Gaspar Rubio nuevo entrenador
Al terminar la 49-50
Cholín decidió aceptar una buena oferta del Jaén, de tercera, y no continuar al
frente del banquillo rojiblanco. Para sustituirlo el nombre que sonaba con más
insistencia era el del ex granadinista Antonio Bonet. La prensa incluso publicó
la noticia de que ya había fichado puesto que el propio Bonet había respondido
afirmativamente y por telegrama a la propuesta de la directiva y ésta así lo
comunicó, pero a los pocos días se desmintió su contratación al conocerse que
había fichado por el Hércules, también de segunda. Causó enorme extrañeza la espantá de Bonet y desde luego no sentó
nada bien en el seno de la directiva granadinista. Inmediatamente empezaron las
gestiones con un nuevo técnico, sonando Gaspar Rubio y José Espada.
Definitivamente fue el
también ex granadinista Gaspar Rubio el que llegó a un acuerdo con la recién
constituida directiva rojiblanca para ocupar el banquillo del Granada en la
50-51. El mago Gaspar Rubio venía de completar tres campañas consecutivas en el
Hércules, al que siempre mantuvo con posibilidades de dar el salto a primera
hasta las últimas jornadas, sin conseguirlo.
El Ceuta asciende a segunda en Los Cármenes
En plena canícula,
mediados de julio, la temporada oficial 49-50 no había terminado para
determinados equipos, como los que todavía disputaban las promociones de
ascenso a segunda. De esta forma Los Cármenes fue el escenario que de común
acuerdo fijaron para dilucidar su desempate dos equipos: el Ceuta, luchando por
el ascenso, y el Elche, haciendo lo propio para no descender, que se
enfrentaron en el campo granadino el 9 de julio de 1950. Ninguno de los dos contendientes
decía nada especial a la afición rojiblanca y encima el partido se fijó para
las seis de la tarde, bajo un solazo y un calor altísimo, a la misma hora que
España se enfrentaba a Uruguay en el Mundial brasileño, por eso a Los Cármenes
apenas fueron unas doscientas personas, entre ellas Ricardo Zamora, patrón
de pesca al servicio del Málaga, equipo al que iba a dirigir en la
temporada en puertas.
Ganó el Ceuta 2-0 y de
esa forma ascendió a segunda mientras que su oponente perdió dicha categoría.
Según las crónicas, el resultado fue justo ya que –dicen- los ilicitanos apenas
pusieron interés en la pelea al estar casi todos ya desvinculados de su club.
Los respectivos 7 de cada equipo eran un futuro granadinista, Urdiales (autor
de un gol), y un ex, Mendi.
Méndez y su moto
El jugador de la cantera
Méndez, una de las perlas de la plantilla y digno sustituto de Millán, aunque
todavía en formación, fue el primero en renovar su compromiso con el Granada
CF. A pesar de que ya era conocido y apreciado fuera de nuestra ciudad y
manifestar el propio futbolista que contaba con alguna oferta de otros clubes,
se avino a renovar nuevamente como aficionado y sin poner ninguna condición previa
pues su único deseo era jugar en el Granada, club del que sólo se iría si en
algún momento se encontrara a disgusto, dijo. La directiva acordó premiar su
gesto con un regalo, posiblemente una motocicleta, comenta la noticia de Ideal.
Esta temporada fue Méndez
titular indiscutible desde la primera jornada pero ya la temporada anterior
había suplido casi una vuelta entera la ausencia del lesionado Millán,
haciéndolo de forma extraordinaria. Nada más empezar la liga se pudo constatar
que los partidos del Granada venían siendo seguidos por un número mayor al
habitual de patrones de pesca, o sea,
ojeadores a la caza de jóvenes valores en terminología de la época, y pronto
saltó la noticia de que el Murcia, recién ascendido a primera, andaba tras sus
pasos e incluso había presentado una oferta en firme al Granada por el defensa.
Entrevistado Méndez por Ideal, manifestó al redactor que no había querido
suscribir contrato profesional con el Granada «Porque yo jamás tomaría ni diez céntimos por fichar en el equipo de mi
tierra. No lo considero moral.», y que no era su deseo hacerse profesional
del fútbol, pero si se tenía que ir de Granada aprovecharía para sacar algún
producto. Con veinte años recién cumplidos era ya un jugador plenamente
consagrado y cotizado al que no paraban de salirle “novias”, pero según lo
manifestado, él pensaba no abandonar los estudios y retirarse totalmente del
fútbol en el momento en que contrajera matrimonio.
En la misma entrevista se le pregunta
por la moto que el club iba a regalarle por haber tenido ese gesto de
generosidad y dijo que dos o tres veces había hablado de ello con la directiva
e incluso había señalado el modelo que quería, pero que como no le habían hecho
caso se había aburrido y hacía ya tiempo que no había vuelto a hablar de la
cuestión. A los pocos días de publicarse esta entrevista Ideal daba la noticia
de que por fin tenía ya su moto Manolo Méndez, pero sólo un día después llegaba
el desmentido y el comentario del periódico granadino era que en el club se
había recibido un telegrama de la casa catalana vendedora del vehículo
comunicando que hasta finales de noviembre no podía ser servido el pedido. La
temporada entera transcurrió sin que Manolo Méndez obtuviera la moto prometida.
