EL ONCE FANTASMA

Pedro Escartín bautizó al Granada CF (el Recreativo Granada) con el apodo de "Once Fantasma" cuando este club era un recién llegado a la competición pero ya andaba codeándose con equipos de solera y aspiraba a lo máximo.
En este libro se narran las vicisitudes por las que atravesó el Recreativo en sus cinco primeros años de existencia y también se recogen los sucedidos ciudadanos más impactantes de aquella época revuelta que fue la de la II República.
En la foto de cabecera se ve al Recreativo que se enfrentó al Gimnástico de Valencia en el campo madrileño de El Parral, 21 de febrero de 1934. De pie: Sosa, Tomé, Calderón, Luque, Itarte, Carrera, Victorio y Tabales; agachados: Gomar, Morales y Herranz.
Para adquirir un ejemplar firmado y dedicado por el autor (20 €), dirigirse a
jlramostorres@gmail.com


Historia del Granada CF



domingo, 15 de junio de 2008

EL SHOW DE GURUCETA



Transcurridos casi veinticuatro años desde la actuación estelar en Los Cármenes de Gojenuri, en aquel ya lejano septiembre de 1947, las nuevas generaciones de forofos habían olvidado su mal nombre y estaba vacante en la mente de la hinchada un apellido de árbitro para ser lanzado al aire como insulto cuando la actuación de un trencilla se juzgase como perjudicial para los intereses rojiblancos. Así hasta el partido que el 31 de enero de 1971 enfrentaba en casa al Granada C.F. con el Sevilla, para el que el árbitro designado fue el guipuzcoano José Emilio Guruceta Muro.

Ningún otro árbitro, ni hasta el momento que nos ocupa ni en los años que ya han pasado desde entonces, ha alcanzado las cotas de malditismo y polémica que este Guruceta de mal recuerdo, que en los últimos años del franquismo y primeros de la transición dejó su funesta huella en más de los que sería deseable campos del balompié patrio y europeo. Como un Gran Cabrito que congregara en torno suyo a todas las brujas y espíritus malignos, su especialidad era crispar los nervios de los forofos hasta la demonización y acabar saliendo de los terrenos de juego entre guardias de la porra. Sus recitales acabaron en altercados de orden público tantas veces que es difícil que su marca pueda ser superada por otro trencilla.

Para los entendidos en fútbol y para casi el común de los aficionados balompédicos el buen árbitro es el que pasa desapercibido en su precaria labor de tratar de impartir justicia sobre un terreno de juego, cuestión ingrata y nada fácil, y menos aún cuando en un partido de fútbol vienen a darse cita otros factores que trascienden el ámbito puramente deportivo y actúan como catalizadores de sentimientos reprimidos de frustración colectiva de una comunidad. Pero este hombre no era ni mucho menos una persona que se conformara con pasar desapercibida sino que, por sus hechos lo conoceréis, se debía considerar a sí mismo como una vedette, como una “prima donna del pito” que gustaba de estar en la cresta de la polémica, porque son tantos los cargos que distintas aficiones futboleras mantienen contra su papel en un terreno de juego que sólo se puede concluir dos cosas respecto a la personalidad de Guruceta: muy pagado de sí mismo, le gustaba asumir un papel protagonista, no segundón, como debe ser el de un árbitro; muy bien pagado de otros, en sentido literal, era un árbitro indigno, un juez corrupto que se dejaba untar.

No son precisamente los atributos de lo que debe ser un buen árbitro, sin embargo aún a día de hoy el nombre de Guruceta sigue designando el trofeo al mejor juez futbolero que cada temporada otorga un popularísimo diario deportivo nacional. Y no deja de ser un despropósito equiparar el nombre de Guruceta a los muy ilustres de Pichichi y Zamora que el mismo diario concede, y además viene esto a darle argumentos a quienes opinan que el R. Madrid era beneficiado por las autoridades del Régimen más o menos encubiertamente, porque una de las principales acusaciones que contra este árbitro mantienen sus detractores es que favorecía a los merengues. Y añaden desde Barcelona que si actuaba así es porque obedecía consignas anticatalanistas dictadas desde el mismísimo Palacio del Pardo. Precisamente la fama del guipuzcoano empezó, justo después del sonadísimo escándalo que protagonizó en junio de 1970, en el Camp Nou, con el Barça como perjudicado y con el R. Madrid como beneficiado, todo un clásico futbolero nacional, repetido “ad nauseam”, dentro de otro clásico futbolero como es la rivalidad Madrid-Barcelona. Aquel partido supuso la eliminación del Barcelona en cuartos de Copa y concluyó en medio de un follón sin igual; más de treinta mil almohadillas volaron desde las gradas al terreno de juego, escribió en el acta el propio Guruceta. Tan grande fue el escándalo que, se dijo veladamente en la prensa, salpicó a las autoridades del Régimen y trajo como consecuencia el cese menos de un año después de Samaranch al frente de la falangista Delegación Nacional de Deportes y su sustitución por Joan Gich. Las presiones catalanas ante lo que se entendía como un ultraje a toda Cataluña propiciaron la muy ejemplar sanción de seis meses sin tocar el pito para Guruceta, el propio de su oficio y el de los que desde las gradas tenían que encajar impotentes las consecuencias de sus aquelarres.

