13/09/05 Optimista empieza este año la cosa futbolera en esta Graná de nuestros pecados. Y eso está muy bien. Por un lado el histórico tiene entre manos un proyecto que, por el momento, parece sólido y parece que, esta vez sí, acabará de una vez con todos los desaguisados –deportivos y de los otros- que lo han caracterizado, sobre todo desde que malbarató la finquilla y los cubiertos de plata que legó la abuelita. Por otro, nuevo en esta plaza, un segundo proyecto no menos “enganchante” (también por el momento) que promete no tardar demasiado en volver a conseguir que de Granada, nuestra tierra, se hable no sólo para decir que hemos tenido la máxima y la mínima de España en el mismo día (mire usted qué peculiar es este terruño a la vera del Mulhacén) o que algún loco furioso le ha sacado los higadillos a un pobre cristiano que tuvo la mala suerte de tropezárselo.
Dos proyectos ilusionantes que además han echado a andar con resultados muy positivos. La consecuencia inmediata es que se ha despertado el gusanillo futbolero dormido desde hace al menos cinco años. Y mira tú qué bien, nos decimos los que estamos enganchados a esto del “funbo”. Ya tiene uno ganas de que se acabe la pertinaz sequía de triunfos en esta tierra. Ya tiene uno ganas de meterse entre pecho y espalda algo que sea más sabroso que esos tristes encuentros infumables con que nos obsequia más a menudo de lo que es saludable una categoría que sin duda, nos decimos todos, no se corresponde con la de la ciudad. Pero, ¡ay, dolor! ¿realmente es Granada y su provincia, en los tiempos actuales, algo más que una división administrativa de cuarta categoría? ¿Pintamos mucho, pintamos algo, en la sociedad española los granadinos?
Bienvenido sea este doble optimismo aunque, sinceramente, nos parezca demasiado pronto para hablar ya de ascensos. Pero que cunda y que dure muchas jornadas. Y que cuando llegue junio podamos celebrar un ascenso o, como en las ofertas publicitarias, dos mejor que uno, ¿por qué no?
Uno lee en ciertos medios que los aficionados del histórico suspiran por celebrar el ascenso que ya intuyen dándose “el tradicional” baño en la granadinísima Fuente de las Batallas. No quisiera uno aguar una fiesta que ya está pasada por agua por definición, es decir, que su “aquél” consiste precisamente en que se demuestra la alegría concentrándose en algún lugar donde el agua corre fresca y cristalina. Lo que ocurre es que no se puede aquí hablar de tradición alguna. Los ascensos granadinistas que en la historia han sido nunca se celebraron dándose un baño, ni en esa fuente ni en ninguna otra, ni siquiera dándose nadie un mal chapuzón en el Darro, espantando de paso a los gatos que antes no espantaron las hambres. Es, eso de bañarse, una usanza importada de otros lares al impulso de dudosas modas. Lo mismo que se ha importado, a falta de costumbres propias, ese empeño de algunos en enconar una artificial rivalidad entre dos equipos granadinos desatando a la sombra de la Colina Roja una guerra que quiere ser una versión penibética de otras que se dan en las riberas del río grande de Andalucía, entre equipos de fútbol y entre vírgenes con miriñaque. Hay quien dice que lo que pasa es que en Graná no tenemos la “grasia” que se necesita para que estas cosas no tengan ese viso casposo de las malas imitaciones. Sea como sea, un ascenso, o dos, (o tres o cuatro, no hay que olvidar a otros paisanos), es lo que necesita el futbolerismo y el ser granadino, en el más amplio sentido de las palabras; y una vez conseguido, los que así lo quieran, que se bañen si les apetece, aunque ya se hayan bañado este año y, por eso, no lo necesiten.
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