EL ONCE FANTASMA

Pedro Escartín bautizó al Granada CF (el Recreativo Granada) con el apodo de "Once Fantasma" cuando este club era un recién llegado a la competición pero ya andaba codeándose con equipos de solera y aspiraba a lo máximo.
En este libro se narran las vicisitudes por las que atravesó el Recreativo en sus cinco primeros años de existencia y también se recogen los sucedidos ciudadanos más impactantes de aquella época revuelta que fue la de la II República.
En la foto de cabecera se ve al Recreativo que se enfrentó al Gimnástico de Valencia en el campo madrileño de El Parral, 21 de febrero de 1934. De pie: Sosa, Tomé, Calderón, Luque, Itarte, Carrera, Victorio y Tabales; agachados: Gomar, Morales y Herranz.
Para adquirir un ejemplar firmado y dedicado por el autor (20 €), dirigirse a
jlramostorres@gmail.com


Historia del Granada CF



domingo, 25 de mayo de 2008

1976 SEGUNDO TROFEO Y FIN DE LA ERA CANDI



El Trofeo Granada fue concebido con la idea de que fuera equiparable en esplendor a los clásicos del verano futbolero. Pero hubo de abandonarse bien pronto ese propósito después del desierto de cemento que supuso la tercera edición. Incluso se barajó la posibilidad de que no llegara a celebrarse la siguiente. Afortunadamente siguió vivo, pero para la cuarta edición, pensando sobre todo en la parte económica, que era la principal preocupación después de caer a segunda, se tomó por la directiva la decisión de que se redujera en uno el número de equipos participantes. De esta forma, con el sistema del triangular en el que los tres competidores se enfrentan todos entre sí no por eliminatoria sino a dos puntos por la victoria y uno por la igualada, se buscaba también evitar que una derrota rojiblanca en el partido inaugural despoblara los graderíos en los tres siguientes, propiciando la debacle monetaria del invento, justo lo que sucedió un año antes.

El cartel, por tanto, fue de sólo tres equipos en la edición de 1976. Y podría parecer a primera vista que en este cuarto certamen la confección de dicho cartel le salió gratis al club ya que a los participantes foráneos en principio sólo había que costearles la estancia en Granada porque su presencia se había cerrado como parte de la operación de sendos traspasos de jugadores rojiblancos. El Valencia, que había comprado a Castellanos, fue anunciado como competidor por ese motivo. Al fallar los ches, el millón en que se había tasado la indemnización por incomparecencia se invirtió en traer a otro gran conjunto, el San Lorenzo de Almagro. Y el otro equipo contratado fue el Peñarol, club al que había sido traspasado Mazurkiewicz. El cartel del trofeo granadino volvía así a ser de lujo en esta cuarta edición a pesar de la reducción de antagonistas.

El San Lorenzo, del bonaerense barrio de Almagro, es considerado uno de los cinco grandes de uno de los mejores (si no el mejor) fútbol mundiales, el argentino. Lejos quedaba ya su mítica gira española y portuguesa de 1947, en que dio toda una exhibición de un fútbol preciosista que maravilló a las aficiones ibéricas y logró sonados triunfos. No obstante, cuando comparece en Los Cármenes, el “Ciclón” de Almagro acaba de cerrar una gran etapa en su historia y tiene muy recientes sus triunfos de 1972 (en que ganó Metropolitano y Nacional) y 1974 (Nacional). Por eso en sus filas figuran numerosos internacionales, como Mendoza, Chazarreta, Villar, Rizzi, Lavolpe. No estaba ya Scotta, aquel gran goleador, que acababa de ser traspasado al Sevilla donde se convertiría en ídolo de la afición, siempre recordado.

Por su parte, el Peñarol, que comparecía por segunda vez en el trofeo veraniego granadino, había ganado recientemente dos títulos de liga uruguaya, pero ya no era el de los sesenta, cuando tenía gran proyección internacional. Buscando reverdecer laureles fuera de sus fronteras se había renovado bastante, por lo que de su anterior visita al trofeo, tres años antes, sólo quedaban unos pocos jugadores, entre ellos el defensa Olivera, que había sido pretendido por el Granada, y continuaba contando en sus filas con su gran estrella goleadora, Fernando Morena. Pero no vino al trofeo el que precisamente había sido el motivo de la presencia de los “carboneros” en esta cuarta edición del certamen, Ladislao “chiquito” Mazurkiewicz, traspasado por Candi al equipo que siempre fue su casa después de que Muñoz lo descartara en la infausta temporada anterior (merecería capítulo aparte un análisis sobre las causas de que este gran guardameta, considerado uno de los mejores del mundo y de todas las épocas, tuviera un paso tan gris por nuestro equipo y por el fútbol español). Sí que pudimos ver en sus dos partidos, incrustado en el eje de la defensa de los de Montevideo, al “negro” Peruena, que siete años después y previo paso por el Betis, vestiría de rojiblanco y sería muy apreciado por el granadinismo.