El catálogo de sevicias cometidas por Guruceta por toda la geografía nacional es bastante amplio, recordemos: antes de lo de Barcelona, temporada 69-70, en Elche, en un partido contra el At. Bilbao, fue detenido al finalizar el encuentro por orden del alcalde ilicitano (los alcaldes franquistas mandaban mucho) por liar toda una asonada entre los que asistían al encuentro al señalar cuando éste finalizaba un más que dudoso penalti a favor de los visitantes que supuso el gol con el que los vascos se llevaron los dos puntos. Y éstas de cuando ya se había convertido en figura del espectáculo: la afición colchonera lo tiene entre sus bestias negras desde un partido de Copa ante el Español en el que (a juicio de los forofos atléticos) no dio una a derechas, nefasta actuación culminada con la roja directa a un jugador que ha pasado a la historia del fútbol nacional como paradigma del juego limpio y la caballerosidad en un terreno de juego, José Eulogio Gárate, por el sólo hecho de hacerle la observación «ha sido falta del 7», siendo la única vez en su carrera que este gran futbolista fue expulsado. En Valladolid también dejó impronta de su mal hacer en un partido frente al R. Madrid en el que no vio dos clarísimos penaltis en el área merengue. Igualmente, la afición che se la tiene jurada por una actuación suya en una final de Copa frente al R. Madrid.


Y como traca final y apoteosis en el abultado debe de este referí: en 1997, después de diez años de su desgraciada y prematura muerte en accidente de tráfico, cual un nada heroico Rodrigo Díaz de Vivar del pito que vuelve a cabalgar cuando ya no se cuenta entre los vivos, su fantasma vino a visitar al que en 1984 era presidente del club belga Anderlecht, Constant Van Den Stock, que se vio obligado a confesar que en el partido de vuelta de semifinales de Copa UEFA ante el club inglés Nottingham Forest (2-0 de la ida), celebrado el 25 de abril de 1984 ofreció un “préstamo” de cuatro kilos a Guruceta (que éste se apresuró a aceptar) a cambio de hacer un “arbitraje blando”. Aquel partido concluyó con tres a cero favorable a los belgas y el tercer gol llegó de un penal, de ésos que los mal pensados nos podemos imaginar. El Anderlechet fue sancionado por esta causa con un año sin disputar la primera competición internacional europea para la que se clasificase.

Como decíamos al principio, a Granada llegaba Guruceta en la jornada veinte de la temporada 70-71 para arbitrar el partido de los rojiblancos contra el Sevilla. Aquel Granada, dirigido desde el banquillo por Joseíto en su segunda etapa en nuestra ciudad, afrontaba su tercera temporada consecutiva (duodécima de su historia) en Primera y ya presagiaba las grandes tardes de fútbol que se avecinaban. El equipo se mantuvo toda la liga en los puestos de la mitad de la tabla y no pasó ningún apuro para conservar la máxima categoría, finalizando décimo de dieciséis. Ya despuntaban jugadores como De la Cruz y Lasa, los fichajes más destacados de aquel año junto con Jaén. Otros fichajes de esta temporada son los de Fontenla, Juárez (un falso oriundo con pasaporte paraguayo pero que en realidad era argentino), Ramón Tejada y Blas. Permanecía el armazón de anteriores: Barrios, Vicente, Ñito, Barrenechea, Lorenzo, Fernández, Santos, José, Martos, Noya, Tinas y Aguilera. En el equipo figuraba asimismo un jugador llegado dos temporadas antes pero que hasta el momento sus apariciones en las alineaciones rojiblancas habían sido muy escasas: Porta.

