EL ONCE FANTASMA

Pedro Escartín bautizó al Granada CF (el Recreativo Granada) con el apodo de "Once Fantasma" cuando este club era un recién llegado a la competición pero ya andaba codeándose con equipos de solera y aspiraba a lo máximo.
En este libro se narran las vicisitudes por las que atravesó el Recreativo en sus cinco primeros años de existencia y también se recogen los sucedidos ciudadanos más impactantes de aquella época revuelta que fue la de la II República.
En la foto de cabecera se ve al Recreativo que se enfrentó al Gimnástico de Valencia en el campo madrileño de El Parral, 21 de febrero de 1934. De pie: Sosa, Tomé, Calderón, Luque, Itarte, Carrera, Victorio y Tabales; agachados: Gomar, Morales y Herranz.
Para adquirir un ejemplar firmado y dedicado por el autor (20 €), dirigirse a
jlramostorres@gmail.com


Historia del Granada CF



martes, 29 de mayo de 2018

PREOCUPANTE SITUACIÓN ECONÓMICA

La avenida del Doctor Olóriz desierta al mediodía en plena canícula. Al fondo se intuyen los arcos de Los Cármenes


Crece la deuda
Finalizando la temporada 1943-44 se produjo la dimisión del presidente Becerra Entrambasaguas, después de apenas siete meses en un cargo al que accedió casi por compromiso y siempre dando muestras de que no le satisfacía. Le sustituyó su vicepresidente Juan Diego Pérez de Haro, quien enseguida recibió el visto bueno de la Federación Sur. En el momento del relevo se dio a conocer que el déficit de la temporada recién terminada ascendía a 140.000 ptas. y que la losa del Granada andaba ya por unas más que preocupantes 300.000 y pico ptas.
 Desde la gran crisis que estuvo a punto de engullir al club en 1936, no se había vuelto a hablar de los problemas económicos de la entidad, lo cual no quiere decir de ninguna manera que estuvieran resueltos. La gran alegría del ascenso a Primera y los tres años de militancia en el máximo nivel habían dejado en un segundo plano las sempiternas penurias crematísticas de nuestro Granada CF, pero el relevo en la presidencia ha sacado a la luz en toda su crudeza la triste realidad. El nuevo presidente se confiesa a Ideal a los pocos días de su toma de posesión y dice que la situación del Granada es muy delicada. Pérez de Haro desglosa la deuda así: un crédito del Banco de España que asciende a 200.000 ptas.; una letra garantizada por antiguos y actuales directivos por importe de 70.000 ptas., cantidad que sirvió para pagar en su día los distintos arreglos de las gradas y el terreno de juego de Los Cármenes, así como para la adquisición de jugadores. Aparte, se deben 115.000 ptas. (nunca las pagará el club) de la compra en 1934 de los terrenos en los que se levanta el estadio y también (a sus herederos) de las cantidades que de su bolsillo adelantó el que era entonces presidente, Matías Fernández-Fígares, para que se pudiera estrenar Los Cármenes, cuyas obras se eternizaban por falta de monetario. Y además se deben otras 30.000 ptas. a organismos públicos como Hacienda, Federación y otros, que son ya gastos de la temporada anterior. Sumando da una cantidad superior a las 400.000 del ala, montante que en 1944 no era precisamente una minuarria, todo lo contrario, casi una cifra astronómica para la época que incluso ponía dudas sobre la continuidad del club a pesar de militar en Primera División.
Pérez de Haro pone el acento en que es necesario que el Granada cuente con al menos 3.500 socios, número de abonados por debajo de los que tienen otros clubes equiparables (Castellón, Celta, Coruña, Oviedo), y no los apenas 1.500 (número de socios que no crecerá en toda la temporada) que hay en la actualidad, agravada esa escasez por la práctica común entre la hinchada rojiblanca de darse de baja en los meses de verano para no tener que pagar las cuotas y acudir cuando va a empezar la temporada siguiente a inscribirse como nuevos socios, precisamente, dice Pérez de Haro, en verano es cuando más dinero se necesita ya que hay que liquidar primas y fichas a los futbolistas y pagar renovaciones, por lo que anuncia que no se van a admitir socios reenganchados en septiembre sin el previo pago de julio y agosto. Los ingresos por abonados en un ejercicio apenas llegan a las 140.000 ptas. mientras que las nóminas importan 300.000 más o menos cada temporada. En definitiva, concluye el presidente, mientras los ingresos por socios no cubran los gastos fijos, no habrá estabilidad alguna en la existencia del club.

Rey, Galvany, Martín Pica y Acedo, fichajes para la 44-45

Pocos y desconocidos fichajes
En las arcas rojiblancas no hay más que telarañas y, por eso, la temporada 1944-45 echa a andar con las aportaciones de los nuevos directivos -75.000 entre todos- y de los pocos socios protectores (que abonan sus cuotas de una sola vez) con los que se cuenta, otras 75.000 aproximadamente.
A mediados de julio se va perfilando la plantilla cara a la 44-45. En esos momentos han renovado casi todos los que interesan, incluido el míster Platko. Sólo se ha dado la baja a Euskalduna y a Conde, y Leal y el granadino Díaz están en situación de transferibles y en breve abandonarán la plantilla. Sólo faltan por renovar Safont, Marín y González. Los tres acabarán renovando, aunque González -la margarita de todos los años (Saucedo dixit)-, con contrato en vigor hasta junio de 1945, pretextando (falsamente, según Patria) un inminente traslado a Madrid en su condición de funcionario temporero de Hacienda, nuevamente quiso plantear un pulso a la directiva en busca de mejorar su situación económica y dado que había clubes interesados en ficharlo, y su incorporación a la plantilla, igual que en la temporada anterior, se producirá cuando falte poco para el inicio del calendario oficial y previa amenaza de ser declarado en rebeldía.                               
                Los primeros fichajes llegan también mediado el mes de julio, los dos primeros vienen cedidos del Sevilla: Acedo, delantero centro que había jugado también cedido en el Córdoba, de Tercera, una buena incorporación puesto que será titular y anotará un total de 14 goles entre liga y copa; y el defensa Llano, que sólo jugará un partido. Después ficha Rey, medio centro y defensa del Zaragoza que permanecerá seis temporadas como rojiblanco y casi siempre será titular. A finales de julio el que ficha es Martín Pica, del Celta, también defensa, que jugará muy poco en su única temporada en el Granada a pesar de haber fichado por tres años. La última incorporación, ya a finales de agosto, es la del catalán Galvany, interior de ambos lados que pertenecía al Barcelona aunque no se había estrenado con la camiseta culé y había estado cedido al Constancia de Inca, que jugará bastantes partidos y permanecerá cuatro temporadas ligado al club. Como se ve, se trata de modestos fichajes de jugadores desconocidos cara a una competición de máxima categoría, y es que manda la economía y no hay para más. A mediados de agosto empiezan los entrenamientos en Los Cármenes.    

Paco Bru diez años atrás, en 1934, cuando entrenaba al R. Madrid

Paco Bru innovador
Paco Bru, el míster del Granada en sus dos primeras temporadas en Primera, fue siempre alguien a tener en cuenta en el panorama del balompié nacional como jugador, árbitro, entrenador, secretario técnico, directivo, articulista futbolero y autor de algún libro, cosas que fue sucesivamente. Es el primer seleccionador que tuvo la selección española, la Roja, en la olimpiada de Amberes 1920, donde nació la leyenda de la furia española y se consiguió la medalla de plata. También fue seleccionador nacional de Perú en el primer Mundial, el de 1930.
En verano no hay demasiadas noticias futbolísticas, así que en julio Patria recoge una entrevista realizada al veterano técnico y publicada por el diario Pueblo, y en esa entrevista Paco Bru, cuyas opiniones solían ser tomadas en cuenta por su prestigio de sabio futbolero, dice que el reglamento del fútbol asociación está anticuado y deben revisarse todas y cada una de las 17 reglas. Alguna de las innovaciones propuestas por Bru, por entonces entendidas como revolucionarias, algo más de veinte años después serán normales en el deporte rey, como la libertad para poder sustituir jugadores a lo largo de un partido. Bru dice que es injusto que un equipo se vea mermado en sus posibilidades de ganar un partido por una lesión o por bajo rendimiento premeditado de algún futbolista enemistado con la directiva (sin duda estaba pensando en ese momento en su experiencia granadinista con aquel Uría de mal recuerdo). Incluso propone también la sustitución de futbolistas expulsados aduciendo que no es justo que la acción reprobable de un jugador repercuta en el equipo al completo. Otras propuestas de Paco Bru no parece que se vayan a llevar a la práctica, al menos por ahora: que las áreas sean circulares y el penalti se lance siempre desde el sitio exacto en que se haya producido la infracción.

Floro, Sosa y Trompi recibieron el homenaje de la afición en un amistoso contra el Málaga

Pretemporada
El primer partido de pretemporada, a principios de septiembre, fue un amistoso en Los Cármenes frente al Málaga, en tercera por entonces, al que entrenaba Paco Bru por segundo año consecutivo a pesar de que no había conseguido el ascenso. Como el amistoso homenaje a Millán y González de hacía pocos meses resultó un éxito, se quiso repetir la fórmula, pero en esta ocasión los homenajeados fueron Floro, Sosa y Trompi, que se repartieron la buena taquilla que dejaron los más de diez mil aficionados que concurrieron al encuentro sin importarles  el gran calor reinante. Ganó el Granada 2-0. Se había anunciado que César, Jorge (hermano de Sosa, que jugaba en el Español) y el delantero centro internacional del Barcelona, Mariano Martín, reforzarían al Granada en este partido, pero finalmente ninguno de ellos compareció en Los Cármenes y la alineación granadinista estuvo formada por: Floro; Millán, González (que llevaba menos de una semana de nuevo en la disciplina del club); Sosa, Melito, Ramos; Marín, Trompi, Leal, Melul y Mas. Es casi la alineación titular de la temporada pasada y también de la que estaba por comenzar, con la excepción de Leal y Melul, que no formarán en el equipo y poco tiempo después se marcharán, el primero al Córdoba y el segundo cedido al Olímpica de Jaén. Arbitró el ex recreativista del Once Fantasma Morales y, según las crónicas, anuló mal dos goles de los malacitanos.
Pocos días después hubo devolución de visita al Málaga en La Rosaleda y allí los rojiblancos, con varios del equipo amateur, fueron apalizados 6-0. Otro amistoso de pretemporada fue un Granada 4 Córdoba 1 (también por entonces en tercera). Y a mediados de septiembre realizó el Granada una mini gira catalana, con derrota en Sarriá y victoria en Tarragona.

El Granada que derrotó 2-1 al At. Aviación en la segunda jornada. Forman, de pie: Sosa, Melito, Millán, Mas, Floro y Acedo; agachados: Marín, Trompi, González, Galvany y Sierra

Empieza la liga 44-45
La temporada oficial empezó el último domingo de septiembre, como venía siendo habitual en aquella Primera División de sólo catorce equipos y 26 jornadas. Por primera vez desde que el Granada militaba en máxima categoría el primer partido fue a domicilio, en el campo del Sevilla, donde en un pésimo partido los rojiblancos cayeron derrotados 4-1 dando además una pobrísima imagen.
                No obstante, en la segunda jornada el Granada, vestido con camiseta roja, venció en Los Cármenes 2-1 a todo un At. Aviación, que seguía preparando Ricardo Zamora. El catalán Galvany, que se presentaba ante la afición granadinista, fue el triunfador jugando como lo que se llamaba interior retrasado, es decir, moviéndose preferentemente incrustado entre los medios. Junto a Galvany también gustó otro debutante, Acedo, del que dice Saucedo en Patria que es un delantero de porvenir. Durante la temporada el Granada hizo gestiones para adquirirlo en propiedad, pero el Sevilla se negó a dejarlo ir.
                Una derrota –previsible- 4-2 en Les Corts fue el resultado de la tercera jornada. Pero en la cuarta llegó un importante triunfo rojiblanco, 5-1 sobre el Oviedo, que en esos momentos era el líder indiscutible de Primera y sus tres partidos anteriores los había ganado, a R. Madrid, Barcelona (en Les Corts) y Español, sin encajar además ni un solo gol. En un magnífico partido de todo el bloque, el Granada desarboló por completo al equipo revelación de aquella liga (acabaría cuarto clasificado) con tres goles de Acedo, uno de Galvany y otro de Sierra, mientras que los asturianos consiguieron el suyo por un error de Sosa que marcó en propia meta.

El Granada que cayó derrotado 4-2 en Les Corts frente al Barcelona. Forman, de pie: Galvany, Trompi, Melito, Mas, Millán, García y Floro; agachados: Acedo, Sosa, González y Sierra

El triunfo ante el Oviedo dejó al Granada séptimo clasificado y disparó los optimismos por la forma incontestable en que se produjo. Parecía a estas alturas que se contaba con un cuadro compensado y que se había acertado con los escasos fichajes que vinieron a reforzar la plantilla. Y como la jornada cinco era un nuevo partido en casa ante un rival de los de la mitad baja, el Castellón, todo hacía indicar que este Granada aún subiría más, y que la delantera Marín, Trompi, Acedo, Galvany y Mas, podía perfectamente emular si no superar a la añorada del primer año en Primera, la que formaban Marín, Trompi, César, Bachiller y Liz.
Pero de eso nada. Sólo una semana después de la gran exhibición rojiblanca frente al Oviedo, los optimismos se habían convertido en lo contrario al perder en Los Cármenes 0-2 frente al Castellón en un lamentable encuentro. El Granada fue impotente e inoperante, aunque gran parte de la culpa la tuvo la lesión de González a los diez minutos, que obligó a jugar casi todo el partido en inferioridad.

¡Otra vez Gojenuri!
La siguiente jornada, la sexta, tocaba visita al Sabadell, el farolillo rojo, que sólo había conseguido un punto hasta el momento, pero una nueva derrota (3-2) fue todo el botín en tierras catalanas. El Granada fue gran parte del partido por delante en el marcador, pero los vallesanos le dieron la vuelta al resultado en la segunda parte.
                Lo más destacable de aquel partido fue que al poco de conseguir el 3-2 los locales, la sorpresa de futbolistas, público y hasta de los jueces de línea fue mayúscula puesto que el árbitro de la contienda, el vizcaíno Gojenuri, señaló el final del partido cuando todavía quedaban ¡¡diez minutos!! por jugarse. Costó trabajo hacerle darse cuenta de su error, pero finalmente se jugó lo que faltaba sin que el Granada fuera capaz de conseguir algo positivo.

El Granada derrotado en Sabadell con la inestimable “ayuda” de Gojenuri

                Las crónicas granadinas hablan de que gran parte de la culpa de la derrota la tuvo el referí, con sus errores, pero las reseñas de periodistas catalanes dicen que se equivocó por igual con ambos equipos este trencilla, Gojenuri, muy polémico siempre y que ya había perjudicado al Granada tres temporadas atrás, en Vallecas frente al At. Aviación. Tres años después de esta fecha (en la primera jornada de la 47-48), en Los Cármenes, protagonizará uno de los escándalos arbitrales más sonados de cuantos se recuerdan en Granada. En Sabadell, el trencilla vasco expulsó rigurosamente a Melito, que después sería castigado con dos encuentros, y señaló un penalti en contra de los rojiblancos que los arlequinados desaprovecharon, además dejó sin sanción un claro penalti en el área catalana y pasó por alto una agresión a Floro, todo según el periodista Fran Subirán, de Mundo Deportivo, que escribió la crónica para Ideal.

