El Trofeo Granada, hijo de su tiempo, fue concebido con la idea de que durara y en sucesivas ediciones se hiciera un hueco de prestigio entre un universo de torneos veraniegos que en la época proliferaban mucho más que en la actualidad. Así se quiso vender en su momento. Sin embargo, a pesar del gran éxito de público y, por tanto, económico que supuso la primera edición, para la segunda se puede hablar de recorte en los fastos propios del evento. Para empezar, el mismo laurel con el que se alzaría el ganador, el trofeo, adelgazó muy considerablemente abandonando la talla XXL que lucía orondo el rollizo catafalco del año anterior y trocóse en manejera y vegetariana columna moruna, coronada con el mismo motivo -eso sí- de los doce universales leones con taza sobre sus lomos. Esta light segunda versión del trofeo Granada no viajó desde la capital del reino, sino que salió del taller de los orfebres granadinos hermanos Moreno, y se convirtió en el trofeo per se de la cosa a partir de 1974.
El cartel también fue puesto a régimen. Se mantuvo la fórmula del cuadrangular y también la representación del fútbol nacional: Granada y Málaga, que acababan de repetir la mejor clasificación histórica de ambos en la liga anterior (sexto y séptimo); pero en lo que respecta a los clubes extranjeros, si bien se trajo a dos equipos clásicos de los bolos agosteños balompédicos, Os Belenenses y Vasas de Budapest, ambos estaban lejos de suscitar la expectación de los dos foráneos anteriores. Tanto los portugueses como los húngaros solían por entonces disputar campeonatos continentales, pero ambos habían conocido tiempos mejores y los jugadores con que contaban, a pesar de que había algunos internacionales, eran prácticamente desconocidos para la afición.
Centrándonos en los de por estos andurriales, cuando se mira la historia de los nuestros y de los que todavía se podían considerar eternos rivales, se puede hablar de vidas paralelas. En las calendas agosteñas de 1974, tanto unos como otros habían cerrado un memorable ciclo histórico, culminado en ambos casos con una magnífica clasificación final. En los locales, ese ciclo que finalizaba había venido marcado por la militancia granadinista de Aguirre Suárez, al que no se renovó buscando lavar la muy deteriorada imagen del club. Los malacitanos, por su parte, daban fin a la era Viberti, también recién despedido pues ya no era el de años atrás. El fútbol, ya lo sabemos, es un juego de equipo mucho más que de individualidades; pero el caso es que con esas dos señaladas ausencias, después de una época gloriosa para granadinos y malagueños, la temporada resultó para los dos mala: los nuestros salvaron la máxima categoría sobre la misma campana en la última jornada, mientras que los vecinos cayeron a segunda, precisamente por tener el golaverage particular perdido con el Granada, inaugurando así la lista de damnificados por la maldición descensora que –dicen- persigue a quienes tienen la osadía de jugar en Granada en agosto, ¡pobrecillos!...
Previamente a la celebración del trofeo y comoquiera que la temporada anterior faltó muy poco para que el Granada acabara clasificado en puesto UEFA (en la actualidad el sexto sí la disputa), Candi, que estaba decidido a que nuestro equipo tuviera proyección internacional de una u otra forma, al empezar este mes de agosto organizó la que supone segunda (y última por el momento) gira fuera de nuestras fronteras de los rojiblancos. Tres partidos se disputaron en tierras alemanas y en los tres hubo derrota para nuestros colores (ante el Eintracht de Braunschweig, un recién ascendido a primera (3-1); ante el KSV Hessen, de Kassel, un segunda (1-0); y ante el Eintracht de Frankfot, de Primera (4-2)), pero lo peor es que la imagen ofrecida fue bastante deficiente, sobre todo en lo que respecta a las labores de contención, donde se echaba mucho a faltar al recién despedido Aguirre y donde el llamado a sustituirlo, el navarro Ederra, dejaba claro -así lo dijeron los que lo vieron- que no era el hombre que el Granada necesitaba.
Y los resultados negativos continuaron tras volver a España el Granada, que había sido invitado a participar en el Trofeo Costa del Sol, prestigioso torneo veraniego hoy desaparecido, que aquel año alcanzaba su decimocuarta edición. En La Rosaleda los nuestros volvieron a dar una mala imagen y volvieron a ser derrotados en los dos partidos: empate a cero frente al Derby County inglés y eliminación en los penaltis; y en el partido para el tercer y cuarto puesto derrota (2-1) ante el Twente holandés.
Después de los negativos resultados de la pretemporada 1974 no andaba la afición muy contenta que digamos y el club apenas llegaba a los cuatro mil abonados. No existía mucha confianza en un equipo en el que al adiós de Aguirre Suárez había que unir el de Jaén, otro pilar del mejor Granada, vendido por Candi al Sevilla, mientras que su sustituto, Grande, no acababa de convencer. Además el fichaje bomba de la temporada, Parits, unos años antes internacional austriaco, hasta el momento sólo había ofrecido un partido a buen nivel, precisamente el de su presentación, jugando a prueba frente a la selección argentina al finalizar el ejercicio anterior.
