Para ídolo de la afición nadie como Enrique Porta Guíu. El grito unánime de “Poooortaaaaa” con el que el granadinismo reconocía su cariño por aquel jugador menudo, todo finura y sutileza, cada vez que perforaba la meta contraria, así lo atestigua. Aquel grito, santo y seña rojiblanco, con ese alargamiento de las vocales, es herencia en su entonación del Mundial de Inglaterra, el primero que en España pudo seguirse casi en su totalidad por televisión y que dejó, entre otras cosas, una forma nueva de animar desde la grada (trasunto de aquel “Eeeenglaaaaand”, que se oía en los partidos de los locales). Sin duda es uno de los jugadores más queridos de la afición granadina.
El Granada 71-72, el mejor de su historia, contaba con jugadores de muchísima clase. Era un conjunto muy compensado al que no pudo ni siquiera arrancar un punto ningún grande en su baluarte de la carretera de Jaén. Además de la fortaleza defensiva que aportaba la famosa pareja sudamericana había otros hombres que le daban el salto de calidad; el que más, Vicente, con sus balones medidos al área, pero también Lasa, con su rapidez para desbordar defensas, De la Cruz, con sus galopadas por la derecha hasta la misma línea de fondo, y Barrios, con su pelea incansable, no exenta de dureza, y su papel de abrelatas en el área contraria. De todo eso quien más se aprovechó fue Porta, jugador listo, encarnación como nadie del oportunista, del jugador que sabe estar siempre en el sitio justo para conseguir gol sin tener para ello que imponer una mejor condición física. La mejor temporada del Granada C.F. también fue la de Porta. Al siguiente año quedaba Vicente, pero la desbandada de Lasa, De la Cruz y, sobre todo Barrios, unido a que los planteamientos de Pasieguito eran mucho más conservadores, hicieron que se quedara en once goles. Ya no volvió más a ofrecer tanto, pero con su gran temporada 71-72 quedó para siempre en el corazón y la memoria granadinista.
Sería faltar a la verdad decir que sus goles eran todos de aquellos en los que sólo hay que empujar desde muy cerca. Y no es que esos goles sean menores que los otros, porque ya se sabe, hay que estar ahí, y además hay que estar despierto y atinar. En su temporada más gloriosa nos obsequió con goles de todos los pelajes y colores: el que más le gusta al propio Porta es el que suponía su segundo a Reina (del Barcelona) en Los Cármenes, magnífico gol de bolea a la salida de un córner en partido que el Granada ganó 2-0; el que más le gusta a un servidor es el segundo (también segundo de su cuenta) que le hizo al Coruña, regateando en el ancho de la raya del área chica hasta a tres contrarios; y qué decir de sus tres goles al Sabadell, que acabaron por rendir a los pocos que todavía dudaban de él. Porque el bueno de Enrique los metía a pares (dos al R. Madrid, Las Palmas y At. Bilbao, además de los ya apuntados).
Tampoco habría que olvidar el que le marcó de chilena al Sevilla, la temporada anterior, y que aquel mal bicho que fue Guruceta anuló por que sí.
Nadie creía en él. Ni los distintos técnicos a cuyas órdenes actuó, que no lo ponían ni por casualidad o lo hacían jugar de ¡¡¡lateral!!!. Ni Candi, que a punto estuvo de traspasarlo por cuatro perras, menos de lo que costaba alguno de los muchos que vinieron de las Indias y se decían a sí mismos futbolistas aunque esto no estuviera demasiado claro. Ni siquiera los ojeadores que acabaron por seguirlo de cerca –goles son amores-, que al final se decidieron por otros rojiblancos. Y esto ya clama al cielo, tampoco el seleccionador nacional, que no tuvo a bien llamarlo ni siquiera una vez como mereció por el sólo hecho de haber ganado un Pichichi. De esta forma Porta es de los poquísimos pichichis que en la historia de la liga ha habido y que siendo españoles no se pudieron hacer la foto con la camiseta nacional. Y es que Kubala rara vez se acordaba de futbolistas que no pertenecieran a alguno de los grandes.
Quien sí que creyó en el mañico fue la afición. Primero pidiéndolo a gritos desde la grada hasta que por fin Joseíto no tuvo excusa para no ponerlo (de entonces viene el famoso apodo del zamorano). Y después aclamando a quien desde el verde, con sus goles, hacía al Granada un club grande. Como magistralmente cuenta Ramón Ramos es esa joya de la historia sentimental del Granada C.F. que es su Adiós a Los Cármenes, por el espacio que ocuparon las ya inexistentes gradas del viejo estadio deben todavía resonar los ecos de aquellos “Pooooortaaaaaa... Pooooortaaaaa...” con los que este gran futbolista fue elevado para siempre a los altares rojiblancos.
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