EL ONCE FANTASMA

Pedro Escartín bautizó al Granada CF (el Recreativo Granada) con el apodo de "Once Fantasma" cuando este club era un recién llegado a la competición pero ya andaba codeándose con equipos de solera y aspiraba a lo máximo.
En este libro se narran las vicisitudes por las que atravesó el Recreativo en sus cinco primeros años de existencia y también se recogen los sucedidos ciudadanos más impactantes de aquella época revuelta que fue la de la II República.
En la foto de cabecera se ve al Recreativo que se enfrentó al Gimnástico de Valencia en el campo madrileño de El Parral, 21 de febrero de 1934. De pie: Sosa, Tomé, Calderón, Luque, Itarte, Carrera, Victorio y Tabales; agachados: Gomar, Morales y Herranz.
Para adquirir un ejemplar firmado y dedicado por el autor (20 €), dirigirse a
jlramostorres@gmail.com


Historia del Granada CF



miércoles, 28 de mayo de 2008

CARRANZA A VOCES


El plácido tránsito de personal paseante en la mañana del domingo 13 de septiembre de 1959 se vio de pronto alterado en una ciudad en la que los semáforos, con su asombroso guiño tricolor, constituían toda una modernísima y curiosísima novedad para regular el escaso tráfico rodado, cuyo mayor volumen lo ocupaba otra curiosa novedad, los primeros autobuses urbanos, que acababan de arrumbar a los castizos tranvías. La calma provinciana en la cálida mañana dominguera se vio turbada, decía, por la concentración de varios cientos de personas que gritaban confusas consignas en plena calle Reyes Católicos. Familias enteras que enfilaban el Tontódromo -con parada en La Bernina- se sorprendían ante el sonoro espectáculo. ¿Qué querían los que gritaban? ¿Acaso pedían democracia y libertad? No, que aunque de esas no había, tampoco eran tiempos de demandarlas -y menos a gritos- y salir indemne, y por allí apenas se veía una pareja de guindillas. Entonces, ¿eran entusiastas súbditos manifestando su adhesión inquebrantable a la autoridad edilicia azul mahón? Aunque entonces las únicas bullas permitidas eran las que iban precedidas de las humaredas de los incensarios (con o sin vestiduras talares por medio), seguramente -por el tono que empleaban- tampoco iba por ahí lo que gritaban los hombres concentrados bajo un balcón que tenía prendido de sus rejas un cartel a rayas verticales rojiblancas de donde sobresalían unos finos tubos de neón con la leyenda en caracteres picudos: Granada C. de F.
En tiempos en que las reuniones callejeras de más de cuatro personas sin previa autorización gubernativa estaban radicalmente proscritas, se había reunido un considerable grupo que en tono reivindicativo pedía a voces que no se vendiera a la estrella local del momento. No eran motivos políticos los que habían congregado a aquella muchedumbre, sino que lo que había provocado la concentración era la noticia de que el goleador argentino Ramón Sergio Carranza Semprini, estaba a punto de ser traspasado al Barcelona de Helenio Herrera, por expresa petición de éste, después de haberlo visto de cerca en la final del Bernabéu. El Barcelona estaba dispuesto a desembolsar la muy escandalosa cifra para la época de seis millones por el “centrofóguar” más algún jugador de su plantilla. La hinchada rojiblanca, en pleno éxtasis después de la proeza copera de sólo tres meses atrás, tenía un ídolo al que había entregado todo su fervor. Carranza, con el mejor argumento futbolero que se puede exhibir, el de los goles, había conseguido en poco tiempo ser elevado a los altares de ese credo laico que es el amor a unos colores balompédicos, y sus fieles no estaban dispuestos a que por culpa del vil metal se les privara del encantamiento con el que soñar con altas metas futboleras cara a la liga que esa misma tarde empezaba.
Aun exponiéndose a ser disuelta “manu militari”, la manifestación espontánea finalmente se salió con la suya y pudieron los que presionaban desde la calle irse tranquilos a sus hogares y tras el almuerzo asistir a la victoria del Granada sobre el Español con un solitario gol precisamente de su adorado Carranza, porque el presidente José Jiménez Blanco, recién aterrizado en el cargo, no se atrevió a estrenarse con una decisión tan impopular o pensó que tras una temporada completa subiría la cotización del ariete.
Incorporado en la recta final de la 58-59 tras su paso por Newell’s Old Boys y Unión Española de Chile, y tras probar -sin suerte- en el Zaragoza, sus comienzos en Granada no pudieron ser mejores y sus remates fueron fundamentales para la consecución de la mayor hazaña del club rojiblanco y para convertir en mero trámite la promoción con la que se salvó la máxima categoría; once goles consiguió entre liga, copa y promoción (dieciséis partidos). La temporada siguiente, con Kalmar nuevamente en el banquillo y prácticamente la misma plantilla, se consiguió la permanencia sin tener que jugársela en la promoción aunque con ciertos apuros, tras el bajón de juego normal para unos jugadores ya con bastantes ligas y kilómetros en sus piernas, y el rendimiento de Carranza bajó bastante así como sus goles, sólo ocho. Y la siguiente, la 60-61, después de una profunda renovación de plantilla y dirección técnica, la cosa fue francamente mala para el equipo, que con -13 acabó descendiendo a segunda tres jornadas antes de su conclusión y ocupando el farolillo rojo; de la debacle no se escapó Carranza; sólo cinco goles consiguió.
La pretendida revalorización del argentino, tras el descenso devino en devaluación. Todavía se pudo sacar algún dinerillo por Carranza, el que pagó el Español, pero nada que ver con lo que en su día ofreciera el Barcelona. Y en el club periquito, con treinta recién cumplidos, no se puede decir que triunfara en su primera temporada ya que la 61-62 debe figurar con muy negros caracteres en la historia del RCD Español pues supuso su primer descenso a segunda desde que la liga echara a andar allá por 1928.
«La protesta general / de la turba vocinglera / privó de Carranza a Herrera / y todo ha sido al final / el cuento de la lechera». El texto entrecomillado está extraído del diario Granada Hoy de fecha 27 de octubre de 2003, dentro del magnífico coleccionable “Devocionario Rojiblanco” que firma Carlos Aguilera (trasunto de Ramón Ramos), y recoge la quintilla de una caroca que para las fiestas del Corpus de 1960 pudo verse en Plaza Bibrambla, como es tradicional. Jocosamente resume bastante bien lo que ocurrió con este jugador, cuyo frustrado traspaso al Barcelona se puede decir que resultó a la larga perjudicial para el club y también para el propio Carranza. El Granada se quedó sin una buena pasta y no pudo Carranza añadir a su palmarés el haber lucido la elástica blaugrana. A cambio, este futbolista, con mucho gol y también con mucho pundonor, las mejores virtudes para ganarse a la hinchada, durante sus tres temporadas a la vera de la Alhambra fue adorado y reverenciado por el granadinismo militante y conquistó un lugar de honor en la galería de ilustres rojiblancos.

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