En el fútbol argentino, de siempre han abundado los defensas duros o leñeros. En un portal de Internet recientemente han elaborado un ranking de futbolistas argentinos que contiene veinticinco nombres de todas las épocas, con fama de “raspadores”. Pues bien, el “ganador” destacado no es otro que el que fuera defensa del Estudiantes de La Plata, Ramón Alberto Aguirre Suárez (Tucumán, Argentina, 1944), del que dice: «Es el prototipo del jugador violento…» …«Tenía dos apellidos y pegaba en proporción por cada uno».
Independientemente de que ese dudoso honor le corresponda plenamente o de que la cuestión pueda admitir muchos “segúnes” y muchos “cómos” y “cuándos”, lo cierto es que su fama de killer se la ganó a pulso. El delantero franco-argentino Combin, del Milán, tras el partido de vuelta de la final de la Copa Intercontinental 1969, en Buenos Aires, podría aclarar algo al respecto. Consecuencia directa de la actuación de Aguirre Suárez en esa final es su estancia por un mes en Devoto.
En septiembre de 1971, como falso oriundo paraguayo y quitándose algunos años, se incorporó al Granada, convocando a varios miles de hinchas en su primer entrenamiento. Desde ese momento fue fijo en su puesto de defensa libre. Muy poco tiempo después nacía la leyenda negra rojiblanca que iba a acompañar a los nuestros durante tres temporadas. Ya saben, la de un equipo violento que basaba sus éxitos en todo tipo de marrullerías y acciones antideportivas.
No negaremos ni intentaremos justificar la malhadada leyenda. Sólo diremos que convendría matizar y huir de exageraciones. Porque, de acuerdo, sí, Aguirre y su compadre Fernández se extralimitaron en más de una y de dos ocasiones, y eran una “pareja quirúrgica”. Pero no eran ni mucho menos los únicos que hacían lo que hacían en un fútbol como el de la época, de defensivas a ultranza (y sin cámaras de televisión por doquier), sino que también había otros -en los modestos y en los grandes- que no alcanzaron tanta fama pero que muy bien podrían disputarles el título de “cirujanos”.
Tres temporadas perteneció al Granada, las que transcurren entre 1971 y 1974. La de en medio fue mediocre pero las otras dos son precisamente las mejores de la historia del Granada CF. En esas tres temporadas pudimos ver a un defensa que tenía sus cosillas y de vez en cuando sacaba el hacha. Pero, sobre todo, pudimos ver a un gran futbolista con mucha clase que jugando en su puesto –ya en desuso- de libero por detrás de la línea de zagueros, sabía sacar el balón jugado (aseado, se dice) y no con despejes a la buena de Dios. La gran seguridad que daba en la parte de atrás fue básica para que el Granada se convirtiera en un equipo puntero.
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