Después Vilalta
La siguiente jornada, en Los Cármenes frente al recién ascendido Murcia, que entrenaba el viejo conocido Antonio Bonet, trajo un nuevo resultado negativo, un empate a un gol, y nuevamente la prensa local culpó del fiasco al trencilla de turno, en este caso el catalán Vilalta, al que acusa de anular injustamente un gol del Granada y dejar sin señalar dos penaltis en el área murciana, pero sin esconder que fue otro lamentable partido del Granada, del que sólo se salvó, como otras muchísimas veces, el trío Floro-Millán-González. Los rojiblancos pasaron serios apuros para poder igualar el tempranero gol murciano, y gracias a que Floro paró un penalti al menos se conquistó un punto. Saucedo en Patria acusa abiertamente a los futbolistas de no entregarse, y Fernández de Burgos en Ideal dice que los rojiblancos se amilanaron ante las brusquedades de los murcianos.

El árbitro catalán Agustín Vilalta Bars


Ahora Corpas
Ya en la jornada octava tocaba visitar al otro recién ascendido, el Gijón (así, sin Sporting, palabra proscrita como todos los términos extranjeros) del recordado Camilo Liz, duelo inédito ya que por primera vez se enfrentaba al Granada. Era un debutante en la categoría y hasta el momento sólo había ganado un partido, por lo que andaba en los últimos puestos de la clasificación. Pero el Granada, en plena racha negativa, salió nuevamente derrotado 3-1 y pasó a ver de cerca los puestos de descenso directo al ser superado por el propio Gijón. Nuevamente las crónicas dicen que parte de la culpa de la derrota hay que achacársela al referí, en este caso el colegiado Corpas, que por primera vez pitaba a los nuestros, y que expulsó a Nicola y señaló un dudoso penalti en contra del Granada que rompió el empate.
                La crónica de Ideal la firma el granadino-asturiano Antonio Crovetto, redactor del diario ovetense La Nueva España, que no se corta en decir que el Granada es un conjunto francamente malo. Sólo salva al trío Floro-Millán-González, y del resto dice que causó una pobrísima impresión.

La Presa Real, en Cenes, de donde parte la Acequia Gorda

El agua de Granada
            Ustedes ignoran… claro, / de mi visita el objeto. / Yo, sin sufrir hidrofobia, / estoy –la verdad- que muerdo, / y aunque parezca mentira / ardo lo mismo que el fuego, / pero tengo la ventaja / de apagar pronto el siniestro / sin manga, siempre sin manga, / puesto que soy el cañero. […] Dicen también -¡malas lenguas!- / que practico el «straperlo» / y que en mi casa no falta / azúcar, aceite, queso, / bacalao, patatas, lomo, / manteca y carne de cerdo… / y que como pan del blanco. / ¡Vamos, que me pongo negro! / Dicen que si mi costilla / sale de abrigo y sombrero / y que mis hijos estudian / bachillerato y comercio… / Pero ¿qué querrá esa gente? / ¿Que vivamos en el Beiro / lo mismo que los gitanos, / descalzos, con hambre, en cueros? […] También se dejan decir / -¡les daba a algunos p’al pelo!- / que las tuberías se rompen / en verano y en invierno, / o sea, por junio en el Corpus / y en las Pascuas por enero. / ¿Habrá calumnia más grande? / ¡No tienen perdón del Cielo! / Ni al rico le doy más agua / ni al pobre sin agua dejo. / Lo digo pa que se empapen / los que hablan del cañero. / Ahora, que le advierto al barrio, / que estoy –en este plan- dispuesto / a no surtirlo de agua / ni para cocer un huevo. / A ver si se entera o no / de que soy el amo de «esto»; / que en el agua mando yo, / y echo agua o echo cieno, / que por algo yo heredé / de mis papás este «imperio».
Felipe García Santiago, rapsoda jocoso que solía publicar en el diario Patria allá por los cuarenta, es el autor del romancillo que va delante. Describen esos versos en tono festivo a un tipo muy castizo en la Granada del ayer, hoy ya desaparecido: el cañero, nombre que le venía de su oficio, que era, a cambio de un pequeño óbolo que pagaban los usuarios, el de cuidar y reparar las cañerías por las que discurrían las aguas destinadas al consumo humano y al riego de las abundantes huertas que existían dentro del casco urbano, sobre todo en el Albaicín, así como encargarse de la distribución del líquido elemento para que llegara a todas las partes por igual. En principio parece una profesión muy humilde la suya, pero en la abundante literatura disponible sobre las aguas de Granada es fácil encontrar pasajes en los que nos describen al cañero (véanse los versos que van delante) como alguien a quien más valía tenerlo de tu parte porque en su mano estaba que tuvieras agua o no, una especie de autoridad urbana, bien considerado y remunerado, y encuadrado en una facción a la que era difícil acceder pues lo normal era que la profesión fuera hereditaria. Algunos autores afirman que los cañeros formaban una especie de masonería consciente de la importancia de su labor, de lo que se aprovechaban para obtener ventajas frente a los demás mortales. A este fontanero castizo nos lo representan los que lo vieron en acción perpetuamente remangado y arrodillado junto a los cauchiles, trasteando en el interior con su mano o ayudándose de largas cañas para taponar mediante estopa o trapos viejos determinados conductos y a la vez liberando otros para que el agua fluyera hacia un huerto, un aljibe o una tinaja determinada (las tinajas para el agua de beber, de barro cocido y con capacidad para varios miles de litros, eran una especie de cisterna particular con que contaban casi todas las fincas del casco antiguo de Granada, situadas bajo las escaleras o enterradas en el suelo junto a los cimientos, dejando a la vista sólo la boca del recipiente). Los cañeros eran los herederos de los zanaguidles, oficio equivalente entre los moriscos, y resultaban imprescindibles para que el agua llegara a todas las partes de la ciudad.