El Recreativo (ya no se llama Granada B) asciende a tercera
A últimos del mes de julio el míster
del filial, Manolo Ibáñez, estuvo en Sevilla y obtuvo el título, ya oficial, de
entrenador regional, quedando el número cinco de su promoción de entre los cuarenta
que se presentaron. En entrevista para Ideal a su vuelta refirió a la prensa
Ibáñez que en Sevilla le habían comentado que todavía existía la posibilidad de
que el filial, que nuevamente vuelve a llamarse Recreativo de Granada, fuera
incluido en tercera al existir vacantes y querer los federativos que fueran
ocupadas por equipos de solvencia. El Granada sin dilación solicitó por escrito
de la Federación Sur la inclusión del Recreativo en el grupo VI de tercera.
No tardó mucho en
contestar la Federación, y lo hizo afirmativamente, así que en agosto se supo
ya de forma oficial que el Recreativo militaría en el grupo VI de Tercera en la
temporada 50-51. Un ascenso de despacho, pero no hay que olvidar que fue más
que merecido ya que el filial quedó campeón de su grupo y lo único que lo
separó del salto de categoría fue en realidad un error administrativo interno,
una pura formalidad como fue la de que el nombre del patrocinado era el mismo
que el del patrocinador. Excelente noticia que, en principio, aunque
tímidamente ya que estábamos en agosto, hizo subir el número de abonados.
Varios fichajes
A primeros de agosto
llegaron los primeros fichajes de futbolistas: Santacréu, medio proveniente del
Castellón y antes del Hércules (aunque al dar la noticia Ideal dice que juega
de extremo), y Rey, defensa que nada tiene que ver con el futbolista del mismo
nombre, reciente baja en la plantilla rojiblanca, que había militado la
anterior temporada en el Hércules. Ambos venían recomendados por el nuevo
míster, Gaspar Rubio. Una vez en Granada nos enteramos de que ambos habían
llegado a prueba. Santacréu superó la prueba y quedó fichado por dos
temporadas, no así su acompañante Rey, que se marchó y posteriormente fichó por
el Huelva, de tercera. Otro fichaje de principios de agosto fue el de La Rubia,
medio procedente del Málaga, equipo en el que apenas había jugado.
Las relaciones con el
At. Madrid eran muy buenas en estos momentos gracias a la amistad personal del
vicepresidente Ramón-Laca con algún directivo colchonero, y de esta forma, a
mediados de agosto vinieron a prueba dos jóvenes elementos, José Luis,
delantero de 19 años, y Camacho, de 20, un portero. Este último no es otro que
Antonio Camacho Jiménez, que años después se convertirá en polémico árbitro
internacional que mantendrá una relación amor-odio con nuestro club en los
setenta. Ambos futbolistas le parecieron muy jóvenes e inexpertos a Gaspar
Rubio, quien sugirió que podían ser interesantes para el Recreativo, pero tras
verlos en algún amistoso y partido de entrenamiento, quedó descartada su
incorporación y a Madrid se volvieron.
Continuaron las
gestiones del vice Ramón-Laca, con frecuentes viajes a la capital, y siguieron
sonando nombres de jugadores colchoneros con posibilidades de pasar a nuestro
equipo. Entre los varios nombres que sonaron destacamos al portero Pérez
Zabala, del que en la prensa granadina se publicó que había fichado por el
Granada por dos años, pero finalmente no vino. Lo mismo que ocurrió con el
joven delantero canario Agustín, tras haberse anunciado reiteradamente su
cesión. Habrían sido dos interesantes incorporaciones ya que ambos jugaron
muchos años en primera, pero motivos económicos fueron los que les decidieron a
no enrolarse en el Granada.
Con la liga ya a punto
de empezar vinieron cedidos por el Atlético de Madrid, y enseguida convencieron,
dos importantes refuerzos para el equipo rojiblanco: Verde, de 22 años, defensa
muy regular que fue titular hasta que se lesionó; y Callejo, de tan solo 18
años, extremo derecho llamado a sustituir al declarado en rebeldía Megino, toda
una gloria del fútbol español aunque todavía en ciernes, que andando el tiempo
será titular indiscutible en el equipo colchonero hasta bien entrados los años
sesenta, y que alcanzará la internacionalidad absoluta; fue la incorporación
más importante del Granada 50-51.
Fichan del Hungaria Licker y Otto
También en la primera
semana de agosto publicaba la prensa local que el Granada estaba en tratos con
dos jugadores del ya mítico Hungaria. Bastantes líneas merece en los tratados
de historia del fútbol mundial este equipo “pirata” que se llamó Hungaria y que
a caballo de las décadas de los cuarenta y los cincuenta desplegó por la Piel
de Toro un fútbol más evolucionado y espectacular que el que por aquí se
practicaba, que maravilló a los futboleros de no pocas ciudades españolas y del
que se puede decir que marcó época como unos años antes había sucedido con la
gira española del San Lorenzo de Almagro. En tiempos de álgida Guerra Fría,
este equipo, establecido en Italia, estaba formado por futbolistas de países
del otro lado del Telón de Acero: rumanos, yugoslavos, checoslovacos y, sobre
todo, húngaros, de ahí el nombre que adoptó, todos evadidos de sus respectivos
países de la órbita soviética y de los escasos salarios que su arte podía allí
reportarles, y llegados a esta parte del continente en busca del Dorado en
forma de sustanciosas fichas. Al no poder militar profesionalmente en otros
clubes, por tenerlo prohibido por la FIFA ya que se habían fugado de los suyos
propios, con Kubala liderándolo y con Fernando Daucik dirigiendo desde el
banquillo, formaron este equipo, el Hungaria, y se dedicaron a recorrer media
Europa occidental organizando partidos amistosos de exhibición para subsistir
con lo recaudado, y donde más tajo encontraron fue en España.