No soplaban buenos aires entre los aurinegros cuando comparecen en nuestra ciudad pues venían de ser ampliamente goleados por el Madrid en el Teresa Herrera y en el Costa del Sol (nueve goles entre ambos partidos), y también por el Torpedo de Moscú en el torneo malagueño (cinco más). Además se hablaba de un amotinamiento de sus jugadores que se negaban a comparecer en alguno de los muchos bolos contratados, alegando cansancio.


En el Granada de agosto de 1976, después de aquella apática y catastrófica gota fría que fue Muñoz y sus nefastos efectos colaterales, Candi fichó al uruguayo Héctor Núñez, técnico que a la sazón aún no había adquirido el cierto renombre que alcanzaría después y que tenía fama de ser muy exigente con sus pupilos, a los que imponía una disciplina estricta, cosa que, se pensaba, era precisamente lo que el equipo necesitaba tras un año entero de relajación bajo las órdenes del anterior técnico. Habían causado baja en la plantilla Castellanos -traspasado al Valencia-, Chirri, Dueñas y Maciel, además de algún otro de los que no habían jugado mucho en temporadas anteriores, y la única novedad para el trofeo era la del defensa uruguayo Édison González, jugador éste que permaneció tres temporadas en nuestro equipo y ofreció buen rendimiento. Así que la plantilla estaba integrada en su práctica totalidad por jugadores de la última temporada en primera.

Durante todo el verano, como es habitual, no paraban de aparecer en la prensa los nombres de posibles fichajes que vinieran a reforzar un Granada cuyo único objetivo a estas alturas era el retorno cuanto antes a la división de honor. El que más sonó como futurible fichaje bomba fue precisamente el de la estrella aurinegra Morena. Había sido tasado en medio millón de dólares (treinta y cinco kilos al cambio de la época), un listón demasiado alto para las posibilidades de un club que por entonces arrastraba ya un déficit oficial superior a los treinta millones. Años después, en 1979, ingresó este magnífico ariete en el fútbol español, pero lo hizo enrolado en el Rayo Vallecano, del que pasaría posteriormente al Valencia. También se dieron por hechos, sin que llegaran a fructificar, los traspasos de Parits al Brujas y de Calera al Español.

A las nueve y media del día 25 de agosto de 1976, con tres cuartos de entrada, Granada -de indumentaria de nuevo horizontal- y San Lorenzo de Almagro abrían el fuego en la cuarta edición del Trofeo Granada. Ambos conjuntos ofrecieron un partido muy bonito en el que los argentinos pusieron pronto en el marcador la ventaja de 0-2 (Rodríguez y Chazarreta), acortando distancias los locales al poco merced a una mano dentro del área con la que el defensa Olguín cortó un envío de Megido y que sancionada con penalti fue éste transformado por Milar. Con el 1-2 se llegó al descanso después de un periodo en el que los azulgranas fueron mejores. Pero en la segunda parte el Granada se sacudió el dominio de los porteños poniendo cerco a su marco y disponiendo de numerosas ocasiones para empatar, cosa que no pudo lograr finalizando el encuentro con el resultado señalado pero con una buena sensación entre la parroquia granadinista a pesar de la derrota, pues la segunda parte fue entera de los nuestros. Al tratarse de un triangular de todos contra todos, estaba previsto que al finalizar cada partido se procediera al lanzamiento de una tanda de penaltis para deshacer un posible empate a puntos y a goles tras jugarse los otros partidos. Hubo que llegar hasta el séptimo, resultando que también en los penaltis ganaron los argentinos.

El segundo partido tampoco defraudó. En un choque típicamente rioplatense el Peñarol consiguió la primera victoria de su gira hispana al derrotar al San Lorenzo de Almagro por 3-2. La crónica de Ideal que firma Antonio Prieto habla de un «fútbol de alta escuela sudamericana». Dos equipos con una forma de jugar muy similar ofrecieron un partido muy entretenido a los aproximadamente siete mil espectadores que se dieron cita en Los Cármenes, y como ocurrió la noche anterior se puede hablar de un tiempo para cada equipo. En el primero los de Montevideo impusieron su ley y pusieron el marcador en 2-0 a su favor, ambos goles de Morena. Acortaron distancias los del San Lorenzo antes del descanso al transformar Olguín un penalti muy protestado del arquero uruguayo Corbo. En la segunda parte decayó algo el juego pero los “cuervos” de San Lorenzo fueron mejores que sus oponentes y consiguieron la igualada a dos por mediación de Rodríguez. El resultado de empate dejaba al Granada fuera de toda posibilidad y los aficionados se decantaban en sus apoyos a favor de los aurinegros. Menos mal que faltando apenas diez minutos Morena botó un libre directo y puso el balón a su compañero Unanue para que éste hiciera el definitivo 3-2. En los penaltis ganaron los argentinos. De esta forma cualquiera de los tres equipos podía todavía hacerse con el trofeo, todo dependía del resultado en el que se presentaba como interesantísimo choque del día siguiente.


