Forman en la foto, de pie: Puente, Belda, Aguado, Dumont, Godoy, Chispa, y dos jugadores más cuyos nombres ignoramos. Y agachados: Miguel, Navarrete, Titos, Guevara, Aguilera y Guerrero. Componen el equipo juvenil del Granada CF en septiembre de 1973 en que comparecen en el antiguo campo del Baza como parte del cartel de un trofeo veraniego a celebrar en la población del norte de la provincia, dentro de los espectáculos programados para sus fiestas patronales. Un servidor no se encuentra entre ellos -qué más quisiera- cosa que equivaldría a haber satisfecho el sueño dorado de lucir la elástica rojiblanca, y es que mis dotes futboleras nunca dieron más que para practicar un fino fútbol placetero.
Pero, con el permiso de ustedes, me voy a incluir imaginariamente y me voy a situar a continuación de mi amigo Juan Guerrero, que es quien me ha proporcionado la foto y todos los datos necesarios para confeccionar este escrito. Y así, acuclillado y casi sin sitio en la instantánea, brazo por detrás del cogote, al mezclarme con ellos me van a dejar ver de cerca las interioridades del grupo humano cuando los diecitantos de cada uno de los que aquí aparecen sólo puede significar que el porvenir futbolero es todavía eso, algo que no ha llegado y al que cabe imaginárselo lleno de sueños. Aquí el que se imagina bien pronto corriendo por el Bernabéu en rojiblanco horizontal y asistiendo el gol de la victoria. Allá el que se ve formando al lado de Aguirre la pareja de centrales más contundente de la liga española. Acullá el que ya se intuye batiendo a los mejores porteros y hasta puede oír su nombre coreado por la afición.
Claro que la cruda realidad es que de todos los que posan sólo uno llegó a la elite del fútbol. Y lo hizo muy poco después del momento que aquí se recoge, estando todavía en edad juvenil. Es el guardameta Puente, que muy pronto va a saber lo que es alinearse con la selección española juvenil, teniendo como suplente a un tal Arconada, y casi sin tiempo para reponerse va a convertirse en titular en primera división. De el resto, alguno conoció la tercera división y otros no pasaron de regional preferente (aunque en aquellos años era equiparable a la actual Tercera). Pero eso no quiere decir que entre ellos no hubiera grandes futbolistas. Yo les aseguro que en ésta como en otras muchas promociones de deportistas que empiezan había varios que muy bien podrían haber llegado a la elite. ¿Qué ocurrió para que se quedaran por el camino? Pues lo que ocurrió es algo muy común. A unos les faltó el espíritu de sacrificio y la constancia necesaria para que los siempre jorobantes entrenamientos a horas intempestivas y más propias de actividades de ocio no acabaran por desanimarlos. Algo parecido a lo de otros, que no pudieron sufrir el peregrinaje por esos “campos” de Dios en los que entonces mucho más que ahora había que malcomparecer y además vérselas con contrarios que no practicaban precisamente el trato exquisito del balón y de las tibias ajenas. Otros no tuvieron suerte y se encontraron a edades bien tempranas inutilizados para el fútbol de competición por las lesiones. Y otros a fin de cuentas descubrieron (o alguien se encargó de hacérselo saber) que lo suyo no era el balompié. En fin, más o menos lo mismo que ahora, sólo que entonces la precariedad de medios y de instalaciones a todos los niveles era mucho más acusada.
Ley de vida. Los sueños de gloria futbolera pasaron para la mayoría al mismo ritmo que se dejó atrás la juventud. Todos finalmente vinimos a lucir (me vuelvo a incluir sin ninguna modestia) nuestras mayores o menores habilidades balompédicas (a la vez que nuestras mayores o menores bartolas y alopecias) los sábados por la tarde o los domingos por la mañana en esos certámenes del fútbol pureta pero no exento de arte y primor que son los partidos de peñas, bien en rectángulos de cien por setenta o bien en otros de más reducidas dimensiones. Para muchos de ellos, ya en el medio siglo -o rondándolo- como nos encontramos, resulta que ahora saboreamos mucho más el fútbol que en nuestros años mozos e incluso podríamos decir que en la actualidad manejamos mucho mejor la bola que por entonces, que la experiencia efectivamente es un grado también en el deporte y lo que se pierde en fuelle se gana en sapiencia y colocación. Vaya desde aquí este humilde homenaje a los miles de desconocidos futbolistas que no llegaron ni llegarán a las portadas ni merecerán nunca unas líneas de alabanza. Que son tan necesarios como las superestrellas para que el mundillo del fútbol sea lo que es y siga levantando pasiones, que no todo va a ser galácticos y cosmomegaastros, que sin los modestos tampoco podrían existir los grandes, o al menos no lucirían tanto.
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