Este era yo “in diebus illis”, en aquellos mis buenos días de vino y rosas, cuando se me conocía como un recinto deportivo de primer orden. Esta tarde, después de cesar el estruendo de las almohadillas sacudidas contra la pared; cuando ya no se oyen las voces que pregonaban ¡viseras p’al sol! y la megafonía ha enmudecido. Cuando ya sólo se oye el bramido de las miles de gargantas transidas por la emoción que transmite la batalla futbolera. Esta radiante tarde, con la primavera de 1969 recién estrenada, luzco mis mejores galas para recibir a: Ñito; Tinas, Barrenechea, Lorenzo; Martos, Barrachina; Barrios, Santos, Miralles, Noya y Vicente. Y a: Betancort; Calpe, De Felipe, Sanchís; Pirri, Zoco; Miguel Pérez, Amancio, Grosso, Velázquez y Gento (aunque ya han pasado tres años, es el mismo Madrid Ye-yé de la sexta Copa de Europa, con el único cambio de M. Pérez por Serena). A las órdenes de Cardós (que dentro de poco más de un mes, en Copa, nos la jugará sobre éste mi mismo césped, pero ante el Bilbao) disputan la jornada veintiséis de un calendario al que después le faltarán sólo cuatro jornadas para concluir. El resultado del partido, empate sin goles, dejó satisfechos a ambos contendientes. Los míos sumaron un punto que casi aseguraba la permanencia en esta temporada de reencuentro con la máxima categoría que al final supondría igualar su mejor clasificación histórica hasta ese momento. Y los merengues también con un punto dejaban casi sentenciado el título de campeón de una liga que dominaron de principio a fin.
Literalmente, no cabe un alfiler. Los más de veintidós mil que abarrotan mis gradas se lo pasan de maravilla en esta primaveral tarde. Algunos rezagados apenas verán algún lance del juego, atrapados en las escaleras de entrada de
Como puede apreciarse, todavía no he sido rodeado por bloques de pisos. Para que esto ocurra aún faltan unos cuantos años. Mientras tanto pueden los zagales sin posibles seguir reuniéndose en el solar de al lado a esperar a ver si la suerte les depara un balón caído del cielo que les franquee la entrada. Entre ellos no está ya un chavea que cantaba muy bien los ritmos de moda. Y no está porque ya dejó atrás la niñez y también su tierra, y se fue a los madriles en busca de una fortuna que está a punto de premiarlo con la más amplia de sus sonrisas y que, adoptando el perfil del mismísimo Beethoven, lo va a llevar merecidamente a lo más alto de su carrera. Y lo que yo me alegro...
También la falta de casas que me cerquen hace que conserve aún una cualidad que de siempre impresionó a mis visitantes por su gran belleza: el telón de fondo que me procuran las magníficas panorámicas de
Siempre fui humilde, como mi dueño. Las veces que estuve en la elite fueron más bien pocas y casi siempre fui del león sólo un apéndice. Pero en el momento en que el avión me sobrevuela y me inmortaliza estoy en lo mejor de mi vida y está iniciándose mi más dorada época. Son tiempos de vacas gordas y nadie piensa más que en positivo. Después ese ganado se tornará anoréxico y llegará la decadencia deportiva y también la económica (si es que una no va de la mano de la otra) que obligarán a mi dueño a desprenderse de mí, asegurando su subsistencia y mi extinción.
Lo que fui, un templo en el que cada dos semanas se cumplían los ritos del mejor deporte y se canalizaban emociones sin fin y sensaciones inolvidables de feliz victoria o aciaga derrota; lo que siempre fue mi afán, ser el santuario donde se exteriorizaran las ilusiones de un pueblo identificado con unos colores; creo que son roles que cumplí más que satisfactoriamente y de ello me enorgullezco.
Como buen vasallo, por mi señor di gustosamente mi propia vida. Pero es que ahora, cuando sólo habito en el Elíseo de los campos de fútbol y en el recuerdo de los que me conocieron, puedo decir bien alto que, a pesar de mi no existencia, cual un Rodrigo Díaz de los estadios, soy la principal causa de que una entidad deportiva de solera haya alcanzado los setenta y seis años de vida y goce de buena salud.
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