Si de las dos primeras ediciones del Trofeo Granada se puede decir que ambas resultaron un éxito y arrojaron superávit, de la tercera, la de 1975, por el contrario no puede decirse otro tanto. Varios fueron los factores que influyeron para que así ocurriera. Después de una época granadinista caracterizada por triunfos futboleros poco habituales por estos pagos, el infartante final de la última temporada había sentado muy mal entre un gran sector de una hinchada que, confirmando el dicho, pronto se había acostumbrado a lo bueno e incluso había soñado con asomarse a Europa. Esto unido a unos partidos previos de pretemporada de resultados negativos, en especial un 4-1 adverso en
El cartel para esta tercera edición, en comparación con el de las dos anteriores, bajó mucho en lo referente al caché de los que lo formaron. Se mantuvo la fórmula del cuadrangular, pero ya no vino el eterno rival que, inaugurando la leyenda negra del torneo granadino, había caído a segunda. Su lugar lo ocupó el que se podía considerar equipo de moda o revelación, el Salamanca de José Luis García Traid, que en la anterior campaña, la de su debut primerdivisionista, había logrado un meritorio séptimo puesto. Conservaban los charros el bloque que tan buen resultado les diera, siendo sus jugadores más destacados el guardameta argentino D’Alessandro y el defensa de la misma nacionalidad Rezza, pero ya no estaba su mejor hombre de la anterior temporada, Sánchez Barrios, que había vuelto al R. Madrid. Como curiosidad cabe destacar que contaba en su plantel con dos granadinos de nacimiento, Robi y Chaves, y también que a este equipo no le afectó la leyenda negra del trofeo pues siguió militando en primera varias temporadas más.
Como primera representación extranjera, un equipo portugués, el Boavista de Oporto, club que acababa de proclamarse campeón de la “Taça” de Portugal además de alcanzar el cuarto puesto de la división de honor lusa. A la sazón este club se podía considerar un segundón del fútbol del país vecino, lejos todavía de sus más recientes éxitos, pero contaba con algunos internacionales. El cartel se completaba con una representación del fútbol del otro lado del Telón de Acero, el Sportul de Bucarest, nombre que nada decía a la afición local aunque había participado alguna vez en UEFA y su guardameta titular, Raducanu, lo era también de la selección rumana.
A pesar de todo, la jornada inaugural de esta tercera edición del Trofeo Granada, sin llegar al lleno, registró una gran entrada. En ella se enfrentaron Salamanca y Granada. Los nuestros presentaron sólo dos auténticas novedades, la del lateral izquierdo gallego García Blanco, al que las lesiones dejaron casi inédito mientras fue rojiblanco; y el internacional uruguayo Denis Milar, mundialista en Alemania 74, fichaje que de inicio cayó muy bien entre la hinchada, con aquellos petardazos de izquierda que lanzaba, pero que, al igual que el anterior, pasó por Granada con más pena que gloria. También eran nuevos Calera y Orihuela, pero al ser canteranos ya eran conocidos de la afición. La crónica que firma José Luis Piñero en Ideal señala que resultó un ensayo fallido pues el Granada dio un partido muy malo y perdió merecidamente 0-1 (Álvarez). Y concluye este buen periodista, que lo fue, vaticinando nada bueno de cara al futuro. Lamentablemente no se equivocó.
Ocurrió lo peor que le podía pasar al certamen, la derrota del Granada y con ella su ausencia en la final, agravado por la imagen de mucho más fu que fa ofrecida. Resultado: la parroquia, ya antes del envite algo mosca, después del mal partido y de abroncar a los suyos, salió en gran número renegando y con el firme propósito de no aparecer por la carretera de Jaén hasta que se le pasara la irritación. Así que en las dos jornadas de festival futbolero que todavía quedaban el color cemento fue el que predominó en las gradas y no se llegó ni a un cuarto de entrada.
En el segundo partido del trofeo de 1975, con una asistencia paupérrima, portugueses y rumanos aburrieron a la escasa concurrencia en un encuentro que acabó con el resultado de empate a dos, venciendo en los penaltis el Boavista. Del choque no obstante, aparte de lo exótico que resultaba un equipo de fútbol con camisetas “axadrezadas” y a falta de cosas mejores, se pudo sacar como positivo la entrega de los lusos, que a base de lucha lograron igualar un marcador adverso de 2-0, así como la calidad de un jugador que lucía guantes negros y que a la siguiente temporada pasó al fútbol español -precisamente al Salamanca-, el portugués Alves. Obligado resulta destacar, por lo que supone para esta página y para quienes de alguna manera algo le aportamos, que en este partido pudo verse corriendo la banda y destilando –como siempre- sapiencia futbolera a D. Gabriel Rosario Lázaro, aunque haciéndolo en esta ocasión, banderín en ristre, como asistente del colegiado Soto Montesinos.
En la final de una consolación que a pocos sirvió de bálsamo (unos tres mil espectadores al echar a rodar el balón), el Granada consiguió la única victoria de una pretemporada que, como la campaña que se avecinaba, fue muy negativa. El resultado de 4-1 final (Milar, Grande, Cazan en propia puerta y Lis) hizo alejarse más de un mal presentimiento, pero sólo para los que no asistieron al encuentro ya que a pesar de la goleada quedaron a la vista las grandes carencias de los locales. En este partido se pudo ver por última vez defendiendo la meta granadinista a Mazurkiewicz.
