«Y ahora, cojones y españolía», gonádico remate con que el general Gómez Zamalloa puso fin a su perorata -en la que no faltaron otros verbales ardores guerreros- dirigida a una “tropa” uniformada con abotonadas camisolas de color encarnado (que decir rojo era tabú). En aquellos tiempos azul mahón, gobernados a toque de cornetín, el ordeno y mando llegaba a todos los ámbitos, también al del fútbol, y las cosas se hacían por “riles” porque esos eran los principales argumentos para construir la “España Imperial ”. Y ¡ay! de aquél que no atendiera presto los dictados de la jerarquía. No obstante, entre los destinatarios de la arenga había uno, Pahíño, que, pese a su fama de bruto, su aspecto fiero y sus facciones campesinas, era sin embargo un inconformista, una persona muy leída y con criterio propio, y además tenía mucho carácter. A esta rara avis (para la época) de intelectual futbolero le debió de parecer ridícula la estampa de aquel generalín de bigotillo con sus fanfarrias cuarteleras y debió pensar que las únicas pelotas carpetovetónicas que venían a cuento eran las que ruedan, las de jugar y golear, así que no pudo reprimir una leve sonrisa sardónica ante la baladronada patriotera del vuecencia.
Testigos mudos de la testicular salida del milico fueron las paredes del vestuario del estadio de Zúrich, el 20 de junio de 1948, en los prolegómenos del partido amistoso en el que España empató a tres con la neutral Suiza. La charla iba dirigida a los componentes de la Selección en la que formaban dos futuros granadinistas que tuvieron protagonismo aquella tarde: un ariete muy goleador que se acababa de proclamar pichichi y que marcó un gol, Pahíño; y otro delantero con mucho gol, el vasco del Valencia, Silvestre Igoa, que fue autor de los otros dos goles del combinado nacional. Pahíño, junto con Miguel Muñoz, debutaba como internacional y ambos acababan de ser fichados por el R. Madrid desde el Celta.
En las biografías de Pahíño se cuenta que precisamente su descreído gesto, que no pasó inadvertido, fue lo que hizo que, a pesar de ser considerado uno de los mejores delanteros de su tiempo, como atestiguan los dos pichichis de su carrera, sólo jugara dos partidos más como internacional. Claro que también hay que tener en cuenta que por delante tenía cerrándole el paso al mismísimo Zarra. Y no sólo le cerraba el paso a la selección sino también al trofeo al máximo goleador, porque el vasco, que ganó seis pichichis entre 1945 y 1953, sólo “falló” cuando no jugó mucho por estar lesionado, que es cuando aprovecharon otros para hacerse con el galardón. Curiosamente, los trofeos que le faltan al vasco se los adjudicaron los otros dos granadinistas (además de Porta) que fueron pichichi alguna vez: Pahíño, en dos ocasiones, y César en una.
Manuel Fernández y Fernández, más conocido como Pahíño, es sinónimo de Gol, con mayúscula, y de ariete aguerrido a la antigua que nunca vuelve la cara, de ésos de los que se dice que era capaz de meter la cabeza donde ahora nadie mete ni el pie. Se caracterizaba por poseer un potentísimo chut con ambas piernas (...«y hasta los propios largueros se ponen de perfil, tímidos»...) y un poderoso juego aéreo, y además era también ese tipo de futbolista que es en seguida adorado por los aficionados porque a todas esas virtudes unía su lucha constante y su entrega sin desmayo sobre el terreno de juego. Es considerado, por derecho propio, uno de los mejores delanteros de toda la historia del fútbol español y hasta la temporada 2003-04 poseía un récord que tenía ya treinta y nueve años de vigencia: el de ser el único futbolista que en la liga española de Primera División había conseguido marcar en los cinco primeros partidos del campeonato. Pandiani, militando en el Coruña, acabó con ese récord estableciendo la nueva marca en seis goles.
