El denominador común de los escritos que van por delante en esta serie es que en todos ellos se refieren circunstancias y desenlaces en los que, para el hincha, no quedó muy claro si habían o no habían influido factores ajenos a la estricta deportividad que debe imperar en el mundo futbolero, por derivarse de ellas un resultado adverso para los nuestros. Hemos pasado por encima algún que otro caso en el que no hubo ningún tipo de ente maléfico conspirando contra los nuestros sino todo lo contrario, como en la temporada 56-57, mal llamada del ascenso de Puente-Genil (el ascenso se consiguió en Almendralejo), en la que mejor es no remover lo que pasó o dejó de pasar en el pueblo cordobés, porque nuestro amor a unos colores deportivos puede más que el constatar que repasando aquellos acontecimientos se nos suben al rostro otros colores, y no precisamente deportivos. De todas formas, para quien quiera conocer más de esta peliaguda cuestión, les remitimos al excelente trabajo de Ramón Ramos, «Los finalistas del 59», donde se narran los hechos.
Pero para ejemplo de mirar para otra parte y no querer ver las vergüenzas del club de nuestros amores, para ejemplo de disimulo colectivo, lo que ocurrió en Los Cármenes el día 9 de diciembre de 1973, jornada 13 de
Lo que ocurrió es que el tirazo de aquel excelente delantero canario, por suerte para los granadinistas, fue a atravesar un roto de la red o bien la rompió por la gran potencia que llevaba. El caso es que la red apenas se movió y el balón acabó en la grada, y gracias a la limpieza con la que el esférico atravesó las mallas muchos de los que asistían al partido ni se enteraron del gran gol, entre ellos el árbitro (un ángel de candor aquel Balsa) y el linier. Sin embargo, aquel bueno de Balsa Ron en primera instancia había señalado el centro del campo, pero se volvió atrás de su primera decisión -al ver que el juez de línea permanecía en su sitio- y ordenó saque de puerta entre las tímidas protestas de los amarillos (seguramente muchos de ellos tampoco se enteraron) y el suspiro de alivio de los granadinistas. Los que sí que nos enteramos perfectamente -y durante el momento de duda que siguió ya no sabíamos cómo ponernos para no despertar sospechas- fuimos los que seguíamos el partido desde la preferente sur o del marcador, que vimos con nitidez el balón golpeando la red y sorprendiendo a Izcoa. Si se hubiera podido sacar una instantánea de la grada en aquel momento sería curioso descubrir, por inusuales, las diferentes actitudes que cada uno de los forofos presentes adoptábamos: unos con los labios juntos silbando la melodía de moda, otros tanteándose el cuello de la camisa que no sentían, otros mirando para El Fargue o para las nubes, o mirando la hora en el reloj, hasta que nos volvió el pulso cuando vimos que se sacaba de portería.
En realidad por aquellos primeros años setenta los granadinistas estábamos muy bien entrenados en eso de mirar para otra parte y hacernos los suecos cuando veíamos determinadas cosas sobre el verde césped. Recuerden que en el eje de la defensa contábamos con el «cacique del área» Aguirre Suárez; así que, por ejemplo, si cuando iba a sacarse un córner en contra, de pronto un jugador contrario rodaba por el suelo, todos sabíamos que era porque había tropezado o porque algo que comió no le había sentado bien o le había dado un ataque de risa, seguramente porque el bueno de Aguirre le habría contado un “chiste” de los suyos.
En esta ocasión, mucho más que en ninguna otra, salió este forofo que suscribe con la sensación de haber sido de verdad el jugador número doce y haber contribuido de alguna forma al triunfo de mi equipo. ¿Que es una injusticia que un golazo como aquel, totalmente legal, no valiera? De acuerdo, pero no le hablen al hincha de justicia en el mundillo del fútbol, y menos a un hincha de un modesto. Vaya este gol fantasma por las muchas ocasiones en que ha habido que agachar la cabeza y aguantarse con la sinrazón infligida por el referí de turno. El corazón rojiblanco tiene razones que la razón no entiende, decía uno para sí.
Aquella tarde en Los Cármenes los mengues jugaron a favor de los nuestros pues, aparte de no subir al marcador ese magnífico gol en contra, unos veinte minutos después, el propio Germán se quedó completamente solo delante de Izcoa, pero, cosa rara en el canario, uno de los mejores delanteros de las islas de todas las épocas, falló estrepitosamente desperdiciando una gran ocasión de ponerse por delante. Pero todavía hay más ya que el primer gol granadino fue un churro porque el guardameta del Las Palmas, el gran Carnevalli, portero de la selección argentina mucho tiempo, hizo el Don Tancredo en un centro al área flojito a saque de falta de Jaén que acabó en la red sin que nadie lo tocara. Y el que suponía el 2-0 también llegó con la colaboración del cancerbero argentino (decididamente, no era su tarde), que no sujetó un disparo de Chirri dejándola muerta para que el vallisoletano Lorenzo, que debutaba aquella tarde, empujara a la red nada más empezar la segunda parte. Posteriormente llegaría el definitivo 2-1 al transformar Germán un penal con el que Balsa Ron castigó a los nuestros.
Los periodistas de la época tampoco vieron el gol fantasma. Tanto José De Vicente y José Luis Piñero, en Ideal, como José Luis Codina, en Patria, afirman que el balón golpeó en un lateral de
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