Su hija Marcela es granadina. Nació casi a la vez que un buen puñado de hinchas granadinistas pedían a voz en grito en plena calle Reyes Católicos su no traspaso al Barcelona. Jiménez Blanco desplegó en el balcón una pancarta en la que comunicaba su decisión de no traspasarlo y aquella misma tarde gracias a él pudo el Granada estrenarse en la 59-60 con un triunfo ante el Español. El partido, según las crónicas, fue malo y aparte de que los catalanes tiraron fuera un penalti, lo mejor fue el único gol, obra de Carranza, a su estilo, sacándole el balón al defensa contrario y abriéndose paso para lanzar un cañonazo que doblaba las manos del portero. Gol puro Carranza que valió los dos puntos.
Andaba desde tres meses atrás el granadinismo en el nirvana de la final de Copa, y la noticia de que HH estaba a punto de llevarse al Barça a su ídolo, Ramón Sergio Carranza Semprini (Los Surgentes, Rosario, Argentina, 1931), congregó ante la sede del club a varios cientos de aficionados empeñados en impedirlo. Cuatro millones y medio y dos jugadores (o seis kilos, según otras fuentes) era poco para un jugador que, según Hoja del Lunes, «hace jugadas de diez millones». Carranza era entonces venerado como pocos futbolistas lo han sido en toda la historia granadinista.
Ariete rompedor, impetuoso, era el complemento perfecto para el juego de ataque con el que el Granada de Kalmar supo plantarse en toda una final de Copa, aprovechando como nadie los medidos pases de gol de su compadre, el «gallego» Benavídez, y los precisos centros desde las bandas de Vázquez y Arsenio.
Carranza se quedó todavía dos años más, hasta que acabó la segunda aventura primerdivisionista rojiblanca, en 1961. Y aunque su juego y sus goles fueron disminuyendo, como el tono general del equipo y la ilusión de la parroquia, todavía pudo el club sacarle al Español unas pesetillas por él.
Tres años en el Español, donde volvió a vivir un descenso a Segunda, y un año incompleto en el Europa lo devolvieron a Argentina para dedicarse a su negocio de coches.
Cuando en los vestuarios, recién acabado el primer partido de la 59-60, no quiso hacer declaraciones a la prensa, que lo asediaba a preguntas ya que fue el mejor de la tarde, quedó claro que la decisión de no traspasarlo al Barcelona no le había gustado. Es fácil comprenderlo. Pero para siempre quedó en el recuerdo y en el corazón del granadinismo este pundonoroso “centrofoguar” que abría defensas como nadie y marcaba goles de dos en dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario