El gran Granada de los setenta basaba sus éxitos en la calidad de sus hombres de medio campo y en el poder goleador de los de arriba, pero sobre todo, lo que más le hacía brillar era la línea de cobertura, con una defensa a la que no era fácil superar y con un portero que era todo un seguro, Francisco Javier Izcoa Buruaga (1946 Guecho, Vizcaya).
A Granada llegó Izcoa en 1971 procedente del Zaragoza y su primer cometido fue ver los partidos de sus compañeros desde el banquillo e intervenir en algún partido de la Copa de Andalucía de suplentes, porque por entonces tenía cerrándole el paso al que parecía insustituible Ñito. Así hasta el mismo ecuador de la liga en la que Joseíto le dio la titularidad y el vasco se instaló en ella para dejarla a partir de ese momento sólo cuando las lesiones le impedían rendir. En sus muchos años granadinistas, todos los entrenadores que tuvo le hicieron encabezar las alineaciones rojiblancas, prefiriendo al vasco incluso antes que a alguien de la talla de Mazurkiewicz, a quien dejó casi inédito en su aventura española. Todos los técnicos excepto Muñoz, quien caprichosamente dejó de confiar en él con el nefasto resultado que el experimento produjo.
Su estilo era todo lo contrario al de Ñito, a quien tuvo que sustituir y hacer olvidar, cosa nada fácil. El canario, siendo también un magnífico cancerbero, era un manojo de nervios y gustaba de adornarse y dar espectáculo; futbolista de gran calidad jugando con el pie, famosas eran sus “locuras”, sus salidas fuera de su área regateando contrarios que a más de un míster granadinista por poco le cuesta un infarto. Sin embargo Izcoa, de escuela vasca, era distinto por completo, era la sobriedad en persona y siempre se le veía sereno bajo los palos; jugar con el pie estaba claro que no era su fuerte y jamás se adornaba en sus intervenciones, pero a cambio ofrecía una gran seguridad y una regularidad excepcionales. Al principio, acostumbrados como estábamos a Ñito y sus shows, tanta seriedad era poco apreciada por algunos sectores de aficionados (mi compañero de asiento en la Preferencia del viejo Los Cármenes llamaba a Izcoa “la pava”), pero finalmente acabó el vasco convenciendo a todos los remisos para llegar a convertirse en un jugador muy querido del granadinismo.
Once temporadas perteneció al Granada CF (de la 71-72 a la 81-82) y jugó tanto en Primera como en Segunda y Segunda B, si bien su único partido en esta última categoría, ante el Ceuta en La Rosaleda, donde el Granada actuaba como local por estar clausurado Los Cármenes, acabó no valiendo y hubo de repetirse ya sin Izcoa en la puerta, porque en ese partido anulado sufrió una grave lesión que le hizo retirarse definitivamente del fútbol a los 35. Once temporadas en las que le dio tiempo a jugar un total de 312 partidos que le convierten en el cuarto granadinista por número de encuentros jugados -sólo superado por Lina, Millán y González- y en el primer portero de esa lista, en la que para encontrar a los siguientes guardametas hay que bajar hasta los puestos 21 (que ocupa Notario con 205) y 22 (Candi, con 198).
No hay comentarios:
Publicar un comentario