El tercer y definitivo partido del trofeo de 1976 resultó memorable. Fue de ese tipo de partidos que abundan en las pretemporadas en el que, libres de la presión sicológica de los puntos, parecen confabularse los protagonistas para que se vea un gran espectáculo y se goza de una auténtica fiesta futbolera desde unos graderíos a los que no les falta la masiva presencia de aficionados, tan necesarios también para que sea posible el sarao. Un Granada “alado” dio una exhibición de buen fútbol y goleó y dominó a todo un Peñarol desde el mismo momento en que el balón empezó a rodar. A los cinco minutos Parits abrió la cuenta con un gol de antología tras una jugada individual plena de rapidez y técnica, arrancando con el balón desde propio campo para culminar su cabalgada con un sensacional disparo. Antes de ir a vestuarios y tras numerosas ocasiones de peligro Milar hizo dos goles más con los que continuar la fiesta rojiblanca, ambos muy bonitos y ambos con la colaboración de Megido. En la segunda parte siguieron sucediéndose las ocasiones de gol rojiblancas, y tras varias desperdiciadas finalmente Benítez acertó a cabecear el cuarto gol local. Ya con el marcador tan claro y la relajación consiguiente los aurinegros consiguieron acortar distancias por medio de Morena, de cabeza. Con el 4-1 final el Granada allegaba a sus vitrinas su segundo trofeo y lo hacía, igual que dos años atrás, goleando y enamorando a sus seguidores. Esta cuarta edición del trofeo Granada resultó así de lo mejorcito que en las ya más de treinta ediciones de torneos veraniegos se ha podido ver.

Lamentablemente una cosa son los partidos amistosos y otra muy distinta los de competición, en los que los rivales no se muestran tan dispuestos a dejar de echar su aliento en el cogote a los nuestros. Con la plantilla con que se contaba, prácticamente la misma de primera, y tras el trofeo conquistado de forma tan brillante ante rivales de prestigio, se pensaba que la campaña sería buena e inmediatamente se recuperaría la máxima categoría perdida. Pero nada más echar a andar la liga nos caímos del guindo y se vio claramente que el equipo no funcionaba y que el descenso no había sido por casualidad. Y el tocar fondo se produjo en la jornada quince, cuando la derrota en Los Cármenes ante el Huelva nos dejó con seis negativos y en el farolillo rojo. Por eso la temporada se caracterizó por un continuo ir y venir de jugadores, de entrenadores y hasta de presidentes, clara señal -ésta de tanto personal yendo y viniendo- de que las cosas no marchan bien. Nada más empezar la liga se fue Megido, traspasado al Betis para que los doce millones y medio que pagó por él (tres menos de lo que costó) suavizaran algo una deuda que ya empezaba a preocupar. Al poco se fue también Candi, que dimitió en cuanto la grada empezó a hacerle un poco de viento culpándole de todo; con él se iba una parte muy importante de la mejor historia del club rojiblanco. Su sucesor, tras las pertinentes elecciones, fue dos meses después Salvador Muñoz, actuando en el interregno Jesús Garrido Cara. El entrenador saltó después, cuando muchos empezaban ya a ver con desesperación cernerse el negrísimo fantasma de un nuevo descenso. Menos mal que los que circularon en esta dirección (Vavá como técnico, con Errazquin de hombre puente con el carné de Manolo Ibáñez, y jugadores como Antonio Díaz Vaquerizo, Insfrán y la repesca de Dueñas) lograron enderezar la situación y salvaron con más pena que gloria la categoría.

Muy metidos ya en la segunda vuelta fue cuando por fin se pudo respirar, y mientras tanto la afición, que tan sólo un par de años antes soñaba con Europa y había abarrotado Los Cármenes domingo tras domingo, ahora sin embargo dejaba unos huecos en las gradas cada vez más grandes, y las broncas contra presidente, entrenador y jugadores, eran la música que más se escuchaba en cada partido conforme iban llegando más y más decepciones. Y en éstas estábamos cuando (no me resisto a transcribir a continuación lo que cuenta José Luis Entrala en su extraordinaria e impagable “La historia del Granada C.F.”, publicada por entregas en 1986 en el diario Ideal): «El Granada pierde en Los Cármenes con el Cádiz por 0-1. Al final del encuentro salta un espectador al césped de Los Cármenes. Pero no es con intención de pegarle al árbitro. El hincha Antonio Hernández, natural de Gor, quiere demostrar su disconformidad con lo presenciado y no se le ocurre nada mejor que bajarse los pantalones en el centro del terreno, agacharse y ¡realizar sus necesidades! Entre el pitorreo general fue detenido por “actitud obscena”».

1976 supone un antes y un después en la historia del Granada CF, un rubicón nada heroico. Consumado el descenso a segunda y haciéndolo además de una forma tan coherente con esa asendereada historia -es decir, muriendo en la misma orilla sin poder conseguir dos puntos salvavidas, desperdiciando hasta cinco envites-, empieza este año una nueva era para el club. Lo malo es que la nueva era que para los rojiblancos empezaba es precisamente la más aciaga de sus hasta ahora setenta y cinco primaveras, y dura ya tanto que es la única que conocen la mayoría de los hinchas actuales.


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