No todos los clubes de fútbol pueden presumir de contar en la nómina de sus ex jugadores con uno de los más ilustres apellidos balompédicos mundiales como es el de Maradona. Aunque se trate de un Maradona que realmente sólo se parecía al Diego en lo físico y que nunca ganó ningún mundial ni ninguna liga ni copa, ni, por supuesto, una mínima parte de lo que reunió su hermano mayor. Es un Maradona más paria que héroe, pero Maradona, a fin de cuentas, cuando en septiembre de 1987 la directiva que presidía Alfonso Suárez anunció el fichaje de Raúl Alfredo, el mediano de la saga, Lalo Maradona de nombre “artístico”, bastó esta noticia para que la expectación subiera como pocas veces se ha visto en nuestra tierra y la asistencia a los entrenamientos volviera a parecerse a la que era normal en los años dorados de primera del club rojiblanco. Y además, con el tirón que suponía la categoría de plata recién recuperada, que volvió a poner colas de aficionados ante la sede del club para hacerse con el carné de socio.
Los comienzos maradónicos rojiblancos no pudieron ser mejores. El día de su debut, el 25 de octubre de 1987, en un partido para el recuerdo el Granada vapuleó al Coruña 5-0, haciendo Lalo un gol de penalti; a la jornada siguiente, en Vallecas, ante todo un ejército mediático convocado por la sonoridad del apellido, el triunfo granadinista (1-2) valía el segundo puesto de la categoría de plata; y la locura ya poco después en el partido que vistió a los tres hermanos Maradona de rojiblanco y que dejó en caja veinte millones, “la más alta ocasión que vieron los siglos balompédicos” en el viejo estadio. Todo hacía presagiar que su fichaje había sido un gran acierto y que a nuestro equipo le esperaban cercanas jornadas de gloria. Y sin embargo...
En la larga y variada historia de chascos granadinistas, Lalo Maradona podría encarnar la personificación (o, mejor, la “batraciación”) de esa mala cosa tan puñeteramente habitual en los anales rojiblancos que acaba dejándonos a sus fieles con dos palmos de narices después de habernos ilusionado hasta el éxtasis. Lo que vino después de pasar la euforia, la caída en barrena del equipo y su desenlace lógico, es uno de los más amargos despertares a la cruda realidad por los que tuvimos que pasar los granadinistas. Desde entonces no hemos vuelto a degustar los apetitosos menús de la segunda división.
¿Lalo Maradona valía el dineral que se pagó por él? Obviamente, no. Claro, que esto es muy fácil decirlo a toro pasado. Que levante la mano para arrojar la primera piedra aquel granadinista que en octubre-noviembre de 1987 no se sintiera encandilado y como niño con zapatos nuevos con el recién estrenado 10 rojiblanco. ¡Hombre!, un tuercebotas declarado no se puede decir que lo fuera. Pero lo cierto es que su bagaje futbolero era bien pobre: algún lanzamiento a balón parado, algún toque a un compañero situado cerca, algún detalle de clase... y pare usted de contar; nada en la faceta defensiva, nada en la condición física, nada o casi nada en la entrega. Muy poco para lo que exige el fútbol profesional; poquísimo como para ir hasta Argentina y traérselo a cambio de un capital. Los tres años para los que fue contratado se quedaron al final en temporada y media, hasta que Murado consiguió rescindir un contrato astronómico para un equipo de 2ª B y para un jugador al que los sucesivos técnicos que pasaron en ese tiempo por el equipo (y fueron cinco) condenaron sistemáticamente a la suplencia.
En la Red se puede seguir su trayectoria posterior. En la web En una Baldosa se lee: «Enganche, que al igual que su hermano Hernán, jugó gracias al apellido que llevaba. Así le fue, con demasiada presión. Salió de Boca, luego estuvo en Japón, Perú, y Canadá. Con la salvedad que en Canadá termino jugando en indoor soccer» (fútbol sala). Y a ese mini-currículo podríamos añadir España, Estados Unidos y Venezuela.
Demoledor es el comentario que con la firma del periodista Jorge Llajaruna, se puede leer en la web del diario peruano El Comercio: «Lalo Maradona (hermanísimo de Diego) y el mencionado Calcaterra. Ambos eran bastante menos que discretos, hubieran sido extraordinarios ascensoristas, recepcionistas de hotel o vendedores de AFP, porque pinta no les faltaba, pero como futbolistas profesionales eran un par de verduleros», refiriéndose al paso de Lalo y otros “fichajes estrella” por el club Centro Deportivo Municipal, de Lima, a finales de los noventa. Por cierto, en dicho club fue a coincidir con otro viejo conocido del granadinismo: el ghanés Prince Amoako.
La verdad es que comentarios por el estilo referidos al ex granadinista abundan en la Red. Incluso algunos de este jaez: «El peor de todos Lalo Maradona quien vino con el deportivo Italia... Era como ver a una lagartija cuadrapléjica, sifilítica y con estrabismo jugando fútbol», (de la página forotodofutbol, firma “Los Michosos”), sobre el paso del mediano de los Maradona por el fútbol venezolano.
En su periplo por ligas de países poco futboleros tampoco le fue bien. Incluso en la Red se pueden leer comentarios que dejan entrever los apuros económicos por los que atravesó. Una vez abandonado el balompié, ni siquiera su ascendencia le sirvió para descollar en el “reality show” Gran Hermano VIP por el que en 2005 volvimos a saber de él y sus peripecias, programa del que fue eliminado al mes escaso.
Raúl Maradona, de haberse llamado Pérez o Ramírez, seguramente ni estaríamos en estos momentos hablando de él. Ilustre del balompié no lo fue sino más bien todo lo contrario. Sí fue ilustre, y lo será para siempre, su apellido, por eso lo incluimos en la galería de granadinistas con algo que contar.
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