26/07/05
¿Era necesario crear un nuevo equipo de fútbol en Granada si ya hay uno, cargado de historia y que cuenta con el apoyo mayoritario de la escasa, aunque viva, hinchada que todavía acude al estadio? ¿Los apoyos empresariales del nuevo club deberían haber ido al histórico Granada C.F. de nuestras entretelas? Hay algo que hace esto muy difícil. No hace falta decir lo que todos sabemos. La deuda es astronómica para un club de cuarta división y ya no queda nada más que vender, aparte de que no hay manera de saber a cuánto asciende exactamente esa deuda y lo más seguro es que si esto es así no se sea por accidente ni por imponderables; ¿tan difícil es saber cuánto debe un club?
Todos los granadinistas somos culpables de este desaguisado: los que hicieron la venta (y el gran negocio) del viejo estadio mediante una operación cuya legitimidad todavía se dirime en los tribunales; los que les sucedieron e incumplieron (¿de forma inocente?) la obligación a que se habían comprometido de convertir al club en SAD y dotarlo de unas instalaciones propias; los que vinieron después y desde la más absoluta opacidad nunca dejaron claro qué intereses les movían ni qué tejemanejes (en cajas de zapatos) se llevaban entre manos, terminando por salir de la institución de mala manera. La gestión de todos ellos tiene como denominador común el oscurantismo, lo arcano de qué hicieron con los dineros o qué decisiones tan desacertadas les llevaron a generar tamaña deuda en un brevísimo plazo, razón por la cual agotaron todo crédito y se cerraron puertas de las que podría haber salido alguna ayuda, oficial o no. Encima, todo agravado por un gafe en lo deportivo de dimensiones estratosféricas. Sólo se dieron maña en llevar el déficit del club hasta las mismas cotas en que se encontraba antes de la venta del único patrimonio, pero lo hicieron en un tiempo récord. Y, que cada palo aguante su vela, también los socios y aficionados somos culpables con nuestra pasividad, dando el visto bueno a cualquier engendro presentado en asambleas-ollas de grillos siempre que se ofertara que se iba a poder seguir viendo fútbol en Granada (o más bien un mal remedo).
Con ese negro panorama, cómo se convence a nadie (particular o institución pública) de que, en un acto de heroísmo rayano en la fe propia de los primeros cristianos, destine su peculio a un más que previsible saco sin fondo lastrado por una deuda que obliga de salida a una inversión fuera de toda lógica para un club de cuarta. Un grupo de empresarios ha preferido la tabla rasa de gastar su dinero en un proyecto propio con la sana intención de devolver a Granada al puesto que le corresponde en la cosa futbolera nacional. Están en su perfecto derecho y su propósito, además de ser muy loable, parece ofrecer de entrada lo que más ha faltado al otro lado de la calle: seriedad. Vaya desde aquí mi enhorabuena para los padres de la criatura neonata y mi más ferviente deseo, como granadinista (es decir, amante y seguidor de todo lo granadino), de triunfos que, si llegan, lo serán de toda la ciudad. Y no por desear el éxito para el nuevo club se siente uno menos rojiblanco aunque otros, también en su perfecto derecho, no opinen así.
No es unánime en la afición granadina la alegría por el nacimiento del nuevo club. Hay un sector, pequeño pero muy activo, de seguidores rojiblancos, muy jóvenes la mayoría, caracterizado por su forofismo montaraz, que tiene su santuario en cierto foro de la Red en el que abundan los anatemas contra todo político local que no actúe como sería el deseo de quienes en este foro pululan, así como las maldiciones y los insultos a cualquier plumilla o espíquer que no satisfaga su muy subjetivo hinchismo a ultranza con cualquier comentario que se le ocurra, por muy veraz, acertado y oportuno que éste sea. Es en este sector donde encuentra su mayor oposición el nuevo club. Y alegan los más destacados foristas que la decisión de la RFEF de dar luz verde a la compra de un equipo con traslado a otra localidad supone, además de un acto ilícito, abrir la caja de Pandora y dar paso a que cualquier poderoso pueda hacer lo propio en el futuro con el club que se le antoje; vienen a decir esas voces que de esta forma se mancilla la honra de un deporte incontaminado como es el balompié.
Un servidor, y que no se me ofendan quienes así se expresan, ve en estas opiniones, por lo menos, una gran ingenuidad. Opino que no es que la decisión federativa vaya a suponer la prostitución del deporte y que de esta forma se dé inicio a una nueva era en el fútbol patrio en la que ya, con dinero, se pueda conseguir lo que sea esté o no dentro de los cauces de la deportividad; sino que, como mucho, significará un capítulo más en una larga cadena de «fornicios» tan antigua casi como el mismo fútbol, comenzada allá por los años veinte del siglo pasado que es cuando aparecen los primeros profesionales del balompié en España, antes que la propia liga. Desde entonces hasta la fecha el fútbol ha sido cada vez menos un deporte, o sea, un juego donde lo que prima es la limpia pelea deportiva, para pasar a ser cada vez más un negocio súper profesionalizado cuyo único dios es el poderoso caballero. Y si no ¿por qué está el Granada C.F. donde está?, precisamente por la falta de monetario; ¿por qué ganan ligas el Barcelona y el R. Madrid?, justamente por lo contrario, porque les sobra la pasta gansa para comprar zidanes y ronaldinhos. Lo que ya es normal en otros deportes también muy profesionalizados, la compra de clubes inviables, lo será en breve en el deporte rey, y más cuando, como ocurre ahora mismo, hasta para echar a andar un club de categoría regional hace falta una cantidad de parné que asombraría a cualquiera. Esa decisión ni le va a restar al fútbol un ápice de su poder de apasionamiento para las masas ni significa prostituir el deporte del balompié, no por lo menos más de lo que ya viene estándolo desde hace mucho tiempo.
A quienes de forma tan radical se muestran contrarios a la existencia de un nuevo club granadino yo les diría que se pongan la mano en el corazón y declaren si, en realidad, lo que les molesta del neófito es su presunta ilegalidad o es más bien el barrunto de que en un futuro no demasiado lejano pueda ocupar en el mundillo del fútbol español un lugar por delante del equipo de sus amores. Algo de esto ya lo experimentó en propias carnes el Granada 74 (¡ojo! no el Santander ni el Badajoz, ni siquiera el Mollerusa) en sus dos años de predominio en el fútbol local, cuando en el mismo foro citado se podían leer todo tipo de lindezas dirigidas al club, sus seguidores, sus dirigentes y hasta el barrio en que se enclava, para pasar a ser olvidado y dejado en paz cuando llegaron las vacas flacas.
La afición rojiblanca, la sana afición granadinista, siempre fue otra cosa. Siempre fue un público señor al que no le dolían prendas por aplaudir al rival que nos superara en el terreno de juego. Sin duda el grueso de la afición futbolera granadina se alegra del nacimiento de una nueva oferta que, lo mismo que la llegada de los Sanz, ilusiona a una parte de Granada. Una vez más, felicidades a los esperanzados padres de la criatura y a todo granadino amante del monarca de los deportes.
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