El genial Miranda en su chiste diario (en el que no podían faltar su gato y su mosca) de Ideal, años treinta, nos representa este particular “tendido de los sastres” de Los Cármenes.
Los estatutos y reglamento de la sociedad “Club Recreativo Granada”, presentados en el Gobierno Civil el día 6 de abril de 1931 y aprobados el día 14, sufrieron una importante reforma apenas un año después, concretamente en asamblea de 19 de julio de 1932. De este segundo texto extraemos la regulación que en su capítulo segundo, artículos 4 a 15, hacía de la figura del socio. El artículo 4º decía: «Este club se compondrá de los siguientes Socios: Protectores, Honorarios, de Número, Jugadores e Infantiles».
Los llamados socios de número, el grueso de la afición y de siempre principales sostenedores del tinglado, los únicos con voz y voto en las juntas generales o asambleas y también los únicos que podían formar parte de la junta directiva, estaban obligados a abonar una cuota mensual de cinco pesetas los varones y la mitad las mujeres (excepto julio y agosto, que se reducían a tres ellos y nada ellas), y a procurar por todos los medios lícitos «el buen éxito del Club». A cambio tenían derecho a asistir a todos los actos deportivos organizados por el club y también a utilizar sus instalaciones para prácticas deportivas, salvo que en ese momento hubiera entrenamiento.
Socios honorarios eran «por derecho propio, el Extmo. Señor Gobernador Civil, Extmo. Sr. Alcalde y los Directores de los diarios locales», según el citado texto. Y además podía serlo cualquier persona o entidad que por gestiones o servicios especiales en beneficio del club lo mereciera. La figura del socio protector se reservaba para quienes hubieran aportado algo más tangible, o sea, quienes «se hagan merecedoras de esta distinción, por auxilios económicos prestados al Club, o por donaciones continuas y repetidas de premios para sus concursos». Tanto unos como otros eran designados por la junta general y no pagaban cuota como los de número, salvo la que ellos mismos voluntariamente se impusieran.
Desde luego socios protectores no eran precisamente los del “tifus” del tendido de los sastres versión Miranda, tanto los de gorrilla como los ensombrerados, los pícaros gorrones, consustanciales al fútbol como a cualquier espectáculo. De toda la vida ha habido y habrá quien se las ingenie para ver el fútbol de gañote. Desde aquel tipo que alquilaba escaleras de mano los días de partido, o los techos de los pocos vehículos que por entonces existían, que son picardías que fueron quedando arrumbadas conforme iba subiendo la altura de la valla exterior. Había incluso quien se subía al monte del Sombrero para imaginarse -más que ver- el partido del Recreativo. Así hasta llegar, ya en los ochenta, a la “okupación” de las obras de las casas que la especulación adosó al estadio, arrasando de paso con irrepetibles panorámicas. Porque, a base de solera en rojiblanco, al campo de este histórico equipo nunca le faltó tampoco su tendido de los sastres propio.
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