Una gran masa de aficionados abarrota Los Cármenes e incluso rebosa sus límites de una forma casi como nunca se vio por estos lares. Lo que ha provocado esta gran riolada es la presencia al frente del banquillo del Granada de nada más y nada menos que Miguel Muñoz.
M.M., siglas legendarias del fútbol nacional. De los terrenos de juego pasó al banquillo del R. Madrid, todavía en los tiempos de Di’Stéfano, y a lo largo de quince temporadas consecutivas al frente del equipo merengue ganó nueve ligas (lo que a día de hoy sigue siendo récord en el fútbol español), dos copas del Generalísimo, dos copas de Europa y una Intercontinental. En la 74-75 no le habían ido las cosas nada bien, siendo cesado antes de su finalización por lo que en el verano de 1975 andaba sin equipo. Después de fracasar el intento de hacerse con otro peso pesado de los banquillos, Udo Lattek, Candi se lo trajo para Granada. Contratar a un entrenador de la talla de Muñoz significaba buscar ya sin complejos que el Granada consiguiera por fin la clasificación para disputar un campeonato internacional, cosa de la que tan cerca se había estado recientemente.
Pero no sólo no consiguió clasificar al Granada para Europa sino que al final y contra todo pronóstico dimos con los huesos en segunda división y si te vi no me acuerdo. Desde entonces, 1976, no hemos vuelto a degustar por estas tierras los grandes menús que ofrece la máxima categoría del fútbol español. El caso es que el que a día de hoy sigue siendo el entrenador español que mejores números puede presentar sólo tuvo un fracaso sonado en su carrera y, para nuestra desgracia, tuvo que venir precisamente aquí a encontrarse con él. Porque después entrenó a Las Palmas y a Sevilla con éxito y posteriormente fue seleccionador nacional durante ocho temporadas, sumando también notorios triunfos, como el subcampeonato europeo de 1984 y el brillante papel de nuestra selección en México 86.
Todo parece indicar que en nuestra tierra no se encontró a gusto en ningún momento. Así lo sugieren sus métodos rutinarios de afrontar los compromisos, la desgana que dejaba entrever y su falta de reflejos para tomar las medidas que pusieran coto a lo que en una segunda vuelta horrorosa fue deslizando al equipo por el tobogán que le llevó a segunda tras ocho inolvidables temporadas consecutivas entre los grandes. Y además su estrella de gran entrenador, la flor que –decían- le brotaba en cierta parte, le abandonó mientras fue míster del Granada, y las lesiones de hombres básicos fue otro handicap que pesó demasiado.
Quizás si su venida a Granada hubiera sido algunas temporadas más tarde y no inmediatamente después de dejar la Casa Blanca quién sabe si ya con más rodaje en equipos modestos los resultados obtenidos habrían sido otros. El caso es que todo parece indicar que mientras se paseó por estos andurriales no estuvo muy listo de reflejos, achacando los males del equipo a un pasajero bache, y por lo visto, pensando que aún dirigía a un equipo que lo gana todo, sus métodos dejaron bastante que desear (así lo denuncia la prensa de la época) en lo que se refiere a la preparación. Y eso que se trajo un ayudante en quien descargar toda la parte física, cosa que por entonces era poco habitual. Así lo representa la caroca del Corpus 76, encaramado a su pedestal y con la mente puesta en el que siempre fue su club.
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