Aljibe de Trillo

Efectivamente, la labor de los cañeros era de gran importancia porque, en el desarrollo de su oficio, transmitido de padres a hijos, eran los únicos capaces de desenmarañar el inmenso dédalo de cauchiles, partidores, ladrones, alquézares, atarjeas, atanores, azacayas, azacayuelas, acequias, darros y demás, que componían la red de distribución de aguas y saneamiento de Granada desde el tiempo de los moros, red que con muy pocas variaciones llegó hasta la mitad del siglo XX. Se diría que los cañeros, personas por lo general poco instruidas, conocían y manejaban como nadie sin embargo las leyes físicas de Pascal y los  principios de la hidrostática.
Para la Real Academia, la palabra cauchil  proviene del árabe clásico qawcil, diminutivo de la mozárabe kawc, que a su vez provendría de la palabra latina calix (cáliz, copa), y en castellano significa arqueta, o sea, casilla o depósito para recibir agua y distribuirla. La entrada del diccionario viene precedida de la abreviatura “Gran.”, es decir, se trata de una palabra que sólo se usa en Granada. Otra palabra, también de uso muy corriente en Granada, darro, como sinónimo de cloaca, que designa una tubería de evacuación de aguas negras, no viene en el diccionario.
Y es que el agua de Granada, tan alabada por los viajeros por su abundancia y calidad, había llegado al siglo XX en lo que se refiere a su captación, distribución y saneamiento casi en el mismo estado en que la dejaron los musulmanes. La mayor parte del agua, también la de más calidad que se consumía en Granada, procedía de la fuente de Aynadamar, en Alfacar, canalizada por la acequia del mismo nombre, y llenaba los muchos aljibes (que afortunadamente aún se conservan) de los que se abastecía todo el alto Albaicín, el Sacromonte, Cartuja y San Juan de Dios; los barrios bajos (Albaicín bajo, Plaza Nueva, La Churra, Reyes Católicos) la tomaban del Darro a través de las acequias de Santa Ana (por la margen izquierda) y San Juan (por la derecha) e iban a llenar las tinajas o aljibes particulares con que contaban la mayoría de las fincas urbanas; y por el Realejo y por la zona de la Virgen de las Angustias y Salón, el agua procedía del Genil, conducida por las acequias del Candil (o Cadí, a más altura) y Gorda (o Real, para la zona baja). Aparte, otras zonas como San Lázaro disponían de manantiales propios. Además existían muchas fuentes (Avellano, Salud, Agrilla, San Vicente, el aljibe de la Alhambra, aunque éste no es propiamente un nacimiento) de las que se extraía agua destinada a la venta callejera o a suministro domiciliario mediante acarreo. Así que, lo mismo que cuando los moros, a mediados del siglo XX, miles de granadinos consumían agua estancada y no sometida a control sanitario alguno.

Interior del gran aljibe de la Alhambra

La red de distribución de agua potable y saneamiento que dejaron Boabdil y los suyos fue en su día y durante varios siglos algo sin igual en todo Occidente, dice Joaquín Bosque Maurel en su Geografía Urbana de Granada. Pero a las alturas de 1944 esa red estaba bastante deteriorada ya que la mayoría de las cañerías para agua potable y para salida de aguas residuales, los atanores, de barro cocido, tenían varios siglos a sus espaldas, y enterrados como estaban bajo las calles, a muy poca profundidad y a muy poca distancia unos de otros, las roturas eran muy frecuentes y la mezcla de aguas bebestibles con aguas negras estaban a la orden del día. El cañero era el único que podía remediar el desaguisado. Mientras venía o no… Entre el cieno y los residuos orgánicos que arrastraban las aguas por las acequias, las mezclas sucias de líquidos y que el agua estancada produce gusarapos, los problemas sanitarios eran algo común de forma estacionaria en nuestra Granada. No han pasado tantos años desde entonces y seguramente quedan todavía muchísimas personas que lo recuerdan porque vivieron este estado de cosas que hoy puede parecer más propio de siglos atrás.
Por todo eso, en el verano de 1944 la noticia de alcance ciudadano de más relieve es que dentro de muy poco -¡por fin!- va a llegar a toda Granada y sus barrios el agua potable y el alcantarillado. Que sepamos, era ésta una cuestión, la falta de adecuadas infraestructuras de saneamiento y sus posibles soluciones, de la que venía hablándose en Granada desde hacía casi un siglo y que a estas alturas de 1944, aunque algo se había hecho en años pasados, aún seguía sin resolver. Aparte de acabar con un terrible problema de salud, estaba también el factor económico, porque a pesar de que las guerras habían disminuido considerablemente el número de viajeros y el turismo en nuestra tierra estaba todavía lejos de alcanzar la enorme importancia que para su economía tiene en la actualidad, ya tenía desde antes de la Guerra Civil el suficiente peso en la vida de la ciudad y no era cuestión de seguir apareciendo en las guías turísticas como un sitio al que para ir era prudente adoptar precauciones y sobre todo evitar beber el agua que consumían los naturales, so pena de que las vacaciones granadinas se convirtieran en una tortura o incluso fueran las últimas del desprevenido turista. Diarrea del viajero o diarrea granadina (la venganza de Moctezuma por otro nombre) y hasta algo más grave pues podía ser mortal, las fiebres tifoideas y otras dolencias más africanas que europeas, no eran precisamente atractivos que ofertar a los guiris junto a nuestros monumentos, únicos en el mundo entero, eso sí. En agosto de 1944 la prensa local anuncia que en la Lancha de Cenes está a punto de terminarse una planta potabilizadora que garantice la pureza de las aguas destinadas al consumo de Granada, y se espera que para final de año esté terminada y a pleno funcionamiento.

