Cuando el valiente (o chiflado) señor Marsá se embarcó en su dudosa aventura y se trajo
No sólo no ha habido acuerdo a tres ni a dos bandas, sino que finalmente, si no lo remedia nadie, el señor Marsá va a tener que emigrar y llevarse su inversión a otros pagos más oreados. La causa es que el señor alcalde de Granada, cuando sólo era un aspirante a serlo, a cambio de un puñado de votos prometió negar el campo municipal de Los Cármenes (¿al sr. Marsá?, ¿a cualquiera que hubiera hecho lo mismo?). Uno, en su candor, imagina que don José, en plena bulla de mítines, almuerzos, reuniones, besos a niños y otras gaitas que forman parte de todo el ritual que debe observar cualquier pretendiente a una poltrona que se precie, no pudo centrarse y no midió muy bien las consecuencias de lo que hacía, y no tuvo inconveniente en poner su firma en el papel. Total (pensaría), otra promesa más que podía irse al limbo (si todavía existiera) sin que nadie protestara demasiado. Sin ir más lejos, en la campaña de 2003, como es habitual, se prometió el oro y el magrebí, entre otras cosas una “expo” que dejaría pequeña la del 92, sin que su incumplimiento pesara más de la cuenta pues pocos se lo creyeron. Pero en este caso se ha mantenido la impopular promesa (¡ojo!, no compromiso electoral) y sus consecuencias se verán en próximos comicios. Sea como sea, la promesa iba dirigida a una pequeñísima parte de la población a la que representa, y, evidentemente, nunca se le pasaron por la imaginación esos varios miles de granadinos, muchos de ellos votantes del mismo Torres, que son aficionados al fútbol pero no entienden de amores viscerales y extremos a ningunos colores ni saben (ni les interesa) de guerras cainitas entre equipos de fútbol locales, que son el grueso de la potencial afición que llenaría las gradas si se les oferta fútbol de Segunda A. Estos varios miles, que no meten ruido, tienen el mismo derecho que todo hijo de vecino a ir a Los Cármenes a ver a cualquiera de los granadas que les pete, ya que vamos a seguir con cada uno por su lado. Definitivamente, al alcalde electo no le movía un interés general o mayoritario cuando, aún sin ostentar la vara perpetró esta alcaldada propia de la aldea cada vez más olvidada en que, con decisiones como las del sr. Torres, acabaremos convirtiendo a una ciudad que en otros tiempos tuvo cierto peso.
Poniéndose uno algo más suspicaz, le da por pensar (Dios me libre de semejante vicio) que lo que en realidad provocó la negativa al uso del campo fueron ciertas servidumbres que atarían las manos del edil y vendrían impuestas por algún tipo de inconfesable clientelismo político y otras hierbas que alfombrarían una hipotética y penibética teoría de la conspiración de andar por casa, a la que tan aficionados son algunos de nuestros más preclaros hinchas con voz propia en ciertos mentideros balompédicos, sólo que de signo contrario. Ya no sabe uno qué es peor, si que el deporte esté prostituido por el vil metal o lo esté por la política, por la lucha por el poder. Y es que uno -en su inmenso candor- todavía no se convenció de que todas esas cosas, de las que sólo sabe de oídas, no son todas una y la misma. Dineros, poder, política. Y en medio algunos que se creían que el fútbol era todavía una cosa de románticos.
Mientras no se dé una explicación convincente desde la plaza del Carmen siempre quedará flotando entre los mal pensados la idea de si es que al final no van a llevar razón los que dicen que en Granada quienes gobiernan de verdad no son los que decretaron las urnas. «Como alcalde de Villar del Río os debo una explicación, y esa explicación que os debo...» ...nos la sigue debiendo D. José. Si llega, que en realidad sea aclaratoria, no que consista en que otros se quemen para salvar la cara propia. Y a propósito de endosarle el muerto a otros, aún antes de recibir el fiambre y atravesando horas muy bajas, el que era responsable del tercero en discordia dijo que por su parte no había inconveniente en que el club mudado de Murcia utilizara el campo que es de todos. Más tarde, en momentos ya más serenos y cuando ese caballero ha desaparecido de la escena, otros más pedestres han variado el primer discurso. Ellos sabrán por qué lo que primero fue sí ahora es no, y, si siguen sin aclarárnoslo, tampoco vamos a poder evitar los mal pensados ver tras el cambio de postura una alargada pero muy poderosa sombra moviendo los hilos tras las bambalinas y llevándolos a sus predios, los cuales están muy lejos del interés general, incluso del de sus propios aficionados.
Por su parte, el otro destinatario de la ardiente patata, como era de esperar, se niega rotundamente a compartir campo. Y digo como era de esperar porque en el club de Recogidas no corren vientos que lleven a ceder en nada, que lo que parece imperar en tan digna institución es el radicalismo, con su presidente a la cabeza y buena parte de su junta directiva, los cuales, antes que satisfacer al grueso de sus socios, comunicándose con ellos por los cauces normales y que llegan a más personas, esto es, la prensa hablada y escrita, dañando la imagen del club prefieren usar el idioma tagalo como medio de expresión y hablar con una mínima parte de la afición a través de un chat, fomentando la enemistad con cualquiera que se atreva a criticar su labor. No, los dirigentes rojiblancos actuales no parecen perseguir el interés general o mayoritario de su afición, se sienten más cómodos entre la fácil adulación de los minoritarios sectores poco críticos. De esta forma, impulsado por quienes debían dar el ejemplo contrario, en el ambiente rojiblanco se ha disparado un sectarismo extremo que ya venía de antes pero que ahora anda ufano y rampante como nunca, siempre en lucha contra mil y un contubernios judeomasónicos, sin que importe demasiado el que sean reales o imaginarios: primero contra el 74, después contra el Atlético, ahora nuevamente contra el 74; en medio contra cualquiera, animal, vegetal o mineral que huela aun lejanamente a alguno de ellos; y para rematar, la guerra contra toda la profesión periodística sin que escape ya ni uno solo. Y es que es mucho más guay (y útil) tener siempre a mano alguna bestia negra a la que culpar de todo. Que se diviertan mucho con sus peleíllas Marcus y los demás.
En verso lo pongo: «No me conoce Marsá. / Que existo ignora Julián. / No tiene el gusto Arrabal / y mucho menos los Sanz». No me ha encargado nadie estas líneas ni los más de cien artículos que en esta casa han tenido la amabilidad de publicarme. Soy solamente un granadino aficionado al fútbol, confuso y perplejo de ver que corren malos tiempos para la mesura y la sensatez; de ver que parece que nunca vamos a poder superar los cainismos, los sectarismos y otros ismos de los que sólo pueden desprenderse los negros nubarrones que auguran otros tropecientos años en los sótanos del balompié; de ver que por la cerrazón de unos y otros GRANADA pierde una vez más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario