16/02/06
En Sevilla, según una de las imágenes más tópicas que desde allí nos puede llegar, son muy dados a las dualidades irreconciliables. Allí todo quisque es de esto o de lo otro: de tal torero o de tal otro; de esta virgen o de la de más allá; y, por supuesto, del Betis o del Sevilla. Y el cliché popular dice que no es concebible que alguien se muestre tibio en estos aspectos. O se es de uno y contra el otro, o se es del otro y contra el uno hasta la muerte. Al parecer, las dicotomías “filo-fóbicas” también forman parte de su rico folklore local.
En Granada, más provinciana, más aislada del mundo, de una forma bastante cateta no se ha tenido nunca ni el menor reparo en tomar prestadas (vamos, en copiar directamente, para que nos entendamos) tradiciones que han nacido a la vera del Guadalquivir, incluso aunque no viniera a cuento porque ya teníamos las nuestras propias: es lo que ha sucedido con nuestra semana santa y nuestra feria mayor. Así que, ya puestos, algunos no lo han dudado y se han dicho: por qué no copiar también las poses, la parafernalia, el ambiente de enemistad guasona y zumbona, todo lo que conlleva allí la rivalidad extrema entre equipos de fútbol, ahora que, por sus grandes pecados, al equipo de toda la vida le han salido competidores directos. Hombre, puestos a fusilar costumbres festivas ajenas, siempre será mejor reproducir esas peleíllas con las que tan bien se lo pasan los sevillanos, a fin de cuentas primos hermanos nuestros, que importar a estos pagos lo de lanzar una cabra desde un campanario o aquella otra “diversión” por la que un ejército de vociferantes zanguangos (es una mina esto de los sinónimos de Word) trotan delante o detrás de un cuadrúpedo por todo un término municipal.
Así que, por mimetismo, ya tenemos a la escasa parroquia balompédica local dividida en dos bandos. No podríamos decir que esos dos bandos son irreconciliables, por lo menos todavía no se puede decir. Quizás con el paso del tiempo, cuando ya hayan pasado unos cuantos derbis y se hayan despejado algunas de las muchas dudas que todavía le quedan a uno sobre el futuro (incluso el más inmediato) de los dos proyectos de los que nace la dicotomía, podamos hablar de cordiales enemigos para referirnos a dos clubes granadinos. Quizás cuando pasen sólo algunos meses y (ojalá) veamos a alguno o, mejor, a los dos, en otra categoría más mollar, y ya se haya clarificado algo de la situación actual de unos y otros, entonces se pueda hablar, ya sí, de feroces desencuentros entre abencerrajes y zegríes.
Por ahora uno lo único que percibe es una gran fobia hacia el nuevo club, pero proviene de sólo una parte mínima de la afición granadina. Y esa fobia, ese no querer al otro, y que me perdonen los que no coincidan con esta apreciación, nace más de la “pelusa” ante el que, subjetivamente, nos puede privar del afecto materno que de un análisis serio acerca de las “maldades” intrínsecas del neonato. Y proviene, sobre todo (que me perdonen nuevamente esta personal apreciación), de un afán que tiene mucho que ver con una personalidad acomplejada, como es el de imitar gregariamente lo que viene de algún sitio al que se le suponen virtudes que uno reconoce no se dan en nuestros lares.
Por ahora (siempre por ahora) a lo más que llegamos es a mini derbis, que son bonitos y animan mucho, sobre todo en comparación con los demás platos futboleros con que tenemos que contentarnos. Pero claro, en esto como en otras muchas cuestiones, para poder hablar de algo equiparable siquiera de lejos a lo que es normal a la sombra de
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