Nueva directiva
La noticia futbolera de
más impacto en 1947 fue la vuelta del presidente de los éxitos, Ricardo Martín
Campos. Al calorcillo de su buen cartel entre la hinchada, de primeras los
socios aumentaron muy considerablemente en comparación con las temporadas
anteriores, y las peñas granadinistas se multiplicaron por diez. El cotarro
futbolero penibético andaba bastante alicaido desde el descenso, y las dos
temporadas anteriores se caracterizaron porque los huecos de cemento en las
gradas de Los Cármenes eran cada vez mayores. La vuelta del industrial de los
espectáculos despertó a la torcida y así la 47-48 empezará con llenos en cada
partido.
También ayudó mucho para
que el personal se animara a volver a Los Cármenes la otra gran aportación de
Martín Campos a la historia del club junto al primer ascenso a primera, la de
la creación del filial Recreativo de Granada, lo que vino a duplicar la oferta
a razón de un partido cada semana.
Al día siguiente de la asamblea en la
que Martín Campos fue aclamado nuevo presidente del Granada, a primeros de
julio de 1947, éste manifestó a la prensa su intención de constituir una junta
directiva algo diferente a lo que venía siendo habitual, diferencia que
fundamentalmente vendría a consistir en la existencia de dos juntas, una
primera (la directiva propiamente dicha) o comisión ejecutiva integrada por el
presidente, dos vices, secretario, tesorero, contador y nueve vocales, y una
segunda junta que podría llamarse comisión consultiva y que estaría integrada
hasta por cincuenta miembros que periódicamente se reunirían con la comisión
ejecutiva para conocer la marcha del club, y que vendría a suplir en parte a
las juntas generales (asambleas) al estar en ella representados todos los
socios de la entidad.
La composición de la
comisión ejecutiva fue dada a conocer antes de una semana, destacando la
inclusión de dos futuros presidentes: Juan Alonso Roda como vicepresidente
segundo, y Joaquín Serrano González como tesorero. La de la comisión consultiva
tardó una semana más; en la larga lista publicada por la prensa local hay
nombres conocidos, como el antiguo directivo, entrenador y secretario técnico
Juan Gómez Muros, o como José Boloix Villalba, que fue directivo en 1932, o
como José Amigo Vico, socio fundador y número uno durante muchísimos años, el
único con antigüedad de abril de 1931, más otros bastante más jóvenes como
Antonio Gallego Morell, hijo del alcalde Gallego Burín. Esta junta consultiva
en una de sus primeras reuniones, a propuesta de Martín Campos, acordó nombrar
un comité de honor presidido por el jefe superior de Policía, Antolín Cadenas,
e integrada por el director en Granada del Banco de España, los directores de
los periódicos locales y de la emisora de radio, más algunos gerifaltes locales.
Valderrama otra vez entrenador
Ricardo Martín Campos,
igual que ya hiciera en su etapa anterior al frente del Granada, asumió también
y simultáneamente las labores de secretario técnico. Su primera decisión
deportiva fue conceder la baja al extremo Sánchez, aunque tenía contrato en
vigor.
A los pocos días llegó a un acuerdo
con el viejo conocido Manolo Valderrama para que éste se ocupara de la
preparación del equipo. Valderrama vino a Granada y enseguida existió
entendimiento con Martín Campos en su minúscula oficina del Salón Nacional,
quedando contratado con el encargo de sugerir jugadores por él conocidos para
incorporarlos, en recuerdo de su buen ojo cuando ocho temporadas atrás, en
1939, armó el excelente Recreativo que se quedó muy cerca del ascenso a primera
para al año siguiente conseguirlo. Valderrama, cuya contratación cayó muy bien
entre el granadinismo, igual que había hecho en 1940 para despedirse, a su
llegada se dirigió a los hinchas mediante una nota manuscrita que reprodujo
Ideal y en la que saludaba a los aficionados y decía que venía con el mismo
entusiasmo de su anterior etapa.
La primera tarea de Valderrama fue,
con objeto de ver qué jugadores de la plantilla eran aprovechables, convocar a
los futbolistas para un partido de entrenamiento en Los Cármenes frente a una
selección de equipos modestos granadinos, y a pesar de que estábamos ya casi a
mediados de julio y era un domingo por la mañana, sólo el jugador de la primera
plantilla Mendoza no asistió. Y es que en este año la Federación había ampliado
la temporada hasta el 15 de julio. En esa fecha se fueron todos los futbolistas
de vacaciones hasta la segunda quincena de agosto. A raíz de este partido
informal Valderrama informó a la directiva que debían quedar retenidos sólo
ocho futbolistas: Casafont, Millán, González, Sosa, Rey, Trompi, Morales y Mas,
dejando transferibles a Floro, Sierra, Galvany y Mendoza. El resto no
interesaban de ninguna de las maneras. De los cuatro en situación de
transferibles el único que no continuó fue Mendoza, los otros tres renovaron
sus contratos.
El mismo día en que Valderrama
rubricaba su contrato como entrenador del Granada, llegaba desde Baza la triste
noticia del Fallecimiento de Fidel del Campo a los 45 años de edad, portero que
fue del Once Fantasma, esto es, el Recreativo Granada de la República y,
por tanto, compañero de equipo de Manolo Valderrama. Fidel del Campo era más
conocido en su faceta de músico y compositor de la banda sonora de algunas
películas españolas de los años cuarenta.