Antes de empezar la
temporada 50-51 este Hungaria solicitó de la Federación ser incluido en la liga
española, pero tal pretensión era del todo imposible y además encontró
oposición entre algunos clubes nacionales. Pero como desde 1947 se había
levantado en el fútbol español la prohibición de incorporar extranjeros, varios
componentes de aquel Hungaria se quedaron por estas tierras, entre ellos los
dos que finalmente recalaron en nuestro Granada y cuyos nombres eran Sandor
Licker (aunque en un primer momento se publicó en la prensa granadina que su
apellido era Lering), de 28 años, rumano de nacimiento y que también tenía
nacionalidad húngara, y Andrey Otto, éste de 23 años, también húngaro, ambos
delanteros. El periodista granadino y ex directivo del por entonces -años
treinta- Recreativo Granada, Pepe Zubeldia, redactor-jefe del diario barcelonés
La Prensa, hizo de intermediario y
gracias a sus gestiones los dos húngaros viajaron a Granada y a mediados de
agosto estamparon su firma como nuevos jugadores rojiblancos.
Llegaron a nuestra
tierra acompañados del Barón Laszlo von Majthenyi, delegado del singular club
Hungaria y su auténtico creador, un ex noble también húngaro, arrojado al
exilio tras la II Guerra Mundial y condenado a recorrer errante medio mundo.
Las condiciones de su fichaje que dio a conocer la prensa granadina fueron de
100.000 pesetas de ficha y 1.500 de sueldo por barba, una auténtica barbaridad
para lo que venía siendo habitual en el Granada CF (baste decir que su jugador
estrella hasta ese momento, Pepe Millán, tenía de ficha anual 35.000 pesetas,
según Ideal), aparte lo que habría que desembolsar a sus clubes de origen para
poder ser inscritos, lo que se calculaba en unas 25.000 más por cabeza. Sin
embargo y pese a todas las penurias económicas del club puestas de manifiesto
en la reciente asamblea, quedaron inmediatamente fichados por el Granada por
una temporada.
Maravillas húngaras
Con el contrato firmado en el
bolsillo, ambos nuevos futbolistas rojiblancos, acompañados de su delegado y de
un directivo, se marcharon al cementerio a depositar unas flores en la tumba de
su compatriota Alberty y después como turistas visitaron la Alhambra. Al día
siguiente hubo en Los Cármenes mucho más público del habitual para presenciar
el entrenamiento de los recién fichados y todos salieron comentando las maravillas
que habían podido observar. En Ideal, en su sección “Chismorreos”, que firmaba Miguelico el Enterao se publicó a
propósito de este primer entrenamiento de la pareja de húngaros el comentario
zumbón y más o menos apócrifo del ya ex granadinista Trompi, presente en el
entrenamiento como espectador: «Lo que
han hecho estos jugadores en el terreno de juego lo hacen en la pista del Circo
Price y a tres duros butaca se hinchan».
El bautizo de la pareja ante la
afición rojiblanca tuvo lugar a finales de agosto con la celebración de un
partido de pretemporada Granada-Recreativo planificado por la directiva con el
fin de recaudar dinero aprovechando la expectación que los húngaros habían
despertado entre el futbolerismo local. Con bastante público en las gradas a
pesar de las fechas y de ser un amistoso, se jugó el partido y el Granada
derrotó al filial por 9-0, dos de los goles obra de Otto. La crónica de La Prensa dice que Licker y Otto fueron
los triunfadores de la tarde, que recibieron numerosas ovaciones de la
concurrencia y que son dos excelentes jugadores que dominan muy bien la pelota
y prodigan el remate, mejor el primero, interior con un gran juego de enlace,
que el segundo, al que en su puesto de delantero centro se le apreció cierta
gordura, por poner algún pero. Fernández de Burgos se deshace en elogios
a la sabia labor de Licker, del que dice que con su juego desarboló la defensa
del filial.
Nada más suscribir los
húngaros su contrato con el Granada y dispararse los optimismos de la hinchada,
convencida de que se trataba de dos extraordinarios fichajes, recibió el
granadinismo un jarro de agua fría propiciado por lo que publica Ideal de 23 de
agosto, traslado de una nota oficial en la prensa de Madrid emitida por la
RFEF, según la cual no se podrán inscribir futbolistas extranjeros que no
cuenten con el certificado de transferencia internacional, así que ningún club
español podrá contar con los futbolistas del Hungaria porque la federación
húngara niega sistemáticamente la concesión del imprescindible transfer dado
que casi todos ellos se despidieron de su club a la francesa. Y es que desde el
mismo momento en que el nombre de estos dos futbolistas como posibles fichajes
rojiblancos fue publicado por la prensa local se puede hablar de que ahí empezó
un largo culebrón de afirmaciones y desmentidos y sin que acabara de estar
claro qué iba a pasar con ambos. Así, al día siguiente de que se conociera la
intranquilizante nota de la Federación, la prensa deportiva local publicó que
no había nada que temer en el caso concreto de nuestros húngaros ya que Licker,
dice la noticia, llevaba ya más de diez años lejos de Hungría y en ese tiempo
había militado en equipos austriacos e italianos, mientras que Otto se había
ausentado de su país hacía cuatro años, jugando en equipos checos e italianos,
por lo que el transfer no tendría que venir de Hungría. Efectivamente, a
principios de septiembre se recibió en el Granada un telegrama del equipo
vienés en el que había militado Licker, confirmando que dicho jugador disponía
de libertad para fichar, por lo que antes de empezar a rodar el balón en serio
quedó inscrito como jugador rojiblanco y pudo debutar en el primer partido de
liga.
Culebrón Otto
El auténtico culebrón interminable lo
protagonizó el tal Otto, cuyo visto bueno para poder vestir de rojiblanco se
fue alargando… y alargando… y alargando…, y pasaban los días y los meses sin
que el necesario permiso de la Federación Italiana llegara a la secretaría del
Granada. El propio Otto manifestó a la prensa mientras llegaba o no llegaba su
permiso que, visto que la cosa iba para largo, estaba dispuesto a volver al
Hungaria y partir hacia una gira americana prevista por el atípico club poco
antes de disolverse. Y la cosa se puso aún más liosa cuando se supo que Otto
tenía suscritos ¡tres! contratos con otros tantos clubes italianos distintos.
El ya ex presidente de la Federación, Armando Muñoz Calero, reciente socio de
honor del Granada hizo gestiones en Madrid para tratar de solucionar el
problema, y también Paco Bru fue en algún momento comisionado por la directiva
rojiblanca para ver si con su mediación se conseguía. Pero nada.
Ya a principios de octubre trascendió
que Otto por medio de su representante había cobrado una cantidad del club
italiano Goritzia [sic], y hasta que
no la reembolsara no se obtendría su carta de libertad. Al parecer el húngaro suscribió
contrato con ese club, pero no llegó a incorporarse a pesar de recibir algún
pago. El nombre del equipo correctamente escrito es Gorizia, de la ciudad
italiana del mismo nombre, en el norte, al lado de Udine, pegando a la actual
República de Eslovenia, que por causa de la II Guerra Mundial quedó partida por
la mitad entre Italia y Yugoslavia. En los cuarenta el club de fútbol de esta
pequeña ciudad militó unos pocos años en la segunda división italiana. El
Gorizia pedía 2.800.000 liras por la libertad de Otto (unas 200.000 pesetas) y
el Granada estaba dispuesto a pagarlas, pero para ello exigía suscribir un
nuevo contrato con el húngaro por una duración de tres temporadas.
Y continuó el culebrón. A mediados de
octubre los directivos Ramón-Laca y Espada aprovecharon el viaje de la
expedición rojiblanca a Salamanca para en Madrid entrevistarse con el nuevo
presidente de la Federación, Valdés Larrañaga, y su secretario, Cabot, para ver
qué podían hacer en el caso Otto. También por esos días se publicó que el
granadino en Barcelona José Zubeldia se había ofrecido al club para, por
intermediación de un amigo suyo con contactos en la FIFA, buscar la pronta
solución del caso. Pero nuevamente nada.
Finalmente, ya en noviembre, se
decidió por la directiva que lo más sensato era dirigirse directamente al club
italiano Gorizia y ponerse de acuerdo entre ellos. Finalizando ese mes volvimos
a tener noticias del caso Otto y la prensa publicó que el club italiano se
avenía a rebajar a la mitad la cantidad que en principio había pedido por la
carta de libertad del magiar, dejándola en 100.000 pesetas. Ya metidos en
diciembre, el Granada pasó ahora a negociar con el propio Otto, al que se le
propuso cerrar un nuevo acuerdo para la media temporada en curso más la siguiente
por un total de 150.000 pesetas, primas y sueldos aparte, de las cuales 100.000
se destinarían a pagar al club italiano. Como alternativa, se propuso fichar
por ésta más las dos siguientes temporadas a cambio de 220.000, también de
ellas 100.000 para el Gorizia, que finalmente se quedaron en 75.000.
El magiar, no sin pensárselo
largamente, aceptó finalmente la primera de las propuestas. Pero estaba visto
que de ninguna manera iba a ser fácil acabar con el culebrón Otto, y es que en
el periodo de la larga negociación con el delantero, la Federación había
dictado una nueva circular por la que estaba dispuesta a cerrar el grifo a la
contratación de futbolistas extranjeros para la siguiente temporada, no
admitiendo la inscripción de foráneos. Faltaba la ratificación de ese acuerdo
por el pleno, pero era una nueva complicación que parecía que alargaría más aún
la negociación. Sin embargo, la Federación no puso ninguna pega al fichaje del
húngaro y, por fin, justo antes de Navidad, se alcanzó el pleno acuerdo entre
todas las partes y obtuvo el Granada la carta de libertad del deseado Otto,
anunciando que sería alineado en el siguiente partido, ya el primero de la
segunda vuelta, con cita en Mallorca. Pero ni por esas. Estaba visto que el
caso Otto se iba a alargar mucho más de lo que la paciencia aconseja. Así,
tendrá que pasar todavía un mes largo para que por fin pueda ser alineado. En
ese periodo su club italiano, que todavía no había concedido la libertad, se
descolgó pidiendo más dinero, unas 10.000 pesetas más en concepto de gastos
supletorios.
Por fin, el 28 de enero de 1951, los
diarios informan que ya se ha recibido en el club la autorización para que Otto
pueda ser alineado. Ese mismo día jugaba el Granada en Cartagena su partido de
la jornada 20, y ése fue el debut del deseado
húngaro, que pasó desapercibido en ese su primer partido. Al domingo siguiente
volvió a ser alineado, ahora en Los Cármenes y frente al Mestalla, y volvió a
no vérsele el pelo. Luego, entre semana, en un amistoso frente a una selección
de modestos, se lesionó y… se acabó Otto, ya no volvió a jugar hasta la última
jornada. Mientras sí o mientras no, los periódicos locales publicaban que el
tal Otto no estaba en realidad lesionado, y que no jugaba porque no quería.
