Estando yo en la mi grada
con otros hinchas sentado
vide lo que parescía
tierno juego de muchachos.
Vide azules y amarillos
y vide rojos y blancos,
sudorosos, jadeantes,
tras una bola trotando.
Grandes carreras se daban
por llevarla al otro campo.
Tropezaban, discutían,
y serían veintitantos.
Vide a un tipo muy canijo,
pequeñito y medio calvo,
negra figura con pito
manejando aquel cotarro
sin más arma ni artificio
que hacer sonar su silbato.
Vide algunos que arrojaban
batracios y gusarapos.
Otros, de furia encendidos,
vide al borde del infarto.
Vide vidrios, vide loscos
volar hacia el pequeñajo.
Vide viejos, vide niños,
vide gordos, vide flacos,
vide rubios y morenos,
vide bajos, vide altos.
Vide golpes y caídas,
vide goles, vide aplausos…
Mas no vide, en mi extravío,
el tremendo zapatazo
que a la bola en un escorzo
le endiñaba aquel bestiajo.
Entre un bosque de cabezas,
esquivas como un abanto,
semejante obús no vide
y aún me duele el balonazo.
Desde entonces siento voces,
tengo bascas y quebrantos,
y asakiM leo en mi jeta
cada vez que voy al baño.
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