En 1941 faltaba todavía mucho para que servidor naciera, y en 1957 ya estaba uno por aquí, aunque todavía en pañales. Las fotos de 1941 de aquel ómnibus que venía de Córdoba, de gran morro y con la palabra CAMPEON sobre su baca, rodeado de miles de personas en la Gran Vía, en el Americano, con la banda municipal y guardias de gala a caballo abriendo la comitiva (casi se perciben los acordes del “Campeón” del maestro Megías) y el mismo ómnibus en la plaza del Carmen para el saludo por las autoridades desde el balcón principal, justo debajo del yugo y las flechas, nos dan una idea del gran acontecimiento local que el ascenso en Castellón -el primero- supuso. Son imágenes extraídas de ese tesoro para los nostálgicos, como menda, que son las hemerotecas. El mismo lugar del que podemos extraer las de 1957. En éstas han variado los peinados y las indumentarias de la multitud, y a la caravana se han agregado gran número de vespas, y el microbús que trae a los expedicionarios, de volante a la derecha, a la inglesa, y de baca superpoblada, trae una luna rota, resultado de la pedrada con que un indeseable despidió de Almedralejo a los rojiblancos, cuyas cabezas y torsos asoman por las ventanillas estrechando las manos de los miles de hinchas que llevan más de dos horas de plantón esperándolos.
Para 1966 ya era servidor un forofo rojiblanco declarado -aunque enano- y por eso no necesito en este caso de hemerotecas porque guardo vivos en mi memoria los recuerdos de lo que puedo considerar el primer gran alegrón que me dio mi equipo. Inolvidable para mí es el Violón repleto de autocares matrícula de Málaga y la ciudad tomada por miles y miles de boquerones (aunque este término hoy no parece molestar a los vecinos, en aquellos tiempos de rivalidad feroz se usaba más bien en tono despectivo) llegados también en cientos de coches particulares y motos, y hasta en un “tren botijo”, que ocupaban las calles de la ciudad aquella mañana de tiempo veraniego. Ocho días después, el lunes 23 de mayo, las imágenes de 1941 y 1957 volvían a repetirse: una ciudad desbordante de alegría y ocupada por decenas de miles de entusiasmados granadinos, hinchas rojiblancos, pero también gran número de indiferentes al balompié (y eso que llovía), saludando a la caravana de más de un kilómetro formada por innumerables coches y motos haciendo sonar sus cláxones que desde Santa Fe hasta la Virgen de las Angustias tardó más de tres horas. La gran alegría, los hurras, los alabín-alabán y los ra-ra-rá, y las mil anécdotas oídas in situ sobre lo que había sido el viaje a Málaga de más de seis mil granadinos, como aquella que aseguraba que un grupo de hinchas granadinistas la mañana del partido por las calles malagueñas vistieron a un gato que llevaban ad hoc con los colores rojiblancos al que iban alimentando de boquerones. Para la historia queda también el chiste de Miranda en Ideal del martes 24 de mayo de 1966 que encabeza este escrito y que se refiere a la sinuosa carretera a través de los montes de Málaga, paso obligado, que por aquellos tiempos más separaba que unía las dos ciudades y que se conocía como Cuesta de la Reina.
El Granada ascendió en 1966, pero el favorito era el Málaga que acababa de protagonizar una cuasi proeza copera frente al R. Madrid. Más de un mes tuvo que esperar nuestro equipo a que una vez acabada la liga su rival en promoción fuera eliminado de la Copa, en la que cayó finalmente forzando un tercer partido de desempate ante todo un R. Madrid ye-yé. En ese mes largo de espera el Granada no había dado precisamente una buena imagen en los varios amistosos que jugó e incluso había quedado eliminado del trofeo no oficial denominado “Sánchez Pizjuán” por el Triana, filial bético de Tercera.
Por eso, por inesperado y porque este tercer ascenso se consiguió frente al eterno rival (mucho más “eterno” entonces), se diría que el de 1966 fue bastante más celebrado que el siguiente, dos años después. En 1968 la novedad en el recibimiento a los recién ascendidos consistió en que la caravana se formó no en Santa Fe, como en las anteriores ocasiones, sino que como venían de Mallorca por Iznalloz, el lugar escogido fue el Pantano de Cubillas. Eso y que la primera parada fue en Los Cármenes, donde los expedicionarios fueron recibidos con pirotecnia y paseo en hombros por el césped. De ahí a la Virgen de las Angustias para ofrecer ramos de claveles rojos y blancos, y concluir la jornada con el tradicional saludo desde el balcón central del Ayuntamiento. Pero lo cierto es que en esta ocasión se veía menos personal por las calles del que pudo verse en el ascenso de 1966. Quizás el hecho de haber encabezado la clasificación toda la liga y haber ascendido directamente quitó emoción a los últimos momentos y así no se desbordó la alegría tanto como otras veces. Quizás también que sólo dos años atrás se había celebrado otro ascenso y el nuevo ya no constituía tanta novedad.
El quinto salto a Primera celebramos en estos momentos, después de nada más y nada menos que cuarenta y tres años desde la última vez y treinta y cinco ausentes de máxima categoría, toda una vida. Parece increíble si miramos sólo a cinco años atrás. En la mejor tradición rojiblanca por lo que se refiere a ascensos, éste también da para esa figura muy unida a la historia del club, la del recibimiento multitudinario de toda una ciudad a un autobús que viene de triunfar en tierras forasteras. El Granada une así su nombre al de otros clubes que en sólo dos años consiguieron la proeza de subir a primera desde tercera (Hércules, Valladolid, Lérida, Las Palmas, Jaén, Elche, Mallorca, Sabadell, Murcia, Salamanca (dos veces), Celta, Albacete y Málaga). Enhorabuena a todos los granadinos, que corra la alegría y que se celebre como la cosa merece. Ahora lo que hace falta es que la categoría que retomamos por 18ª vez no sea flor de un día.
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