Así, ya en abril, cuando sólo quedaban por disputarse tres jornadas, fue
llamado el húngaro a entrevistarse con el presidente y hacerle ver que estaba
en estudio la suspensión de su contrato, quizá por esa razón pronto volvió a
los entrenamientos a las órdenes de Paco Mas.
CALLEJEANDO
Tarzanismo y turistas
existencialistas
En Ideal se publicaba
todos los días por aquellos años en primera página una breve sección fija que
llevaba por título El día en Granada, y que firmaba “Z”, Cándido García
Ortiz de Villajos. Era éste un periodista y escritor perteneciente a la
plantilla del diario desde el mismo momento de su fundación, en los tiempos de
la República, cuando solía firmar sus colaboraciones con el seudónimo “Zirto”.
A menudo sus comentarios, siempre con buena pluma y cierto tono irónico, en
pocos renglones querían ser un reflejo de lo más importante acaecido en la
ciudad y solían versar sobre el frío o el calor que hacía en esta tierra
nuestra o sobre lo caro y escaso que estaba todo, o lo que se cocía de puertas
adentro en la Plaza del Carmen, y alguna vez se ocupaba de las desgracias y de
las alegrías de nuestro Granada CF. Ya en los tiempos de la República usaba esa
misma firma (Z) al pie de otra breve sección fija titulada “Granada al
Día” que solía insertarse en la página 3 del Ideal, y de la que podemos decir
que sus contenidos eran básicamente los mismos.
Pero en cuanto llegaba el buen tiempo
abordaba Z otro de sus temas favoritos: ciertos turistas y su
“pintoresco” aspecto en este provinciano rincón de la Piel de Toro. En sus
escritos abundan -siempre con desenfado, todo hay que decirlo- las puyas contra
el “semidesnudismo” o “sinvergüencismo” que exhibían por nuestras calles los
forasteros, ya por entonces muy abundantes en Granada (unos 100.000 al año
aproximadamente, cifra muy importante). Hasta un versillo les dedicó: «¡Turistas!
¡Turistas! / En realidad, tan sólo intercambio de “vistas”. / Nosotros
ofrecemos la Alhambra y sus primores. / Ellos nos van mostrando todos sus
“interiores”».
Donde más “tajo” encontraba Z era
en las exhibiciones de amplias zonas capilares de tipos en camiseta -¡dónde se
ha visto!-, que parecen dar la razón a los graciosos extravíos de Darwin,
dice. No hay que ser blandengues, añade, la civilización ha inventado la
ropa para algo. Menos epidermis al aire y más vergüenza. Porque en España «…podrá haber cambiado el clima
físico, pero no el moral. Aquí nos mantenemos todavía libres de suciedades tan
descaradamente expuestas».
En el número de Ideal de 29 de junio
de 1950 abre Z su sección comentando que ha visto ¡¡¡una mujer con
pantalones!!!, y -peor todavía- algunos hombres sin ellos o con la mínima
cantidad de pantalones, paseando por nuestras calles céntricas. La de los
calzonazos era una fémina sin duda guiri (aunque este término por entonces no
lo usaba nadie fuera de ciertos ambientes canallas, tampoco Z), rubia y
corpulenta, con sus gregüescos de color marrón lo suficientemente ceñidos
para que se señalara bien eso que con tanto descaro glosó García Lorca en su
Romancero Gitano, comenta el gacetillero. Suponemos que se refiere a
aquello de «…montado en potra de nácar / sin bridas y sin estribos», de la Casada Infiel (un inciso: seguía
siendo por entonces casi una osadía, aunque fuera sólo
citando su nombre, la de referirse al que todavía era considerado poeta
maldito, a pesar de los muchos años transcurridos). Para más inri, la señora
llevaba el pelo recogido hacia arriba enseñando bien el cogote. A todo hay que
acostumbrarse, continúa diciendo Z, por algo Granada es ciudad
universal. La gente miraba y remiraba y comentaba, pero no tuvo que intervenir
la fuerza pública, remata así su comentario.
Turistas “existencialistas” es uno de
los términos favoritos que utiliza Z para referirse a otro tipo de viajeros,
que son esos tíos barbudos de mochila y poco parné: «¡Ya están
aquí! Los hemos visto: más barba que cara, más melena que cogote, morralazo a
la espalda, abarcas de esparto. […] Son los
primeros existencialistas -o por lo menos lo parecen- de la temporada turística». O este otro
comentario: «Hemos visto… Nada de “platillos volantes” (era tema de actualidad entonces los avistamientos en distintos pueblos
de toda España, también en Granada, de ovnis, aunque todavía no se les llamaba
así). No hemos sido tan afortunados. Lo que hemos visto ha sido una cosa así
como un “existencialista”. Verán ustedes: un bípedo con algunas características
humanas. Veinte a veinticinco años. Barba negra y espesa hasta el pecho. Melena
más espesa todavía, hasta los hombros. Amplios pantalones, tan amplios que
parecían faldas. Una “rebeca” ¡ay! blanca y lila. Un precioso gorrito bordado
en seda carmesí. Andaba por las calles céntricas. Y lo más curioso es que
estaba entero. ¡Para que luego digamos que son traviesos los “chaveas” de
Graná!». El calificativo “existencialista” lo aplica Z para referirse
sólo al aspecto externo, al desaliño de esos forasteros según su punto de vista,
y para nada se refiere a la corriente filosófica que ese mismo término sugiere;
en los tiempos actuales quizá les habría llamado jipis (o hippies). La
pinta de ese tipo de visitantes era toda una ofensa a la estética
carpetovetónica imperante en la provinciana Granada de aquellos años, o al
menos así era para los que tenían voz propia en los medios, que otra cosa muy
distinta era la reacción serena y tolerante, a menudo humorística, de la gente
de la calle ante los extravagantes (para la época) de fuera. Para Z, los
que él llama turistas existencialistas son tipos estrafalarios, turistas de
menor cuantía que beben peleón acompañado con almendrillas y comen por la calle
plátanos, uvas y tomates. Una caroca del Corpus de 1952 (hasta ese año y desde
antes de la Guerra Civil no hubo carocas en Bib-Rambla) se ocupó de la
cuestión: «Con pantalones enteros / se ven algunos turistas / y barbudos forasteros
/ en camisa y medio en cueros / por ser existencialistas».
