«Jugadores excelentes, / fichajes de sensación, / taquillajes imponentes, / y con tales ingredientes / bajamos de división». Así se resume lo que fue una temporada nefasta para el Granada CF, la 60-61. En sus bodas de perla no le fue precisamente de ídem al club rojiblanco. En la caricatura vemos cómo en un mar agitado y lleno de tiburones se va a pique la nave rojiblanca con su capitán, el presidente José Jiménez Blanco, que, como está mandado, se hunde con ella sin abandonar su responsabilidad. Y mientras se ha impuesto el sálvese el que pueda, Larrabeiti, el futbolista cantor, desgrana unas notas de despedida. Ya en el agua vemos a Carranza con su salvavidas del RCD Español al que no hace ni una semana acaba de ser traspasado por dos millones (tres veces menos de lo que en su día -se dijo- ofreciera el Barcelona). A su lado el otro jugador más cotizado de aquella plantilla, Lalo, bien agarrado a un tablón. Y un poco más allá está Piris, que poco después seguirá los pasos de Carranza y se irá traspasado también al Español.
El 31 de mayo de 1961, miércoles, los paisanos que de mañana acudieron a plaza Bibrambla, ese escenario tan granadino, tan deslumbrante y bienoliente en esas calendas, pudieron ver este dibujo y leer esta quintilla que junto con otras carocas estrenaba un año más las fiestas del Corpus. Entre aromas alimenticios de churros y fragantes de flor de tilo, el desayuno a base de tejeringos no sentaría demasiado bien a los granadinistas pues, aunque la tragedia deportiva que fue la pérdida de categoría habían tenido ya tiempo para asumirla, en el vistazo a la prensa se pudieron enterar de otra tragedia más humana: la muerte en accidente el día anterior del jugador rojiblanco Cuervo, tras estrellarse el Fiat 1400 GR-4888 que conducía su compañero y paisano Lalo contra un camión aparcado junto a la Facultad de Medicina.
Sólo un mes antes había finalizado la peor de las diecisiete temporadas rojiblancas entre los grandes y se había consumado la pérdida de la máxima categoría, aunque el descenso matemático del Granada era un hecho desde varias jornadas antes de concluir la liga. El único farolillo rojo de esas diecisiete campañas en primera tras jugarse la totalidad del calendario ponía colofón a una temporada que sin embargo parecía antes de empezar que iba a ser la de la consagración granadinista en Primera. Para ello se había producido una “limpia” en un vestuario demasiado cargado de tacos de calendario y se les había dado la baja a gran parte de los que sólo un año antes habían conseguido el subcampeonato copero. Ya no estaban hombres como Benavídez, Mauri, Ramoní, Becerril, Pellejero o Ramírez, y tampoco el buen míster Kalmar. A cambio se había hecho un esfuerzo para traer, pagando por ellos, a hombres con proyección como Lalo y el argentino Larraz, más Cuervo y otros más jóvenes y menos conocidos como Gómez, Álvarez, Torres o Cándido, y además el retorno del granadino goleador Rafa tras su paso por At. Madrid y Coruña. Así, antes de echar a rodar el balón se llegó a decir en algún mentidero balompédico nacional que la delantera granadina compuesta por Vázquez, Lalo, Carranza, Larraz y Arsenio, sólo era superada por las de Madrid y Barcelona.
Pero lo que parecía un equipo joven y muy competitivo salió por completo batracio y muy pronto se hundió en las profundidades de la tabla, ocupando el farolillo rojo en las jornadas tres, ocho y catorce, para adjudicárselo en propiedad a partir de la veintidós y descender matemáticamente a falta de tres partidos. Los historiadores granadinistas se ponen de acuerdo en que la persona elegida para el banquillo (o impuesta, dicen algunos, como parte de la operación del traspaso de Lalo desde el Oviedo), el entrenador Fernando Argila, fue el principal responsable del desaguisado. Argila, un hombre al que parece que le gustaba más el baloncesto que el fútbol para entrenar, fue despedido justo al término de la primera vuelta, cuando el equipo andaba con -6, pero el contratado para sustituirlo, Trinchant, no hizo sino empeorar la situación -como ha ocurrido tantas veces en la historia rojiblanca- y aumentó la cuenta de negativos hasta trece, poniendo así fin a la segunda estancia del Granada entre los grandes. Claro está que no toda la culpa habría que hacerla recaer en la dirección deportiva pues alguna responsabilidad tendrían quienes la propiciaron. Así, como es norma cuando las cosas no salen todo lo bien que sería deseable, hubo a lo largo de la temporada cierta “guerra” entre la prensa local y la directiva, que –Entrala dixit- llegó a publicar una nota cuando el equipo iba disparado hacia segunda en lo más hondo de la tabla, donde se agradecía a la “auténtica” prensa granadina su labor y se lamentaba de que la “otra” prensa se dedicara a crear un clima de desmoralización. ¿Les suena esto a algo más o menos equiparable a ésta o a la anterior temporada?
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