Se llamaba Antonio Rius Tárrega y nació en Alacuás, Valencia, el 16 de septiembre de 1929. Jugó en los equipos Mestalla, Castellón y Mallorca, desde donde su paisano Antonio Conde lo fichó para el Granada, único club con el que llegó a jugar en Primera.
A Granada llegó en el verano de 1953 y desde el primer momento se metió a la afición en el bolsillo pues era de esos futbolistas que lo dan todo sobre el terreno de juego, incansable interior izquierdo (10) a la antigua «de los que recorren el campo de un área a otra» (Ramón Ramos, Devocionario Rojiblanco) o extremo zurdo rapidísimo y con gran regate y capacidad de desborde. Era además un pelotero de gran técnica que asistía (como se dice ahora) muchos balones de gol. Y por si fuera poco también se le daba bien golear. En su primera temporada de rojiblanco consiguió veintiún goles.
De esa primera temporada es memorable el gol que consiguió a poco del final en La Rosaleda, el 4 de abril de 1954, que suponía la victoria (1-2) y quedar, faltando por disputarse sólo tres jornadas, a dos puntos del líder, Las Palmas (que ascendía a primera de forma directa), y a uno de segundo y tercero (Hércules y Málaga), que disputaban liguilla de ascenso. También es digno de recordar este partido porque González aguantó casi los noventa minutos con un dedo del pie fracturado. Tras la victoria de Málaga muy bien se ponían las cosas para el Granada, pero en la última jornada, en Badajoz, la derrota (4-1) en un pésimo encuentro, nos dejó en la cuarta posición del grupo Sur de Segunda, sin derecho a nada, en una de las varias veces en que nuestro equipo nos ha tenido hasta el final con el corazón encogido para no obtener premio alguno.
Pero para gol memorable con la firma Rius tenemos el que consiguió en la portería del Valencia, en Los Cármenes, en la jornada veintinueve y penúltima de la 57-58, el 27 de abril de 1958, cuando en el minuto 87 aprovechó un rechace al borde del área tras gran jugada del chileno Ramírez y de magnífico cañonazo consiguió el solitario gol que suponía la victoria y que el Granada quedara a salvo de cualquier contingencia y permaneciera otra temporada más entre los grandes. Aquel golazo fue celebrado en las abarrotadas gradas del campo de la carretera de Jaén con un auténtico estallido de alegría, con esa alegría extra de los goles postreros que además dan la victoria y la tranquilidad, pues el empate hubiera obligado a jugárselo todo en la última jornada en el campo del Barcelona. Cuenta Entrala que tras el partido, directiva, plantilla y afición se fueron todos a dar gracias a la Divina Pastora en la cercana iglesia de los padres Capuchinos.
Siete temporadas permaneció Rius de rojiblanco, siendo pieza clave en la buena campaña 54-55 (en la que el Granada jugó sin resultado liguilla a primera), así como en el ascenso conseguido en la 56-57. Siempre fue indiscutible mientras lo respetaron las lesiones, hasta disputar un total de 125 partidos como granadinista y conseguir 42 goles. En marzo de 1960 obtuvo la baja como rojiblanco para fichar por el Málaga. Una última temporada en el Levante le llevó a colgar las botas a punto de cumplir los treinta y dos. Tras su retirada se vino a vivir a la vera de la Alhambra, donde siempre fue muy querido y donde abrió negocio y se dedicó a entrenar a los chavales que empezaban. Y si como futbolista fue de los buenos, como técnico hay que destacar que de su mano dieron el salto al primer equipo rojiblanco nada más y nada menos que jugadores como González (hijo), Rafa Almagro y Eloy Matute, los tres básicos en nuevos ascensos a primera y finalmente traspasados a otros equipos por jugosas cifras.
Para José Luis Entrala (amigo personal suyo), en su magnífico coleccionable de 1986, Rius es el cuarto clasificado entre los jugadores que él mismo califica como que «dejaron huella», tras Porta, Vicente González y Trompi. Según el mismo autor, quizás sea la única vez en la historia rojiblanca en que los socios felicitaran a la directiva por el gran acierto en el fichaje de un futbolista, y esto ocurrió con Rius en la asamblea de 15 de junio de 1954.
Casi por casualidad acaba uno de enterarse de que Antonio Rius, que en su día fue aclamado por el granadinismo, falleció hace casi un año, junio de 2008, en su tierra. Su fallecimiento pasó desapercibido (como ya ocurriera en 2005 con Benavídez) y, que uno sepa, no mereció en esos momentos siquiera unas palabras de la directiva ni una línea de condolencia en los medios granadinos. Me ha parecido que era de justicia que este gran granadinista y mejor persona según los que le conocieron, tuviera este modesto homenaje.
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