Ignacio María Alcorta Hermoso, más conocido futbolísticamente como Cholín, era un vasco granadino de corazón. Nacido en Tolosa el 13 de diciembre de 1906, se afincó en nuestra ciudad desde 1940, año en que llegó a Granada para contribuir con sus goles al primer ascenso a la división de honor de los rojiblancos. Nueve nato muy goleador, racial y acometedor ariete a la antigua, perteneció casi toda su carrera deportiva a
Después fue entrenador del Granada hasta en tres etapas distintas. Y de los buenos. En la temporada 45-46, recién descendido de Primera División, a punto estuvo de clasificar al equipo para la promoción al quedar cuarto del único grupo de segunda, empatado a puntos con el tercero,
En lo deportivo se rozó el ascenso al clasificarse el equipo tercero empatado a puntos con R. Sociedad y Málaga que le superaban el golaverage y que fueron quienes ascendieron. El tercer puesto en esta temporada 48-49 no daba derecho a promoción pues ésta se había suprimido, por lo que, una vez más en la historia del Granada, la mala suerte es determinante, y más si tenemos en cuenta que estaba previsto ampliar el número de participantes en la máxima categoría, pero se hizo... ¡la siguiente temporada!
Ante el buen trabajo realizado continúa Cholín un año más como técnico, pero en la 49-50, tras ampliarse la categoría de Segunda División, el Granada realiza una campaña mediocre y acaba en tierra de nadie, noveno del grupo sur.
Todavía Cholín fue entrenador del Granada en otra etapa, lo que ocurre es que sólo lo fue de forma oficial, cuando prestó su título a otro gran entrenador, el húngaro Jeno Kalmar que no podía entrenar oficialmente en España, desde mediados de la temporada 58-59 hasta la finalización de
Aparte de haber alcanzado la internacionalidad y de haber sido casi toda su carrera jugador de Primera División, Cholín también es famoso, muy a su pesar, por el hecho de encarnar el rol de «villano» en la justa deportiva y poética en que se convirtió la final de
El papel de héroe en la mencionada justa futbolístico-lírica lo ostenta un mito del fútbol, el portero del equipo rival, el húngaro Franz Platko, enrolado en el Barcelona desde 1922 para sustituir a Zamora (que se había marchado al Español), que es recordado como uno de los mejores porteros que pasaron por el Barça en su historia, con el que consiguió anotarse el primer campeonato de liga del fútbol español en 1928-1929. Su hermano, Esteban Platko, fue entrenador del Granada C.F. en la temporada 43-44, en la que consiguió un digno octavo puesto, y en media 44-45.
Encuentro balompédico mítico donde los haya, la final de Copa de 1928, disputada en los Campos de Sport de El Sardinero, Santander, necesitó de hasta tres partidos para decidir el campeón. En el primer choque, celebrado el 20 de mayo de 1928, se registró un resultado de 1-1. Dos días después hubo partido de desempate que concluyó con el mismo resultado. Finalmente, más de un mes después, el 29 de junio, se disputó el tercer y definitivo encuentro, que ganó el Barcelona 3-1. El paréntesis de más de un mes se debió a que en ese intervalo hubo de celebrarse
El primero de los tres encuentros marca un hito en la historia del fútbol español y tiene resonancias épicas, aunque esto obedezca no a razones estrictamente deportivas. Cuentan las crónicas que el partido se celebró en una cantábrica tarde verdi-gris lluviosa y ventosa. Y cuentan también esas crónicas que el partido fue bastante bronco, en el terreno de juego y también en los graderíos, y hubo numerosos y violentos choques entre los jugadores de uno y otro bando. El momento clave de aquel encuentro se produjo cuando estaba próximo el descanso, en una jugada en la que Cholín se iba en solitario con el balón controlado hacia la portería barcelonista, defendida por Platko; el magiar se arrojó valientemente a los pies del donostiarra consiguiendo hacerse con el balón pero salió malparado del encontronazo, hasta el punto de acabar conmocionado, sangrando abundantemente y necesitar seis puntos de sutura en la cabeza, por lo que hubo de retirarse del terreno de juego ocupando su puesto un compañero jugador de campo, porque por entonces el reglamento no contemplaba ni siquiera la posibilidad de sustituir a un portero lesionado. En la segunda parte, al lesionarse otro barcelonista y ante la perspectiva de quedarse con nueve y sin portero, el húngaro Platko, en contra de lo que le recomendaban los galenos, se reincorporó al terreno con un aparatoso vendaje cubriéndole la cabeza como un turbante, vendaje que perdería más tarde en un nuevo choque con un contrario, volviendo a sangrar la herida pero sin que por eso el bravo portero abandonara el terreno de juego hasta el final del partido, convirtiéndose en uno de los jugadores más destacados de aquel encuentro que terminó 1-1. Hasta aquí el relato estrictamente futbolístico.
Pero lo que ha hecho pasar a la historia del fútbol y de la literatura este enfrentamiento es la famosísima «Oda a Platko» que el poeta de Puerto de Santa María, Rafael Alberti -que asistía como espectador junto a sus amigos, el célebre cantor de tangos Carlos Gardel y el también célebre intelectual taurino José María de Cossío- le dedicó al guardameta magiar. Alberti años más tarde, en su libro de memorias «La arboleda perdida» escribiría rememorando aquel partido: “Hice una oda a un futbolista (...), Platko, un gigantesco guardameta húngaro, defendía como un toro el arco catalán” (...) en un partido en que se jugaba al fútbol pero también al nacionalismo (...) “Hubo heridos, culatazos de
He aquí un fragmento de
Cholín, sin buscarlo, se convirtió en el antihéroe de aquella epopeya, en el jugador que lesionó al admirado Platko, toda una figura legendaria en los altares de esa religión laica que es el fútbol.
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