Cuando el calendario hace que se llegue a la jornada veinte, 31 de enero de 1971, el colegiado Guruceta afronta su tercer partido desde que saliera de la sanción de seis meses que le costó el show de Barcelona. En aquel lluvioso y frío día de final de enero el césped de Los Cármenes era un barrizal sobre el que el Granada se desenvolvió mejor y mereció la victoria, cosa que hubiera conseguido de no ser por el de negro, tarasca antirrojiblanca por excelencia, que después de escamotear un penalti por derribo a Barrios en el área hispalense, anuló el gol más espectacular y difícil de ver en un campo de fútbol (yo al menos no he vuelto a ver otro parecido) a falta de siete minutos para el final: Porta (¿quién si no?), que había salido unos minutos antes en sustitución de un compañero, cazó por el aire y de chilena, de espaldas a la portería, un saque con la mano del cancerbero Rodri, con la fortuna de que su envío fue a introducirse en la meta sevillista; gol perfectamente legal que este Guruceta invalidó por fuera de juego posicional de Barrios, que no vio el gol pues estaba de espaldas a la jugada y no interfería para nada en la acción ni se encontraba en la trayectoria del esférico Lo más seguro es que este árbitro no vio la jugada y además fue equivocado por el linier, también sorprendido, que no corrió hacia la línea central. De su errónea decisión se puede concluir, bien que este señor aquella tarde estaba decidido, por las razones inconfesables que fuesen, a evitar que el Granada se anotara los dos puntos, o bien que este árbitro desconocía el Reglamento o le patinaban esos reflejos que se identifican con el oficio del buen árbitro; y no nos vale la cuasi disculpa de que anuló el gol porque no lo vio, porque hasta Antoñico sabe (mejor dicho, sabía, ya que el pobre había muerto sólo unos días antes) que cuando un guardameta tiene en sus manos el balón éste está en juego y el más medianamente mediocre árbitro de fútbol no lo puede (no lo debe) perder de vista. Así, con esta decisión ¿equivocada? vino también a añadir el viejo Los Cármenes a su lista de campos vetados, que por entonces era todavía exigua.

Los pocos minutos que quedaban para el final (el resultado fue empate a cero, con lo que el Granada acumulaba tres negativos) se jugaron en medio de una bronca descomunal, especialidad de la marca Guruceta, con lanzamiento de almohadillas y otros objetos y con el incesante grito unánime del forofismo militante, alusivo a la dudosa honestidad de la señora progenitora del de negro. El improperio dicho en granaíno castizo tiene las mismas sílabas que el apellido del protagonista de nuestra historia, así que a partir de este día y durante varios años se usaron en Los Cármenes los dos alternativamente, pero con el mismo sentido escatológico, cuando el árbitro de turno se pasaba con nuestros colores, tomando así el relevo en la sinonimia del insulto del ya olvidado Gojenuri.

¿Qué significa una gota de agua en un océano? ¿Qué repercusión tuvo este despropósito guruceteril? Pues ninguna porque, claro, no es lo mismo perjudicar a un humilde que hacerlo con todo un Barcelona ya por entonces «algo més que un club», al que este colegiado ya no volvió nunca más a arbitrar. Guruceta se fue de rositas y su trastada no fue siquiera conocida lejos de Granada. Después de todo aquella “gurucetada” no tuvo más trascendencia que la de quedar para la historia como anécdota y, desde luego, incrementar la cuenta de negativos local. Aquel Granada con ese punto que escamoteó este facedor de tuertos hubiera quedado octavo al final, es decir, dos puestos más arriba, y hubiera igualado por segunda vez su mejor clasificación histórica hasta el momento. Pero con ese punto o sin él lo importante es que la categoría se conservó brillantemente.

Al club sólo le quedó el poco consolante derecho al pataleo que significaba la recusación del juez. Por esa recusación Guruceta ya solamente volvió a arbitrar al Granada en una ocasión que ¡ironías del destino! fue también un partido que entra de lleno en la calificación de histórico para el club rojiblanco, porque ese partido fue precisamente el que se jugó el 16 de mayo de 1976, jornada treinta y cuatro y última del calendario de la 75-76, donde el Granada fue derrotado 2-0 en Zaragoza, en el que supone la última vez por ahora (seamos optimistas) que se pudo ver a un Granada de primera división. El descenso llegaba después de ocho gloriosas temporadas consecutivas entre los grandes. Nadie podía pensar que este desalojo de entre la aristocracia del fútbol era sólo el preludio de la época más negra de la historia granadinista, auténtica travesía del desierto en la que, ríanse ustedes de los israelitas en el Sinaí, todavía estamos inmersos y seguimos esperando ese maná milagroso que nos haga olvidar tanto ayuno de glorias futboleras.

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