Nace el Recreativo
Otra de las primeras decisiones de
Martín Campos fue que el nuevo equipo a punto de fundarse como filial, según lo
aprobado en la última asamblea, llevaría el nombre de Recreativo de Granada, en
recuerdo a la denominación primera del equipo rojiblanco. El primer presidente
designado para el Recreativo fue José Domínguez, a quien acompañaban, entre
otros, José Amigo Vico, el socio número uno, vice presidente; José Boloix,
secretario; Francisco Carmona Ros, secretario técnico. La preparación del
filial correrá a cargo de Valderrama, auxiliado por Manolo Ibáñez, hasta la
temporada pasada masajista del equipo, pero en la práctica el auténtico
responsable de la dirección del Recreativo será Manolo Ibáñez en solitario.
Se solicitó de la Federación que el
filial militara en tercera, formada esta temporada por ocho grupos de catorce
equipos cada uno, en previsión de que alguno renunciara, pero hubo que empezar dos
categorías más abajo, Primera Regional.
El lunes siguiente al partido de La
Coruña de la segunda jornada, 29 de septiembre de 1947, día de San Miguel y
fiesta local en Granada, con la romería al cerro del Aceituno como plato
fuerte, el Recreativo recibía su bautismo balompédico al disputar el que es
para la historia su primer partido con todas las de la ley (ya había jugado
contra el Betis Cruz Blanca, pero aquello fue más bien un entrenamiento), es
decir, con árbitro, liniers, marcador y con taquilla para presenciar el
espectáculo. Fue un amistoso en Armilla frente al Arenas como parte de los
festejos de la feria patronal armillera del que no podemos decir ni resultado
ni alineación blanquiazul porque la prensa local no informa de esos extremos.
Ganó el Recreativo y se adjudicó una copa donada por el ayuntamiento de la
localidad que la directiva recreativista decidió grabarla con la fecha del
debut y entregarla al Granada, en cuya secretaría –suponemos- debe seguir en la
actualidad.
Ficha Arencibia
El primer fichaje fue el del veterano
Arencibia, del At. Madrid (ya no se llamaba Aviación, desde la temporada
anterior había vuelto a su antigua denominación), club en el que había
desarrollado toda su carrera. Medio organizador e interior, nacido en Cuba pero
de filiación canaria, había sido internacional años atrás y fue base del At.
Aviación que con Ricardo Zamora ganó las dos primeras ligas tras la Guerra
Civil. Andaba ya cerca de cumplir los 35 pero se le puede considerar el fichaje
bomba de la temporada y en nuestro equipo será titular indiscutible toda la
liga. Ideal da la noticia en primera página y dice que ha habido que pelear por
él porque el Córdoba se había metido por medio a última hora. 40.000 pesetas
serán sus honorarios como rojiblanco.
Millán, González y sus novias
Después de este primer fichaje y
puesto que todo el personal andaba de vacaciones, la información futbolera
entró en un periodo de calma chicha caracterizado por la ausencia de noticias,
sólo el enésimo rumor, como cada verano, de la posible marcha de nuestra más
famosa pareja, los defensas Millán y González, a algún equipo puntero, en este
caso el Sevilla.
Mientras tanto Valderrama está en
Madrid y en Ideal se hacen eco de una entrevista concedida por el nuevo
entrenador a un periódico de la capital, según el cual a González lo quiere el
Barcelona, pero sólo se le dejaría ir a cambio de Calo, un hermano de César que
actuaba de defensa y que jugó hasta bien entrados los cincuenta en varios
equipos además del Barcelona para retirarse con más de cuarenta años. A Millán
quien lo quiere es el Madrid, pero tampoco se le dejaría ir si no fuera a
cambio de jugadores.
Parecía el rumor de cada verano, pero
la cuestión llegó a ser tratada en la primera reunión de la llamada comisión
consultiva, a la que asistieron casi la totalidad de los cincuenta miembros que
la integraban, y allí puso de manifiesto Martín Campos que la pareja se tasaba
en 600.000 pesetas (más o menos el montante por entonces de la deuda global del
GCF), y que sólo se dejaría marchar a González al Barcelona a cambio de los
jugadores César, Canals y Calo, o 300.000 pesetas en el caso de que no cediera
ningún jugador el club catalán, mientras que Millán sólo sería traspasado al
Madrid por 300.000 pesetas.
A finales de julio Martín Campos
emprendió viaje a la capital de España por motivos particulares y para realizar
gestiones tendentes al fichaje de futbolistas. A su vuelta tras dos semanas
ausente fue preguntado por la prensa acerca de las gestiones sobre Millán y
González, a lo que contestó que por el momento no había oferta firme ni del
Madrid ni del Barcelona. Y ya no volvió a hablarse de la cuestión, así que los
dos defensas permanecieron una temporada más en el Gramada.
Más fichajes
El segundo fichaje 47-48, ya en
agosto, fue el del extremo granadino de 20 años Rivera, quien ya había jugado
con la primera plantilla la anterior temporada dos partidos de la que se llamó
Copa Primavera, un campeonato regional andaluz disputado al término de la liga
regular.
