A Arsenio Iglesias Pardo (Arteixo, La Coruña, 1930) no le gustaba jugar al baloncesto, que lo suyo siempre fue el fútbol. Así se lo hizo saber al míster Argila, que reaccionó apartándolo del equipo en unión de otro bajito, Vicente, que también protestaba porque estaba harto de que los entrenamientos un día sí y otro también consistieran en hacer canastas olvidando que se trataba de profesionales del balompié. Los dos represaliados más adelante acabaron la temporada cedidos en el Albacete, de Tercera, con el que ascendieron. No estaba precisamente el Granada aquella 60-61, la peor de sus diecisiete de Primera, para permitirse el lujo de prescindir de buenos futbolistas, pero la calma se había perdido hacía ya unos cuantos meses. Es el único caso de rebeldía que se le recuerda a Arsenio, que siempre se caracterizó por ser un tipo disciplinado, callado y humilde.
Por esa salida del equipo es esta 60-61 la única de sus seis temporadas granadinistas en que no jugó mucho. A Granada llegó faltando poco para el comienzo de la 58-59, procedente del Sevilla, equipo que un año antes lo había comprado al Coruña pagando sus buenos dineros. A la vera del Guadalquivir no le fueron nada bien las cosas y apenas jugó, de lo que se benefició el Granada que lo adquirió junto a Ramoní y Loren (éste cedido) como parte del traspaso de Gilberto Navarro al Sevilla.
Para varios de sus compañeros era el mejor de la plantilla del gran Granada de la 58-59, incluso por delante de otros que suenan más. Arsenio era un rapidísimo extremo de ambas bandas -aunque también jugó bastante como interior- con un sensacional regate y gran disparo, y su mejor cualidad era servir buenos balones desde las bandas.
Con esas notables virtudes futboleras nos lo pintan los que lo vieron jugar. Aunque tampoco olvidan señalar que Arsenio podía personificar la imagen tópica del gallego al que de vez en cuando y sin causa aparente le atacaba la morriña y su rendimiento en el terreno de juego disminuía hasta tal punto que no se le veía. Ese defecto es el que dicen que fue el que le apartó de fichar por el R. Madrid, que lo venía espiando en sus tiempos de jugador coruñés.
En Granada también sufrió alguna vez de ese mal, pero en sus seis años entre nosotros abundan más las grandes tardes futboleras, en especial aquel gran partido del Granada de Kalmar, en la 59-60 en el Nou Camp, que con Arsenio en figura estuvo a punto de arrancar un insólito empate a cinco goles.
Como queda dicho, siempre fue titular, hasta jugar un total de 128 partidos y marcar 35 goles (19º en la tabla de goleadores rojiblancos). Después del descenso de 1961 todavía permaneció en el Granada tres temporadas hasta que a mediados de la 63-64 compró su libertad y fichó por el Oviedo, equipo en el que se retiró jugando en Primera todavía dos temporadas más. Cuando se marchó era el único que quedaba de la final copera de 1959 (estaba Pellejero, pero después de haber pasado por el Santander y el Elche), en la que el propio Arsenio fue el salvador del honor granadinista.
El verdadero triunfo le llegó ya una vez retirado, haciendo buen papel en casi todos los muchos equipos que dirigió. Varias veces sonó como posible entrenador del Granada, pero nunca llegó a ocupar el banquillo rojiblanco.
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