Cuando yo era un mocoso ya era hincha del equipo rojiblanco y me encantaba oír contar cuentos y cosas que sonaban a leyenda del equipo de mis amores, muchas de ellas de labios de mi propia madre que en su juventud fue también forofa en aquella Granada de cartillas de racionamiento, estraperlo y piojo verde, pero con equipo en Primera, mientras en Europa se entretenían en matarse unos a otros. Así pudo uno aprender de memoria desde muy pequeño aquello que sonaba casi como una poesía: Floro, Millán, González...
La más curiosa de aquellas historias, que uno en sus pocos años creía a pie juntillas, era la que hablaba de un portero que había tenido el Granada que tenía unas manos enormes... Y que volaba como ningún otro... Y que, como era un acróbata, en los penaltis en contra se encaramaba en todo lo alto del larguero y desde allí se lanzaba a por el balón tras disparar el delantero... Y que, por supuesto, no había quien le hiciera un gol... Y era tal su valentía que había encontrado la muerte precisamente por no rehuir un choque con un delantero centro muy bruto que tenía el Sevilla (otras versiones decían que la causa de su muerte fue un balonazo de ese delantero sevillista). Con la inocencia propia de la niñez yo no dudaba de la veracidad de lo que se contaba y echando a volar la imaginación me representaba a aquel héroe, subido encima de la portería, esperando sin inmutarse a ser “fusilado” por un contrario para después sorprenderlo con un prodigioso vuelo aterrizando con el balón atenazado entre sus manos como cestos.
Y es que el Granada también tiene su portero-mito. Su nombre: Gyula Alberty. Se trata de un mito de andar por casa, esto es, que no llegó a la celebridad que alcanzaron otros guardametas, como aquel Lolo, del Orihuela, a cuya trágica muerte ocurrida en un campo de fútbol cantó Miguel Hernández, o aquel Platko del Barcelona a quien otro Alberti (Rafael) dedicó una famosísima oda (no confundirlo con su hermano, Esteban Platko, que entrenó al Granada en la 43-44 y media 44-45). A pesar de no haber contado con un juglar de la talla de los nombrados que cantara sus desgracias o sus hazañas, el nombre de Alberty tiene en Granada ecos de leyenda y es sinónimo de portero espectacular y de jugador muy querido por la afición.
Guyla o Julio Alberty recaló en el fútbol español en 1934 procedente de su país, Hungría, donde había sido internacional, para fichar por el Madrid a donde llegó para dar el relevo en la titularidad a otro portero legendario, Ricardo Zamora, ya en el final de su carrera en activo. Alberty se convierte así en el primer profesional extranjero de la historia del club merengue. Debutó en el partido de la segunda vuelta de la 34-35, Madrid 5-Athletic de Bilbao 2 (al que corresponde la foto), donde parece ser que el húngaro no estuvo muy afortunado en los dos goles visitantes, no obstante permaneció un año más en Madrid y jugó bastantes partidos.
Huyendo de
Debutó en la jornada diez, en el partido que significaba la segunda victoria de la historia del Granada en Primera y también la mayor goleada a favor de esta categoría, 8-0 al Oviedo de Herrerita y Emilín, entre otros, récord aún vigente y que visto el panorama actual parece difícil que vaya a dejar de serlo en bastante tiempo. El último partido de su vida fue también contra el Oviedo, el 8 de marzo de 1942, ya en la segunda vuelta. Una semana antes se había alineado con el Granada en Los Cármenes contra el Sevilla, cuyo recio y muy goleador delantero centro, Campanal, tuvo más de un choque con el guardameta, de ahí que muchos creyeran infundadamente que los encontronazos contra el «stuka» le ocasionaron lesiones internas que condujeron a la muerte del húngaro, que para entonces ya se había ganado el afecto de
Su muerte le hizo entrar en la leyenda de este modesto aunque histórico club, tejiéndose alrededor de su recuerdo algunos mitos que mantuvo y mantiene vivos la llama de la imaginación popular. Sólo catorce partidos llegó a alinearse con el Granada y en ellos le dio tiempo a ser considerado como uno de los mejores porteros que por aquí han pasado y a ser muy querido por la hinchada que, según José Luis Entrala, en cada partido llenaba su portería de naranjas en vista de lo mucho que le gustaba al magiar exprimir y beber su jugo. Siguiendo al mismo autor, su tumba en el cementerio de San José, regalo a perpetuidad del municipio, todavía es posible verla adornada de flores por manos anónimas.
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