Bien entrado ya agosto y tras el
viaje a Madrid del presidente y su ausencia durante dos semanas, a su vuelta de
la capital se trajo bajo el brazo tres jugadores: Fraga, extremo derecho de 22
años, de la Gimnástica Lucense; Mateo, defensa de 26 años que anteriormente
había jugado en el Salamanca; y Laureano Martín, de 21 años, interior de
nacionalidad argentina que había jugado en el Vélez Sarsfield. De los tres sólo
el primero será titular, y el argentino Martín no jugará ni un solo minuto ya
que no podrá ser alineado hasta el mes de abril por defectos en su
documentación.
Otra incorporación fue la de Ricart,
delantero de 30 años del Sabadell y antes del Castellón, que vino a prueba y
quedó fichado, aunque jugó muy poco en la liga a punto de comenzar y sólo
estuvo esta temporada a pesar de haber fichado por cuatro años.
El 23 de agosto comenzaron los
entrenamientos y por sus sesiones desfilaron innumerables futbolistas a prueba
sin llegar a convencer.
Se incorpora Lesmes
No se puede hablar de nuevo fichaje
propiamente dicho cuando nos referimos a Lesmes, puesto que éste había sido contratado
hacía más de un año, pero por estar cumpliendo el servicio militar en Ceuta
hasta ahora ni siquiera había puesto un pie en Granada. Por fin en agosto de
1947 acabó su larga mili y se incorporó este magnífico medio y defensa. Fue el
mejor refuerzo de cara a la temporada a punto de empezar. Años después y
militando ya lejos de estos pagos alcanzará la internacionalidad absoluta.
Peñas a porrillo
La reincorporación a la presidencia
del Granada de Ricardo Martín Campos, cuatro años después, tuvo el efecto
positivo de que la afición, más bien dormida y apática la temporada anterior,
despertara y volviera a adquirir protagonismo como ya tuvo en los mejores años
pasados, cuando el equipo figuraba en la máxima categoría. Se notó sobre todo
en el número de socios que esta temporada tuvo el Granada, que llegaron a ser
casi 5.000 mientras que en las temporadas inmediatas anteriores apenas se
llegaba a los 1.500 de media. Y en ese resurgir de la afición tuvieron gran
protagonismo las numerosas peñas rojiblancas que se fundaron en esta misma
temporada. El presidente Martín Campos y su junta directiva pusieron interés en
fomentar este fenómeno asistiendo a las distintas inauguraciones y reuniéndose
con sus componentes y apoyando su creación y mejor marcha.
Así, a finales de julio, la directiva
hizo una visita a la decana de las peñas, la del Realejo, con sede en el bar
Ocaña de la plaza de Fortuny, existente desde antes incluso que el propio club,
allá por 1929, cuando apoyó de forma decidida al que todavía se denominaba club
Recreativo Español. Fue su presidente fundador Antonio Barragán Fernández, que
a su vez formó parte de la directiva del Recreativo de Gabriel Morcillo, en
1932, pasando después a integrarse en la de Matías Fernández-Fígares. La peña rojiblanca
decana acababa de ser reorganizada, nombrando nueva directiva presidida por
Ángel Fernández Guerrero, un granadinista de pro que murió en 2011 después de
haber sido durante muchos años el socio rojiblanco de más antigüedad. Fue la
peña más numerosa, llegando a contar con más de mil integrantes. Con la
temporada ya avanzada, todas las peñas formaron una asociación que fue
presidida por Ángel Fernández Guerrero y que nombró presidente de honor a
Ricardo Martín Campos.
Una anécdota: la muerte a finales de
agosto de 1947 del torero Manolete, que tanta conmoción causó en todo el país,
tuvo cierta repercusión en la marcha de la peña del Realejo ya que el rabo del
morlaco que corneó al diestro, Islero de nombre, fue exhibido en sus locales a
los pocos días del suceso, traído por Mariano Peña, un guía de la Alhambra ya
setentón que se encontraba en Linares cuando los hechos.
Y un inciso: lo de Manolete con el
toro Islero ocurrió en un momento de gran escasez de papel prensa. Así, Ideal
desde hacía un tiempo venía incluyendo solamente seis páginas y algunos días nada
más que cuatro, frente a las habituales ocho. A otras publicaciones les fue
incluso peor, como La Prensa, que era el nombre en aquellos años de la
Hoja del Lunes, que no pudo salir el lunes 1 de septiembre de 1947 por falta de
papel. En esa situación de penuria extrema es curioso constatar cómo en el
ejemplar de Ideal del día 30 de agosto de 1947, las cuatro páginas de que
consta las dedica casi por entero a comunicar la muerte del torero cordobés. Al
día siguiente el propio diario Ideal comenta en un recuadro que se agotó
rápidamente por completo la edición y que algunos ejemplares fueron revendidos
por avispados lectores hasta por cinco pesetas cuando su precio era de 50
céntimos.
Volviendo a lo de las peñas, en
agosto surgió la primera de las de nueva creación. Se fundó en Moreda,
aprovechando la estancia en este pueblo del presidente Martín Campos (que
volvía de Madrid) para inscribir a numerosos socios, prometiendo éstos viajar a
Granada cada domingo en que hubiera partido. Ya en septiembre quedó constituida
la Peña granadinista Albayzín. Poco tiempo después se crearon nuevas peñas:
Café Americano, Café Zeluán, Café Colón, Barrio de la Magdalena (peña Millán),
Pescadería (con Pepe Millán como presidente honorario), cuartel de Artillería,
más las constituidas en Maracena y La Zubia, que se unieron a otras que ya
existían de antes, como la de Plaza nueva. Con la temporada ya en marcha se
fundaron nuevas peñas en Atarfe, más la de empleados de banca y bolsa y la de
San Juan de Dios.