En una ocasión unos turistas
escoceses se paseaban por la ciudad luciendo sus luengas barbas y también el
traje típico de su tierra, incluidas faldas (demasiado para la levítica Granada
de 1950), entre el cachondeo del personal penibético, sin que faltara el echaíllo
p’alante, con bastante de eso sobre lo que Ladrón de Guevara escribió un
tratado, que les espetara aquello de existencialistas a modo de insulto.
Lo sabemos por una voz discrepante que se alzó en Ideal en contra de lo que
había presenciado en plena calle y del rechazo a la indumentaria de los
foráneos que prodigaba una prensa excesivamente pazguata. Es una carta al
director que firma Pedro Amor Maldonado, un prócer del carlismo local, veterano
periodista que en tiempos de la República dirigió la revista granadina Reconquista,
de orientación tradicionalista, militante o simpatizante que lo fue del Partido
Integrista de Ramón Nocedal, y que también fue corresponsal del diario de
difusión nacional El Siglo Futuro, de la misma cuerda. Amor, contra lo
que pudiera parecer dadas sus ideas políticas, tacha de paletos a quienes así
se comportan ante la presencia de los de la faldilla, y dice que quienes
utilizan el calificativo como insulto no saben ni comprenden lo que
existencialista significa, y que este papanatismo imperante que alrededor del
turismo vamos cultivando va en claro perjuicio del cosmopolitismo de Granada, y
que, en conclusión, esto no es otra cosa que tirar piedras sobre el propio
tejado; y despide su misiva diciendo que en este caso de pueblerino asombro al
contemplar unas piernas peludas, los que están tocando la gaita son los que
confunden o ignoran cosas tan elementales como que la tierra de los Estuardos
no es ni mucho menos país de misión sino tierra que tiene con nosotros afinidad
religiosa y lazos históricos que en otra época unieron íntimamente a Escocia y
a España.
Lo de Z
contra el “tarzanismo” de los extranjeros no era un clamar en el desierto, sino
que las cruzadas pro decencia estaban a la orden del día, normalmente
promovidas desde los púlpitos. Así, se prohibía la entrada a los templos a los
que fueran vestidos sin decoro, «en nombre de la moral y modestia cristiana,
de la decencia y educación social, y de las legítimas y gloriosas tradiciones
de nuestra patria». Incluso se encontraban espontáneos guardianes de la
moral en jóvenes flechas y de Acción Católica, convertidos en
cancerberos voluntarios a la puerta de algunos templos dispuestos a no
franquear el paso a quienes practicaran el “tarzanismo”. Nada de brazos al aire
ni pantalones cortos, más propios de salvajes que de hombres civilizados.
Y esa iniciativa eclesiástica encontraba respaldo en la autoridad civil a
través de bandos dictados por el gobernador y fijados en todos los hoteles en
español y en francés para que los turistas supieran a qué atenerse, prohibiendo
no ya la entrada a los templos, también el circular por la ciudad en pantalón
corto y a las mujeres hacerlo con pantalones masculinos (sic), prohibición que
nos consta nunca fue acatada. ¿Qué dirían estos venerables abuelos
nuestros si vieran que hoy hasta los jubilados andan en calzón corto en cuanto
llegan los calores?
Evidentemente, eran otros tiempos y
era muy otra la moral imperante. Todas esas cosas que hoy nos causan risa por aldeanas,
en la España nacionalcatólica y nacionalsindicalista eran normales y se tenía
muy claro todo aquello que había que despreciar por antiespañol, es
decir, todo lo que no fuera de derechas, no se ajustara a nuestras tradiciones
y se apartara si quiera un tanto así de las directrices marcadas por un clero
que, desde los tiempos de la Santa Inquisición, nunca en toda la historia de
España tuvo tanto poder. El Carnaval estaba prohibido celebrarlo ni aún a cara
descubierta, y cada año al llegar las fechas, mediante bando el gobernador
civil se encargaba de recordarlo a la población. La blasfemia se castigaba con
severas multas. Y también estaba prohibido que las mujeres figuraran en el
cortejo de la procesión del Corpus, cosa que puede sorprender (sería por
aquello de evitar las tentaciones, digo yo), prohibición que alcanzaba no sólo
a la presencia física de las féminas, también a los estandartes de las
congregaciones religiosas femeninas.
Pero, no hace falta decirlo, a pesar
de todas las prohibiciones y anatemas desde tribunas oficiales, el pueblo llano
seguía a lo suyo y de puertas adentro daba a todas estas cosas el valor que
realmente merecía: muy poco o ninguno. Tampoco, que sepamos, el tarzanismo de
los guiris provocó ningún altercado público más allá del exabrupto palurdo de
gente con bastante de aquello que dice Ladrón de Guevara que tiene su km 0 en
el granadillo de Puerta Real.