Aguadores en calle Reyes Católicos

Pero, como es costumbre en Granada cuando de la ejecución de una obra pública se trata, todavía habrían de pasar seis largos años, 1950, para que la planta de la Lancha y toda la infraestructura de tuberías necesarias estuvieran a pleno rendimiento y para que el agua potable y el alcantarillado llegara a casi toda la ciudad. Casi toda la ciudad –decimos- porque en el Albaicín tuvieron que esperar algún tiempo más, hasta 1954, año en que se clausuraron todos los aljibes. En 1950 se puso fin a la leyenda negra de las aguas granatensis y desde entonces gozamos de un agua ciertamente de calidad, y las infecciones debidas a la ingesta de aguas corrompidas sólo son un triste recuerdo del pasado.
Algunos modestos oficios directamente relacionados con la muy peculiar forma de distribución del agua en nuestra tierra desaparecieron con la llegada del agua potable, como los acequieros y los aljiberos, y también los galapagueros, personajes que vendían de forma ambulante galápagos vivos para echarlos en las tinajas y que se encargaran de alimentarse con los muchos bichejos que en esos depósitos estancos se criaban. Y con ellos los muy retratados aguadores que con burro o a pie daban una nota de colorido al paisaje urbano de Granada, aunque éstos últimos duraron todavía hasta bien entrados los años sesenta.  La misma suerte corrieron, claro está, los castizos cañeros aunque, repasando la prensa, en una fecha tan posterior como agosto de 1954 podemos leer en la sección de sucesos de Ideal que un cañero fue atropellado y resultó herido grave en el Campillo cuando de madrugada, agachado, manipulaba en el interior de un cauchil en el desempeño de su cometido. El coche causante de las heridas no se detuvo y por testigos presenciales se cree que era una “rubia”, nombre popular de unas camionetas de diseño y fabricación nacional, de marca Eucort (Eusebio Cortés) que tenían parte de su carrocería en madera. El cañero atropellado, de 49 años, responde al nombre de Joaquín Arcolla Cabezas. Debía de tratarse de un hermano de aquel Juan Arcolla (o Arcoya) Cabezas, fusilado junto a García Lorca en 1936.

Enfermos de Cólera


En los tiempos del cólera
            Las redes de distribución de aguas para consumo humano que idearon los nazaríes llegaron hasta bien entrado el siglo XX a pleno funcionamiento.  No hay constancia histórica de infecciones causadas por este sistema de captación y distribución de aguas hasta el siglo XIX, al menos no hay registros de grandes epidemias anteriores al XIX. Pero se ve que para entonces, por un mantenimiento deficiente a lo largo de los siglos, ya el estado de conservación de las tuberías y los depósitos no era el más idóneo. Así, en el XIX nace la leyenda negra de las aguas granadinas, especialmente entre los viajeros que nos visitan. Es el temido tifus granadino, que dicen que lo contraen los forasteros al beber el agua que los naturales consumen sin problemas al estar ya inmunizados. Ese tifus penibético o tifus abdominal (fiebre tifoidea, hablando con más propiedad) podía resultar mortal y cada año, sobre todo en verano, se cobraba unas cuantas vidas, pero en cualquier caso nada tenía que ver esta enfermedad con el brote epidémico de tifus exantemático que a principios de los años cuarenta del siglo XX también se llevó por delante a unos cuantos cientos de paisanos: el piojo verde (se contrae por la picadura de un insecto parásito: piojos, pulgas, garrapatas...) o tabardillo, mucho más contagioso y mortal.
                Claro que para problema sanitario relacionado con el agua de beber en Granada, hay que acordarse de la gran epidemia de cólera de 1885. El cólera también se contrae por el consumo de agua o alimentos contaminados por una bacteria, y tiene en común con la fiebre tifoidea que ambos males se manifiestan por las abundantes diarreas que producen en el desprevenido guiri que ha bebido a morro de una fuente callejera o se ha empinado a caliche el castizo pipo con tapadera de croché o sin ella. El cólera fue un azote durante el XIX en todo el mundo, también en Occidente. En España hay registradas cuatro grandes pandemias decimonónicas: 1833-34, 1854-55, 1865 y 1885, que acabaron con la vida unas 800.000 almas entre la cuatro, teniendo en cuenta que a finales del siglo XIX nuestro país lo poblaban unos 12 millones de habitantes. Se considera que la bacteria que produce la infección no es autóctona sino que la traían los viajeros procedentes de regiones ya invadidas, y que su punto de origen inicial estaba en la India, pero no cabe duda de que las pésimas condiciones de higiene de las ciudades -donde más mortalidad causó- y el mal estado y la falta de salubridad de sus redes de aguas, favorecían el rápido progreso del mal.

