Cuando en Granada disfrutábamos de fútbol de primera sí que podía hablarse de eso que se llama «fiesta del fútbol», sobre todo cuando el equipo que nos visitaba era uno de los considerados como grandes (o cuando venía el Málaga u otro equipo andaluz), y si además el grande salía derrotado, doble fiesta. Si encima había goles en abundancia ya para qué quiero contarles.
El domingo 26 de marzo de 1972, domingo de Ramos de tiempo completamente primaveral, es un buen ejemplo. Por la mañana fiesta en las calles de
Un servidor gustaba por aquellos entonces de aprovechar las mañanas soleadas de domingo para ejercer el privilegio de vivir en una ciudad como Granada y subir a
Y después del almuerzo, al fútbol. Aquella tarde el equipo que nos visitaba era el Atlético de Bilbao que aunque ya no era el de unos años antes seguía arrastrando bastante afición y seguía contando en sus filas con numerosos internacionales, el más significado: «el Chopo» (por lo alto, fino y flexible que era), portero titular de los bilbaínos y de la Selección durante muchos años; Iríbar, nombre mítico en el fútbol nacional. También formaban en el club vizcaíno el actual seleccionador y el actual presidente de la RFEF.
El ambiente de fiesta se podía observar nada más llegar al estadio, abarrotado de público (más de veinte mil personas) que proporciona ese colorido especial de las buenas tardes de fútbol. Sobre la grada de General las banderas oficiales de cada uno de los dieciséis equipos que formaban
Salen los jugadores al terreno de juego y por megafonía se dicen las alineaciones; primero la del equipo visitante que hoy viste totalmente de azul: Iríbar (y contesta la grada: «¡oha!»), Sáez («¡oha!»), Astrain («¡oha!»)... -Aranguren («...»), Betzuén, Larrauri, Arieta, Villar, Carlos, Rojo II y Rojo I- y así hasta completar el once forastero. O sea, ¡hoja!, es decir, menos lobos: ya será menos; curiosa muletilla muy popular por aquellos años en Granada. Posiblemente el viejo Los Cármenes sea el único estadio de España donde se haya coreado por la afición local el nombre de los integrantes del equipo visitante, sólo que esto se hacía no para animar sino para reafirmarse en la fe rojiblanca restando méritos al contrario.
A continuación el once local: Izcoa (ahora el grito de la grada es: «¡bien!»), De la Cruz («¡bien!»), Barrenechea («¡bien!») -Falito («...»), Jaén, Fernández, Porta, Chirri, Barrios, Fontenla y Vicente- y al llegar al último arrecian los ¡bien! y los aplausos. El Granada presenta la ausencia de dos hombres básicos aquella temporada: el «cacique del área» Aguirre-Suárez, y el hombre más rápido arriba, Lasa, ambos lesionados.
En el 34 libre indirecto por juego peligroso en el área visitante; se saca y tras dos rechaces Chirri acierta con la portería de Iríbar, 1-0. Desde mi localidad en la preferencia de la que siempre fue considerada portería de los goles, la del fondo sur o del marcador, podía ver cómo en las primeras filas de la preferencia de enfrente cada gol local (y fueron cinco) era seguido por un revoloteo de hábitos de penitente color azul, revoloteo que obedecía a los saltos de alegría con que celebraban los tantos locales dos aficionados que habían tenido la ocurrencia de acudir a Los Cármenes ataviados con el traje de la cofradía de la Borriquilla a la que pensarían acudir nada más terminar el encuentro.
Con el 1-0 nos vamos al descanso sin tener muy claro que hoy se pueda vencer a un siempre peligroso At. Bilbao. Pero a poco de iniciarse la segunda parte, minuto 7, Aranguren derriba a Vicente dentro del área: penalti protestado por los bilbaínos. El propio Vicente transforma desde los once metros el 2-0. Los forasteros no están muy conformes y aparece el cántico muy usual por entonces con el que se zahería al contrario: «¡míralo, míralo, ya sa’mosqueao!...» (y se repite). Pero estos cánticos de euforia por el marcador claramente a favor pronto se acallan pues seis minutos después el At. Bilbao acorta distancias al cabecear Arieta a las mallas un centro a saque de falta de Chechu Rojo.
Comienza un periodo de incertidumbre por el marcador poco claro en el que los vascos ponen cerco a la portería de Izcoa y parece que puede llegar el empate. Así hasta llegar a poco más de la media hora de este segundo periodo, cuando el santafesino Manolín, sustituto unos minutos antes de Fontenla, se interna por la izquierda y su centro va al ariete Barrios que deja para Vicente el cual larga un duro remate cruzado que se cuela a la izquierda de «el Chopo» suponiendo el 3-1, un golazo. Ahora sí, ahora ya el público se divierte y se muestra confiado en que los puntos se quedarán en casa.
Pero el partido no ha terminado. En el 40 Jaén lanza por la derecha al lateral de esa banda, De la Cruz, que unas semanas antes ha sido traspasado al Barcelona al que se incorporará al finalizar esta temporada; De la Cruz, internacional quince días después, avanza con mucho campo por delante y sin nadie que le cierre el paso, y al llegar a las inmediaciones del área centra para un desmarcado Porta (al frente de la clasificación de máximos goleadores, conseguiría esa misma temporada el Pichichi) que bate nuevamente a Iríbar, 4-1. La alegría en la gradas ya es euforia. Ahora el grito de la grada es: ¡Pooortaaa!... ¡Pooortaaa!, grito con el que se saludaron a partir de esta temporada los goles del único Pichichi con que ha contado el Granada C.F.
Y si la alegría era poca todavía sube más de tono unos minutos después. Efectivamente, en el 44 jugada calcada a la del anterior gol pero ahora el que se interna por la banda derecha es otro canterano, José Luis Garre, que había sustituido a Barrios, y su centro es rematado nuevamente por Porta sin oposición: más gritos de Porta-Porta, 5-1, el delirio en los graderíos. Este gol es muy protestado por los bilbainos que alegan fuera de juego de Garre. Sus protestas sólo les valen para que el árbitro enseñe algunas tarjetas blancas de amonestación (por entonces las tarjetas eran blancas, todavía no se habían teñido de amarillo).
Aquella temporada todos los grandes se fueron de Granada de vacío. Sin ir más lejos dos semanas después caería el Barcelona (2-0) y una semana más tarde el R. Madrid (2-1). Pero aquella tarde tuvo todos los aditamentos para poder ser considerada tópicamente como de las que hacen afición: buen juego, emoción por lo incierto del marcador en algunas fases, victoria local por goleada a un grande, gran asistencia de público que da ambiente y colorido, buena temperatura y mucha diversión. Fiesta por todo lo alto por los cinco goles a «el Chopo» que no se ven a menudo. Gran alegría para la afición rojiblanca y una tarde resplandeciente de la primavera granadina guardada para siempre en la retina de un forofo adolescente que, después de más de treinta años, sigue soñando con tener motivos para volver a vibrar con su equipo.
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