Personaje
peculiar donde los haya era Luis Gómez Sánchez, más conocido por “Diamante
Rubio”, caradura y chistoso de profesión, torero bufo en sus años mozos, “costalero”
o “capitalista” después, que en el argot taurino designa a quienes a cambio de
una propina sacan a hombros a los diestros de las plazas de toros al terminar una
faena más o menos triunfal; claque taurino fue otro de sus oficios, el que más
largo tiempo ejerció, y en una época también vendió su arte al fútbol, razón
por la cual tiene alguna vinculación con la historia del Granada CF. De su vida
y milagros dan fe no menos de una veintena de webs de la Red.
No
sabemos si su debut taurino fue este día, 27 de agosto de 1950, cuando contaba
18 años, en una novillada en la plaza de la Avenida de Doctor Olóriz, pero sí
disponemos de la crónica del evento, donde se puede leer lo siguiente: «Y del apodado “Diamante Rubio”, cuarto
espada, más vale no hablar. Quiso tomar el toreo a lo Charlot, pero sólo de
intento, pues ni aquello tenía gracia, ni conocimiento, ni valentía, aunque él
crea lo contrario. La “bicha” era completamente gacha, con una cuerna
inadmisible, y eso hacía que no hubiera el menor peligro de que pudiera herir
al ignorante bufo. Le cambió de rodillas de salida, le puso medio par con
revolcón, dio unos intentos de mantazos absurdos y sin gracia, con unas
posturas ridículas y colocándose la montera de través, y no demostró noción
alguna de toreo, ni de la más ínfima comicidad. Varios amagos de leves
pinchaduras, alargando demasiado aquello, llegando un aviso, y debiendo haberse
dado alguno más. Por fin terminó con la puntilla al segundo intento.»
Lo
que va delante se refiere a la faena al cuarto y último novillo de la tarde que
realizó Diamante Rubio. La reseña la firma El Bachiller Canta-Claro,
seudónimo del veterano periodista Narciso de la Fuente, crítico taurino y
colaborador habitual de La Prensa, la cabecera en los años 40 del
semanario Hoja del Lunes que editaba la Asociación de la Prensa. El gacetillero
le dedica al inicio de su crónica otra parrafada del mismo jaez en la que dice que ese
bufón que se titula “Diamante Rubio”, no es admisible en manera alguna; ni como
bufo es tolerable en la más ínfima charlotada. Por su parte, en Ideal, su
crítico Antonio, despacha la capea con apenas seis renglones, el último
dedicado a la faena de Diamante Rubio, con la escueta frase: «El improvisado
torero cómico aburrió al público». Era una novillada sin picadores en plena
canícula agosteña granadina con un cartel de noveles y, como era costumbre en
este tipo de festejos, con la entrada se adquiría el derecho a participar en
una rifa en la que el primer premio era un dormitorio completo o su valor en
pesetas (6.000).
Un camión tuvo un accidente esa misma tarde
en el Puente de los Vados, en la primera de las dos cerradas curvas de aquel
punto negro, al desprenderse la caja con su carga de aficionados que en ella
viajaban apiñados camino de la Plaza de Toros Nueva (la del Triunfo hacía dos
años que había sido clausurada), unos treinta; hubo cerca de una veintena de
heridos, casi todos leves, la mayoría de los pueblos de Santa Fe y Belicena, y
no fue peor la cosa porque la barandilla del puente evitó que la caja del
camión con su carga humana acabará en el río Genil.
Actuaron aquella tarde agosteña de 1950 los diestros:
Manuel Olgoso, “Niño de la Huerta”, de Cúllar-Vega; Antonio Moreno, “Carreño”,
de Linares; y José García Merino, de Fuente-Vaqueros; los tres en la parte
seria y muy jóvenes, como también lo era el cuarto espada, «la revelación de
la temporada, “Diamante Rubio”, que ejecutará novísimas y
graciosas suertes del toreo», ponía en el cartel. Ninguno de los cuatro
alcanzó nombradía en el llamado arte de Cúchares. El único que se lleva algún
elogio del crítico de La Prensa es el primero del cuarteto y ya hemos
visto el nefasto juicio que le merece la faena del cuarto, sin embargo, de los
cuatro sólo el Diamante Rubio se hizo algún nombre en el mundo del toreo,
aunque esa fama no fuera precisamente como matador. A pesar de la demoledora
crítica del Bachiller, nos consta que más de diez años después seguía por esas
plazas de Dios ejerciendo su “arte” como clown del toreo y ganándose la vida
mal que bien, y seguramente fue en esta época cuando más trabajó en toda su
vida.
Su nombre de batalla, Diamante Rubio, era un
remedo chusco del de un diestro que por entonces era figura del toreo, Diamante
Negro, Luis Sánchez Olivares, venezolano, que tiene cierta vinculación con
nuestra tierra puesto que aquí tomó la alternativa dos años antes, a finales de
septiembre de 1948, también en el coso de la Avenida del Doctor Olóriz. El
venezolano era muy moreno, pero el granadino era pelirrojo y además nunca fue
un tipo serio (sólo cuando quería, dicen los que lo trataron).
En la década de los sesenta ya era bastante
conocido en Granada el trabajo del Diamante Rubio como cómico del toreo y por su
maña en eso de levantar a públicos fríos, y esa fama le sirvió para que se
acordaran de él los responsables del otro espectáculo que más gente arrastraba
en nuestra tierra, el fútbol, por lo que la directiva que presidía José Bailón
lo contrató para que en Los Cármenes divirtiera al personal y lo sacara de su
habitual apatía y así animara a su equipo. La primera noticia que tenemos de
una actuación suya en el campo de la Carretera de Jaén fue el 28 de abril de
1963. De Hoja del Lunes de Madrid extraemos el comentario que, dentro de la
crónica del partido, que firma Raúl Santidrián, leemos bajo el epígrafe El
Granada y los granadinos: «Ha sido todo tan estupendo, que hasta se nos
brindó, sorpresa al menos para los visitantes, otro espectáculo, éste indígena.