Poco podían hacer las autoridades para evitar la epidemia

                La ciudad de Granada fue una de las más castigadas por la de 1885, la última de las pandemias de cólera morbo asiático que asolaron España. Los invadidos fueron algo más de 10.000 paisanos, de los que murieron unos 5.500, a los que habría que sumar otras 7.200 muertes en la provincia, de casi 20.000 invasiones. Por entonces Granada capital tenía una población de aproximadamente 80.000 habitantes y algo más de 400.000 la provincia. “El terrible azote del Ganges” afectó tanto a pobres como a ricos, pero claro, de éstos últimos todos los que pudieron huyeron a lugares más seguros, viéndose muy concurridos los balnearios de la provincia de Jaén, donde la epidemia tuvo menor virulencia. El número mayor de infestados y víctimas mortales se dio entre los menos favorecidos, que vivían hacinados en casas muy deficientes y rodeados de toda clase de detritus puesto que no existía en Granada servicio alguno de recogida de basuras y los darros de muchos edificios vertían directamente a la calle. La costumbre por entonces era tirar los desperdicios, incluidas aguas menores y mayores, por la ventana y sin más a la furcia rué o, haciendo un gran esfuerzo, acercarse al Darro y verter en su cauce.
Para hacernos una idea de la terrible experiencia que nuestros tatarabuelos tuvieron que padecer contamos con un testimonio de primera mano en la pluma de Luis Seco de Lucena, quien en su Mis memorias de Granada cuenta que la epidemia empezó el 7 de julio, cuando se dio el primer caso en la persona de un militar trasladado desde Valencia, que murió en su domicilio de Pavaneras 5, y a los pocos días ya se contaban por cientos las infecciones precisamente en las zonas más céntricas de la ciudad, y el punto álgido del contagio se dio el 13 de agosto, día en el que fueron más de 500 cadáveres los conducidos al cementerio. Según Seco de Lucena, los negocios se paralizaron, las calles quedaron desiertas y los pocos transeúntes se rehuían unos a otros; por todas partes se oían lúgubres lamentaciones que salían de los edificios y el llanto y la miseria invadían los hogares… También refiere Seco el terrible espectáculo cotidiano de sendas pilas de cadáveres en Plaza Nueva, a un lado y otro de la entrada de la cuesta de Gomérez, esperando a ser recogidos y subidos al cementerio, unos tétricos montones que algunos días superaban la cincuentena de fallecidos.
                Además de los diarios El Defensor y La Lealtad, también circulaba en Granada otro periódico, El Contribuyente (se publicaba cada cinco días). En su número de 16 de agosto y con la firma de Francisco de Paula Valladar podemos leer: «Días ha que nuestra ciudad no puede presentar aspecto más imponente; la ausencia de todo el que ha podido abandonarnos, dejando al que menos tiene luchar con el mal, se deja sentir en las calles y paseos, que permanecen desiertos gran parte del día; las tiendas sin venta alguna, ciérranse en evitación de gastos; los talleres abandonados; las farmacias atestadas de gente que tiene que tomar turno para su despacho, y el paso continuo de camillas y carros con hacinados cadáveres, es todo lo que hoy ofrece la ciudad de las mil torres.»
                De las hemerotecas extraemos el dato de que, por miedo al contagio, nadie quería encargarse de la agotadora labor de conducir a los fallecidos a enterrar ni de abrir las fosas, así que hubo que emplear en esos cometidos a los reclusos del penal de Belén, vigilados de cerca por la Benemérita. En los carros tirados por bestias iban los cuerpos amontonados de cualquier manera, por supuesto sin ataúd ni ninguna otra medida, siendo frecuente que algunos fiambres se cayeran en plena cuesta de Gomérez sin que el transporte se detuviera y esto provocara algún altercado con los vecinos de la zona. Así hasta que se decretó que los finados fueran llevados al cementerio sólo por la noche. Un cementerio de San José en el que no se daba abasto y encima su conserje hizo negocio (hasta que fue despedido) con los enterramientos, cobrando por dar prioridad a unos sobre otros con el resultado de que muchos cadáveres permanecían varios días insepultos y sometidos al implacable sol granadino de agosto.

