«En el principio fue Floro». Es el título con el que el gran Ramón abre su serie de semblanzas de granadinistas que dejaron huella entre la hinchada. Floro encabeza el Devocionario Rojiblanco del mismo modo que encabezó las alineaciones granadinistas a lo largo de nueve temporadas y 120 partidos, y del mismo modo que encabeza para siempre ese verso heptasílabo en los oídos del forofo, aquel de Floro, Millán, González….
En la historia casi octogenaria del Granada CF ha habido varios lotes que muy poco han aportado. Por lo que siempre se llamó “lote” entendemos un grupo de futbolistas que llegaban de la mano, todos a la vez, normalmente procedentes de un mismo equipo. Así, a modo de ejemplo, recuerda uno el lote de cuatro seminulidades que nos colocó el Valencia en la 69-70, como parte del pago por el traspaso del canterano Fernando Barrachina. También hubo, pero en los cincuenta, otro lote de cuatro valencianistas desembarcados simultáneamente y de los que se puede decir otro tanto, o sea, que de poco sirvieron.
Pero no es ni mucho menos el caso de los cinco que de los madriles y de una tacada se trajeron en 1939 los “camaradas” Martín Campos y Cristiá, siguiendo las recomendaciones de Manolo Valderrama. Un lote de cinco que es sin duda el mejor y más rentable de toda la historia granadinista: Trompi, Santos, Maside, González… y Floro, la “quinta del Trompi”, según el término acuñado por el maestro Entrala.
Florentino Buey Portillo (Ablaño, Asturias, 1913-Madrid 1997), Floro para el fútbol, era el quinto componente de ese grupo de cinco y el llamado a evitar goles en contra en sustitución de los porteros (Martínez, Corona y Valencia) con los que contaba aquel Recreativo improvisado en el verano inmediato a la finalización de la guerra, y que en el campeonato andaluz habían demostrado que no ofrecían garantías para la liga de Segunda a punto de empezar.
Lo más curioso es que frente a los otros cuatro, que sí tenían experiencia en el fútbol profesional, Floro, a sus 26 años sólo había jugado por diversión y procedía de un equipo que se llamaba “Peña Paco”.
«Yo iba a jugar a un terreno que estaba al lado de la Basílica (de El Escorial). Un día llegó un señor y me dijo ¿Chaval y tú qué? Pues aquí jugando al fútbol y tal. ¿Oye, puedes venirte al Granada y tal? ¿A Granada? Pues sí, pero yo para ir necesito dinero y tal. Pues de acuerdo. ¡Y me dieron 2.000 pesetas, me pagaron el viaje en tren y la pensión en la plaza de los Lobos!». Es un fragmento de la entrevista que para Ideal realizara José Luis Entrala en 1987.
Floro, Florito para sus innumerables amigos, escaso de centímetros (apenas 170) y de carnes, pero fuerte y felino, fue pilar fundamental en el buen papel desarrollado por el todavía llamado Recreativo Granada de la temporada inmediata posterior a la Guerra Civil y para el histórico ascenso de la siguiente. Ya en máxima categoría no le fueron tan bien las cosas, de ahí la venida del húngaro Alberty y después del canario Pérez. Con todo, en el Granada permaneció hasta 1947, completando un total de 120 partidos bajo los palos granadinistas.
La merecida insignia de oro y brillantes del club le fue impuesta por Candi en septiembre de 1972, cuando visitó Granada e hizo el saque de honor en aquel partido Granada-Valencia de diplomático prólogo y de epílogo bélico, cuando Aguirre Suárez inutilizó para el fútbol a Forment. Floro lloró de emoción en aquella visita en la que pudo comprobar el gran cariño con que los granadinos lo recordaban. Lágrimas que volvieron a aflorar a raudales en la emotiva entrevista de 1987 en la que Entrala dice de Floro que fue un hombre sentimental y bueno. Lágrimas de añoranza por Granada y por su “morenita”, su mujer, que lo dejó viudo en 1941 y con la que, por expreso deseo de Florito, fue a reunirse en 1997 en el cementerio de San José.
No hay comentarios:
Publicar un comentario