Mientras unos miles miraban al fútbol y veintidós hombres corrían sobre el
campo -jugadores y árbitro-, aunque el buen fútbol lo intentase Puskas y algún
compañero más, y en el Granada sólo Arsenio y el defensa central Manolet, y
mientras no se estrenaba el marcador, que también es aliciente cuando no hay
otra cosa, nos entreteníamos todos en el único espectáculo: el “hombre de la
chistera” y los bigotazos postizos que dirigía los “alirones” granadinos desde
el borde del terreno de juego, al pie de los graderíos de sol, corriendo arriba
y abajo, de portería a portería». Las otras dos crónicas de que disponemos,
de Hoja del Lunes de Granada y de Ideal, ni siquiera nombran al personaje o su
labor de clac.
Esto ocurrió en un partido de Copa del
Generalísimo de la temporada 1962-63 en el que el Granada, por entonces en
Segunda División, dirigido por Álvaro Pérez y que había terminado 6º, sin
positivos ni negativos, se enfrentó en XVI al R. Madrid de Di Stéfano, Puskas y
Gento, entre otros, y en el que empezaba Amancio, que acababa de proclamarse
campeón de liga la semana anterior sacándole 12 puntos de ventaja al segundo.
Ganaron los merengues 0-3, con idéntico resultado a la vuelta una semana más
tarde.
Después, en las temporadas siguientes a lo
largo de toda la década de los sesenta, el Diamante fue contratado por
distintas directivas granadinistas, siempre cobrando por sus servicios, claro, normalmente
cuando se disputaba algún partido importante o se preveía una buena entrada.
Distintas indumentarias cómicas solía lucir para componer el tipo, normalmente
con algún detalle torero, bien una montera o una chaquetilla de luces, y con
sus gafas sin cristales que incorporó posteriormente. Se situaba en las bandas,
entre el terreno de juego y las gradas y su papel consistía en encararse con el
público y arrancarle los alabines-alabanes y los ra-ra-ra, que
era la forma de animar al equipo en aquellos años, para lo cual balanceaba su
orondo cuerpo a un lado y al otro al compás de los gritos de la hinchada y
usando su montera como batuta. No sabemos si aquello le daba de comer, pero lo
cierto es que compradores de su arte no le faltaron y, que sepamos, también
ejerció en La Condomina murciana y en La Victoria jiennense, contratado por sus
respectivas directivas. La última vez que se le pudo ver por Los Cármenes en su
función de director de clac fue ya a mediados de los ochenta, sin demasiado
éxito, todo hay que decirlo. Y es que a esas alturas no tenía mucho sentido esa
forma de animar al público para que éste despertara de su modorra y a su vez
animara a su equipo, y ya estaba anticuado aquello de ra-ra-ra, que empezaba a
dejar paso a lo que hoy es más habitual: secciones de bombo y algarabía y hasta
de vientos, y frentes de forofos organizados que cantan acompasadamente y
animan sin parar al equipo local; gradas de animación se les llama y
existen en todos y cada uno de los estadios españoles.
Ya desligado de toda actividad futbolera, se
dedicó Diamante muchos años, hasta su muerte en 2003, a eso que llaman “toque y
sablazo”, recorriendo como un bohemio de la tauromaquia una a una todas las
ferias taurinas. A sus
posibles benefactores les entregaba unas tarjetas impresas que llevaba para el
caso y donde se leía: «Diamante Rubio, natural de Graná, la tierra mía, novillero caído de un
cuadro antiguo», y también «¡que viva la buena voluntad, que de eso vivimos!».
Su especialidad era situarse en los
tendidos e iniciar los aplausos y los comentarios favorables a un determinado
torero porque ese era su principal oficio con el que se ganaba la vida, pero no
siempre sus gracias parecían a todos eso mismo, graciosas, y era increpado, a
lo que inmediatamente respondía que los que se tenían que callar eran los
otros, que él estaba trabajando. Además, siempre llevaba encima un surtido de objetos
para vender a su “clientela”: tabaco de contrabando, abanicos, bastones finos y
más cosas. Entraba de gorra y dormía en las recepciones
de los hoteles o en las habitaciones que habían dejado libres las cuadrillas
después de la faena. O eso al menos se lee en alguna de la veintena de webs
donde hablan (todas bien) de nuestro personaje. Sin embargo, servidor sabe de alguien que afirma que conoció de cerca a
Diamante y que nada de dormir en la recepción de los hoteles ni de prestado,
que él siempre iba a alojamientos de primera y a buenos restaurantes, y pagaba
religiosamente, y que al morir dejó una pequeña fortuna compuesta de casi una
veintena de millones de pesetas en cuantas corrientes y también varios
inmuebles.
Con su ingenio y su simpatía (con su “fino
humor granadino”, dijo algún periodista madrileño), y con su oficio de
predisponer a públicos apáticos a favor de un determinado torero a cambio de un
puñado de pesetas, el Diamante Rubio llegó a ser muy conocido y estimado en
toda España en los ambientes taurinos. Las muchas entradas en la Red que
cuentan su vida y milagros dan testimonio de que fue una buena persona y, sobre
todo, alguien muy peculiar.
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