En esta galería de espíritus revoltosos, empeñados en aguar la fiesta al forofo y encuadrados en esa fantasmal “Liga Antipenibética” de oscuras maquinaciones -ayudar rastreramente a los grandes perjudicando a los humildes-, merecen especial mención unos seres de alma negra como negra es (más bien era) su indumentaria. Por los campos del balompié patrio han paseado sus aviesas intenciones maldisimulando sus pellejos escamosos, sus retorcidos colmillos y sus testuces coronadas. Son la personificación del mal sobre el verde de los terrenos («alcancías de improperios»; «facedores de entuertos»). Blanco de todas las iras, encarnan el papel del villano futbolero por excelencia y no hay una afición que no tenga en su memoria de personajes malditos un amplio ramillete de nombres propios que en todas las épocas se han usado como sinónimo de insulto: los árbitros; ¡vade retro!
Cronológicamente el primer tropiezo con un referí maldito para los rojiblancos data de cuando aún no lo eran, o sea, de cuando los colores del club todavía eran los blanquiazules. Nos referimos a aquel segundo partido de desempate en Madrid ante el Gimnástico de Valencia con
Pero el primero que alcanzó el dudoso honor de que su nombre fuera coreado por la afición granadina para insultar a un árbitro cuya actuación no era del agrado de la hinchada no es otro que Gojenuri, colegiado vasco que ya la había liado en otras plazas y ya “gozaba” en ellas de esta triste fama. «El Granada, gracias a Gojenuri, empata su partido con el Castellón». Éste era el titular con el que Ideal encabezaba la crónica del encuentro que abría la temporada 47-48, crónica en la que podía leerse: «El señor Gojenuri, que ya tiene numerosos antecedentes como promotor de desagradables espectáculos, el domingo entre el Granada y el Castellón dio una variadísima muestra de su ineptitud que culminó con la decisión errónea que había de modificar el resultado del partido...»; «...sería muy conveniente para el fútbol que el señor Gojenuri decidiese, por voluntad propia o decisión ajena, abandonar una profesión para la que no está capacitado».
Aquel 21 de septiembre de 1947, en Los Cármenes, tras irse los nuestros al descanso con un claro dos-cero a favor, en la segunda parte acortaban distancias los levantinos después de que Floro cantara por manos blandas que no sujetan un balón aparentemente fácil. Y cuando se acercaba el final el “malvado” Gojenuri señaló un penal en contra por una mano de González claramente fuera del área que hizo rugir de ira a la afición, ya bastante caliente porque unos minutos antes había dejado de pitar otro penalti en el área castellonense muy claro para los forofos locales. La transformación de la pena máxima supuso el empate a dos por el que voló un punto hacia Castellón aquella tarde. Resultado: un altercado de orden público y conclusión del partido en medio de una fenomenal bronca culminada con el apedreamiento del autobús de los valencianos. Además del negativo para los rojiblancos y de la consiguiente sanción económica al club, este partido trajo la secuela de no poder contar hasta prácticamente la segunda vuelta con un puntal defensivo de la talla de González, al cual le cayeron doce partidos por llamar borracho a Gojenuri y porque habiendo sido expulsado se negó a abandonar el terreno, todo agravado por el hecho de que se trataba del capitán del equipo. Así anduvieron los rojiblancos toda la primera vuelta en puestos de la cola de la tabla del único grupo de segunda, hasta que en la jornada quince el presidente Martín Campos destituyó al míster Valderrama haciéndose cargo del equipo Cholín que logró enderezar la nave y salvar una temporada más bien mala.
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