Las peñas más antiguas y
que contaban con mayor número de peñistas, como la del Realejo, decidieron motu proprio primar mensualmente, con
150 pesetas, al jugador del filial Recreativo que más hubiera destacado en un
partido, ya que como amateurs que eran no cobraban cantidad alguna; y también
para ayudar a los gastos ocasionados por los desplazamientos. Aparte, la peña
del Realejo durante la temporada en algunos partidos ofreció un premio de 100 pesetas
al jugador rojiblanco que mejor hubiera actuado. Esta conducta fue imitada por
algunas de las de nuevo cuño, que también instituyeron primas especiales en
determinados partidos tanto del Granada como del Recreativo. Asimismo, varias
de las peñas acordaron regalar en algunos partidos el balón con el que había de
jugarse.
Empate casero frente al Castellón y gran escándalo Gojenuri
La pretemporada 47-48 la llevó a cabo
el Granada en el estadio de la Juventud. El campo de Los Cármenes estuvo todo
el verano en obras. Se resembró el césped en una amplia zona que había quedado
totalmente pelada. También se renovó toda la valla del perímetro que separa las
gradas del terreno de juego. Asimismo, se pintó todo el cemento de las gradas
en rojo y blanco y se realizaron mejoras en la enfermería y los vestuarios, y
por fin el Ayuntamiento construyó una acera en las puertas de acceso al campo.
Todos los trabajos estuvieron concluidos para la primera jornada de la liga
47-48.
Con sólo dos amistosos, en Almería y
Jaén, la liga de segunda empezó para el Granada el 21 de septiembre de 1947 con
un empate casero (2-2) frente al Castellón, pero a pesar del resultado negativo
los distintos periodistas locales coinciden en que les gustó mucho más este
Granada, en el que debutaban cuatro nuevos elementos, que el de la temporada
anterior. La primera parte, muy buena por los rojiblancos, terminó con un 2-0 a
favor, goles de los debutantes Arencibia y Ricart, éste último espectacular. En
la segunda parte se relajaron algo los granadinistas pero sin que el bajón de
juego hiciera peligrar la victoria de un Granada muy superior a su adversario
(el Granada botó 18 córners por cero el Castellón), siempre según las crónicas
locales. Así hasta que el trencilla Gojenuri, de triste recuerdo, la liara
señalando un penal que sólo él vio. Fue un escándalo mayúsculo, de los que
permanecen en la memoria de la hinchada que casi llenaba por completo el
estadio y se mostraba muy animada, con presencia de numerosas pancartas
portadas por las muchas peñas rojiblancas, la mayoría de las cuales acababan de
fundarse.
Del negativo anotado en la casilla
local todos, futbolistas, plumillas y aficionados, culparon al árbitro
guipuzcoano Gojenuri. Las crónicas le dedican un largo párrafo señalando que a
lo largo del partido tuvo errores de bulto en varios lances que perjudicaron a
ambos contendientes para a diez minutos del final acabar de exasperar a la
parroquia señalando un penalti en contra del Granada, que costó el empate, por
mano de González que se produjo claramente fuera del área. El capitán granadinista,
González, fue además expulsado y fuertemente sancionado. La decisión del referí
estuvo a punto de provocar un altercado de orden público y el partido terminó
con una gran bronca hacia el de negro y lanzamiento de objetos desde las
gradas.
“Seudónimo” en La Prensa dice que no
quisiéramos volver a ver por aquí a Gojenuri. Por su parte, Ideal titula la
crónica «El Granada, gracias a Gojenuri, empata su partido con el Castellón».
Fernández de Burgos dice refiriéndose al árbitro: «Porque las facultades
omnímodas en una persona incompetente, falto de serenidad o de otras
cualidades, es un arma terrible en contra del fútbol» y añade que dio una
amplísima muestra de su ineptitud y que sería conveniente que el señor Gojenuri
abandonara, por decisión propia o por disposición de la autoridad competente,
una profesión para la que no está capacitado.
Llovía sobre mojado en
cuestión de perjuicios hacia el Granada causados por el del pito: en la
temporada del debut rojiblanco en la máxima categoría, 41-42, en el campo de
Vallecas frente al At. Aviación ya había dejado Gojenuri resentida a la
expedición rojiblanca con una actuación muy deficiente en la que expulsó sin
causa aparente a Sierra y permitió todas las brusquedades de los contrarios.
Tres temporadas después, en la 44-45, volvieron los nuestros a tener un
encontronazo con el tal Gojenuri, en Sabadell, donde también expulsó a un
granadinista, Melito, y señaló un penalti en contra dejando sin pitar uno a
favor muy claro, y además tuvo un lapsus monumental y señaló el final del
partido cuando faltaban por jugarse más de diez minutos, costando un mundo
hacerle salir de su error.
