Transcurridos casi veinticuatro años desde la actuación estelar en Los Cármenes de Gojenuri, en aquel ya lejano septiembre de 1947, las nuevas generaciones de forofos habían olvidado su mal nombre y estaba vacante en la mente de la hinchada un apellido de árbitro para ser lanzado al aire como insulto cuando la actuación de un trencilla se juzgase como perjudicial para los intereses rojiblancos. Así hasta el partido que el 31 de enero de 1971 enfrentaba en casa al Granada C.F. con el Sevilla, para el que el árbitro designado fue el guipuzcoano José Emilio Guruceta Muro.
Ningún otro árbitro, ni hasta el momento que nos ocupa ni en los años que ya han pasado desde entonces, ha alcanzado las cotas de malditismo y polémica que este Guruceta de mal recuerdo, que en los últimos años del franquismo y primeros de la transición dejó su funesta huella en más de los que sería deseable campos del balompié patrio y europeo. Como un Gran Cabrito que congregara en torno suyo a todas las brujas y espíritus malignos, su especialidad era crispar los nervios de los forofos hasta la demonización y acabar saliendo de los terrenos de juego entre guardias de la porra. Sus recitales acabaron en altercados de orden público tantas veces que es difícil que su marca pueda ser superada por otro trencilla.
No son precisamente los atributos de lo que debe ser un buen árbitro, sin embargo aún a día de hoy el nombre de Guruceta sigue designando el trofeo al mejor juez futbolero que cada temporada otorga un popularísimo diario deportivo nacional. Y no deja de ser un despropósito equiparar el nombre de Guruceta a los muy ilustres de Pichichi y Zamora que el mismo diario concede, y además viene esto a darle argumentos a quienes opinan que el R. Madrid era beneficiado por las autoridades del Régimen más o menos encubiertamente, porque una de las principales acusaciones que contra este árbitro mantienen sus detractores es que favorecía a los merengues. Y añaden desde Barcelona que si actuaba así es porque obedecía consignas anticatalanistas dictadas desde el mismísimo Palacio del Pardo. Precisamente la fama del guipuzcoano empezó, justo después del sonadísimo escándalo que protagonizó en junio de 1970, en el Camp Nou, con el Barça como perjudicado y con el R. Madrid como beneficiado, todo un clásico futbolero nacional, repetido “ad nauseam”, dentro de otro clásico futbolero como es la rivalidad Madrid-Barcelona. Aquel partido supuso la eliminación del Barcelona en cuartos de Copa y concluyó en medio de un follón sin igual; más de treinta mil almohadillas volaron desde las gradas al terreno de juego, escribió en el acta el propio Guruceta. Tan grande fue el escándalo que, se dijo veladamente en la prensa, salpicó a las autoridades del Régimen y trajo como consecuencia el cese menos de un año después de Samaranch al frente de la falangista Delegación Nacional de Deportes y su sustitución por Joan Gich. Las presiones catalanas ante lo que se entendía como un ultraje a toda Cataluña propiciaron la muy ejemplar sanción de seis meses sin tocar el pito para Guruceta, el propio de su oficio y el de los que desde las gradas tenían que encajar impotentes las consecuencias de sus aquelarres.
El catálogo de sevicias cometidas por Guruceta por toda la geografía nacional es bastante amplio, recordemos: antes de lo de Barcelona, temporada 69-70, en Elche, en un partido contra el At. Bilbao, fue detenido al finalizar el encuentro por orden del alcalde ilicitano (los alcaldes franquistas mandaban mucho) por liar toda una asonada entre los que asistían al encuentro al señalar cuando éste finalizaba un más que dudoso penalti a favor de los visitantes que supuso el gol con el que los vascos se llevaron los dos puntos. Y éstas de cuando ya se había convertido en figura del espectáculo: la afición colchonera lo tiene entre sus bestias negras desde un partido de Copa ante el Español en el que (a juicio de los forofos atléticos) no dio una a derechas, nefasta actuación culminada con la roja directa a un jugador que ha pasado a la historia del fútbol nacional como paradigma del juego limpio y la caballerosidad en un terreno de juego, José Eulogio Gárate, por el sólo hecho de hacerle la observación «ha sido falta del 7», siendo la única vez en su carrera que este gran futbolista fue expulsado. En Valladolid también dejó impronta de su mal hacer en un partido frente al R. Madrid en el que no vio dos clarísimos penaltis en el área merengue. Igualmente, la afición che se la tiene jurada por una actuación suya en una final de Copa frente al R. Madrid.
Y como traca final y apoteosis en el abultado debe de este referí: en 1997, después de diez años de su desgraciada y prematura muerte en accidente de tráfico, cual un nada heroico Rodrigo Díaz de Vivar del pito que vuelve a cabalgar cuando ya no se cuenta entre los vivos, su fantasma vino a visitar al que en 1984 era presidente del club belga Anderlecht, Constant Van Den Stock, que se vio obligado a confesar que en el partido de vuelta de semifinales de Copa UEFA ante el club inglés Nottingham Forest (2-0 de la ida), celebrado el 25 de abril de 1984 ofreció un “préstamo” de cuatro kilos a Guruceta (que éste se apresuró a aceptar) a cambio de hacer un “arbitraje blando”. Aquel partido concluyó con tres a cero favorable a los belgas y el tercer gol llegó de un penal, de ésos que los mal pensados nos podemos imaginar. El Anderlechet fue sancionado por esta causa con un año sin disputar la primera competición internacional europea para la que se clasificase.
Como decíamos al principio, a Granada llegaba Guruceta en la jornada veinte de la temporada 70-71 para arbitrar el partido de los rojiblancos contra el Sevilla. Aquel Granada, dirigido desde el banquillo por Joseíto en su segunda etapa en nuestra ciudad, afrontaba su tercera temporada consecutiva (duodécima de su historia) en Primera y ya presagiaba las grandes tardes de fútbol que se avecinaban. El equipo se mantuvo toda la liga en los puestos de la mitad de la tabla y no pasó ningún apuro para conservar la máxima categoría, finalizando décimo de dieciséis. Ya despuntaban jugadores como De
Los pocos minutos que quedaban para el final (el resultado fue empate a cero, con lo que el Granada acumulaba tres negativos) se jugaron en medio de una bronca descomunal, especialidad de la marca Guruceta, con lanzamiento de almohadillas y otros objetos y con el incesante grito unánime del forofismo militante, alusivo a la dudosa honestidad de la señora progenitora del de negro. El improperio dicho en granaíno castizo tiene las mismas sílabas que el apellido del protagonista de nuestra historia, así que a partir de este día y durante varios años se usaron en Los Cármenes los dos alternativamente, pero con el mismo sentido escatológico, cuando el árbitro de turno se pasaba con nuestros colores, tomando así el relevo en la sinonimia del insulto del ya olvidado Gojenuri.
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