Venía el Sevilla de caer eliminado en el estadio José Alvalade de Lisboa, en el partido de vuelta de la primera eliminatoria de Copa UEFA, por un gol con el tiempo cumplido que rompía el empate a dos que le habría dado la clasificación. Muchos hinchas del Sporting de Lisboa habían ya abandonado el estadio cuando el disparo del portugués Oliveira a saque de falta rebotaba en Antonio Álvarez y despistaba a Buyo, suponiendo el gol del triunfo local y la eliminación del Sevilla de una competición internacional en la que llevaba años sin participar. Los sevillistas debieron pensar que un equipo rival vestido a rayas horizontales era muy gafe para sus intereses, porque apenas dos semanas después volvían a experimentar algo muy parecido, sólo que esta vez no fue en UEFA, sino en Copa del Rey, el escenario era el bastante más modesto estadio de Los Cármenes y el rival era un recién ascendido a Segunda.
La Segunda B de por entonces, con sólo dos grupos de veinte, no era tan difícil de abandonar como la actual. El Granada, por primera vez en su historia había descendido al tercer nivel del fútbol español pero sólo dos años después había conseguido volver a Segunda. Había por tanto hambre de fútbol entre el granadinismo, que llenó el viejo Los Cármenes para ver al Sevilla de Manolo Cardo y de Pintinho, Álvarez, Buyo, Francisco y otros, que no era como el gran Sevilla actual pero también jugaba en Europa, y para ver al buen Granada que había logrado conjuntar Mesones, que en esos momentos ocupaba puesto de ascenso, tercero en la clasificación de Segunda.
El 19 de octubre de 1983 hizo en Granada una noche de buenísima temperatura, lo que facilitó bastante también que el campo se llenara. Por entonces vivía la afición algo parecido a lo de ahora mismo, con el equipo recién ascendido a Segunda y bien clasificado, y Los Cármenes había vuelto a llenarse con todos los que no habían tenido paciencia como para sufrir dos años en 2ª B.
Yo recuerdo un partido bonito y animado, con unas gradas como hacía mucho tiempo que no se veían, en el que el Sevilla marcó pronto y quiso amarrar esa ventaja que rompía el 0-0 de la ida, y en el último minuto, con gran parte del público ya fuera del estadio (como en el Alvalade), recibió el gol del empate. Como todavía no se había establecido que en los partidos de Copa los goles en campo contrario valieran doble, hubo que ir a la prórroga.
El sensacional cabezazo en el descuento del rubio Lope Acosta, un delantero que tenia mejor pinta que efectividad pero que sin ser alto era capaz de saltar muy por encima de sus marcadores, bastantes se lo perdieron por correr demasiado. Y lo que estaba previsto que acabara al filo de las once de la noche se alargó casi una hora más entre la prórroga y las tandas de penaltis, ya que en total hubo que lanzar dieciséis.
Lo mejor de la noche, lo que todos recordamos más, es lo emocionante que fue el espectáculo. Dicen que el fútbol gusta tanto por su capacidad para emocionar. Y emoción hubo en cantidades industriales aquella templada noche de mediados de octubre. Sobre todo a partir de empezar la prolongación. Los quince minutos del primer tiempo de la prórroga, fueron trepidantes, con un golazo de Tello driblando a Buyo y un segundo de Kostic, aquel excelente y fino aunque algo mermado físicamente media punta yugoslavo que se trajo Mesones del Elche. El 3-1 parecía definitivo pero los sevillanos empataron antes del descanso y tras una segunda parte algo más centrada se llegó al minuto 120 con empate a tres. Penaltis al canto para darle a la cosa mayor emoción si cabe.
Y como los protagonistas eran conscientes del gran ambiente y no querían que decayera, ninguno falló en la primera tanda, así que hubo que ir a la “muerte súbita” para darle otra vuelta de tuerca a la gran efervescencia de corazones galopantes.
Los aficionados granadinistas, como siempre ha sido tradición en los nocturnos, habían acudido al estadio bien provistos de comestibles y bebestibles. Mi compadre Antonio celebraba su cumpleaños y se llevó una damajuana de vinillo costa y una paletilla -que por entonces no ponían pegas en la puerta- de donde catamos y manducamos los diez que por allí andábamos y aún sobró, y a estas alturas y después de casi tres horas de trasegar no necesitábamos de mucho para animarnos. Allí estuvimos hasta el final disfrutando del emocionante partido que todavía guardaba varias “perlas” para el recuerdo, como la gran ovación y los gritos de ¡Pepe! ¡Pepe! con los que consolar a un destrozado Macanás que estrelló en el poste su lanzamiento, sexto para el Granada, que hubiera dado la clasificación tras el fallo del sevillista Francisco.
Si las fuertes emociones vienen a tener un final feliz, mucho más dignos de recordar resultan los acontecimientos. Cuando ya en el penalti quince falló Magdaleno y Tello en el de dieciséis acertó a marcar dando el pase al Granada para la siguiente ronda, la alegría del granadinismo es fácil de imaginar y la explosión de entusiasmo pudieron oírla desde el Zaidín.
Al Granada no le era vital ganar aquel partido ni allí se ventilaban grandes cosas, tan sólo la satisfacción de pasar a la siguiente ronda de Copa y de paso soñar con la visita de algún grande. El partido tampoco se puede decir que resultara un dechado de perfecciones si atendemos exclusivamente a lo que se considera balompié elaborado. Pero –afortunadamente para los futboleros- el fútbol tiene otros alicientes y aquella noche hubo una conjunción perfecta de ellos para que resultara una velada inolvidable.
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