Gojenuri era una especie
de Guruceta de la época, muy polémico, famoso porque en los partidos por él
pitados era muy frecuente que al menos uno de los contendientes no acabara con
sus once integrantes sobre el terreno, y también por haber provocado distintos
altercados hinchísticos por media España. En varios campos de la Piel de Toro
se la tenían jurada y su apellido era usado a gritos como sinónimo de insulto
cuando un trencilla perjudicaba a los de casa, tal como sucedió con el mentado
Guruceta treinta años después.
Adiós a González hasta la segunda vuelta
La directiva acordó al
día siguiente del partido contra el Castellón elevar una protesta formal a la
Federación pidiendo que se abriera una investigación sobre el papel de Gojenuri
en Los Cármenes y solicitando que nunca más volviera a dirigir un partido de
los rojiblancos. Asimismo, numerosos telegramas de protesta fueron remitidos por
las peñas granadinistas y por simples aficionados a título particular.
Como era de esperar, no sirvió de
mucho la protesta ante la Federación. Pero lo peor estaba todavía por llegar ya
que la víspera del partido de la segunda jornada, que llevó a los nuestros
hasta La Coruña, se conoció casi en los mismos vestuarios de Riazor que
González, que había viajado con los demás y tenía previsto ser alineado, había
sido suspendido por nada más y nada menos que ¡doce! partidos, cosa que
equivalía a que ya hasta la segunda vuelta no podría volver a jugar en aquella
liga de sólo 26 jornadas. Quedarse sin González toda una vuelta de calendario
era una tragedia en este Granada pues con Millán era un seguro atrás y formó
una de las mejoras parejas defensivas del fútbol español de la época.
Recientemente habían
sido modificadas las normas federativas en cuestión de sanciones, agravándolas
en grado sumo buscando acabar con la excesiva dureza y los malos modos en los
estadios. En ese sentido, lo de González fue un primer escarmiento y un mensaje
a posibles imitadores. La razón de tan dura sanción, según la nota oficial, fue
la de ser expulsado por insolentarse contra la autoridad del árbitro, con el
agravante de ser el capitán de su equipo. Lo cierto es que, leyendo las
crónicas del partido Granada-Castellón, en ninguna se señala que González fuera
expulsado. Por lo visto el detalle se escapó a los cronistas por el follón
impresionante que se formó a raíz de la señalización del penalti que Gojenuri
pitó erróneamente. Al parecer González al señalarse la pena máxima se había
dirigido al trencilla en estos términos: «¿está
usted borracho?», y además se negó a marcharse. El Granada fue multado con
1.800 pesetas por el comportamiento de la parroquia, y días después fue también
castigado a abonar el coste de la reparación de los daños sufridos por el
autobús del Castellón, alcanzado por algunas piedras.
El Granada remitió
sucesivos escritos de súplica a la Federación para que esta reconsiderara la
sanción y la rebajara en algo, y hasta Martín Campos viajó a Madrid y se entrevistó
con el presidente de la Federación, Muñoz Calero, y con el secretario, Cabot,
pero ningún resultado positivo se alcanzó y González cumplió íntegros los doce
partidos de suspensión.
CALLEJEANDO
Referéndum de la Ley de Sucesión
El régimen de Franco no
tuvo nada de democrático, no hace falta jurarlo. Para el general eso de que la
gente expresara su voluntad política depositando una papeleta en una urna no
era sino una nefasta reminiscencia del no menos nefasto liberalismo, causa y
origen de todos los males de la nación. Durante la vigencia del franquismo
nunca se convocaron unas elecciones libres. Pero cuando le interesó, sobre todo
de cara a la imagen exterior del régimen, usó éste de las urnas en forma de
referéndums para cuestiones puntuales, aunque sólo en dos ocasiones recurrió a esta
fórmula (no fuéramos los españolitos a aficionarnos en exceso a esa funesta
práctica) y con un intervalo de veinte años entre uno y otro.
Tampoco existió durante el franquismo
una constitución otorgada de forma democrática como norma suprema a la cual
debía adaptarse cualquier otra norma de rango inferior. A cambio existieron las
llamadas Leyes Fundamentales del Reino, cuyo conjunto representaba una cuasi
constitución con la que regir la “democracia orgánica” genuino invento
franquista con el que se pretendía dar la imagen de que España bajo Franco no
era una dictadura. Fueron un total de siete leyes a las que se sumó ya en la
Transición, 1977, una octava -para la Reforma Política- que desde la legalidad
liquidó todo lo anterior y abrió la puerta a la democracia real.
La Ley de Sucesión, aprobada por las
Cortes el 7 de junio de 1947 y cuyo sometimiento a la ratificación de los
españoles mediante referéndum anunciaba reiteradamente la prensa a primeros de
julio del mismo año, venía a ser la quinta de esas leyes fundamentales. La Ley
del Referéndum Nacional fue la inmediata anterior, la cuarta, de 1945, según la
cual se sometería a la decisión de los españoles cualquier asunto importante,
así que ésta era la primera ocasión en la que el régimen recurría al ejercicio
de la “democracia directa”, como proclamaba la propaganda oficial. Leyes
Fundamentales anteriores eran el Fuero del Trabajo (de 1938), la Ley
Constitutiva de las Cortes (1942), y el Fuero de los Españoles (1945), que
proclamaba formalmente una serie de derechos y libertades: de residencia, de
religión, de exposición de pensamiento y de asociación, etc. Pero siempre con
sometimiento a las leyes –franquistas, por supuesto, unas leyes muy
restrictivas-, es decir, sólo sobre el papel existían tales derechos y
libertades. Más tarde completarían este cuerpo legal la Ley de Principios del
Movimiento Nacional (1958) y la Ley Orgánica del Estado (1966), que fue
aprobada mediante el segundo y último referéndum del franquismo.
