No sabéis amigos cómo lo celebro.
La cola del paro ya no la padezco.
Ya las hemorroides casi ni las siento.
Que esté mi cartilla pelada de euros;
que en esta despensa resida el desierto;
hoy nada me importa, hoy ya no me acuerdo.
¡Por fin un ascenso!
Que en mi hogar habite permanente el muermo;
que no tenga un pelo ese tío del espejo;
que sea mi mañana más bien algo negro;
que la ingrata Loli prefirió a ese memo
de bolsillo largo, de corto cerebro…
Hoy nada me importa, hoy ya no me acuerdo.
¡Por fin un ascenso!
Vítores, abrazos. ¡Ya viene el cortejo
de los paladines! ¡Adiós al infierno!
Sus claros clarines hendiendo los vientos.
Heroicos atletas -músculos de hierro-
sobre triunfal carro saludando al pueblo
que bucea en la fuente buscando un reflejo.
Los arcos de triunfo… La ilusión sin freno…
La emoción que embarga a jóvenes y viejos
aclamando al hijo de Sanz, don Lorenzo,
pidiendo le erijan presto un monumento,
mecenas grandioso, líder de talento,
redentor de lo que parecía eterno.
¡Por fin un ascenso!
Se acabó la murria. Se acabó el mal sueño.
¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Por fin un ascenso!
No sabéis hermanos lo que yo me alegro.
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