«Ya verás cuando juegue»... el argentino Juan Miguel Echecopar, fichaje bomba de Candi en la 1972-73 para un Granada ganador en el que ya figuraba desde la temporada anterior su conmilitón, Aguirre Suárez, de «la Tercera que mata» del doblemente legendario Estudiantes de La Plata. Doblemente legendario porque sin ser uno de los grandes del fútbol argentino (la cara) había conseguido entre 1967 y 1971 ser campeón de casi todo, entre otros, de tres Libertadores y una Intercontinental; y (la cruz) porque el equipo “pincha” de esa época ha pasado también a los anales futboleros como prototipo de lo que sus detractores calificaban como antifútbol, padre putativo de lo que más tarde se conoció como “bilardismo”. En realidad, más apropiado habría sido denominarlo “zubeldismo”, ya que es de suponer que Bilardo algo aprendería del zorro innovador que dicen fue Osvaldo Zubeldía, el míster de aquel equipo y primero en llevar a la práctica muchas cosas que en ese momento se tildaron de antideportivas pero que hoy son bien cotidianas, v.b.: la táctica del fuera de juego, las jugadas ensayadas, la presión a la salida contraria y más cosas, todo adobado de mil triquiñuelas que estaban directamente sobre la misma raya (o rebasándola) de la legalidad si necesario era para ganar por fas o por nefas.
En los sesenta y primeros setenta en el fútbol español estaban prohibidos los jugadores extranjeros. Pero la picaresca echó mano de la gatera de la oriundez, por la que se colaron en la madre patria no pocos con papeles falsificados. Julián García Candau, en «La moral del Alcoyano» cuenta el caso de tres futbolistas de apellido distinto que por estos años aterrizaron en nuestro fútbol y que se decían hijos de un mismo padre, un pobre emigrante que por unos pesos reconocía como hijo propio al mismo Satanás. Recordemos que en nuestra legislación no se considera extranjeros a los hijos de españoles, con independencia de su lugar de nacimiento.
Por esa misma puerta falsa ya había ingresado en nuestro fútbol una multitud de futbolistas del otro lado del charco que nada tenían de oriundos, Aguirre Suárez entre ellos. Pero para cuando Echecopar llegó ya se había levantado una auténtica polvareda ante la evidencia de las falsificaciones y era un clamor el que habían promovido los equipos vascos. El pasaporte español que presentó fue mirado con lupa por las autoridades federativas que decidieron que no había tutía (ni tu prima ni cuñada, ni mucho menos un auténtico padre español), por lo que después de fichado nos encontramos con que Echecopar no podía jugar en el Granada.
Menos mal que Candi un año antes había tenido la feliz idea de convencer a los demás clubes andaluces para que se jugara aquel campeonato de reservas que, como no lo organizaba la Federación, no tropezaba con la negativa oficial a alinear cualquier jugador. En esta liga menor, que se jugaba entre semana, era frecuente que en los partidos de Los Cármenes se registraran entradas por encima de los diez mil espectadores, y allí Echecopar se salía, no tenía rival, y los granadinistas podíamos ver a nuestro equipo goleando a sevillas, betis, málagas y quien se terciara, y al que parecía un gran futbolista, muy por encima del nivel medio y con una grandísima facilidad para hacer goles de todos los colores y sabores. El invento de D. Cándido evitó al argentino todo un año inactivo y a los granadinistas nos permitió disfrutar con el que parecía un superclase mientras soñábamos con el momento de su debut.
Mientras tanto, en la liga oficial, la de verdad, los nuestros no andaban muy finos y de la mano de Pasieguito no lograban salir de la zona media-baja de la clasificación. Aunque no se llegaron a pasar serios apuros para conservar la máxima categoría, la afición no estaba muy contenta con un equipo que había quedado bastante debilitado tras la marcha de sus tres perlas (De la Cruz, Lasa y Barrios) y al que veía muy lejos de repetir la hazaña de la temporada anterior. Por eso se hizo célebre el dicho: «Ya verás, ya verás, cuando juegue Echecopar», que se podía leer cada martes en Ideal, frase con la que dos aficionados caricaturizados por Martinmorales se consolaban ante la mala marcha rojiblanca.
A la temporada siguiente, 73-74, fue derogada la “ley seca” y se permitieron hasta dos extranjeros por equipo. Uno ya lo teníamos, Echecopar, el otro fue ni más ni menos que Montero Castillo. Los comienzos de la liga fueron muy buenos, con triunfo rojiblanco en Atocha y liderato en la quinta jornada en la que nuestro hombre había conseguido ya cuatro goles. Pero a partir de ahí pareció acabársele la cuerda al argentino y también al equipo, que empezó a perder puestos en la clasificación hasta llegar a meterse en problemas para después estabilizarse en la zona media y acabar brillantemente la temporada repitiendo un sexto puesto final.
Cuando por fin jugó, ver, lo que se dice ver, sólo al principio nos pareció que atisbábamos algo prodigioso, pero bien poco duró la ilusión. El caso es que nuestro hombre, cuya silueta en rojiblanco fue soñada y deseada como nadie por la torcida, a la hora de la verdad defraudó todas las expectativas. Tampoco tuvo suerte con las lesiones. Conforme iba la temporada avanzando iba cada vez contando menos para Joseíto hasta completar sólo dieciséis partidos de rojiblanco y unos escuálidos seis goles en total. Y es que, obviamente, no es lo mismo destacar entre los suplentes de los equipos andaluces que hacerlo en una liga de primera división que aquel año se vio poblada de nombres como Cruyff, Ayala, Netzer, Mas y otros, que animaron bastante el cotarro al levantarse la prohibición. Su paso por el Granada hay que catalogarlo de fracaso. Por eso, al terminar la temporada 73-74 Candi le buscó equipo y al menos se pudo recuperar algo de lo pagado por este futbolista, que se marchó traspasado al Murcia. A la vera del Segura tampoco se puede decir que triunfara, ya que ese mismo año vivió con los pimentoneros un descenso a segunda siendo su aportación de sólo seis partidos disputados. Y la temporada siguiente, en segunda, fue aún peor pues un nuevo descenso, ahora a tercera, fue su resultado. Finalmente Echecopar se despidió del fútbol español jugando en tercera y consiguiendo con el Murcia recuperar la categoría de plata.
Así acabó el periplo español de este jugador que venía avalado por un pasado pleno de triunfos en el fútbol argentino, uno de los mejores del mundo (si no el mejor), y que después de haber encandilado como nadie a la afición granadinista pasó por nuestro fútbol con muchas más sombras que luces.
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