del grupo IV de 2ª B, con tres negativos, sistema de puntuación que fue a morir al mismo tiempo que el viejo estadio pues a partir de la temporada siguiente empezaron a valer las victorias tres puntos en lugar de dos. Y también hubo cambios de futbolistas, ya que de la plantilla huyeron los pocos con que se contaba y que tenían algo más de calidad, y la causa fue que no veían claro que se fuera a cumplir con ellos en lo económico. Primero se fueron Luis Delgado y Orejuela, hombres ya veteranos pero que habían jugado bastante en primera; después siguió sus pasos uno de los mejores peones con que se contaba, como era el canario Armando; y a mediados de temporada se fue el mejor fichaje de aquel año, el también canario Oti. A cambio vinieron Rai y Ricardo Sanz, que pasaron con más pena que gloria.

Menos de una semana antes R. Madrid y Bayern Leverkusen habían inaugurado oficialmente el estadio que tomaría el relevo y el bonito nombre del que a partir de las veinte horas de aquel 21 de mayo pasó de templo a la mucho más prosaica condición de solar, aunque todavía duró ocho años como cochera. Un servidor tiene de esa época muy vivo el recuerdo de la rara y perpleja sensación, como de sacrilegio, que experimentaba cada vez que dejaba su vehículo en el polvazal en que se convirtió lo que fue un sagrado tabernáculo por el que pasaron los mejores futbolistas, y la nostalgia de ver las gradas invadidas de jaramagos y en el marcador Aspes resultados imposibles de Granada C.F. 9 Visitante 8 u otros por el estilo.

El moderno campo que vino a sustituirlo, ya con trece años de vida y su techo en 2ª B, todavía tiene mucho que “espabilar” ya que su antecesor le dejó el listón bien alto: sesenta y un años de vida y cincuenta y ocho temporadas (porque hay que descontar las tres que no se jugaron por la Guerra Civil), a razón de diecisiete en Primera, treinta en Segunda y once en Segunda B, más cuatro partidos internacionales (sólo uno oficial).

Y hablando de inauguraciones, es el caso que el viejo estadio nunca tuvo un acto que así lo declarara, ya saben, ese tipo de actos con banda de música, discursos y demás. Es una curiosidad, como lo es también el hecho de que nunca llegó a pagarse por completo (ni los terrenos ni la obra nueva). Y para qué hablar de que su mismo nombre aún a día de hoy se siga sin saber quién se lo puso, cuándo y por qué; es fácil deducir que la intención era identificar el nombre del estadio con el de Granada, la universal ciudad de los cármenes, pero sigue siendo una suposición. Y lo más curioso es el hecho de que sobre su césped nunca se pudo celebrar siquiera un ascenso de los seis (cuatro a primera y dos a segunda) que se vivieron, porque en las seis ocasiones el partido decisivo que los produjo fue en campo forastero. En cambio sí que tuvimos ocasión de pasar desde sus escalones el mal trago de algunos descensos (60-61, 66-67, 84-85 y 87-88). Quizás fuera cosa de meigas ya que el viejo campo siempre estuvo presidido por la cercanía en altura del misterioso Panderete de las Brujas, también llamado Golilla de Cartuja y mucho más popularmente conocido como Monte del Sombrero.

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