Ha habido en la historia del Granada C.F. determinados jugadores que, por su carácter, por su entrega, por otras circunstancias o, más comúnmente, por su indudable calidad, se han ganado el apoyo incondicional de la hinchada e incluso, algunos, han oído su nombre coreado por los aficionados como un tributo de afecto y reconocimiento hacia su persona: Trompi, Alberty, Millán, González, Méndez, Rius, Carranza, Otero, Miguel, Vicente, Ñito, Fernández, Aguirre Suárez, Porta, Macanas y, más modernamente, Notario, Capi o Ismael (que me perdonen otros más cualificados que un servidor por los que seguramente he olvidado en esa relación). A excepción de Alberty que sólo se alineó con el Granada en catorce ocasiones, todos ellos merecieron ese lugar especial en el corazón de la hinchada después de demostrar su buen futbolerismo a lo largo de un montón de partidos de rojiblanco, aunque, como pasa en todos los ámbitos de la vida, a unos les costó más y a otros menos conseguir ese reconocimiento. Pero también hay al menos un jugador que -amor casi a primera vista, se llama eso-, estando a mucha distancia de todos los anteriores como futbolista y sin haber pisado nunca los campos de Primera División, sin embargo muchas veces fue reclamada su presencia en el terreno de juego y sus apariciones en el viejo Los Cármenes eran aclamadas por una parte bastante importante de la parroquia rojiblanca. El del flechazo a que nos referimos es Lucas Cazorla.
Fichado en la temporada 1992-93 de un Marbella ascendido a Segunda la temporada anterior junto a su “alter ego” y amigo inseparable Ángel, ambos eran conocidos por “los Lolailo” en el entorno de la grada de General en la que un servidor se movía por entonces, por sus melenas macarrillas de palmeros. Sus pocas apariciones sobre el terreno del viejo Los Cármenes como delantero centro no convencían a nadie y se dudaba bastante de la valía de este jugador. Pero, estando en el lugar preciso en el momento adecuado, este futbolista que era claramente suplente, se metió en el bolsillo a la hinchada rojiblanca por una única acción.
La temporada 92-93 fue buena en términos generales para el Granada C.F. Militando en el grupo IV de 2ª B, con José Aragón en la presidencia y Yosu en el banquillo, la cosa, sin embargo, no empezó nada bien. Tras disputarse las nueve primeras jornadas andaba el equipo hundido en la tabla, con sólo seis puntos y dos negativos, y habiendo encajado a esas alturas dieciocho goles por sólo seis a favor. Y además con el agravante de que en esos nueve partidos disputados ya se habían producido hasta tres resultados de los que escuecen especialmente al hincha: un 0-2 en Los Cármenes ante el Estepona (jornada 5), un 5-1 en Córdoba (jornada 6) y un 6-1 en el campo del Mensajero (no “tensajero” nada, jornada 8) que fue ya el no va más y ponía la cabeza de Yosu en el disparadero.
Afortunadamente el equipo reaccionó y dando un giro radical a su mala trayectoria, a partir de la jornada diez, con un 4-1 al Écija en Los Cármenes, comenzó una magnífica racha que duró diecinueve jornadas (toda una vuelta) sin perder que le llevó a disputar al final la primera de las cuatro liguillas de ascenso con las que el club ha intentado infructuosamente decirle adiós al pozo de la Segunda B.
Otra racha exitosa de aquella temporada comenzó en la jornada once y duró hasta la veinte, y fue la de imbatibilidad de la meta que defendía Notario: nueve partidos seguidos sin encajar gol alguno, de modo que al finalizar la liga al equipo le habían hecho sólo treinta y cuatro goles, es decir, desde la jornada diez hasta la treinta y ocho encajó el Granada menos goles que en las nueve anteriores.
Cuando ya empezaba el equipo a reaccionar, jornada dieciséis, después de vencer a domicilio al Huelva con gol de Ángel en sensacional cabalgada, en partido matinal televisado por Canal Sur, y dos jornadas después derrotar también a domicilio al Ejido, nos visitaba el Jerez, líder imbatido. Ya para entonces el equipo figuraba con positivos, gracias a sus dos triunfos forasteros, y había renacido el optimismo entre la hinchada que otra vez acudía en buen número al estadio.
El partido fue de esos típicos en que puede ganar cualquiera, con mucha lucha más que con buen juego. En la primera parte pudo adelantarse el Jerez de penalti, pero Notario detuvo el máximo castigo. Cuando ya estábamos en el descuento, minuto 92, cero a cero en el marcador, Hernández, un interior izquierdo que sólo militó en el Granada esta temporada, metió desde su banda un balón a la olla, casi a la desesperada, y allí surgió Lucas, sustituto unos minutos antes de su compadre Ángel; Lucas, marcado muy de cerca por un contrario, ganó bien la posición y a menos de dos metros de la línea de gol, con la coronilla, con el hombro, con la oreja, con la nariz..., no se sabe bien cómo le dio al balón pero el caso es que consiguió un remate de refilón que tras botar casi en la misma línea superó al portero jerecista por alto y anotó el gol con el que el Granada consiguió los dos puntos.
Uno guarda en su memoria con especial cariño aquella fría tarde-noche de diciembre. Y me recuerdo abrazado al espectador que estaba a mi lado en aquellos últimos compases del encuentro, un señor ya mayor al que, como a mí, se le habían saltado las lágrimas y al cual no conocía de nada; y los saltos de euforia de la feligresía, brazos al aire que se quedan a media altura, constreñidos por su encierro en abrigos, anoraks, cazadoras...; y todo entre las hogueras que se solían improvisar con periódicos y cualquier material quemable que los parroquianos abandonaban sobre los escalones de cemento que formaban el graderío del viejo Los Cármenes cuando apretaba el frío y la noche cerrada ya se había cernido sobre nuestras cabezas de hinchas.
Un gol que da la victoria en el último minuto suele siempre alegrar especialmente a los forofos. Pero aquel fue más especial si cabe porque después de un mal comienzo que había sembrado el pesimismo, éste se desterraba y llegaban los buenos resultados. Y además a Lucas, un obrero del fútbol que nunca se vio en otra igual, le valió para ingresar en la memoria del futbolerismo granadino.
1 comentario:
"Yo estuve allí", como dicen en los western al referirse a alguna hazaña de búfalo Bill, cuando aquel maganto de corte rumbero marcó ese gol que estuvo cerca de producir un derrumbamiento en la general, desencadenando un espectáculo entre lo épico y lo cómico...!Luuucas!
Inolvidable y fiel reflejo de unos tiempos en los que nos conformamos con poco.
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