Para la galería de lo insólito-escatológico queda lo que con humor muy granadino recoge esta caroca del Corpus de 1977. En el magnífico coleccionable sobre la historia del Granada CF publicado en Ideal en 1986, José Luis Entrala explica lo ocurrido sobre la hierba del viejo campo la tarde del 10 de abril de 1977: «El Granada pierde en Los Cármenes con el Cádiz por 0-1. Al final del encuentro salta un espectador al césped de Los Cármenes. Pero no es con intención de pegarle al árbitro. El hincha Antonio Hernández, natural de Gor, quiere demostrar su disconformidad con lo presenciado y no se le ocurre nada mejor que bajarse los pantalones en el centro del terreno, agacharse y ¡realizar sus necesidades! Entre el pitorreo general fue detenido por “actitud obscena”».
«Contemplen con estupor / cómo un césped tan cuidado / un “jardinero de Gor” / con “jeta” de malhumor / bien lo dejó estercolado». Es el texto de la quintilla.
La salida de pata de banco de este aficionado, no obstante lo anecdótico del hecho en sí, viene a resumir bien a las claras lo que era el sentir casi unánime de la sufrida afición granadinista en esos momentos. A estas alturas del calendario, jornada 31 (de treinta y ocho), lo escatológico era lo que predominaba entre la hinchada, que mayoritariamente se ciscaba en palco, banquillo, jugadores y hasta en el Potito, además de en toda la parentela de todos ellos, y evacuaba sus malas digestiones por su orificio superior, a grito pelado. A la torcida el espectáculo le parecía plato de poca enjundia, después de ocho años de haber acostumbrado las papilas hinchísticas al pata negra futbolero. La pérdida de la máxima categoría casi un año antes y el haber llegado a los últimos compases de la liga sin más objetivo que la permanencia -con apuros- en una segunda que se antojaba un mal rancho, eran demasiada bazofia para ser digerida pacíficamente por algunos intestinos más irritables, como es el caso de este Hernández que, literalmente, no pudo aguantar ya más los retortijones, a lo cual seguramente también ayudaría algo el morapio.
El prólogo de la 76-77 fue brillante, con la conquista del segundo trofeo agosteño apabullando a todo un Peñarol. Con una plantilla integrada en su práctica totalidad por los mismos componentes de primera se pensaba poco menos que esta temporada sería un paseo y acabaría con el retorno del club entre los grandes. Pero, todo lo contrario, el equipo no dio la talla en ningún momento y bien pronto quedó hundido en el fondo de la tabla e incluso el fantasma de un posible nuevo descenso revoloteó varias veces sobre el club. Por eso, ante los abucheos de la grada, primero se fue Candi dejando el sillón a Salvador Muñoz. Y después, cuando el -6 del casillero indicaba que el agua alcanzaba ya el gaznate rojiblanco, fue cesado el míster Héctor Núñez y sustituido por Vavá que al menos consiguió salvar la categoría. En el epílogo del ejercicio futbolero asistimos al clarísimo divorcio hinchada-equipo. Los grandes claros en las gradas y la música de viento serán el decorado y la banda sonora de esta farsa cuando cae el telón.
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