EL ONCE FANTASMA

Pedro Escartín bautizó al Granada CF (el Recreativo Granada) con el apodo de "Once Fantasma" cuando este club era un recién llegado a la competición pero ya andaba codeándose con equipos de solera y aspiraba a lo máximo.
En este libro se narran las vicisitudes por las que atravesó el Recreativo en sus cinco primeros años de existencia y también se recogen los sucedidos ciudadanos más impactantes de aquella época revuelta que fue la de la II República.
En la foto de cabecera se ve al Recreativo que se enfrentó al Gimnástico de Valencia en el campo madrileño de El Parral, 21 de febrero de 1934. De pie: Sosa, Tomé, Calderón, Luque, Itarte, Carrera, Victorio y Tabales; agachados: Gomar, Morales y Herranz.
Para adquirir un ejemplar firmado y dedicado por el autor (20 €), dirigirse a
jlramostorres@gmail.com


Historia del Granada CF



sábado, 7 de junio de 2008

VOCES Y RISAS SONARON



Voces y risas sonaron
cerca del río Monachil,
estruendosas carcajadas
y algún que otro ji-ji.

Partido caliente y bronco
disputado en el Zaidín,
reseco amarillo albero:
se mastica el polvarín.
En el campo -ni una sombra-
a Lorenzo hay que sufrir;
los forofos en la grada
se cocinan bien al gril.
El trencilla, un individuo
choligrueso y pequeñín,
metro cincuenta con pito:
un juez de pitiminí;
en el choque daba saltos
con apostura gentil:
con qué donaire mostraba
su tarjeta carmesí.
A la ducha antes de tiempo,
por salirse del redil,
ha mandado a más de cinco,
desenvuelto y saltarín.
Cartulinas van y vienen
con dinamismo febril,
y echa que echa ha expulsado,
-bien enhiesta la cerviz-
quince palomas y un gato,
una peña juvenil
y hasta al tío del butano
que pasaba por allí.

Cuando el cronómetro vuela
implacable hacia su fin;
cuando los suplentes sueñan
penaltis y goles mil,
gritos y risas sonaron
cerca del río Monachil.
Eufrasio López Torralba,
reputado referí,
primer espada y orgullo
del Colegio granadí:
¿Quién te dejó en ese estado
cerca del río Monachil?
Fue el número dieciséis,

de nombre Francisco Ruiz,
conocido por su alias
deportivo: “Paquitín”;
mozo pujante y garrido,
zaguero de dura crin,
que cuando engancha un disparo
manda el balón a Pekín.
Cercano al juego yo andaba
-las normas lo exigen así-
y el zapatazo del bestia
directo fue a mi nariz.
¡Ay, mi silbato dorado!
(que cuando soplo hace ¡piiii!)

incrustado en mi gaznate;
no lo puedo hacer salir.
¡Ay, mi gallarda presencia,
digna de una emperatriz!
Meéme encima todito;
escapóseme el pipí.
¡Ay, mi sufrida autoestima!
¡cómo me duele el ridí-
culo asaz cruel y espantoso!
¡yo me quisiera morir!»

Tres pasos dio tambaleante
y se cayó de perfil.
La parroquia, en su sadismo,
no paraba de reír
(regocijo es de la plebe,
-¡vamos!, me parece a mí-
ver la autoridad caída,
ver al mando hacer el gil).
La chufla del respetable,
que no puede reprimir,
es desquite a la arrogancia
de un árbitro algo chulín.
Los sanitarios corrían
para a aquel hombre asistir,
y del orden se ocupaba,
presta, la Guardia Civil.
Ya lo ponen en camilla,
ya se lo llevan de allí,
ya el cachondeo termina,
u séase, “c’est finie”.
Y cuando a Eufrasio se llevan,
pequeño como un maní,
voces y risas cesaron
cerca del río Monachil.

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