Por eso había serias dudas sobre la respuesta de la afición cuando la noche del jueves 22 de agosto echa a andar la segunda edición del trofeo Granada, que en su primer envite enfrentaba al Granada y al Os Belenenses. No obstante la entrada rozó el lleno. Y en esta sesión inaugural por fin llegó la primera victoria de la pretemporada granadina, 1-0 con gol de Quiles apenas comenzada la segunda parte, en un partido más bien insulso y con muy poca historia en el que el Granada no convenció frente a un rival más que discreto. La parroquia local, que en numerosos momentos del partido abroncó a los suyos, acabó por salir contenta pensando en la final de dos días después.
En el segundo encuentro del trofeo, con menos de media entrada en las gradas, el Málaga logró imponerse también por la mínima al que se había señalado por todos como favorito, el Vasas de Budapest, en un partido también más bien malo y con algunos incidentes. En el minuto doce, la principal novedad malacitana para aquella temporada, el argentino Castronovo, logró el único gol del encuentro. Faltando media hora para el final el mismo jugador y después su compañero y compatriota Vilanova dejaron a los suyos con dos menos por responder de malos modos a las provocaciones de los húngaros. A ellos se unió el míster Marcel Domingo, que se excedió en sus protestas al trencilla Juango Ruiz. A pesar de la inferioridad el Málaga supo aguantar e imponerse de forma justa propiciando una muy apetitosa gran final fratricida que garantizaba la taquilla y con ella el éxito del certamen.
El año 1974 fue el primero en el que en España las autoridades dispusieron que en primavera y verano el reloj hay que adelantarlo una hora. Así que a las ocho de la tarde del sábado 24 de agosto todavía el sol golpeaba como le gusta hacerlo en nuestra tierra en plena canícula. Por eso cuando echó a rodar el balón apenas serían dos o tres mil los espectadores que había en el recalentado cemento de los escalones del viejo campo. A cuarenta duros la General se podía asistir a una función doble, a un menú futbolero en el que los buenos degustadores no fueron en ningún momento defraudados y pudieron darse un festín asistiendo a dos buenos partidos adobados los dos con abundantes goles. Como primer plato, el encuentro para decidir tercero y cuarto. En él portugueses y húngaros ofrecieron un partido muy entretenido, sin apenas precauciones defensivas, lo que se tradujo en numerosísimas ocasiones de gol ante una y otra meta y victoria final del Vasas 4-3.
Para las once de la noche ya estaban las gradas a reventar de público, con algún que otro forofo malacitano. Y la velada seguía presentándose goleadora ya que nada más comenzar la final empezaron a caer los goles. El primero lo anotó Parits yéndose de su par y disparando muy bien, dando así inicio a una actuación personal sobresaliente. Tan sólo se habían jugado tres minutos y ya estaban los visitantes por debajo en el marcador y en inferioridad numérica por expulsión de Requejo por protestar el gol, y a esto había que unir las ausencias de Vilanova y Castronovo, a los que su expulsión en el anterior encuentro impedía su presencia en éste, según las normas del trofeo. De esta manera, el Granada, bien conducido por Montero Castillo y Grande y con un Parits sensacional, se hizo con el mando y pronto consiguió el 2-0 al aprovechar Dueñas un rechace a tiro del austriaco. El Málaga acortó distancias por medio de Bustillo. Pero antes del descanso llegó el 3-1 cuando, otra vez, Parits disparó duro y el rechace del guardameta quedó para Quiles que sólo tuvo que empujar. Y en la segunda parte dos goles más, de Parits y Quiles, este último de penalti. Total 5-1, escardón al “odiado” rival y el trofeo que se queda en casa entre la gran alegría de la afición.
El ex internacional austriaco Thomas Parits, que había maravillado a la hinchada desde que ésta tuvo ocasión de verlo en junio, jugó aquella noche su mejor partido como rojiblanco, marcando dos goles e interviniendo en otros dos. La pena es que ya los granadinistas no volvimos a ver en los tres años que aquí pasó algo que se pareciera de lejos a lo mostrado en esos sus dos grandes partidos, tan sólo muy contados destellos. No se puede decir, por tanto, que este jugador triunfara en el Granada y confirmara las buenas vibraciones que transmitió a la torcida. Algo parecido a lo que sucedió con otro mito fallido de aquellos gloriosos años, Echecopar, que acababa de marcharse traspasado al Murcia.
Vencer al eterno rival y hacerlo además por goleada sí que dejó contento al granadinismo. La imagen ofrecida por el equipo invitaba al optimismo de cara a la inminente temporada, y en ella, hasta finalizar la primera vuelta todo fue bien. Nadie podía imaginar que en una segunda vuelta muy atípica, por la gran igualdad que hubo entre dieciséis de los dieciocho equipos que militaban en primera, sólo una carambola final evitaría la debacle (en aquellos buenos años el Granada hasta tenía suerte alguna vez).
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