El Granada CF de agosto de 1975, después de salvar la máxima categoría de forma agónica, concluyó la renovación profunda que se había iniciado la anterior temporada. Una renovación hecha sin mucha cabeza que se diga –a los resultados nos remitimos- que vino a trocar lo que fue un equipo brioso, avasallante, respetado, triunfador, en otro acomplejado, desangelado, desnortado y enclenque. Para más inri la metamorfosis se había hecho precisamente buscando la proyección internacional del equipo. Y eso que, cesado Joseíto, para sustituirlo vino nada más y nada menos que Miguel Muñoz. El ex míster merengue, que acababa de dejar
Candi, pensando en Europa, había contratado meses antes a un técnico de la talla de Udo Lattek, pero la operación se frustró a última hora y esto le llevó a fichar a Muñoz. El madrileño, que a día de hoy continúa siendo el entrenador más laureado de la historia del fútbol español y del que se ha dicho que fue un hombre suertudo, en el campo y fuera de él, vino precisamente a Granada –¡dita sea!- a echar la única tachadura de una carrera sin parangón en el balompié patrio. La flor que decían le brotaba a Miguel Muñoz Mozún de salva sea la parte se chuchurrió por lo visto mientras se paseó por estos andurriales. Debió ser un debilitamiento pasajero pues su carrera continuó siendo bastante exitosa en otros clubes y posteriormente en la selección. Por lo visto, y que me perdone Ladrón de Guevara, mientras vivió a los pies del Veleta se contagió de ese mal patológico que –dicen- esta tierra irradia y cuyo kilómetro cero se encuentra en plena Puerta Real, justo donde antes había una farola y ahora un granado. Mal que afecta de forma especialmente grave a algunos forasteros según procedencia y predisposición. El caso es que MM es un entrenador que en todos los equipos que dirigió obtuvo éxitos, menos en el que más nos importa, y mientras fue rojiblanco no tuvo suerte ni en el aspecto de las lesiones, que inutilizaron a hombres básicos.
La final del tercer Trofeo Granada, entre Boavista y Salamanca resultó bastante descafeinada por el poco interés que concitó. Realmente esta final es de lo poco que se pudo salvar de esta tercera edición del trofeo. Portugueses y salmantinos ofrecieron el mejor partido del cuarteto en el que se pudo ver un juego bonito por parte de “as panteras”, con Alves de figura, y un Salamanca muy ordenado y muy bueno en la cobertura y en la meta. El resultado final de 1-0 (Salvador) a favor de los lusos a todos pareció corto. De esta forma el tercer Trofeo Granada voló con justicia hasta Oporto y en las vitrinas del Boavista debe lucir.
Después del fracaso deportivo y de público, con su consiguiente déficit económico, se llegó a decir desde la directiva que no habría cuarta edición, aunque nadie lo tomó en serio. La prensa señalaba la conveniencia de que para próximos trofeos se pensara en un triangular que además de abaratar costes garantizara que el segundo partido de los locales convocaría a los suficientes aficionados. Así se hizo, por lo que esta fue la última edición del Trofeo Granada en la que participaron cuatro conjuntos.
Pero lo que de verdad preocupaba era la debilidad rojiblanca puesta de manifiesto sobre el césped del viejo estadio. Sobre todo se señalaba la carencia de un hombre que liderara el centro del campo, carencia que se acusó toda la temporada hasta que casi en la recta final, demasiado tarde, pudo jugar Benítez. También se destacaba por la prensa la fragilidad de la cobertura.
Candi reaccionó y nada más terminar el trofeo se marchó a Madrid a por los necesarios refuerzos y en ese momento empezaron a saltar a las páginas de los diarios nombres de posibles incorporaciones. Los de los madridistas ex internacionales Velázquez y José Luis Peinado, ya en el ocaso de sus carreras, sonaron insistentemente. Casi atados estuvieron dos merengues, Morgado y Heredia, pero se subieron a una crematística parra demasiado alta para lo que Candi estaba dispuesto; el segundo de ellos acabó siendo rojiblanco, pero ya en un Granada de Segunda B, siete años después.
Pero lo principal de los dimes y diretes se lo llevaban las quinielas acerca de quién sería el jugador de campanillas que vendría a ocupar la plaza todavía vacante de “fichaje bomba”. En Ideal de 27 de agosto Antonio Prieto dio en el clavo al adelantar el nombre del que poco después se convirtió en un auténtico fichaje mediático (como se dice ahora) que causó gran sensación no sólo en nuestra tierra: nada más y nada menos que Megido, internacional unos meses antes y que, se decía, estaba en la agenda del Barcelona. Quince millones y medio costó este futbolista convirtiéndose así en el fichaje más caro de la historia del club rojiblanco.
Bueno, lo que pasó después ya es fatalmente archisabido; Megido era un gran futbolista (cuando quería) pero nada pudo hacer para evitar que aquella moscarda que parecía haber hecho sus necesidades sobre todo lo rojiblanco llevara al club a donde lo llevó. Entre todos lo mataron y entre todos le hicieron un funeral de segunda a la vera del Ebro. Para qué hablar de responsables de que pasara lo que pasó, me dirán, pero la historia es la historia: el primero y principal, Muñoz y sus rutinarios e incompetentes palos de ciego, creyéndose que todavía ganaba con la gorra, desbordado por la situación y rectificando sólo para empeorarla; le sigue Candi, fichando y desfichando a lo loco y no atreviéndose sin embargo a molestar al madrileño cuando el equipo iba en barrena camino de segunda; y también los aficionados, que dieron la espalda al club en cuanto los vientos europeos dejaron de soplar hacia estas latitudes. Treinta años después hay demasiados granadinistas que todavía no saben lo que es asistir en su estadio a un partido de primera división. Los que sí que tuvimos esa suerte nos preguntamos si cuando lleguen nuevamente (que llegarán, no les quepa duda) los sabrosos menús futboleros estaremos todavía aquí para saborearlos.
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