Los cadáveres se hacinaban en los carros

                Alcalde de nuestra ciudad era el conservador Rafael de Garay y Mendoza (del partido que gobernaba en Madrid, el de Cánovas, quien, por cierto, de su bolsillo aportó 5.500 reales (1.375 ptas; 8,25 €) para las listas de suscriptores con que paliar de algún modo las desgracias), regidor a quien El Defensor acusa de “machacar en hierro frío”, es decir, de haber tomado unas medidas del todo insuficientes y tardías de cara a prevenir lo que se venía encima. Garay fue depuesto por el ministro de Gobernación, Raimundo Fernández Villaverde, que visitó Granada unos días en agosto, y el Ayuntamiento quedó regido por una comisión presidida por su correligionario y diputado a Cortes Eduardo Rodríguez Bolívar. Una de las medidas de prevención que se le sugerían al alcalde desde El Defensor, y que aquél no adoptó, era la urgente reparación de las muchas cañerías rotas por toda la ciudad que hubieran evitado la habitual mezcla de aguas limpias y negras, causa de muchísimas infecciones.
                También resulta curioso leer los posibles remedios que publica la prensa de la época para tratar de atajar una enfermedad cuyos primeros síntomas se caracterizan por: demacración, la nariz se alarga, las orejas se van hacia atrás. Métodos tan peregrinos como lo que dice un médico inglés, según El Defensor: para prevenir el contagio, basta con llevar una moneda de diez reales en el zapato. También se recomienda: tres inyecciones (a la vez) de fenato de quinina y otra de cloruro de pilocarpina. O bien, tintura etérea de valeriana, tintura de nuez vómica, tintura de árnica, de opio y de acónito, todo mezclado con vino generoso. Otro: fricciones de aguarrás y amoniaco mezclados; fumigaciones con azufre y nitro. Ahora bien, para curar nada como el láudano líquido de Sydenhann (tintura de opio con vino de Málaga, azafrán, canela y clavo era su composición). Los enfermos debían guardar cama y arroparse bien para sudar cuanto más mejor (en plena canícula). Mientras tanto en las calles de Granada ardían permanentemente hogueras improvisadas a base de azufre y de alquitrán porque se pensaba que la enfermedad se contagiaba por el aire y la combustión alejaba los efectos miasmáticos de la infección. Lo más curioso es que no hacía ni un año el médico catalán Jaume Ferrán había descubierto una vacuna contra el cólera que había dado buenos resultados en Valencia pero, no está muy claro por qué razón, el gobierno había prohibido su utilización, así que nuestros ancestros sólo tenían a su alcance para luchar contra la epidemia los escasos conocimientos médicos y farmacéuticos de la época sobre esta terrible enfermedad. Desde luego, a fínales del XIX la farmacopea y la sanidad española estaban muy lejos de su situación actual. Hoy el cólera se previene con la vacunación y se cura fácilmente con sueros que eviten la deshidratación, que es en definitiva la causa del rápido fallecimiento de los contagiados, y la infección se supera con antibióticos. Pero faltaban muchísimos años para que éstos se conocieran.

Distintos anuncios en la prensa de la época sobre remedios contra el cólera

                En plena pandemia, mediados de agosto, un acontecimiento vino a perturbar aún más la ya de por sí alterada paz ciudadana al desatarse la llamada Crisis de las Carolinas, cuando la Alemania del káiser Guillermo I y del canciller Von Bismark arrebató de hecho a España una de las pocas colonias que le quedaban de un imperio en el que siglos ha no se ponía el sol. Las Carolinas, archipiélago al noreste de Filipinas, estaban bajo soberanía española desde cientos de años atrás (el nombre le viene del rey Carlos II), pero esa soberanía era puramente formal puesto que su territorio nunca fue ocupado ni se estableció en él una colonia española. Esa circunstancia fue aprovechada por el imperio alemán para ampliar sus posesiones al considerar aquellas islas como res nullius. A punto estuvo de provocar el incidente una guerra hispano-germana que no llegó a desatarse y que se resolvió con la intermediación del Papa León XIII, pero esto ocurrió ya en diciembre de 1885, volviendo las islas Carolinas a la corona española a cambio de concesiones a los alemanes de pesca y comercio y de cederles las Islas Marshall. Mientras tanto, la embajada y algunos consulados alemanes fueron asaltados por manifestantes furiosos a lo largo de todo el territorio nacional. También en Granada, a pesar del estado de postración en que se hallaba la ciudad, hubo una gran manifestación –pacífica- el día 30 de agosto que movilizó a unas 6.000 personas. La Crisis de las Carolinas fue un aperitivo de lo que finalmente acabó ocurriendo en 1898.
                Nefasto, apocalíptico, año para la provincia de Granada fue el de 1885. Aparte de la gran epidemia de cólera morbo del verano, pocos meses antes pueblos enteros de la comarca de Alhama habían sido completamente devastados por el terremoto de la Navidad de 1884 y eran en esos momentos sólo un montón de escombros. Algo más de mil personas murieron por causa del seísmo de Arenas del Rey y más de 10.000 quedaron sin un techo donde resguardarse. Así que a una gran desgracia vino a unirse otra aún peor.
A finales de agosto empezó a remitir la epidemia y ésta no se dio por extinguida hasta mediados de septiembre. Fue el verano de 1885 una pesadilla difícilmente olvidable en nuestra tierra.

El doctor Ferrán inventó una vacuna contra el cólera, pero su utilización fue prohibida por el gobierno de Madrid

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