«...Ponen al público en pie / los centros de Joseíto, / pero cuando la emoción / se pone el alma en un hilo / es cuando empalma un trallazo / sobre la marcha Pahíño.». Estos versos forman parte del poema «Romance de Pahíño», de Pedro de Miranda. Otro fragmento del citado romance dice: «...Chamartín, puesto de pie, / vitorea con delirio, / y después en el café / o en la calle, en los corrillos / sólo se habla de una cosa; / los remates de Pahíño...». Data el romance de la época dorada de este jugador, de cuando formaba en el R. Madrid de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta. Es un Madrid anterior a la llegada de Di Stéfano y huérfano todavía de grandes triunfos por lo que no puede Pahíño añadir a su palmarés ni siquiera un título de liga, pero sí que sumará durante su paso por el club merengue su segundo pichichi, en la temporada 51-52, aunque técnicamente no puede decirse que consiguiera tal trofeo ya que éste no fue instituido por Marca hasta 1953.
Nació en 1923 en San Paio de Navia, Pontevedra, y militó en el Celta de donde lo fichó en 1948 el R. Madrid, y allí permaneció hasta la temporada 52-53 en que pasó al Coruña hasta 1956. Y de aquí al Granada, en la 56-57, convirtiéndose así en otro de los grandes futbolistas de todas las épocas que se han enfundado la elástica rojiblanca. Tras esta temporada se retiró del fútbol después de colaborar al segundo ascenso granadinista a primera.
La primera vez que los rojiblancos pudieron contemplarlo de cerca fue un domingo de junio de 1945 de mal recuerdo para el granadidinismo, pues fue en el partido único de promoción disputado en el Metropolitano madrileño frente al Celta, en el que el Granada luchaba por conservar la máxima categoría. El resultado final de 4-1 a favor de los gallegos puso fin a la primera estancia primerdivisionista granadina. Dos de los cuatro tantos celtiñas llevaron la firma de Pahíño. De este partido es también una anécdota que hoy resulta difícil de creer y que puede servir como ejemplo de la bravura de este jugador, y es que Pahíño sufrió una fractura del peroné que, según la web realmadridfans.net, se la produjo un plantillazo de “Millán González” (sic). En realidad se refiere a González ya que Millán no jugaba por estar lesionado desde el partido de esta misma temporada que supuso su única presencia como internacional; el caso es que, como entonces no había sustituciones, Pahíño aguantó más de medio partido gracias a un fuerte vendaje. Se dice en la misma página que testigos presenciales afirman que al retirársele el vendaje le llegaba la tibia a la planta del pie.
La llegada al Granada de Pahíño responde a esa cuasi institución conocida como “fichaje bomba”, buscando animar a la afición y hacer más abonados cuando va a echar a andar una nueva temporada. El buen presidente que fue José Bailón (dos ascensos a primera en su haber y nada de deuda) reunió una sensacional plantilla para la temporada 1956-57 con pocos fichajes pero sabiamente escogidos, como el veterano defensa vasco Suárez; el rechoncho y también veterano medio que había jugado en el At. Madrid, Galvis; y el lateral Pérez-Andréu; y dos jóvenes con mucha proyección, el interior Vidal, que después jugaría en el R. Madrid y sería internacional A, y el delantero muy goleador Navarro. Con la temporada ya avanzada llegaría el jovencísimo marroquí Ben-Barek. Todos ellos dieron un excelente rendimiento. Junto con otros que ya estaban como Santi, Vicente, Baena, Guerrero, Olalla, Cea (todos canteranos), Piris, Candi, Rius y Padilla, devolvieron al Granada, después de doce años, a la división de honor. Para el banquillo se renovó a Álvaro Pérez. Y como guinda al muy apetitoso plantel, nada más y nada menos que el celebérrimo Pahíño.
Hombre, el Pahíño recién fichado ya no era el que inspiraba romances y daba para muchas charlas de café, a sus treinta y tres años, pero la sola mención de su nombre y la posibilidad de verlo de rojiblanco atrajo a muchos hasta completar la cifra de más de cinco mil granadinos que fueron los socios con los que contó el Granada esta temporada para el recuerdo.
Y la cosa empezó muy bien esta triunfal temporada. En la jornada inaugural los nuestros derrotaron al Murcia 4-2 después de remontar un 0-2 en contra y de que Candi desviara con los pies el penalti que podía haber supuesto el tercer tanto pimentonero. La segunda parte de aquel partido dejó atisbar lo que iba a ser para el Granada el ejercicio recién estrenado: un equipo ganador muy bien conjuntado y muy luchador, con peones muy interesantes en los puestos clave y con una capacidad goleadora como pocas veces se ha visto por estos pagos. Junto a Candi, la prensa destaca a Pahíño, autor de uno de los goles.
Tras cinco triunfos consecutivos y muchos goles el Granada es un líder firme en el grupo sur de la segunda división. Y en esta fenomenal arrancada Pahíño es pilar fundamental; sólo consigue dos goles pero se muestra como el ariete insustituible que abre las defensas para que otros sean los que anoten. Pero, cuando mejor estaba jugando y le estaban saliendo las cosas, una lesión en la jornada siete le aparta de las alineaciones. La directiva reacciona con otro “fichaje bomba” (se cruzan otra vez sus destinos), el del vasco muy veterano (36 años) Silvestre Igoa, mundialista en Brasil en 1950 y presente en el mítico partido en que España derrotó a Inglaterra 1-0 con gol de Zarra. («Al mejor caudillo del mundo. Excelencia: hemos vencido a la pérfida Albión ». Exuberancia verbal, incluso para una época tan dada al ditirambo y las adhesiones inquebrantables, lanzada a las ondas por el presidente de la Federación, Muñoz Calero, que a su vuelta vio recompensado su excesivo entusiasmo con la visita del fatídico motorista portador del no menos fatídico sobre con el cese).
Con este magnífico refuerzo para la delantera parece garantizada la pólvora del equipo, pero sólo en dos ocasiones coinciden ambos ex internacionales porque, se dice, son incompatibles. Y aquí surge la controversia porque el míster Álvaro prefiere al vasco sobre el gallego, por lo que Pahíño queda relegado a la suplencia, cosa que no es nada del agrado del difícil carácter del jugador.
De esta forma, al comenzar la segunda vuelta y darse un bajón en el juego y en los resultados de los rojiblancos que le hacen abandonar el liderato, Pahíño, genio y figura, se descuelga con unas durísimas declaraciones contra el entrenador tachándolo de incompetente. La cuerda se rompe por donde era previsible y Álvaro es despedido haciéndose cargo provisionalmente del equipo un hombre de la casa, Antonio Carmona, que devuelve al gallego a la titularidad. Así asisten los granadinistas a la mejor versión del Pahíño rojiblanco cuando en la jornada veinticinco le hace tres goles al Córdoba, del total de 5-1, con que el Granada recupera su buena racha que pronto le devolverá al liderato. El nuevo entrenador, Luis Casas, “Pasarín”, lo mantiene en la titularidad durante las cinco jornadas siguientes, pero en la treinta, en el campo del Betis, sale otra vez a pasear su difícil carácter y agrede a un contrario siendo expulsado y sancionado con ocho encuentros, los que quedan para el final de la liga, por lo que ya no vuelve nunca más a vestir de rojiblanco..
Afortunadamente el club contaba con una plantilla compensada y muy luchadora que cuando llega el sprint final aprieta los dientes y obtiene los puntos necesarios para que no se escape el primer puesto y con él el ascenso directo a la división de honor, pese a que, como ocurrirá once años más tarde en el (por el momento) último ascenso a primera, el partido decisivo se salda con derrota. En esa recta final, como sabemos, hay algo escabroso que se dio en la tierra del dulce de membrillo y sobre lo cual (el corazón rojiblanco manda) es mejor correr un (es) tupido velo y pasar de puntillas para quedarnos sólo con lo importante, el alegrón de la afición granadinista al ver a los nuestros nuevamente en la elite del balompié español, que se celebró como merece. Por cierto, en ésta como en las demás ocasiones en que se ha celebrado un ascenso en Granada, a nadie se le ocurrió acudir a ninguna fuente a hacer el bestia y deteriorar de paso el mobiliario urbano. Claro, que eran otros tiempos y otras modas.
Finalmente el periplo granadinista de este magnífico futbolista se reduce a quince partidos y ocho goles. Quién sabe lo que podría haber dado de sí si no se hubiera lesionado o si hubiera sido otro su carácter, aunque sobre esto último, es decir, si no hubiera tenido tanto amor propio seguramente no estaríamos ahora hablando de un excepcional futbolista que dejó huella por donde pasó. En cualquier caso su granito de arena de cara al triunfo final es lo que cuenta. Y no menos importante es, para los que nos pirramos por la historia de este club, la satisfacción de poder encontrarnos en la galería de nombres ilustres rojiblancos con un jugador con la trayectoria del que ha sido protagonista de este trabajo.
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