01/05/09
Para saber que el hecho de condenar al 74 mudado de Murcia a tener que jugar en nuestra reputada Costa Tropical sólo podía acabar en batacazo no hacía falta ser pitoniso.
Cuando en la pretemporada 2007-08 el alcalde de esta ínclita ciudad, por pescar cuatro o cinco votos, negó a Marsá (¿también lo habría negado de ser “otro” el que hubiera hecho la compra y mudanza?) el uso del estadio de titularidad pública, cometió una alcaldada, que según el DRAE es una acción imprudente o inconsiderada que ejecuta un alcalde abusando de la autoridad que ejerce. Inconsideración y abuso de poder se llama defraudar las expectativas de bastantes (muchos más de los pocos votos que pudo rentar la operación) contribuyentes futboleros granadinos deseosos de ver fútbol de más nivel, pero que no entienden de amores furibundos a unos colores ni quieren saber nada de guerras entre granadinos de distintas facciones. Fue una arbitrariedad en toda regla puesto que nunca ha sido lo suficientemente explicada y mucho nos tememos que para siempre quedarán incógnitos sus auténticos motivos.
El segundo batacazo de Marsá está a punto de consumarse a no ser que un milagro lo evite. Y, evidentemente, este segundo golpe trae su origen en el primero. Marsá desde luego, con sus salidas de pata de banco, con sus boutades, en definitiva, con su gran ego, no ha ayudado nada, ni en su momento ni antes ni después, para ganarse simpatías hacia su causa. No obstante creo yo que no merecía dos jarmazos seguidos. Porque Marsá será lo que sea y se habrá enriquecido con el fútbol, pero que yo sepa es el único que ese beneficio obtenido lo ha reinvertido en deporte. Otros en su momento aportaron cantidades de su bolsillo al fútbol de Granada, pero esa aportación fue siempre a título de préstamo pues recuperaron su inversión (algunos con intereses) o esperan recuperarla.
No sé si estará uno equivocado, pero percibe uno cierto desánimo por la parte de Almanjáyar-Pinos Puente que le lleva a pensar que esta vez puede ser la definitiva y que un nuevo fracaso puede equivaler a la retirada definitiva del luchador Marsá, que es lo mismo que decir que de esta forma ya no existiría un club que respondiera al nombre de Granada 74, ni en el fútbol profesional ni en los otros muchos niveles del deporte del balón redondo. Me encantaría estar equivocado porque no puede (no debe) Granada permitirse una nueva pérdida.
Algunos dicen que ése sería su merecido fin por haber prostituido un deporte limpio como es el balompié, en el que los ascensos deben ganarse en el terreno de juego y no en los despachos y donde mandan los sentimientos y no debe mandar el parné… y no sé qué más patatines y patatanes. Y lo dicen después de que estemos hartos de ver cómo los equipos que no pagan descienden. Y lo dicen después de que sea usual que por mudarse de lugar de residencia un solo jugador se pague diez veces más de lo que costó la plantilla entera del difunto Ciudad de Murcia. Cosas y colores más propios de una idílica utopía, de un delirio poético completamente alejado de lo que es el fútbol desde que apasiona a las masas.
El domingo volveremos a vivir en Los Cármenes una casposa reedición de derbi penibético en el que algunos exhibirán orondos su copiado repertorio folklórico de desplantes cainitas entre zegríes y abencerrajes. No quiere uno creer que a la vez asistamos al último acto de un Marsá futbolero.
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