La Ley de Sucesión, que omitía cualquier
referencia al nacionalsindicalismo y a la Falange, establecía que España era un
estado católico, social y representativo (¿), que se declaraba constituido en
reino de acuerdo con su tradición, confirmando la jefatura del estado vitalicia
en la persona de Franco, quien se reservaba el derecho a nombrar su sucesor
cuando a él le pareciera bien.
Pero no le pareció bien hasta más de
veinte años después, luego más que aprobar una ley sucesoria lo que el régimen
perseguía era la legitimación jurídica de la victoria bélica de facto y la
jefatura del estado perpetua de Franco, sobre todo frente a los que desde el
extranjero insistían en que su régimen era una dictadura impuesta sobre los
españoles a sangre y fuego.
Desde la aprobación por las Cortes de
la Ley de Sucesión venían apareciendo en la prensa a diario comentarios acerca
de su próximo sometimiento a la decisión de los españoles en referéndum. El día
1 de julio de 1947 en primera página de Ideal, en un recuadro se lee: «El
próximo día 6 de julio debes votar: 1º Porque legalmente es obligatorio. 2º
Porque, en el orden moral, no es lícito abstenerse en un asunto que afecte
constitucionalmente al porvenir político de la Patria. 3º Porque los enemigos
de España querrían que no lo hicieses. Y debes votar «¡Si!». 1º Porque la ley
de Sucesión garantiza la estabilidad política de España y que la sangre de un millón
de muertos durante la Cruzada no fue estéril. 2º Para proclamar ante el mundo
la unión de todos los españoles frente a la intervención extranjera y la
voluntad firme de mantener a toda costa nuestra soberanía».
Lo anterior es sólo un ejemplo del
empeño de la autoridad en concienciar a la población mediante mensajes directos
en forma de recuadros en la prensa afirmando que votar “sí” equivalía a votar
contra el comunismo, contra la legislación laica de la II República, contra los
enemigos externos, contra las logias del exterior, contra el nefasto
liberalismo, causante de todos los males españoles desde la Cortes de Cádiz.
Por el contrario, votar “no” sería pisotear las tumbas de los mártires y de los
héroes; si votas “no” entregas tu patria
a Rusia (Ideal 03/07/47); o Franco o
guerra civil; el no en las urnas el 6
de julio puede significar algún día otra vez una España martirizada a merced de
los traficantes de la política.
También la Iglesia se sumó a la
campaña a favor del Sí mediante pastorales y homilías.
Aparte, las paredes de las ciudades
fueron empapeladas literalmente de pasquines con propaganda a favor del voto
favorable. Ni que decir tiene que ni un solo anuncio o comentario que
propugnara el voto negativo pudo verse en esta mini campaña electoral, ni en la
prensa -por supuesto-, ni en forma de publicidad callejera; si alguien se
hubiera atrevido a disentir públicamente de la propaganda oficial,
inmediatamente habría sido detenido y encarcelado.
Y así llegó por fin el domingo 6 de
julio de 1947, día señalado para la consulta. Los colegios permanecían abiertos
de 9 de la mañana a 5 de la tarde. Desde febrero de 1936, cuando el Frente
Popular ganó las elecciones generales, no había sido convocado el pueblo
español a las urnas. Hombres y mujeres mayores de 21 años, esto es, mayores de
edad, tenían derecho a voto. Y además de un derecho era una obligación,
previéndose sanciones para quienes sin causa justificada no votaran,
consistentes en que su nombre sería publicado y sufriría un recargo de un 2 por
ciento en la Contribución, y además se consideraría una nota desfavorable en la
carrera administrativa de la persona, si es que ésta la tenía, según disponía
una ley electoral de 1909.
Por entonces todavía no se había
implantado en España la obligatoriedad del DNI, por lo que la mayoría de la
población no tenía más medio de identificarse que a través de la cartilla de
racionamiento, de carácter individual, así que si ésta no llevaba el sello de
haber votado, la persona titular quedaba señalada y su escaso condumio corría
el riesgo de desaparecer. Así mismo, a los abstencionistas se les negaba el
certificado de buena conducta, tan necesario para numerosos trámites en aquella
España de colas interminables ante las ventanillas oficiales.
En prevención de la falta de papel en
aquellos años de escaseces extremas, en los periódicos había venido
insertándose, previamente a la votación, un modelo de papeleta que podía
recortarse del diario y rellenarse con el sí o el no para llevarlo directamente
al colegio electoral constituido y depositarlo en la correspondiente urna,
resultando válido este método.
En Granada capital, dividida en nueve
distritos y 139 mesas, votó ¡el 94%! del censo electoral, que alcanzaba casi
los 88.000 votantes. Votaron Sí el 90,6% en la capital y el 97,6% en la
provincia, unos resultados muy similares a los obtenidos en el resto del país.
