06/02/06
Peleíllas infantiles, cosas de críos. Pero algo parecido, aunque ya con un balón por en medio, debían ser los enfrentamientos aquellos de la prehistoria del fútbol granadino entre el Real España y el Español de Granada de los años veinte del siglo pasado. Heroicos tiempos de derbis en algún descampado de las afueras de la ciudad en los que parece ser que a su término solían dispensarse grandes dosis de árnica en las boticas. Precisamente la encarnizada enemistad entre aquellos prehistóricos cuadros granadinos se señala como causa principal de que ambos desaparecieran en 1926.
El tocar fondo, el misérrimo lugar en el panorama futbolístico español de ahora mismo, ha venido a resucitar algo de aquello que se podía vivir hace tantos años. La pena es que la rivalidad entre granadinos vuelva por la caída del histórico y no por el ascenso de otros. En cualquier caso, es buena la rivalidad. Así ninguno de los antagonistas se puede dormir y al final saldremos beneficiados los aficionados a esto del “funbo”. Además, así hay mucho más de qué hablar. Tanto que si no existieran dos rivales tan directos no sabe uno con qué tema de conversación iban a rellenar la mayor parte de su contenido ciertas personas en ciertas tertulias y en ciertos foros, en donde es muy frecuente oír y leer más mensajes acerca de si el contrario es esto o lo otro, si hace aquello o lo de más allá, que glosas al propio bando o comentarios sobre fútbol propiamente dicho .
En cualquier caso, esto da color y sabor a la cosa y, ya que no podemos ver por estas tierras a lo mejor del fútbol nacional (ni a lo mediano), asistimos a por lo menos dos partidos con algo más del pobre colorido habitual en los últimos años. La rivalidad que colorea el gris cotarro balompédico local bienvenida sea. Siempre será preferible esa mini bulla a la desolación que produce asistir a un vacío estadio para echarse entre pecho y espalda un ¿partido de fútbol? contra el Pedrusco o el Menisco F.C., u otro de similar pelaje. ¡Esas tardes-noches de pleno invierno granadino en unas gradas desiertas con sus “chiscates” por los cuatro puntos cardinales! ¡Esas insufribles pachangas contra un equipo de algún sitio que ni viene en el mapa y que encima va y nos gana! Hay que tener más fe que dos batallones alcoyanos para no desertar.
Claro que, como contrapartida al ambientillo, se dan también situaciones que no son muy edificantes que digamos: las que derivan del encastillamiento de algunos en posiciones ultra hostiles frente al otro y su sombra, hasta el punto de que sólo les falta afirmar que el gol del Murcia no lo marcó Aguilar, sino quien todos sabemos. Un servidor siempre ha sido granadinista. Pero granadinista en todo. También en la petanca y en el monopoly, en los índices sociológicos y en los del producto interior, bruto o finolis. El histórico ha sido siempre mi equipo y ojalá lo veamos pronto en categorías superiores. Pero, por más que algunos digan que sólo se puede ser de un equipo, que sólo se puede admitir en estas cuestiones el matrimonio monógamo, y que, además, hay que odiar a muerte al competidor, el cual no tiene más razón de existir que la de acabar con el objeto de nuestra idolatría; a mí me van a perdonar ser un libertino y no estar de acuerdo con esos planteamientos tan radicales y tan castos. Yo insisto en que el amor a unos colores no implica que a otros haya que negarles el pan, la sal y hasta el tenedor, y menos cuando esos otros son también de por aquí. Servidor suspira por que nuestra tierra despegue de la inopia en algo, aunque sea en una cosa tan, en el fondo, intrascendente, tan banal, como el deporte. Si algún granadino consigue salir de alguno de los muchos pozos que decoran nuestro paisaje, por mi parte sólo puede merecer aplausos, y nunca la enemiga.
Y es que la rivalidad que anima el cotarro tiene también su parte negativa, su cruz, en forma de guerra entre granadinos que, por ahora, no pasa de ser verbal y esperemos que sea siempre así, aunque, según qué templos mediáticos futboleros visite uno, no se puede descartar totalmente que no vayamos a tener oportunidad de presenciar cualquier día alguna especie de penibético rosario de la aurora balompédico.
En realidad esos odios caninos al rival –se dice uno para sí- no son otra cosa que miedo a que algún día éste nos supere, nos relegue a un segundo plano. No son otra cosa –sigue uno monologando- que celos. Los mismos dicterios que se oyen y leen contra el nuevo club en según qué sitios son los que se oían y leían contra otro club granadino que se atrevió también a hablar de tú al histórico y hoy parece no contar porque su mala suerte lo llevó a una categoría inferior (por el bien del fútbol granadino, esperemos que retorne pronto por donde solía); y eso que contra este admirable club GRANADINO, modelo en tantas cosas, no cabía la fácil excusa, para justificar tal animadversión, de acusarlo de haberse “colado” en la categoría o de traidoramente haber sido fundado con el único objetivo de finiquitar al setentón.
Quédense las peleíllas para otros con menos años y más energías. Ahora, peinando ya canas (sólo en las sienes y el cogote, eso sí), no estoy para trotar por esas trochas de Dios y sólo deseo ver a mi equipo en algún escalón en el que se le pueda reconocer. Además, los comercios que me abastecían de bastidores de telas con que fabricar las espadas de madera hace ya muchos años que cerraron. Modestamente opino que tanto odio no puede ser bueno para la salud y, por eso, no quiero ninguna guerra contra un vecino que a mí no me ha hecho nada.
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