La lluviosa tarde del 20 de noviembre de 2002, en el feo amistoso internacional disputado en Los Cármenes entre España y Bulgaria, el mayor aliciente del partido se produjo al cuarto de hora de la segunda parte. En ese momento muchos de los asistentes soltaron el paraguas para aplaudir a rabiar al jugador que ingresaba en el terreno de juego en sustitución de Guti. Era Capi, Jesús Capitán Prada (Camas, Sevilla, 1977), el último gran ídolo del granadinismo hasta el momento, por lo que la gran ovación que cosechó estaba más que justificada. Esa ha sido la última vez que los granadinistas lo hemos podido ver en acción en nuestro estadio y también ha sido la última vez que Capi ha vestido la roja de la selección absoluta.
Capi es un centrocampista al que podríamos inscribir en la que se ha dado en llamar “escuela sevillana”, que integrarían numerosos futbolistas de todas las épocas, algunos de nombre muy ilustre, que se caracterizan por ser grandes peloteros, jugadores finos y muy elegantes, artistas en una palabra. Esas virtudes de futbolista de los buenos desde luego las acreditó Capi en su única temporada de rojiblanco, pero además también derrochó pundonor y entrega por nuestros colores. Fue la 1999-2000, la gran temporada de aquel Granada muy sevillanizado que confeccionó Chaparro y Mesones acabó de pulir para protagonizar una espectacular remontada que no obtuvo el premio más que merecido del ascenso porque se nos atragantó el Murcia en el momento más inoportuno.
En más de una ocasión, dirigiéndose un servidor hacia su observatorio particular que da nombre a esta sección, el monte del Sombrero, recuerdo cruzarme con un jovenzuelo menudo, melenilla al aire, que corría en solitario por las inmediaciones de este paraje granadino. –Buenas tardes; -Buenas tardes. Y allá que seguíamos cada uno a lo nuestro. No era otro que Capi, que llenaba sus ocios con más deporte.
Como había venido cedido del Betis, allí se volvió tras el infausto “Murcianazo” para hacerse enseguida con la titularidad, de la que no le apean los sucesivos técnicos que lo han dirigido, a pesar de que ya es un ilustre veterano. Cuatro presencias internacionales enriquecen su palmarés personal.
Sólo fue granadinista una temporada, pero desde sus primeros partidos se metió a la grada en el bolsillo y ésta lo adoptó como su nuevo ídolo. Se trata de un amor correspondido, porque Jesús Capitán hace profesión de granadinismo cada vez que tiene ocasión y manifiesta su gran simpatía por nuestro equipo y por nuestra ciudad, donde dice que pasó un año maravilloso y donde le gustaría colgar las botas.
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