Por otra parte, en la capital hubo 4.770 votos a favor del No (menos del
7%), 2.386 votos en blanco y 11.668 abstenciones. Los diarios resaltan en
letras grandes que hubo miles de personas que entregaron sus papeletas abiertas
sin doblar (se introducía en la urna la papeleta sin sobre) y dieron vivas a
España y a Franco; así mismo, fueron también miles las papeletas en las que los
electores habían escrito frases tales como «Por Franco, sí» o «Una y
mil veces sí», y la anécdota, según refiere Ideal, fueron las cuatro
papeletas de votantes a favor del sí donde habían escrito «Soy comunista».
No se registró el más mínimo incidente. Total, un rotundo éxito para Franco y
para su régimen, aunque no hay que perder de vista que todo se llevó a cabo en
un contexto de ausencia total de garantías de los derechos fundamentales y del
propio proceso electoral (legislación, campaña, censo, recuento).
La guerrilla que no cesa
Los Quero ya habían sido
eliminados y otras partidas, como la de Yatero, se habían disuelto, pero ni
mucho menos estaba zanjada la muy preocupante cuestión del maquis provincial. A
últimos de julio de 1947 ocurrió otro grave suceso con derramamiento de sangre
en el que se vieron implicados varios bandoleros, como son nombrados por la prensa.
En Motril, cortijo de los Maldonados, donde se refugiaban, en un tiroteo con la
fuerza pública caían abatidos los guerrilleros Serafín Lorenzo Cara (a) Serafín el de Cástaras y Francisco el de la Haza del Trigo, de la
partida de El Polopero; también los
guardias civiles José Rodríguez y el teniente de la Benemérita Francisco
Morales Rodríguez, de 29 años y natural de Molvízar. Éste último fue trasladado
aún con vida al Hospital Militar, pero sus heridas eran muy graves y murió a
las pocas horas.
Desde
el asesinato del coronel Miláns del Bosch, llevado a cabo por el Clares y los
suyos, y una vez desaparecidas las bandas de los Quero y del Yatero, era la
aniquilación de la partida del Clares lo que centraba los esfuerzos policiales.
Frente a años pasados, ahora los periódicos sí suelen comentar con más detalle
las operaciones de lucha contra los empecinados granadinos, sobre todo cuando
los resultados son favorables a las fuerzas del orden, y así en los meses
siguientes suelen abundar las noticias de detenciones, tiroteos y muertes. Y a
finales de noviembre da cuenta la prensa local de la muerte en enfrentamiento
con la Policía Armada y la Guardia Civil del Clares (Rafael Castillo Clares) y del Medina (Vicente Medina, aunque en algunos de los trabajos sobre la
guerrilla granadina antifranquista se da el nombre de Jesús Medina Jiménez),
así como del teniente de la policía Manuel García Espinosa, hijo del decano de
la Facultad de Farmacia, José García Vélez. Ideal del día siguiente aclara que
el tiroteo fue en la Lancha de Cenes y en el mismo murieron el Clares, otros
dos bandoleros y tres mujeres que les acompañaban y que también se enfrentaron
a la fuerza pública.
Sabemos, por la
abundante literatura sobre la cuestión, que hubo un primer tiroteo, en Cenes,
donde la partida del Clares, de Güéjar-Sierra, había sido cercada, y tras un
intenso y prolongado intercambio de disparos algunos de los que la formaban se
habían abierto paso a base de lanzar bombas de mano que causaron abundantes
bajas entre los cercadores, pero en el tiroteo cayó el Medina, no así el
Clares, cosa que ocurrió a los pocos días y en otra refriega en lugar distinto
aunque cercano, en la Lancha de Cenes, donde también habrían muerto la amante
del Clares, Asunción González Toro (a) Catalina
y tres personas más, además de resultar heridos al menos cinco de los agentes
del orden intervinientes en la acción.
El propietario no es responsable
Hasta 1971
aproximadamente existió en la calle Gran Capitán, un poco más abajo de donde
hoy está el ambulatorio de la Seguridad Social, a la altura del ensanche que en
esa vía granadina forma una especie de placeta, pero en la acera opuesta, existió
-digo- un palacete muy peculiar construido a principios del siglo XX. Es una
zona céntrica hoy, pero por entonces estaba en las afueras de Granada. Aquel
área, como otras muchas de la ciudad, fue destrozada por la especulación
salvaje característica del tardofranquismo y del desarrollismo más cateto que
imaginarse pueda, que en Granada gozó de carta blanca y campó a sus anchas, causando
grandísimos estropicios arquitectónicos. Así, del palacete no queda nada, en su
lugar se levanta un adocenado y mamotrético bloque-colmena de pisos, una
construcción igualita igualita a las que pueda uno encontrar en cualquier
ciudad.
A partir de la segunda
mitad de la década de los 40, más que el valor estético o artístico del
palacete, lo que llamaba la atención de quienes pasaban por su puerta era el
azulejo que lucía en su frontal con la siguiente leyenda: «De esta
fachada no es responsable el actual propietario». El personal transeúnte que leía el
mensaje solía preguntarse a santo de qué estaba el mosaico de marras en aquel
lugar y qué habría querido decir exactamente la persona que mandó la fijación
del letrero. Unos, echándole imaginación a la cosa, decían que era porque por
las noches, noches oscuras como boca de lobo en la Granada de las restricciones
eléctricas, bailaban en sus muros las sombras de los espíritus de los
enterrados en aquel sitio, antiguo cementerio del cercano monasterio de San
Jerónimo; otros decían que era por razón de pagar menos impuestos, y también
oyó uno decir que era para prevenir posibles responsabilidades de accidentes
por desprendimientos.
Pero
en realidad la única razón era que a su propietario, que acababa de adquirir la
casa y se había instalado allí con su familia mediado el año 1947, el aspecto
exterior de su nueva vivienda no le gustaba nada, y ordenó que se fijara el
mensaje. Esa persona, el nuevo propietario de la casa en cuestión, no era otro
que Ramón Contreras y Pérez de Herrasti, jefe del tradicionalismo penibético,
que acababa de mudarse desde su Palacio de las Columnas (o de los Condes de
Luque) en la calle Puentezuelas, al ser éste vendido a la Universidad para que
poco después se instalara allí la Facultad de Filosofía y Letras. Para el gusto
aristocrático del prócer granadino, como él mismo manifestó en entrevista a
Ideal, el contraste con su antigua residencia era grandísimo: «Acostumbrado
a aquella arquitectura, esta fachada me desagradó mucho… Primeramente pensé
reformarla por completo; pero luego lo pensé mejor y decidí poner la lápida.»
Así que nada de fantasmas o motivos crematísticos, lo que movió a don Ramón a
hacer lo que hizo fueron razones estéticas y de puro prestigio social. ¿Qué
cosa chocante es eso del modernismo para un tradicionalista?
Los
Pérez de Herrasti constituyen una familia de próceres granadinos cuya estirpe
tiene como inicio el mismo momento de la conquista de Granada por los Reyes
Católicos, quienes premiaron a sus huestes con grandes posesiones de tierras,
entre ellos al caballero Domingo Pérez de Herrasti, y así en la zona de
Iznalloz el pueblo Domingo Pérez lleva ese nombre por levantarse en sus
antiguos predios. Por otro lado, Andrés Pérez de Herrasti y Pulgar es
considerado el héroe de la defensa de Ciudad Rodrigo frente a la francesada en
1811, y en su honor la calle Arandas, donde nació y tenía su residencia en el
palacio dieciochesco allí existente (hoy colegio mayor femenino), durante algo
más de un siglo (hasta 1932) llevó su nombre. Además, el Ayuntamiento llegó a
aprobar un monumento, que finalmente no se hizo, que se levantaría en el centro
de la plaza del Carmen en memoria de los héroes granadinos de la Guerra de la
Independencia en el que se recordaría a este Pérez Herrasti junto al alcalde
Caridad de Otívar, el alcalde carbonero de La Peza y el defensor de Gerona,
Álvarez de Castro.
Además
del Palacio de las Columnas, actual facultad de Traductores, otro palacio, el
de los Marqueses de Cartagena, al final de la Cuesta de Gomérez, pegado a la
Puerta de las Granadas, también perteneció a la familia Pérez de Herrasti.
En la
misma entrevista de Ideal, Ramón Contreras dice que “lo de las patadas”, el
fútbol, sólo le produce indiferencia, sin embargo, sigue con interés y está al
día en las noticias que atañen a dos equipos: el Granada CF y el Osasuna, éste
segundo porque dice que, como carlista confeso, es suscriptor del diario El
Pensamiento Navarro. Don Ramón añade que nunca ha asistido a un partido de
fútbol. Pero como otros varios cientos de granadinos nada futboleros, en su
día, 1934 (esto ya no lo dice en la entrevista), aportó sus buenos veinte duros
a cambio de aquellos bonos reintegrables (que nunca se reintegraron y lo fueron
a fondo perdido) que Matías Fernández-Fígares puso en circulación para con lo
recaudado financiar la construcción del estadio de Los Cármenes.
Recientemente
y gracias a un artículo publicado en El Independiente de Granada con la
firma de Gabriel Pozo Felguera, titulado “La tercera muerte del padre del
Modernismo arquitectónico en Granada”, hemos conocido más detalles de la casa
de la calle Gran Capitán nº 10. El palacete tuvo como autor al arquitecto
modernista Juan Jordana Montserrat, sobrino de otro ilustre arquitecto como es
Juan Montserrat y Vergés. A ambos se debe gran parte de las construcciones singulares
de la Gran Vía y otras muchas obras repartidas por la provincia. Según Pozo
Felguera, el hotelito de Gran Capitán 10 es (era) el edificio cumbre del
modernismo granadino y data de 1903, y su primer propietario fue el constructor
Miguel Serrano Martínez. En su día fue lo más “in”, pero pasados los años y con
el inevitable cambio de gustos y tendencias, sobre todo tras la Guerra Civil,
ese tipo de edificaciones estaban muy lejos de los cánones estéticos de la
“España Imperial”, de ahí que su nuevo propietario a partir de 1947 hiciera
fijar el azulejo famoso.
Nosotros
ni entramos ni salimos en la cuestión de si el palacete era de gran valor
artístico o carecía de él (entre otras cosas porque nos falta formación y criterio
en estas cuestiones). Posiblemente la casa del letrero de la calle Gran Capitán
no era ninguna maravilla arquitectónica, pero de lo que no cabe duda es de que
siempre sería preferible haber conservado este tipo de edificios y no macizar
la ciudad con feos bloques de pisos en serie, de forma que al pasar por allí
uno ya no sabe si está en Granada o en Ponferrada.
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